La Edad De Oro (52 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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De pronto surgió un tercer recuerdo. Recordó por qué estaba en ese cubículo mugriento, esa habitación alquilada. No sólo porque era barata. Estaba cerca de un puerto espacial. Faetón la había alquilado esperando estar nuevamente en marcha antes de finales de diciembre. Quería estar a poca distancia de una dársena para poder navegar de inmediato a la Equilateral de Mercurio, donde aguardaba la
Fénix Exultante. Había
sido para una partida rápida. La amargura le quemó la garganta hasta que se rió.

No había dormido bien, pero al menos algunos de sus viejos recuerdos estaban organizados, de modo que ahora podía recobrarlos.

Cerró los ojos e intentó dormir de nuevo. Soñó que un mundo ardía debajo de él, a gran distancia.

Descansó con sobresaltos. Al fin se levantó, cogió el yelmo, bebió, comió una comida frugal. Luego disolvió su arroyuelo, enrolló su paisaje de musgos, esporas y microorganismos en su capa, desechó la masa excesiva como agua y usó el agua para absorber el calor residual del proceso de nanorreciclaje y arrojarlo como vapor. Su armadura se autolimpió y le cubrió el cuerpo con placas de metal. Se puso un nanomaterial médico en la boca, para limpiarse los dientes y restaurar el equilibrio de su química sanguínea.

Faetón inhaló y cerró los ojos. No tenía una vara de formulación ni circuitos de coordinación funcionales en el mesencéfalo, pero intentó entrar en tres fases de la meditación Taumaturga que había aprendido de Dafne durante un año de descanso que habían compartido. Era tosco, pero sintió que su sistema nervioso, su sistema parasimpático y los circuitos pseudos-orgánicos de los diversos niveles de su mente alcanzaban un equilibrio. Sus ojos estaban más tranquilos cuando los abrió.

Giró y echó un vistazo a su pequeño campamento, revisándolo para cerciorarse de no dejar musgo ni desorden.

Sonrió. ¿Tan mala era una vida de soledad? Su pequeño campamento era tosco y austero, pero así habían vivido sus ancestros en los desiertos prehistóricos.

El descenso por la torre espacial le llevó menos semanas de las que esperaba. Su sueño era irregular; despertaba exhausto. Pero no cejaba. Cuando lo dominaban la melancolía o la desesperación, empleaba técnicas de meditación taumatúrgicas, y usaba su armadura como vara de formulación. La armadura carecía de los mecanismos de realimentación apropiados, pero le permitía perseverar.

En algunos lugares, el descenso era fácil; en otros, encontraba obstáculos. La región de la torre que estaba entre los quince y veinte mil metros era propiedad de un viejo amigo de Helión, un ex alguacil Gris Plata llamado Temer Sexto Lacedemonio. Temer tenía la ambición de ser Par, y no quería aparentar que favorecía a Faetón, así que durante ese tramo Faetón fue hostigado por remotos artillados. No pudo dormir, y apenas pudo detenerse, en el territorio de Temer. Y Temer debía haber evaluado bien la paciencia de Faetón; justo cuando Faetón estaba harto, y extendía la mano para cerrar el visor (para detenerse y descansar, mientras disfrutaba del espectáculo de los remotos arrojando inútiles rayos de aturdimiento contra su armadura invulnerable), en ese momento los remotos de Temer se retiraron y le concedieron unas horas de ansiado descanso. El episodio le causó una desganada satisfacción, y despertó una débil chispa de esperanza. Había límites a lo que el exilio de los Exhortadores podía imponerle, límites sobre los que podía influir.

En otros tramos la marcha era mucho más fácil. Faetón había temido llegar a los segmentos donde no había escaleras, e imaginaba miembros doloridos, fatigados por incesantes horas de descenso extenuante. La realidad fue mucho más grata.

Las escalerillas de mantenimiento bajaban por pozos abruptos. Faetón podía sujetarse mediante un cordel de fibra de diamante hilado con carbono atmosférico. Confeccionó un sistema de poleas, de modo que podía descender mientras dormía, aunque así consumiera más energía de la batería. Programó los guanteletes del traje para desatar y recobrar periódicamente la cuerda, de modo que no perdiera masa de nanomaterial. La mente del traje tenía flexibilidad suficiente para entender la orden de encontrar el próximo montante y hacer nuevos nudos. Así podía dormir con las manos entrelazadas sobre el pecho, seguro como un bebé en su cuna, mientras la armadura descendía por tramos de peldaños. Así bajó muchos kilómetros. Y necesitaba el descanso. Su creciente fatiga mental, la falta de un circuito de autoanálisis, lo obligaban a dormir cada vez más.

La peor sección fue un pozo de mantenimiento sin peldaños, destinado a robots que usaran grapas magnéticas. Quizá tuviera derecho a pedir que lo trasladaran por ese segmento, pues la ley no requería que un intruso se marchara por medios peligrosos o insalubres. Pero su sentido del orgullo o la perseverancia lo instó a seguir.

