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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (50 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—¿Por qué te opusiste, entonces, al acuerdo de Lakshmi?

—Ese acuerdo se redactó con premura y ligereza. El Colegio procura urgir al público a evitar el abuso autodestructivo de nuestra tecnología, y aislar a quienes no se atienen a pautas de conducta decente. Al dictar sentencia contra ti, el Colegio puede haber excedido los límites de su mandato. No existe para impedir la guerra sino para impedir la corrupción. El brazo militar de la Ecumene Dorada, el hombre que conoces como Atkins, tiene la función de impedir la guerra. Tú no parecías corrupto, y para detenerte la Ecumene Dorada debió someterse a la mayor amnesia colectiva de la historia documentada. Esto también demostró ligereza.

«Quizá no seas consciente de la inquietud y la ira que provocaste al abrir tu caja de memoria, Faetón. La memoria del público también se abrió. Se habían olvidado negocios, amoríos, conversaciones, obras de arte y proyectos de trabajo, pues estaban estrechamente relacionados con tu famoso proyecto. Y todo esto volvió como un torrente, y la gente comprendió a cuánto había renunciado al dejarse convencer por los Exhortadores. Demasiadas cosas. En Lakshmi, este peligro fue previsto y aceptado, arriesgando el prestigio de este Colegio de un modo que yo jamás habría aconsejado. ¿La ganancia compensó el riesgo? No lo diré. La opinión humana debe gozar de un amplio margen en cuestiones que atañen al espíritu humano.

—No has respondido —dijo Faetón—. Construí una nave para conquistar las estrellas. ¿Es atinado?

—Con el tiempo —dijo Nabucodonosor con gravedad—, la raza humana debe emigrar y propagarse. Es un estado natural de las cosas vivientes. En Lakshmi, yo pensaba que tenías razón. Ahora no lo sé. Recurres a la violencia más rápidamente que otros señoriales cuando estás bajo tensión; lo has hecho dos veces, tratando de robar a Dafne de su ataúd. El registro muestra que has falsificado tus propios recuerdos con miras a intentar un fraude contra este Colegio. Alguien debería engendrar más razas humanas entre las estrellas, pero para ser buen padre se requiere honestidad y paciencia, cualidades de las que pareces carecer. Quizá yo no coincida con la decisión del Colegio en este caso, pero el juicio que ha emitido no es irracional, dados estos hechos, y no hablaré públicamente contra ellos. No puedo respaldarte. No puedo ayudarte. Nadie puede ayudarte. Aconsejaremos al público que se abstenga total y definitivamente de todo trato contigo, incluida la venta de necesidades básicas, como alimento, agua, aire y tiempo informático. Nadie te brindará asistencia, consuelo ni refugio, nadie te venderá ni comprará bienes o servicios, ni te hará donaciones. Esta sentencia no está sujeta a revisión sino que es definitiva y absoluta. Pronuncio pues…

Sabueso estaba junto a Faetón, mirando distraídamente las ventanas, las manos entrelazadas detrás de la espalda, los labios fruncidos como si estuviera enfrascado en un divertido acertijo, balanceándose sobre los talones. Nadie le prestaba atención, así que todos se sorprendieron cuando silbó ásperamente y agitó la mano sobre la cabeza.

—¡Alto, presidente! ¡Tengo una pregunta para el Colegio!

—Estás al borde del desacato —dijo Nabucodonosor—. No apruebo tu decisión de comunicarte conmigo en este momento y lugar, y de esta manera, en vez de comulgar directamente con mi región por medio de la supermente Sureste.

—Aja. Nunca discutas frente a los niños… ¿ésa es la idea? —Se volvió hacia los miembros del Colegio—. Caballeros, tengo un requerimiento simple. Mi investigación del presunto ataque contra Faetón aún no ha concluido. Y quizá tenga algunas preguntas de rutina. Me gustaría preguntarle a él, pero no puedo hacerlo si los términos de su exilio son tan absolutos que ni siquiera puedo llamarlo, ni realizar un examen noético. ¿Me otorgaréis una excepción a la interdicción, por favor, y permitiréis que aún disponga de servicios informáticos, comunicaciones y telepresentaciones?

Faetón miraba a Gannis cuando Sabueso habló. Gannis nunca había podido controlar sus expresiones sin adminículos artificiales, los cuales no tenía en esta escena sometida al protocolo Gris Plata. Así que Faetón vio una mirada de ávida hostilidad en su rostro.

Faetón no tenía una rutina psicométrica en su espacio mental personal, ni estaba entrenado en intuiciones controladas como los Taumaturgos, así que no tenía manera de confirmar su corazonada. Pero tenía una corazonada. Viendo la avidez de Gannis, pensó:
Es uno de ellos.

