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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (47 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—Qué fácil es decir que una sola muerte es un precio pequeño… —comentó Asmodeo Bohost con voz estentórea y broncínea—, sobre todo si no es la propia.

—Cuando una vida se extingue —dijo Tsychandri-Manyu Tawne con solemnidad—, es una tragedia tan grande como si terminara todo el universo. Pues, desde el punto de vista de quien muere, todo llega a su fin.

—Ninguna vida se puede sacrificar sólo para el uso y placer de la totalidad —dijo Gannis con altanero desdén—. ¡No somos una sociedad de caníbales!

—¿Ninguna vida? ¿Ni una? —preguntó Diomedes.

—¡Ni siquiera un solo, único individuo! —replicó Gannis.

Diomedes volvió su yelmo de sombras hacia Gannis.

—Me alegra que lo digas. Supongo que esta doctrina también se aplica a Faetón. Él es el solo y único individuo, entre todos vosotros, que yo no querría ver sacrificado.

Nabucodonosor se volvió hacia Gannis.

—Gannis Cien Mentes, es mi obligación advertirte que debes abstenerte de votar sobre este asunto. Este proceso se transmite a tus votantes del sistema joviano. Si votas por el exilio de Faetón, pocos jovianos te respaldarán, considerando que tu motivación es la hipocresía. Recuerda que los jovianos aún se consideran una sociedad de pioneros individualistas, y muchos de tus simpatizantes tienen lazos con los proyectos espaciales de Neptuno y Saturno. Todo lo que dijo Diomedes los convencerá.

Gannis se sentó, pero no parecía malhumorado.

—No votaré, pero seguiré oponiéndome a la propuesta de Faetón. Y, al margen de quien lo respalde, su nave no podrá construirse sin mi metal.

—La
Fénix Exultante
será construida —dijo Diomedes—. Quizá más pequeña de lo que se pensaba, o quizá con un blindaje más delgado… pero tú, Gannis, no te interpondrás entre Faetón y su sueño. Nada lo detendrá… —Y repitió en tono triunfal—: Nada lo detendrá.

Pero, aun mientras decía esto, su imagen comenzó a petrificarse y a sufrir espasmos mientras su voz se distorsionaba. La imagen se colapso y fue reemplazada por una ventana bidimensional, con líneas silenciosas de texto que repetían las últimas palabras de Diomedes.

—Nada lo detendrá. ¡Asmodeo! Me alegraría aceptar tu oferta, pero me temo que ya no tengo un pie para saltar. Mi nombre será cambiado a tu gusto o capricho. No puedo costearme dignidad. No puedo costear el mantenimiento de mi nombre…

Faetón, que ansiaba preguntarle a Diomedes por la identidad e historia de Jenofonte, vio que no tendría esa oportunidad. Ni tendría la oportunidad de intercambiar unas palabras personales con su amigo.

Un miembro de la Composición Caritativa se levantó y extendió las palmas, el gesto para indicar que estaba abriendo nuevos canales de su pertenencia, o aportando tiempo informático.

La ventana que representaba a Diomedes se apagó.

—Estamos enviando el parcial de Diomedes a su punto de origen en el espacio neptuniano —dijo la Composición Caritativa—. La merma de nuestros recursos es significativa.

—Yo aportaré doce segundos —dijo Helión.

Gannis cabeceó y alzó cuatro dedos.

Los demás Exhortadores murmuraron aprobatoriamente, y cada cual aportó tiempo de energía. Ese centenar de personas podía financiar fácilmente el retorno de Diomedes Parcial a su mente parental, y algunos miembros de las mansiones Blanca y Roja añadieron software y rutinas personalizadas como regalos de despedida, de modo que el parcial regresaría con más riqueza de la que se había gastado para llevarlo allí.