O quizá su temeridad se originara en ciertos estimulantes de alteración del ánimo que había probado esa semana. Las meditaciones taumatúrgicas eran cada vez menos efectivas, y Faetón estaba experimentando con un tosco sistema noético que intentó construir a partir de los circuitos del yelmo, para ver si podía someterse manualmente a las delicadas integraciones nerviosas de trabajo y sueño que Radamanto había usado para restaurar el equilibrio mental.

Esa mañana su intento de integración de sueño lo había dejado eufórico y excesivamente confiado. Estaba seguro de que podía diseñar un paracaídas con su capa, con suficiente superficie como para aminorar su caída; la armadura era demasiado pesada, y la arrojó por el pozo. La armadura chocó y vibró al caer, cantando como un gong del tamaño de la luna, pero no sufrió una melladura tras esa bajada de dos mil metros. Faetón, en cambio, se raspó contra el costado del pozo, sacó aire de su paracaídas, giró, se recobró, cayó dando tumbos, casi se recobró y se rompió ambas piernas al aterrizar.

Con infinito dolor, buscó su armadura, arrastrando las piernas rotas. Al final la encontró y jadeó la orden de encender el programa médico de emergencia antes de derrumbarse. La armadura le cubrió el cuerpo y lo ciñó. Las nanomáquinas internas ayudaron a los biomecanismos de sus piernas a regenerar el tejido óseo. Permaneció quieto durante horas, aturdido por las drogas mientras su cuerpo se autorreparaba. La construcción especial de sus huesos adaptados al espacio aminoró el proceso, y la mente del traje tuvo que hacer varias conjeturas sobre el procedimiento. (Las rutinas médicas y mentes parciales de la
Fénix Exultante
no estaban disponibles. La armadura era un prodigio de ingeniería, pero no estaba diseñada para operar en solitario.)

Un remoto alguacil revoloteó sobre su cuerpo aturdido, advirtiéndole de que no arrojara objetos peligrosos desde lugares altos si no quería que lo enjuiciaran por negligencia.

El alguacil no intentó ayudarlo. Faetón no tenía seguro, y ningún médico se arriesgaría a unirse a su exilio.

Quedó tendido de espaldas, mirando hacia arriba, intrigado por su propia estupidez, y jurando no tocar más ningún alterador de ánimo. Para un hombre familiarizado con el poder de proyectar su autoimagen al instante a cualquier parte de la Mentalidad, o de telepresentarse en la realidad dondequiera hubiera maniquíes, permanecer inmóvil, clavado en un sitio, impotente, era una tortura. Imaginó un ángel al que le hubieran arrancado las alas.

Ese episodio consumió casi la mitad de su reserva de nanomaterial (que fue absorbido por su cuerpo como constituyentes médicos) y gran parte de las baterías, y le hizo perder medio día de viaje.

El mejor tramo del descenso tenía, para el mantenimiento, sólo un tramo de placas de tracción en un largo tobogán que bajaba en espiral por la circunferencia de la torre en una cuesta abrupta. El metal de las placas estaba atómicamente organizado para permitir un movimiento más fácil en una dirección y velocidad que en la contraria, con variables de resistencia para controlar la aceleración.

Faetón vio la oportunidad de inmediato. Transformó su capa en un trineo con elementos magnéticos que serían activados por los campos de tracción; esa activación calentaría agua almacenada en capilares y venas que generó en su capa; el calor impulsaría una turbina de vapor que generó sobre los hombros; la turbina recargaría sus baterías, mientras el viento enfriaba el agua circulante. La mayor parte de esa nanoconstrucción se podía reciclar.

Cuando llegó al pie del tobogán, sólo había perdido cuatrocientos gramos de nanomaterial no recuperable; pero la batería estaba totalmente recargada.

Disolvió el trineo con una punzada de nostalgia. No había sido una solución elegante. Aun así, Faetón pudo añadir con cierto placer al inventario de recursos y posesiones que había confeccionado días antes: «Energía potencial (posición encima de la Tierra)».

Debajo de cierto punto comenzó a oír en las paredes el crujido y el canto del viento contra los costados de la torre. Aún esperaba encontrar una compuerta o ventana que diera al exterior. Quizá su experimento con el paracaídas saliera mejor si no saltaba dentro de un tubo angosto; por cierto sería más fácil caer diez o doce mil metros que bajar por los peldaños. Pero ninguna ventana interrumpía la soledad de esa escalera penumbrosa.

Pasaron días, semanas y quincenas. Pero incluso ese tiempo aparentemente interminable debía terminar.

Al pie de la torre, la compuerta de mantenimiento daba sobre una explanada.

Se detuvo ante la puerta para cambiar una notación en el diario del traje. Eliminó «energía potencial» como recurso posible, pues al nivel del suelo era cero.

Revisando sus recursos, Faetón reflexionó. En la columna negativa, sin embargo, hizo varias anotaciones: «No tengo padre. Mi padre fue reemplazado por una reliquia que conspiró con otros para abatirme. Debo considerarlo mi enemigo».

