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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (49 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Faetón abrió el panel de control con el dedo, manualmente. (¡Usar la mano para abrir un control! ¡Se sentía como un hombre del pasado prehistórico!) Con el panel abierto, encontró el enchufe para aceptar el cristal de datos y ordenó al circuito de su armadura que enviara energía por los cables para mover el interruptor de activación. Así, no hubo conexión física con él cuando sus memorias grabadas fueron transferidas a un canal de inspección pública.

Faetón regresó al Sueño Profundo, vio la austera cámara de audiencias de los Exhortadores, congelada. Activó el tiempo de nuevo.

—Una copia de mi mente está disponible para vuestro examen en un canal público.

Una vez que se leyó la convocatoria, se prestaron los juramentos y se prepararon los circuitos de reversión, la Mentalidad se abrió en muchas mentes. Cada miembro del Colegio de Exhortadores recordó a Faetón, se convirtió en Faetón.

Vieron y sufrieron la escena. Todos lloraron sobre el féretro de Dafne. Todos oyeron la lacónica negativa de Estrella Vespertina. Todos salieron acongojados a la escalinata del mausoleo. Todos vieron a Scaramouche y oyeron sus palabras burlonas.

Todos sintieron el tajo de la espada en el cuello, acero frío y sangre caliente.

El Faetón que había sido Benvolio Malachi, el mnemonicista, dijo a los otros Faetones:

—Aquí hay fricción en la textura del tiempo, tal como sólo se ve en los recuerdos editados. Reparad en las líneas de lectura y las pistas temporales adicionales. Este recuerdo está alterado.

El Faetón que había sido Tau Continuo de la Mansión Blanca era un ingeniero, un pensador metódico por naturaleza.

—Quizá sea el presunto virus.

Todos sabían que las etiquetas de lectura se podían alterar imponiendo dos sistemas mentales, o dos memorias, en un espacio mental.

El Faetón que había sido Ao Sinistro se valió de un fogonazo de intuición para ensamblar los fragmentos de lectura desperdigados, mirarlos como si fueran una forma geométrica despedazada, combinar esa forma como un rompecabezas y retraducir el resultado a un formato lineal. A partir de allí, se podían leer las sendas asociativas de la memoria original.

—He aquí el recuerdo, entero e intacto —dijo—. ¿Quién de mí desea ver la verdad sin tapujos ni manipulaciones?

Todos los Faetones querían ver la verdad. Por algo eran Faetón. Y surgió un nuevo recuerdo.

Recordaban estar en la escalinata frente a la Mansión Estrella Vespertina. Recordaban las sensaciones de desesperanza y pesadumbre; pesadumbre sin cura. Dafne se había ido.

Faetón aspiró profundamente, escrutando los jardines y el cielo, quizás en busca de inspiración, quizás en busca de una señal que le prometiera escapar del mundo de chata desesperación que lo había atrapado.

Como era una escena de la Mansión Roja, el viento no sólo era fresco y otoñal, sino que también estaba cargado de abrumadora melancolía. Las nubes deshilachadas cobraban un tono dorado y rojizo en el ocaso, una vista tan extraña, triste y agobiante como la nave funeraria de un rey feérico hundiéndose en llamas en las olas. Las colinas lejanas, envueltas en sombras semejantes a los atavíos de titanes derrotados, parecían las torres y portales de un mundo alienígena, amenazador, temible pero desafiante, que lo retaba a penetrar sus secretos. En las cercanías, en una loma herbosa teñida de luz color cerezo, rosa y escarlata, un semental de una marca creada por Dafne corcoveaba contra el ocaso, lanzando un relincho salvaje y meneando la crin con furioso orgullo.

Era como si el paisaje mismo lo alentara a cometer actos feroces, impulsivos, implacables. Actos de renombre sin par.

