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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (45 page)

BOOK: La Edad De Oro
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El bullicio de la cámara tardó un momento en silenciarse.

—Naturalmente, eres libre de seguir con tus propios asuntos —continuó Nabucodonosor—, como todos los miembros de nuestra sociedad. Pero esa misma libertad permite al Colegio, y a todos los que siguen sus consejos, cortar toda relación contigo, abjurar totalmente de ti, boicotearte a ti y todos tus proyectos. Dicha decisión equivale al exilio y, como ningún hombre aislado puede durar mucho tiempo sin asistencia, a la muerte lenta. Se te ofrece esta oportunidad final de informarnos sobre cualquier hecho, o de conmovernos con cualquier apelación, que pueda paliar nuestra decisión.

Tsychandri-Manyu Tawne se levantó.

—Mis buenos colegas, socios, parciales y auditores —dijo—, todos somos dolorosamente conscientes de las cuestiones de este caso. Cada argumento en pro y en contra se ha analizado y debatido exhaustivamente en los últimos doscientos cincuenta años; se han discutido todos los detalles. Nuestras almas y oídos están hartos de ello. ¿Por qué repetir las deliberaciones de Lakshmi? La comunidad de la Ecumene Dorada no nos reprenderá por avanzar deprisa en este asunto. ¡Todo lo contrario! En todo caso, la Ecumene Dorada siente impaciencia y asombro por nuestra inacción. En consecuencia, hago una propuesta. Nabucodonosor, predice el resultado de esta audiencia. Creo que nadie se sorprenderá de hallar que todos estamos a favor de una sentencia de exilio permanente.

Pero Nabucodonosor no levantó el mazo.

—Leves variaciones en las condiciones iniciales conducen a diversos desenlaces en varias extrapolaciones. En este momento no se puede efectuar una estimación razonable.

De nuevo Faetón sintió una punzada de esperanza. ¿Incertidumbre? Otro señorial Dorado, Guttrick Séptimo Glaine de la Casa Leonada, se levantó de su asiento.

—¿Cómo puede estar en duda el desenlace? ¡Leonado Sofotec predice que se dictaminará un exilio en cualquiera de los casos!

Nabucodonosor habló, y su voz llenó la sala.

—Faetón puede tener noticias sorprendentes acerca de los motivos que lo indujeron a violar el acuerdo de Lakshmi. Los representantes de ciertas Escuelas Taumaturgas, como Fantasma de Hierro y Mente Estacional, pueden reevaluar su posición a partir de este nuevo testimonio. E Ynought Subwon Centurión de la Casa Nuevo Centurión quiere que escuchemos a un invitado.

—¡Por favor! —exclamó Tsychandri-Manyu, que aún estaba de pie—. ¡Esto es insuficiente! ¿Cómo es posible que cambiemos de parecer por las opiniones de dos Taumaturgos y un Gris Oscuro? ¡Tres voces entre ciento tres de nosotros! ¿Qué persona presente apoya honestamente la causa de Faetón?

Asmodeo Bohost de la Casa de Clamor se levantó, apoyando el macizo cuerpo sobre piernas elefantinas.

—¡Oíd! —exclamó—. Las Mansiones Negras dicen que Faetón no debe ser exilado. ¡Más aún, pensamos que deberían coronarlo rey, darle una pensión y erigir un paladión en su honor en la acrópolis! —Sonrió traviesamente—. Al menos, eso es lo que diremos que creemos, hasta que la Casa de Tawne se siente. ¡Vamos, Tsychandri! Todos sabemos cómo resultará esto, ¿verdad? Eso no significa que no debamos disfrutar del espectáculo. Mis colegas y yo queremos dar a Faetón una oportunidad de implorar y revolcarse.

Una incómoda risa resonó en la sala.

Se levantó Ao Próspero Circe, del aquelarre Encarnación Zooantrópica de la Escuela de la Mente Estacional. Estaba representada como una emperatriz viuda china con túnica amarilla, una toca de perlas negras y penacho, y una conducta de la más grave dignidad.