Casi esperó que Radamanto apareciera en línea para comentar irónicamente que eso era injusto, pues el padre de Faetón era un individuo más complejo de lo que él describía. No hubo ningún comentario.

«No hay mansión, ni sofotecnología. Estoy limitado a la inteligencia meramente humana. Mis enemigos cuentan con intelectos semejantes a dioses.» Luego, con mayor amargura: «No me quedan vidas de reserva. Mi próxima muerte será definitiva». Y: «No tengo esposa. Mi amada se ha matado, y me dejó un maniquí programado, para burlarse de mí».

Último comentario: «Criaturas alienígenas me persiguen para matarme como un perro, mientras un mundo ignorante, innoble, ciego y apático retoza con alegría y ánimo festivo, y por ley no puede verme morir. Mi localización consta en registros públicos».

No. No, un momento. Faetón borró esa última línea de ideogramas gestálticos. Su localización era secreta, ¿o no? En la columna positiva, consignó que aún estaba en medio de la mascarada. Podía moverse sin ser visto ni detectado.

¿O no? Cualquiera que tuviera acceso a la Mentalidad podía buscar la última posición conocida de Faetón, en la cima de esa torre interminable. No era difícil calcular su velocidad de descenso, y cada vez que había entrado en una zona donde había una orden contra la intrusión, su posición era de conocimiento público. Temer Lacedemonio, por ejemplo, había obstaculizado su avance.

Así que los enemigos estarían esperando. Del otro lado de la puerta. Quizá muy cerca.

Abrió la puerta con un gesto contundente.

Más allá había luz, ruido, el bullicio de las muchedumbres. Faetón pestañeó, cegado por un instante, sin decidirse a entrar en el rectángulo de luz formado por la puerta.

Un ruido agudo estalló en las cercanías, como un disparo, o quizás el crujido de un arma energética de corto alcance. Faetón, seguro de que sus enemigos lo habían encontrado, retrocedió, cubriéndose la cara. Se agazapó en la oscuridad, esperando el dolor. No lo sintió.

Comprendió que sólo había sido un ruido de la multitud que ocupaba la explanada: la bofetada del agua de una fuente, o el ladrido del juguete de un niño. O quizás el crujido de un circuito en una máquina mal cuidada. En un mundo oculto por filtros sensoriales, no había necesidad de atenuar todos los ruidos, ni de mantener todas las máquinas públicas reparadas.

Trató de bajar las manos y enderezarse, pero la sensación le atenazó la garganta durante un largo momento de vergüenza: soledad, autocompasión, miedo, el degradante terror físico de que lo mataran y sufriera la muerte definitiva.

A ello se sumaba la opresión más sutil de saber que no tenía adonde ir: ni hogar, ni refugio, ni amigos. Ningún destino real.

Ese momento pasó. Faetón se irguió con un bufido. Añadió este comentario irónico en la columna negativa: «Me asusto más fácilmente de lo que esperaba».

En su columna positiva, reparó en la descripción de cuánta energía dirigida podía resistir su armadura por centímetro cuadrado. Soltó una risa áspera.

—Buena suerte, asesinos míos —murmuró. Necesitarían una producción energética semejante a una estrella tipo B aun para hacerle un rasguño. Podían volar el planeta en pedazos sin siquiera arañarlo. Aunque lo arrojaran a un pozo de gelatina sin fricción superconductora, sus estructuras ecológicas internas permanecerían intactas durante años.

Pero el enemigo debía de saber todo esto. Estaría preparado. Una carga de antimateria atravesaría su armadura, como atravesaría cualquier estructura atómica normal, pesada o liviana.

Con la ayuda de sofotecs, esos enemigos podían pensar más velozmente que él, anticipar sus maniobras, crear mejores armas, contar con más recursos.

Nadie alzaría una mano para ayudarlo. Nadie más creía que estos enemigos existieran.

En la columna positiva añadió sombríamente, sin la menor sonrisa: «Y sólo yo, en un mundo de hombres engañados y olvidadizos, conozco y recuerdo la verdad sobre este asunto. Amo la verdad más que la felicidad; no descansaré».

Entrecerrando los ojos, salió a la luz.

Aquí termina el libro I, que continuará en el Libro II, Fénix Exultante

DRAMATIS PERSONAE

grouped by nervous system formation (neuroform)

Biochemical Self-Aware Entities

Base neuroform

PHAETHON PRIME of RHADAMANTH, Silver-Gray Manorial School

HELION RELIC of RHADAMANTH, Phaethon’s sire, founder of the Silver-Gray Manorial School, and a peer

DAPHNE TERCIUS SEMI-RHADAMANTH, Phaethon’s wife

GANNIS HUNDRED-MIND GANNIS, Synergistic-Synnoint School, a peer

ATKINS VINGT-ET-UN GENERAL-ISSUE, a soldier Nonstandard neuroforms

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