—¡Claro! —exclamó Faetón con súbita esperanza—. Ahora no recuerdo la contraseña o clave secreta para despertar a mi Dafne. Pero esa palabra bien podría estar escondida en el cofre de memoria bloqueada. Y en esa caja está el hombre que ella perdió, no yo.

¿De qué serviría, sin embargo, despertar a Dafne sólo para sufrir el exilio?

Tardó sólo un instante en inventar una historia. Podía fingir que lo atacaban, que tenía que abrir la caja de memoria. ¿Quién lo atacaría? Nadie podía realizar ese ataque, salvo una entidad tan inteligente como un sofotec, capaz de infiltrarse en la Ecumene Dorada, alterar registros y borrar memorias. ¿Dónde se podía originar semejante sofotec?

Faetón recordó que Atkins estaba investigando una incursión neptuniana durante la mascarada. Eso le dio una idea. Si Atkins investigaba una amenaza externa a la Ecumene Dorada, el sofotec maligno podía pertenecer a una civilización interestelar avanzada pero invisible. Una civilización de alienígenas, o de descendientes de una colonia perdida. O de viajeros del tiempo, duendes, lo que fuera. La excusa no importaba. Sólo importaba que los Exhortadores pensaran que Faetón actuaba en una reacción comprensible e impulsiva ante una amenaza, en cuyo caso serían tolerantes. No creerían en la amenaza misma, pero si pensaban que Faetón creía en ella…

¿Cómo creer en ella? Tendría que falsificar sus propios recuerdos para burlar el examen noético que sin duda realizarían. Toda compra de un editor de pseudomnesia sería notada y consignada… pero todavía era tiempo de mascarada.

Faetón activó un disfraz de Scaramouche. Disfrazado, abrió el canal de una tienda de edición de la Mansión Roja en Sueño Profundo. Compró y descargó un programa de autoengaño y comenzó a escribir la ilusión que inscribiría en sus sendas de memoria.

Sus esperanzas se cifraban en tres ideas. Primero, cualquiera que lo conociera llegaría a la conclusión de que el autoengaño no congeniaba con el carácter de Faetón. Segundo, Atkins se negaría a responder si alguien le hacía preguntas sobre su investigación. Tercero, Faetón mismo estaría, a esas alturas, convencido de que un supervirus alienígena acechaba en la Mentalidad y lo buscaba, y así tendría una excusa para rechazar un examen noético. Si no lo sometían a ese examen, su truco pasaría inadvertido.

Como bonificación adicional, él ya habría olvidado este momento y esta falsificación. Podría considerarse un hombre honesto, y no tendría razón para pensar lo contrario.

Sonriendo sombríamente, Faetón cargó el programa para borrar y reescribir su memoria.

El Faetón que había sido Faetón exclamó:

—¡No fue esto lo que sucedió!

Pero estaba solo al decir estas palabras. Los demás Faetones habían regresado a sus identidades, y lo miraban con ojos remotos, augustos, implacables.

—¡No fue eso lo que sucedió! —repitió Faetón.

—Tú no lo recuerdas así —dijo Neo Orfeo—. Pero tu recuerdo es un error porque tú mismo lo falsificaste.

—¡Yo nunca haría semejante cosa! —exclamó Faetón—. ¡Todos sabéis que no!

Neo Orfeo sonrió irónicamente.

—Sabemos que eso es lo que esperabas que creyéramos. El registro lo muestra todo.

Faetón hizo un gesto airado.

—¡El registro fue falsificado! Durante el instante en que tardé en transferir mi copia al canal 2120, el sofotec alienígena o su virus disruptivo debe de haber reescrito las cadenas de memoria.

—Albión Sofotec me informa que esa intervención es teóricamente imposible. Ha examinado el registro que acabamos de experimentar, sometiéndolo a seis niveles de escrutinio redundante. No se han hallado pruebas de intervención. ¿Existe alguna opinión contraria?

Nabucodonosor miró el alto techo con ojos pensativos.