El enemigo (fuera quien fuese) se alegraría de que Faetón aún tuviera acceso a la Mentalidad. En cuanto se enlazara, en cuanto efectuara una llamada o teleenviara un fantasma, sabrían dónde estaba; en cuanto tuviera acceso al Sueño Medio, un programa trampa (como el que se había asociado con la espada de Scaramouche) podía lanzarlo al Sueño Profundo. Y en Sueño Profundo habría algo parecido a una caja de memoria, pero abierta, y con otro conjunto de recuerdos en su interior, no los suyos. Sería la muerte, o algo peor. Su alma sería consumida y reemplazada.

—Sin duda el Colegio, un cuerpo de espíritu público —dijo Nabucodonosor—, hará todo lo posible para colaborar con una investigación policial, aunque parezca tan rutinaria como ésta. Sin objeciones, así se ordena.

Sabueso se volvió para estrechar la mano de Faetón, susurrando:

—No abandones la lucha, amigo. Si no te hubieran atacado, nunca me habrían creado, así que tengo cierto afecto por ti en mi corazón. Ve a Talaimannar, en Ceilán…

Faetón movió la cabeza, esperando una última palabra, una última mirada de su padre. También quería oír el resto del mensaje de Sabueso, y quería prevenir a Sabueso o alguien sobre Gannis. Pero Nabucodonosor dio un estruendoso mazazo en el suelo, confirmando la sentencia del Colegio de Exhortadores.

Quizá Faetón esperase que imágenes de lacayos o ministriles se lo llevaran de la cámara. Esto habría congeniado con el protocolo Gris Plata, pero ya no lo consideraban Gris Plata. Ya no lo consideraban nada. Ni el hospicio Caritativo ni el servicio local de telepresentación sentían la obligación de seguir tratándolo según las normas de un protocolo.

En cuanto el mazo golpeó el suelo, la escena se desvaneció. Estaba de vuelta en el cofre, desorientado. Sus pensamientos se movían lenta y estúpidamente sin la asistencia de Radamanto. ¿Así se experimentaba un shock?

El líquido salió del cofre, dejando a Faetón entumecido y encorvado en el interior. La rotación gravitatoria se detuvo de golpe, así que su cuerpo quedó aplastado contra los cables médicos y los enchufes del lado izquierdo del cofre. La tapa se abrió con un siseo (cegándolo con luz externa) antes que el centrífugo se detuviera por completo, así que prácticamente fue expulsado.

Aún sentía confusión. Trataba de recordar qué quería decirle a su padre…

Faetón flotaba en caída libre, aferrando el borde del cofre, las piernas extendidas, apuntando hacia la alfombra, pero no hacia «abajo». Sentía la presión en las sienes, la palpitación de la sangre en la cara. Los fluidos corporales se distribuyeron parejamente por todo su cuerpo en vez de bajar hacia los pies.

Un remoto de mantenimiento, con forma de cilindro coronado por brazos extensibles, flotaba cerca de él, sostenido por la tensión de fuerzas magnéticas.

—La Composición Caritativa agradece que hayas sido su cliente, pero ya no desea alquilar este espacio. El contrato de alquiler estándar permite la expulsión instantánea de quienes sufren el ostracismo de los Exhortadores, sin aviso ni publicidad. Si no tomas medidas inmediatas para abandonar nuestras instalaciones, la unidad tiene instrucciones de considerarte un intruso, y de unirse a los alguaciles para expulsarte por la fuerza.

Faetón no reaccionó. Había sabido a qué se arriesgaba, qué significaba el exilio. Pero la realidad vivida resultaba insoportable. Tardó un instante en recobrar el aliento y juntar fuerzas.

Al parecer ese instante fue demasiado largo. El remoto abrió los brazos mecánicos como una araña gigante. Su casco se modificó, presentando los emblemas dorados y azules de la policía.

—Esta unidad ha cargado todo el entrenamiento, los juramentos y la experiencia adecuados, fue inspeccionada por la Academia de Alguaciles en el canal 14, y se ha graduado y obtenido el puesto de sargento del comando municipal. Ahora tengo autorización para usar la fuerza si te resistes. El lugar donde estás no es de tu propiedad. Se te ha pedido cortésmente que te retires.

Era mejor caminar que ser arrastrado.

—Me iré. Me alegra irme…

Faetón activó los impulsores de los codos y las botas. La reacción lo llevó suavemente corredor abajo.

El remoto se interpuso, cerrándole el paso.

—Discúlpame. El aire donde estás, a diferencia del aire de la Tierra, no es un producto natural sino que pertenece a la Composición Caritativa, y el propietario se encarga de mantenerlo. La Composición Caritativa te pide que no arrojes partículas residuales en el corredor del hospicio, ni ensucies el aire con contaminantes.

—Es vapor. Agua caliente —dijo Faetón apretando los dientes. Sabía que no debía permitir que esto lo encolerizara. Pero las máquinas habían sido infaliblemente corteses con él toda su vida. Los dramas históricos siempre mostraban sentencias, ejecuciones o reacondicionamientos penales realizados con grave ceremonia, no con este acoso cruel.

—No obstante, el aire de este corredor no te pertenece, y no puedes arrojar materia sin autorización.

—Como desees.