—Las verdades con frecuencia se disfrazan de bromas. Es una mimesis protectora que necesitan para sobrevivir. Y saltan de la boca de gordos imbéciles porque nadie más tiene la sabiduría de expresarlas. Soy una de las dos voces que Nabucodonosor considera indecisas. Mis doce mentes ansían oír el testimonio que podría desviarnos de lo que a mi juicio es una conclusión firme. Mi mente Perro jadea y le ladra a la luna; mi mente Lobo huele sangre; y sin embargo Venado es cauteloso, y Serpiente guarda silencio. Estos presagios son turbios. Que Faetón tenga, al menos, una oportunidad de apelar. Si la rechaza, que caiga sobre su cabeza. Pero nosotros, al ofrecerla, hacemos lo que requiere o necesita ese tirano sádico que llamamos conciencia.

Un programa de organización lateral de segundo rango del control de tráfico de pensamiento de la Composición Armoniosa se levantó, vestido de escribiente londinense. Cogió el sombrero con las manos y se tocó el rizo de la frente antes de hablar.

—El bien común requiere que el Colegio recuerde que su tarea no consiste meramente en condenar lo que es digno de condenación sino en instar a la virtud a los que son dignos de esperanza. ¿No deberíamos, ante todo, suplicar a Faetón que cambie de parecer?

Hubo un murmullo general de asentimiento. Nabucodonosor tocó la punta de su maza, como si fuera un martillo, para indicar el consentimiento del Colegio. Ante esa señal, la reproducción de Sócrates, quien era Maestro del Colegio en el aspecto mítico, se levantó para hablar.

—Sabéis que mi entendimiento de estos asuntos es limitado —ironizó—. Con frecuencia en lugares de la ciudad, en las calles y mercados, y sobre todo en casa de los ricos, que son hombres importantes a quienes muchos prestan gran atención, oímos hablar de ley y justicia, de lo que se debería hacer y de lo que no se debería hacer. Sé poco de estos asuntos, pues aunque muchas personas hablan de ellos, con frecuencia discrepan en lo que dicen, y un hombre no usa las palabras dos veces del mismo modo, sino que cambia de opinión según sea doncella o anciano, o esté en el ardor de la pasión u otra circunstancia. La justicia, como creo que todos sabemos, consiste en que cada hombre cumpla su deber, que es lo que el estado requiere de él. Ahora bien, Faetón, tú respetas a tu padre, ¿verdad?

Faetón no distinguía si la pregunta iba en serio. ¿Cómo se suponía que debía responder?

—Incuestionablemente, Sócrates. Amo a mi padre, y lo respeto más de lo que puedo expresar.

—Ah. Y ello es así porque él te trajo a este mundo, y te sostuvo durante la infancia y, en suma, hizo todo lo necesario para darte la vida, ¿verdad?

—Por cierto, Sócrates.

—¿Qué debes entonces al estado, que no sólo te trajo al mundo, y trajo a tu padre y todos tus antepasados, sino que también te alimentó, te enseñó el lenguaje y las letras, cultivó los alimentos para nutrirte, tejió las ropas para vestirte y, en suma, os brindó a ti y a todos los que conoces los dones que necesitabais, no sólo para vivir bien, sino ante todo para vivir? ¿Acaso el estado no merece tanto respeto como tu padre? ¿Respeto y obediencia? Supongamos que murieras y te convirtieras en una mera sombra, o recuerdo, pero que tu familia y tus padres, y toda la sociedad, tuvieran el poder de devolverte a la vida. Si has descuidado los deberes que te impone la sociedad, ¿por qué la sociedad debería preocuparse por ti? La sociedad sólo existe porque los hombres dejan de lado sus inclinaciones naturales y escuchan las órdenes del deber. ¿Afirmarás que es deber de la sociedad defender tu vida y sostenerla? ¿Por qué? Tú, al desobedecer, has hecho todo lo posible para socavar y destruir el concepto mismo de deber. ¿Cómo puedes invocar el espíritu del deber en tu defensa, cuando has hecho todo lo que podías para tratar de destruir ese espíritu?