Estos actos de generosidad y amabilidad intrigaron a Faetón. Quizás Helión tuviera razón, a pesar de todo. Los Exhortadores eran gente de conciencia y buena voluntad. Quizá no pudieran dejar a Faetón libre de castigo sin comprometer su reputación. Pero, tras oír a Diomedes, sin duda impondrían sólo una sentencia leve.

—Miembros del Colegio —dijo Gannis—, ahora vemos que el peligro que plantea Faetón es mayor de lo que suponíamos. No sólo existe una amenaza de guerra interestelar sino que ahora hay inquietud en las zonas más distantes de la Ecumene. Todos sabemos cuan difícil es para los sofotecs ejercer sus facultades policiales entre esos fríos y distantes neptunianos. En secreto sospechamos a qué horrendos usos, sueños de tortura, prostitución infantil y cosas peores, los duquefríos someten esa «intimidad» de la que están tan enamorados. Con la capacidad de modelar el pensamiento y la memoria según cualquier capricho perverso, sólo la imaginación más grosera puede concebir lo que hacen los eremitas neptunianos en la solitaria oscuridad de sus remotas y heladas fortalezas. ¡Debemos usar todos los medios disponibles para garantizar no sólo que Faetón sea expulsado para morir de hambre, sino que no encuentre manera de comunicarse con sus repulsivos aliados, estos neptunianos que él ha agitado y perturbado con sus extrañas prédicas!

—Eso no sería difícil de arreglar —dijo un miembro de la Composición Caritativa—. Los láseres orbitales de comunicación de gran alcance sólo pertenecen a dos o tres empresas, y algunos magnates de las ciudades anulares. La mayoría han firmado acuerdos de exhortación.

—Gannis de Júpiter tiene y tienen razón —dijo Tsychandri-Manyu—. Debemos hacer algo más que desterrar a Faetón; debemos tomar medidas para asegurarnos de que no encuentre ayuda entre quienes no escuchan nuestro sabio consejo; neptunianos, desviados, libertinos mentales y demás. Recomiendo una prohibición total sobre cualquier forma de comunicación o uso de la Mentalidad, para que nadie pueda enviarle siquiera una llamada telefónica, a menos que tienda sus propios cables. Nadie le escribirá una carta, a menos que la lleve personalmente.

—¡Y cultive el árbol, y extraiga la pulpa para el papel y críe el ganso para arrancarle la pluma que afilará para escribir! —dijo Asmodeo Bohost.

Un miembro de la Composición Caritativa se puso de pie.

—El cuerpo de Faetón está almacenado a bordo de un segmento de la ciudad anular que nos pertenece. El agua, el aire y el espacio cúbico nos pertenecen. No se le permitirá comprar nada de esto.

—Con el consejo de los sofotecs —observó Neo Orfeo—, podremos anticipar y burlar cualquier maniobra de Faetón para sortear nuestras restricciones.

—La
Fénix Exultante
todavía está en el espacio submercurial —dijo Tau Continuo Albión de la escuela señorial Blanca—. Aunque Faetón, mediante un truco, obtuviera la propiedad legal de esa nave, ¿quién lo trasladará hasta ella? ¿Quién transmitirá la señal para que él la llame a la Tierra? No puede llegar a Mercurio aleteando con los brazos.

Tsychandri-Manyu Tawne se puso de pie.

—Una vez más plantearé la pregunta. ¿Hay alguien que vea más necesidad de deliberar?

Helión se puso de pie.

—Esperad.

Se hizo silencio en la cámara.

20 - El exilio

Por el rabillo del ojo, Faetón vio que Gannis se inclinaba hacia delante con gran interés mientras Helión se disponía a hablar. Todos los miembros de la Composición Caritativa tenían la misma expresión de cautela alerta. Aunque Ao Aoen no era miembro del Colegio, ocupaba un asiento en el banco de visitantes, cerca del fondo de la sección de los Taumaturgos; la luz de las ventanas resplandecía sobre las escamas de serpiente de su capa y sumía en las sombras su rostro encapuchado; pero algo en la postura de los hombros delataba su tensión.

