La esclava de Gor (11 page)

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Authors: John Norman

BOOK: La esclava de Gor
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Clitus Vitellius, mi amo, era un jefe de Ar. Yo suponía que su cargo se lo había confiado Marlenus de Ar, Ubar de la ciudad, para prevenir la inminente alianza entre el Fuerte de Saphronicus y la Confederación de Saleria.

Mi amo había secuestrado a la hija del mercader. En un asalto en el que yo había participado, penetraron en el campamento, raptaron a la chica y se dieron, aparentemente a la fuga, dejando un rastro visible. Los guerreros de la comitiva habían salido en su persecución siguiendo el rastro todavía fresco. Entonces mi amo había vuelto al campamento para coger también la dote y las doncellas de Lady Sabina. Nos encadenaron y nos hicieron caminar en la noche tras los carros en los que habían metido la dote de Lady Sabina. Llegamos hasta un pequeño árbol a menos de un pasang de distancia del campamento. Ataron a Lady Sabina al árbol, vestida con las ropas de compromiso.

Yo había visto que a Lady Sabina le habían bajado los guantes para que la anilla de hierro se ciñera sobre la muñeca. Los secuestradores raramente colocan las cadenas sobre la ropa, por cuestiones de seguridad.

Mi amo había desatado y tirado el degradante pañuelo, que hasta ahora escondía el rostro de Lady Sabina. Ella volvió la cara para que no la viéramos. Pero, para mi placer, mi amo la cogió por el pelo y le hizo girar la cara, exponiéndola ante nuestra vista. Ella se debatió, pero no pudo volver la cabeza. Él la sostuvo ante nosotros dejándonos estudiarla durante todo un ehn. Luego la soltó. Ella sollozaba y nos miraba con enfado, pero ya no intentaba esconder el rostro. Ya no tenía ningún sentido. Mi amo no había visto apropiado tolerar su jugueteo pudoroso, y había desnudado su rostro en público.

Mi amo se detuvo para que ella pudiera verle claramente a la luz de la luna.

—¿Quiénes sois? —musitó. Había depuesto su arrogancia. Estaba asustada.

—Soy tu captor —dijo mi amo.

—Pagaré un gran rescate —dijo ella.

Él le puso el dedo en la barbilla para obligarla a alzar la cabeza. Era una chica muy bonita, de finos rasgos. Tenía un cuello muy hermoso. Tal vez él estaba considerando qué tipo de collar le sentaría mejor. Su cabello era oscuro.

—Sálvame, y tendrás un rescate, guerrero —dijo ella muy asustada. Creo que sabía que miraban su cuello y su rostro como habrían mirado los de una esclava.

Mi amo le quitó la mano de la barbilla.

—Sería una tontería renunciar a mi rescate —dijo ella—. Mi rescate será mucho más elevado que cualquier precio que pudieras obtener por mí en el mercado.

Esto era cierto, sin duda, aunque era una chica muy hermosa.

—Seguramente —continuó ella—, no habrás atacado mi comitiva sólo para llevarte a una esclava.

—No —dijo mi amo—. Por supuesto que también contaba con la dote.

—Claro —dijo ella. Ahora respiraba con más tranquilidad—. Sois bandidos corrientes. Habéis hecho bien, sois muy astutos. Vuestro botín es muy valioso. La dote es de gran riqueza, y el rescate os proporcionará mucho más de lo que habéis robado. Pero devolvedme mis velos y mis sandalias, porque el rescate será menor si se sabe que mi pudor y mi modestia se han visto comprometidos. Tu osadía será nuestro secreto.

—Lady Sabina es muy generosa —dijo mi amo.

—Sólo te pido —dijo ella— que no me dejes caer en manos de la gente de Ar.

—Ah, precisamente ahí reside tu auténtico valor.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella con aprensión.

—Tenemos ante nosotros un largo camino —contestó mi amo—. Debemos movernos entre la espesura y entre los árboles, y a través de los campos. Para tal viaje deberás vestir ropas más apropiadas.

Y entonces, y para su espanto, mi amo desgarró con el cuchillo las ropas de compromiso, hasta dejarla en sus ropas interiores. Entonces rompió las mangas de la túnica que cayeron a los costados colgando de las muñecas.

Luego rompió un trozo del vestido por encima de la cadera. Cuanto más se quejaba ella más le desgarraban las vestiduras.

Ahora tenía tan escasas ropas como Donna, Chanda y Marla. Lehna y yo íbamos desnudas. A ella la había desnudado su ama en el campamento, y a mí el jefe del campamento. Lady Sabina tenía las piernas preciosas. Se debatía atada al árbol sin dejar de llorar.

Mi amo dio un paso hacia atrás para admirar a la chica.

—Creo que éste es un atavío mucho más práctico para viajar a pie que las ropas de compromiso, ¿no estás de acuerdo?

—¡Mis ropas! —dijo ella—. Devuélvemelas.

Ante este comentario le rasgó la túnica por el lado izquierdo hasta la cadera, de forma que podía verse la línea de su pecho izquierdo.

—¿Tienes más objeciones que hacer a tu vestido de viaje? —preguntó él con las manos en los hombros de la chica.

—No —dijo ella.