—Yo también estoy examinando los registros de la Mentalidad, y he inventado tres nuevas herramientas de análisis estadístico para ello. Durante la transmisión de la caja Caritativa a nuestro servicio local, no hubo oportunidad para que nada ni nadie afectara los datos. Si los hubieran modificado durante el proceso de lectura, la modificación se tendría que haber introducido cada tantas pulsaciones de picosegundo de la acción del circuito principal. Para insertar semejante cambio en tan poco tiempo se requeriría una técnica de compresión de datos que excede el límite de unidades de Planck. Teóricamente, dicha formulación de datos comprimidos se podría ensamblar en aquello que los científicos denominan condiciones de continuo no racional, dentro del horizonte de sucesos de una singularidad, o en las condiciones acrónicas que precedieron al Big Bang. No hay modo conocido para nuestra ciencia de cruzar dicho horizonte de sucesos, ni de pasar la información intacta desde el interior de una singularidad hacia el exterior.

—En otras palabras —dijo Tau Continuo—, no es posible.

Nabucodonosor bajó los ojos.

—No es posible en el estado actual de nuestra tecnología.

Kes Satrick Kes habló por primera vez.

—Noto una simetría en ambos enfoques —dijo con voz seca, vibrante y precisa—. El enfoque de Faetón es que lo persigue una sofotecnología alienígena, que él supone tan sofisticada como para alterar o falsificar las pruebas de lo contrario. El otro enfoque, respaldado por el testimonio del registro, es que Faetón, desesperado, falsificó su memoria y borró su propio conocimiento de que lo había hecho. Ambos enfoques explican adecuadamente las apariencias, y son coherentes consigo mismos. Cuando dos explicaciones explican adecuadamente un fenómeno, la navaja de Occam nos urge a escoger la que requiere menos supuestos teóricos. Naturalmente, estimo más probable la falsificación realizada por un individuo (algo que vemos continuamente) que la hostilidad de una civilización alienígena totalmente desconocida (algo que nunca hemos visto) que escogiera a Faetón para su ataque, y que también conociera nuestros protocolos y sistemas para forjar múltiples registros y recuerdos sellados sin ser detectada por la Mente Terráquea. Sin pruebas adicionales, asumiré que la versión de Faetón es falsa. Un examen noético directo de su cerebro podría brindar las pruebas adicionales que necesitamos para revertir esta opinión. Pero anticipo que Faetón, para ser coherente con sus creencias actuales, seguirá rechazando ese examen.

—La amenaza es real —dijo Faetón—, aunque yo sea el único que la ve. No me atrevo a restablecer una conexión directa con la Mentalidad. El sofotec Nada ha actuado; acabo de ver los resultados, prácticamente ante nuestros ojos.

Pero su voz era tenue, y su mirada era opaca: el aire de un hombre que sabe que nadie le creerá.

Los demás Exhortadores no se molestaron en realizar un análisis tan minucioso como Kes Satrick Kes. La mayoría ni siquiera se molestó en registrar un discurso, o exponer una opinión, sino que simplemente votó para que Faetón sufriera un exilio interminable, permanente y absoluto.

La voz de Helión volvió a susurrarle al oído.

—Es evidente que sufres una fantasía paranoica autoimpuesta. Abre la estructura profunda de tu mente a la sonda noética, y podremos deshacer el daño. Podemos borrar esas falsas creencias de tu mente y tu memoria. Quizás sea tu última oportunidad, hijo. Los Exhortadores están votando.

Faetón sacudió la cabeza. Él no estaba alucinando.

Se le ocurrió un pensamiento turbador: ¿y si cada vez que las invasiones de este enemigo externo eran detectadas, las víctimas llegaban a la conclusión de que sus recuerdos eran falsos y los hacían editar? Podía haber mil casos desconocidos de tales ataques, o un millón.