¿Helión hablaría a favor de Faetón? En tal caso, quizá los Pares expulsaran a Helión y deshicieran, de un solo golpe, todo el trabajo que Helión había hecho durante incontables años para elevarse a esa alta posición.
Por favor, padre, no lo hagas,
pensó Faetón.

Su propia ansiedad le hizo sonreír. Las perspectivas de Faetón eran mucho más nefastas que lo peor que pudiera ocurrirle a Helión. Era irónico que a esas alturas se preocupara por su padre, pero era así.

Esa preocupación, sin embargo, eran innecesaria. Helión no hizo ninguna declaración controvertida ni excepcional. Sólo dijo:

—Maestros y caballeros del Colegio, presento a un invitado que tiene información significativa para exponer.

Se oyeron pasos que se acercaban a las puertas de la cámara. Faetón irguió la oreja. Había algo extraño en el sonido, algo que no podía definir. Quizá fuera la claridad y nitidez de los ecos y la acústica.

La aldaba crujió, las bisagras chirriaron y las puertas dobles se abrieron. La textura de la luz cambió en el piso de madera cuando reflejos de la antecámara entraron en la sala. Había un hombre en el quicio de la puerta.

Tenía un rostro angosto y ascético y penetrantes ojos grises que le daban un aire de lúcida inteligencia.

Cada detalle de la imagen era perfecto. Se veían las hebras de la tela de su capa de Inverness; se veía el modo en que cada cabello ensortijado escapaba de la gorra de cazador de venados; se veían las pecas del dorso de las manos, los terrones diminutos que salpicaban el talón de la bota izquierda. Sonido y visión, textura, color y presencia, todo era perfecto.

Poco a poco Faetón vio más detalles. Un leve aroma de tabaco perfumaba el tweed de la capa. El hilo de un botón de la chaqueta no concordaba con los demás. La barba estaba más crecida a la izquierda que a la derecha, como si esa mañana se hubiera rasurado con una navaja, quizá favoreciendo la mejilla que estaba del lado de la ventana.

La riqueza de detalles era notable. Los Exhortadores susurraban y bizqueaban, tratando de adivinar a quién representaba esa autoimagen costosa y detallada.

El hombre de ojos grises se quitó la gorra y saludó con un cabeceo.

—Salve, miembros del Colegio —dijo con acento seco y nasal—. Mi nombre es Sabueso Sofotec.

Desde luego. Ninguna autoimagen ejecutada por humanos podía ser tan exhaustiva en los detalles.

—Quizá no hayáis oído hablar de mí —continuó Sabueso—. Fui creado hace quince minutos de vuestro tiempo para investigar ciertas irregularidades relacionadas con la decisión de Faetón de abrir su cofre de memoria. Debo mencionar que esta decisión fue totalmente inesperada, aun para la supermente Oriente, que en ese momento ejecutaba un modelo predictivo de la conducta de Faetón.

Otro susurro de asombro recorrió la cámara. Aun Nabucodonosor parecía sorprendido. La supermente Oriente pertenecía a la Enéada, los nueve superintelectos comunitarios que los sofotecs creaban fusionándose entre sí. ¿Por qué una mente tan elevada dentro de la Mente Terráquea estaría preocupada?

—Sólo un impacto tremendo —dijo Sabueso— o una presunta amenaza contra su vida o la vida de sus seres queridos podía, en nuestra opinión, haber urgido a Faetón a actuar de esa manera insólita. Sospechamos que se ha cometido un crimen.

Un nuevo murmullo recorrió la cámara, esta vez más clamoroso. Emphyrio habló, y el libro de su regazo amplificó su voz:

—¿Te refieres a un delito, una violencia surgida de la pasión, no un mero fraude ni una travesura juvenil?

—Las pruebas son escasas —dijo Sabueso—, pero las sugerencias son chocantes. Sospechamos intento de homicidio, corrupción y violación mental.