—Pero yo no he invocado nada —replicó Faetón—. No pido, no suplico, no apelo. ¡Escuchadme, Exhortadores! —Faetón giró a izquierda y derecha, estudiando los muchos rostros—. Lo que me propongo hacer no necesita disculpas ni excusas. Vosotros alegáis que defendéis un modo de vida, pero lo que yo defiendo es la vida misma. Nuestra civilización debe expandirse; sin expansión, la vida se detiene. Atrapados en un pequeño sistema solar, estamos apresados, y somos seres ignorantes, provincianos, vulnerables y solitarios. ¡Mirad fuera! Las estrellas circundantes están desiertas. Yo plantaré jardines. El espacio está vacío. Yo levantaré ciudades. Rocas estériles y áridas nubes de polvo recorren órbitas ciegas. Yo transformaré atmósferas ponzoñosas en cielos azules adecuados para los hombres, derramaré océanos en yermos secos, traeré nueva vida. ¡Transformaré esas rocas en mundos! ¡Exhortadores! ¡Escuchad, por una vez, una voz que no sea la vuestra! Nuestra civilización es bella como una novia. Es hora de que dé nacimiento a colonias y alumbre nuevas civilizaciones a su imagen y semejanza.

Un augur de la mente colectiva Fantasma de Hierro de los Taumaturgos exclamó:

—¡No obstante, cuando esta novia llora y te pide que desistas, ignoras su triste llanto! ¡Esto es crueldad en un amante, y mucho más en alguien que alardea de amar tanto a la Ecumene Dorada! ¡Tanto que mueves cielo y tierra para alejarte de sus abrazos!

Intervino el maestro Emphyrio, un personaje antiguo y ficticio.

—Oye, oh Sócrates —dijo, y el libro que tenía en el regazo amplificó su voz—. Los que ansían destruir el coraje, la libertad y la innovación siempre usan el deber como grito de batalla. Lo cierto es que Faetón no es un esclavo, ni una criatura de tan escasa valía que merezca morir cuando esa muerte complazca los caprichos de sus amos. —Y continuó con voz vibrante—: ¡Exhortadores! No guerreemos entre nosotros. Faetón conoce alegrías y pesares, dolor y levedad del corazón, igual que nosotros. Es un hombre como nosotros. ¿Acaso no deseamos todos hacer lo que ha hecho Faetón? ¿Abrazar la grandeza, triunfar sobre los elementos de la naturaleza, y anhelar nuevas conquistas? Os digo, compañeros, es innegable que un día nuestra raza deberá vivir bajo la luz de otros soles.

Miradas de sorpresa y duda chispearon de un banco al otro. Resbalaron susurros por las paredes. Se hizo un abrupto silencio cuando Neo Orfeo habló con voz de hielo:

—Hemos oído tesis y antítesis de Sócrates y Emphyrio. Ofreceré una síntesis. Ambos maestros están en lo cierto, pero sólo parcialmente. Faetón tiene el deber de respetar nuestras opiniones, pero no es un esclavo y es libre de ignorarnos. Tal como nosotros somos libres de ignorarlo a él, si eso escoge. Quizás un día la humanidad se vea obligada a emprender el peligroso experimento de la colonización estelar, sí. Pero ahora no es el momento. Y Faetón no es el hombre. ¿Acaso no ha intentado dos veces delitos violentos contra Estrella Vespertina Sofotec? Su carácter es inestable, violento e inadecuado para engendrar mundos de razas forjadas con su molde.

—Coincido —dijo Quentem-Quinteneur de la Mansión Amarillo, un aliado de Tsychandri-Manyu—. Amarillo Sofotec me dice que nuestro Sol, gracias a los esfuerzos de Helión, está muy lejos de agotarse. Tampoco existe presión demográfica ni disminución de los recursos… ni intolerancia, persecución o estrangulación de oportunidades, ni ninguna otra razón obligatoria para emprender un proyecto tan grande.