Faetón pateó la alfombra y se impulsó a mano hasta la cámara estanca del centro del hospicio. A izquierda y derecha vio otros cofres vacíos. Las puertas de los cofres eran como bostezos. Faetón sintió desolación.

—¿Dónde están todos?

No esperaba una respuesta, pero pensó que nada perdía con preguntar. Para su sorpresa, la unidad le respondió:

—Todos los invitados fueron enviados a distancia segura durante la audiencia de investigación, y otros alguaciles abrieron avenidas energéticas y líneas de fuego, de tal manera que, si optabas por resistir, se usaría un poder abrumador contra tu armadura, suficiente para expulsarte a través de las paredes y el escudo hacia el espacio exterior.

En el centro del hospicio, llegó a la puerta de la cámara estanca. No se abrió. No respondía al tacto ni a su orden verbal.

—Creí que querías que me fuera —le dijo a la pared.

—Hay un volante para abrir la puerta manualmente —dijo la pared—. La Composición Caritativa no desea gastar batería para activar los motores de la puerta.

No tenía sentido discutir. El coste energético de abrir una puerta era ínfimo, pero el millonésimo de gramo de antimateria que se necesitaría para contratar el motor que abriría la válvula de la puerta estaba fuera de su alcance. Los acreedores le habían quitado todo.

Y aunque tuviera el dinero, nadie lo aceptaría. Ni siquiera en el obtuso circuito de una puerta.

Faetón se sentía más exhausto (sin estar cansado) que nunca en su larga vida.

Y sólo lo habían exilado unos minutos atrás. Le esperaban años. Abatido, cogió el volante con la mano y lo movió.

Atravesó la cámara y salió al puerto espacial, donde no había aire. El lugar era una ancha esfera, con aberturas al este y al oeste que llevaban a otros segmentos de la ciudad anular. Hacia el nadir había un acceso al ascensor. Faetón vio, por los adornos de oro que rodeaban los edificios del linde, que era uno de los ascensores espaciales más grandes y anticuados, con vehículos del tamaño de almacenes, abarrotado de lujos de la Era Sexta Media, una época de hedonismo y elegancia.

Faetón dirigió una señal de su armadura al remoto.

—Esto es espacio municipal. ¿Puedo usar mis impulsores?

—Como gustes —respondió la unidad.

El vapor que salía de las articulaciones de los brazos no produjo un impulso poderoso, sólo el suficiente para alejarlo unos metros del hospicio. Luego activó los impulsores más potentes, que se hallaban en la espalda y las piernas de la armadura. Delgados haces paralelos de energía lo propulsaron hacia delante.

Atravesó el espacio ingrávido dirigiéndose al linde. No se atrevía a zambullirse; los impulsores no podían sostener su armadura en vuelo en la gravedad terráquea que se producía en los sectores medio y bajo del ascensor espacial. Pero podía usar los mecanismos de impulso igual que antes, para generar un campo magnético que respondiera a las unidades energéticas que bordeaban las paredes internas del ascensor, y poco a poco descender al suelo. Para ello necesitaba reconstruir los circuitos de la armadura que originalmente había usado para ascender. Se ancló cerca del linde con una línea de fuerza magnética y ordenó al traje que se adaptara.

Miró arriba. En ausencia del Sueño Medio, no podía distinguir en qué ascensor estaba, ni a qué lugar de la Tierra descendía. No tenía ningún mapa en la mente. No había señales en un idioma que él pudiera leer, pues ninguno de los signos mentales de las paredes cercanas activaba ninguna reacción en los centros lingüísticos de su cerebro, ya que estaba fuera de la Mentalidad. ¿Quería ir en aquella dirección? No estaba seguro. (¿Tenía siquiera una dirección, cuando no tenía adonde ir? Tampoco estaba seguro.)

Bajó los ojos. Más allá de sus pies vio el vasto pozo del ascensor espacial.

Las ventanas y compuertas de las honduras del ascensor formaban anillos concéntricos de luz, un nivel tras otro, un balcón tras otro, y descendían hasta desaparecer. El gran coche de oro, cristal y marfil del ascensor se aproximó. Tenía el tamaño de un trasatlántico, y era recargado y lujoso. Bajo el domo del techo del coche vio los estanques, formularios y mesas de un restaurante de espectáculos mensales de la Sexta Era.

Faetón sintió tristeza. Le habría gustado quitarse la armadura y descansar, regodeándose en el elegante confort de la Sexta Era hasta llegar a la base de la torre. Por las ventanas veía lino blanco, superficies de material plateado, personas con disfraces festivos tendidas sobre redes, la cabeza coronada por amplificadores de placer. Era extraño pensar que en alguna parte la gente aún celebraba una mascarada; en alguna parte había sonrisas, y jovialidad, y buena compañía.

Le habría agradado incluso ese espantoso vehículo de la Estética No Antropomórfica, modelado como el estómago de un insecto, que había desdeñado en su ascenso.

Pero ya no podía usarlo.

Suponiendo que pudiera llegar al suelo, ¿adónde iría?

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