Volvió a oír la tensa y angustiada voz de Helión:

—¡No rechaces mi sugerencia, hijo! ¡Déjame alterar tu mente! Tengo un programa de reconstrucción en espera. Tus falsos recuerdos y creencias se pueden eliminar en un instante. ¡No termines tu vida como Jacinto Séptimo terminó la suya! Te lo ruego, hijo. En nombre de mi amor por ti, te lo ruego.

—No, padre. No cambiaré de opinión. Ni acerca de esto, ni acerca de mi nave, ni acerca de mi sueño. Y, ya que me amas, te pido que me comprendas.

Una pausa. Luego Helión dijo:

—Me temo que sí, mi necio, valiente y amado hijo. Entiendo demasiado bien.

La voz se interrumpió. Faetón volvió a mirar la escena circundante. Reinaba silencio en la cámara. Uno de los votantes había hecho una pausa para hacerle una pregunta.

—Por favor, repite la pregunta —dijo Faetón—. Mi mente estaba… distraída. —Quiso volver la cabeza para mirar a su padre, pero no se atrevió.

Habló Ao Próspero Circe, del aquelarre Encarnación Zooantrópica:

—Ninguna de las consideraciones de mis colegas Exhortadores, si traerás guerra o esperanza, si estás cuerdo o demente, si eres sincero o te engañas a ti mismo, me importa tanto como esta pregunta: ¿por qué escogiste tu nombre?

—¿Qué? ¿Me preguntas por mi nombre?

—Por cierto. Conocer el nombre verdadero de una cosa es tener poder sobre ella. Te pusiste el nombre de Faetón, el hijo del dios del Sol que fue más lejos de lo que podía. En su orgullo y necedad, quiso conducir el carro de su padre, el Sol, por el cielo, pero no pudo dominar los caballos. Voló de aquí para allá, quemando el cielo y la tierra, hasta que todo el mundo reclamó que Júpiter lo destruyera con un rayo. ¿Por qué tomaste el nombre de esta imagen de irresponsabilidad y orgullo?

—Tengo la respuesta a tu pregunta. Conozco la verdad acerca de ese mito. Faetón no incendió el mundo. A fin de cuentas, el mundo todavía existe, ¿verdad? No. Cuando Júpiter vio que un mortal conducía el potente carro del Sol, sintió envidia de que un mero hombre dominara a los divinos corceles de fuego. Júpiter temía que algo saliera mal. En vez de dar al joven la oportunidad de probarse, lo derribó y lo mató durante el despegue. Aun antes que echara a volar. ¿La moraleja? En mi versión, quizá la moraleja es que no debemos dejar que los dioses, o las personas que pretenden ser dioses, se acerquen al lugar donde se guardan los rayos.

La Taumaturga sonrió y se volvió hacia Nabucodonosor.

—Si voto a favor de Faetón, ¿seré la única? Aun así, debo votar a su favor. Es un soñador, y quizá sea un lunático paranoico. Pero su sueño y su locura son mucho más fuertes que nuestra cordura y nuestra verdad.

Así se efectuó el ultimo voto. Nabucodonosor alzó su maza.

—Faetón, ex Radamanto, se han contado los votos. ¿Tienes algo que decir antes que aprobemos la sentencia?

—Sí. No una declaración, sino una pregunta. ¿Crees que tengo razón? Tú personalmente, Nabucodonosor.

—Mi oficio no me obliga a exponer opiniones personales. Este Colegio fue instituido para preservar el espíritu humano, la cordura humana y la dignidad humana frente a tremendos cambios tecnológicos, cambios que podrían abolir fácilmente aquellas cosas que las criaturas vivientes consideráis preciosas. Hay ciertas cosas que los humanos valoran por sí mismas, y sobre ellas la lógica de las máquinas no tiene nada que decir. Es importante que el Colegio de Exhortadores permanezca en manos humanas: es importante que mis opiniones no determinen la decisión final de los Exhortadores.

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