Los representantes de las mentes colectivas Armoniosa y Caritativa se levantaron y hablaron al unísono:

—Cuando asistimos a esta audiencia, estábamos convencidos de que Faetón era egoísta. Las apariencias indican que es un ególatra desalmado y cruel que procura pisotear los cadáveres de otros para regodearse en su fatua obsesión. Pero, por un elevado sentido de la compasión, y por la voluntad de servir aun a los más indignos, estábamos dispuestos a concebir la noción de que era posible, apenas posible, que él asumiera esta apariencia por un motivo que ninguna mente racional puede comprender, y secretamente estuviera motivado por la creencia sincera, aunque espantosamente errónea, de que beneficia a la humanidad. Ahora le hemos oído hablar, y nuestra tolerancia es recompensada, pues vemos que Faetón cree que lo que hace beneficiará a la humanidad y propagará nuestra civilización, que él afirma amar. ¡Magnífico descubrimiento! Este conflicto se puede resolver sin más trámite.

Los representantes de las mentes colectivas se inclinaron hacia Faetón.

—Faetón, te agradecemos, pero ni nosotros ni el resto de la humanidad requerimos tus servicios. La humanidad rechaza tu proyecto. La civilización no proclama su intención ni su deseo de expandirse. En nombre de toda la humanidad, decimos gracias por nada. ¿Está claro? Así que cesa en tus esfuerzos, u olvida la farsa de que actúas en beneficio de nadie que no seas tú.

Faetón sintió morir la escasa esperanza que tenía. Se preguntó si debía sentarse, pero las palabras salieron de él con una firmeza que lo sorprendió:

—Mis esfuerzos no cejarán mientras me quede un segundo de vida. Vosotros sois muchos, y yo estoy solo. Pero puedo hablar en nombre del espíritu humano con una voz igual a la vuestra. La verdad no es menos verdadera si es conocida por pocos. Y nunca han sido masas ni muchedumbres las que forjaron el destino, sino individuos visionarios e innovadores, que son despreciados y aislados por las mismas masas que tanto se benefician de su trabajo. Pero ese beneficio es un efecto lateral de nuestra labor solitaria, no su propósito principal. Haré lo que deba hacer aunque nadie se beneficie con ello. Concretaré mi sueño, sin importar el coste, sin importar la pérdida. Lo haré porque mi sueño es sensato y verdadero, bello y atinado.

Se hizo silencio en la cámara. Algunos Exhortadores miraron con inquietud a Nabucodonosor Sofotec, pero nadie le pidió opinión. Nadie parecía dispuesto a hablar. Los ojos de Helión brillaban de orgullo.

Ynought Subwon de la Mansión Nuevo Centurión, Escuela Gris Oscuro, se levantó para hablar.

—Ánimo, Faetón. No estás solo. —Se volvió hacia la tarima. Siendo un Gris Oscuro, fue al grano—: Maestros, tengo un invitado que hablará en nombre de Faetón. Si la gente nos considera injustos, el Colegio pierde poder. En consecuencia, debemos escuchar.

Tsychandri-Manyu Tawne de las Mansiones Doradas alzó el meñique.

—Perdemos tiempo con esto. Que mi objeción conste en acta.

Nabucodonosor asintió.

—Sin más objeciones, así se procederá. Por favor, Ynought, preséntalo.

—Helo aquí —dijo Ynought.

Las puertas principales se abrieron y cerraron. En vano, porque la persona que entró atravesó las puertas como un fantasma, arruinando la ilusión. Flotaba en vez de caminar.

Era blanca y negra, de forma masculina. Su contorno era difuso, y la atravesaban destellos trémulos. El equilibrio de la percepción profunda estaba desactivado, así que por momentos la figura parecía grande y cercana, y por momentos diminuta y lejana. El atuendo sombrío del personaje blanquinegro era difícil de ver al principio. Llevaba un yelmo de la Edad de Bronce, con un penacho de cola de caballo. Una capa larga lo cubría como una niebla negra, atravesando el suelo, oscureciendo los demás detalles. De la mano derecha salían dos líneas delgadas e insustanciales, borrosas y oscilantes. Se tardaba un momento en comprender que eran dos lanzas de fresno.

BOOK: La Edad De Oro
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