Jadeos de asombro y temor se oyeron en varios puntos de la cámara. Helión escrutaba a Faetón como si nunca lo hubiera visto.

—Cuando dices «nosotros» —preguntó Neo Orfeo—, ¿quieres decir que formas parte de los alguaciles?

Sabueso sonrió. —No. Los sofotecs preferimos no ejercer funciones policiales, militares o gubernamentales. Sin embargo, he trabajado en estrecha colaboración con el comisionado de alguaciles en este caso, en calidad de asesor. Puedes considerarme un detective consultor.

—Con todo respeto —intervino Tsychandri-Manyu Tawne de la casa Tawne—, todo esto es muy interesante, pero… ¿qué tiene que ver con nosotros?

Sabueso enarcó las cejas y miró a Tsychandri-Manyu con ojos acerados.

—Los Exhortadores sois famosos por vuestro espíritu público. Estaba seguro de que estaríais ansiosos de colaborar en este asunto.

Helión tocó el hombro de Agamenón XIV, arconte de la casa de Minos. Agamenón se puso de pie.

—Dignatarios y notables del Colegio, aún no hemos preguntado a Faetón por qué abrió el cofre prohibido. Nuestra decisión no puede ser fundamentada ni justa sin este dato.

—¡Por favor! —resopló Tsychandri-Manyu—. ¡Esto es irrelevante!

Pero miró a izquierda y derecha al hablar, y vio los rostros que lo rodeaban. Algo estaba cambiando en el estado de ánimo de los presentes. Tsychandri-Manyu tenía instinto de político, y sabía cuándo no oponerse a las emociones del grupo. Se sentó.

Agamenón habló, fingiendo que respondía a Tsychandri-Manyu, aunque en realidad interpelaba a toda la cámara.

—¿De veras es irrelevante? Creo que la cuestión es crucial. ¿Un crimen o episodio violento impulsó la acción de Faetón? Reflexionemos: si alguien está amnésico y sufre el único intento de homicidio en muchos siglos, llegará a la conclusión de que el crimen fue motivado por algo, o explicado por algo, de su pasado olvidado. ¿Quién de nosotros, si el horror y la emergencia lo apremiaran, no se adueñaría de todos los recuerdos, de cada información que pudiera ser útil para eludir el desastre? ¡Notables del Colegio! Si Faetón abrió esa caja para averiguar el secreto de un ataque, un ataque real, tanto la prudencia como el deber le exigían abrirla. No podemos castigar a un hombre por hacer lo que el deber exige. Eso haría de nuestro Colegio una burla. ¡No olvidéis cuan tenue es el poder de los Exhortadores! Una decisión errada, un notorio acto de necedad, y el respeto público que constituye el fundamento de lo que somos se desmoronará. ¿Acaso no hemos hecho peligrar ya la fe pública en nosotros con este asunto?

«Los miembros de mi electorado (y todos sabemos que un Gris Plata es quisquilloso en cuestiones de ley y tradición) no respaldarían un boicot para castigar a Faetón por hacer lo que cualquier hombre razonable habría tenido que hacer en sus circunstancias. ¿Comprendéis que hablamos de la posibilidad de que alguien haya intentado un homicidio en nuestra sociedad? ¡Un homicidio! ¡Un intento deliberado, por parte de un ser inteligente, de finiquitar la consciencia de otro! Caballeros, si la sospecha es atinada, todo lo demás palidece en comparación. Me gustaría pedir una votación sobre este asunto: si Faetón fue atacado, ¿su reacción no es justificable?

Pero Gannis (que era un político menos astuto que Tsychandri-Manyu) se inclinó hacia delante, echando una mirada a los presentes.

—¿Es Helión el que habla? Parece Agamenón, pero suena como otra persona. Todos sentimos el mayor respeto por Helión, en el momento, y esperamos honrarle más en los meses venideros. Sería una vergüenza que se cuestionara la pureza de sus motivaciones.

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