Él se volvió hacia nosotras haciéndonos un signo para que nos acercáramos. Nos dirigimos hacia él encadenadas.

—Lady Sabina, te darás cuenta —dijo mi amo— de que la primera anilla de la cadena está libre. Ha sido reservada para ti. —Y levantó la anilla abierta.

—Mi rescate será muy alto —musitó ella. Uno de los hombres rió y la chica le miró asustada—. Sólo pido que no me dejéis caer en manos de la gente de Ar.

—¿Puedo presentarme, Lady Sabina? —preguntó mi amo.

—Sí.

Él ajustó la anilla de esclava en su muñeca izquierda.

—Soy Clitus Vitellius.

—¡No! —gritó ella.

Por la forma en que gritó deduje que el nombre de mi amo no era desconocido en este mundo.

—¡No serás el capitán de Ar! —balbució ella.

—Hay muchos capitanes en Ar, Lady Sabina —sonrió mi amo.

Ella apoyó la mejilla en el tronco del árbol.

—Pocos como Clitus Vitellius —dijo.

Yo me sentí orgullosa de mi amo. ¡Qué maravilla ser la esclava de un hombre así!

Ahora Lady Sabina estaba encadenada junto a nosotras.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó.

—Te voy a llevar hasta mi campamento secreto, y una vez allí te marcaré como una esclava. Entonces te llevaremos a la ciudad de Ar y serás vendida en el mercado al mejor postor.

La chica apretó la mejilla contra el árbol y sollozó derramando abundantes lágrimas. A una señal de mi mano, el hombre que había sido su guardián la liberó de las ataduras. Ahora ella estaba a la cabeza de la cadena.

—¿No pediréis un rescate por mí?

—Eres demasiado valiosa políticamente para ser rescatada.

—No me conviertas en esclava, capitán —dijo ella—. Véndeme a la Confederación. Cuando vuelva a ella como mujer libre te proporcionaré inmensas riquezas. Si me devuelves a la Confederación, tú y tus hombres seréis más ricos de lo que nunca habéis soñado.

—¿Me estás pidiendo que traicione a Ar?

—No, capitán —murmuró.

—Considerando tu futuro estado, será mejor que empieces a dirigirte a los hombres libres con el tratamiento de “amo”. La experiencia y la práctica te vendrán muy bien.

—Sí… amo.

—Detrás de ti, Lady Sabina, tienes a la esclava Lehna.

—Sí, amo.

—Esta tarde —dijo él—, la has castigado a tu gusto.

—Sí, amo.

—Dale un látigo a Lehna —dijo mi amo a uno de sus hombres. Lehna recibió un látigo—. Lehna, si Lady Sabina hace cualquier intentona para escapar de la cadena, es tu tarea retenerla.

—Sí, amo —dijo Lehna. Yo no envidiaba la situación de Lady Sabina.

—Siento haberte azotado, Lehna —dijo ella.

Lehna la golpeó salvajemente con el látigo y Lady Sabina gritó de dolor, incrédula ante el escozor del látigo. Supuse que sería la primera vez en su vida que era azotada.

Mi amo se volvió para hablar a sus hombres. Y poco después se alejó entre los árboles seguido de ellos. Uno de los hombres caminaba unos metros detrás de la cadena de esclavas.

—¡En pie, Lady Sabina! —exclamó Lehna. Lady Sabina se levantó de un salto—. A mi señal echarás a andar con el pie izquierdo. Más tarde aprenderás a andar con gracia atada a la cadena. De momento sería mucho esperar de una ignorante.

—Sí, señora —dijo Lady Sabina.

—Comienza a andar con el pie izquierdo cuando dé la señal.

—Sí, señora.

—¡Ahora! —indicó Lehna dándole un golpe. Lady Sabina dejó escapar un grito de desesperación mientras echaba a andar torpemente—. ¡Más deprisa! —Volvió a golpearla.

—Sí, ama.

Todas nos apresuramos, caminando entre las sombras de los árboles bajo la luz de las tres lunas, siguiendo a los hombres, nuestros amos.

—Yo no quiero correr para placer de los hombres —gimió Collar de Esclava.

—Silencio, esclava —la cortó Lehna.

—Sí, ama.

Las chicas de Clitus Vitellius, yo entre ellas, nos alineábamos sobre una raya trazada en el suelo en la villa del Fuerte de Tabuk. Los jóvenes de la ciudad nos miraban con placer. Todas éramos chicas bonitas y vivaces, y lo que era más excitante, éramos esclavas. No todos los días veían correr a las chicas de un guerrero. Nuestro cautiverio significaba que cuando nos capturaran seríamos maravillosas con ellos.

Hubo una discusión acerca de las leyes de la caza. También se corrieron apuestas. Algunos de los jóvenes se aproximaron para vernos de cerca.

—¡Oh! —exclamó Collar de Esclava. Uno de los hombres le había puesto la mano en la pierna.

—Buena mercancía —dijo un joven.

—Sí —confirmó otro.

Otro de los jóvenes me puso las manos encima. Yo intenté retirarme un poco, pero no me resistí demasiado. Era una esclava y no deseaba que me azotara.

Marla estaba al otro lado de Donna, con la cabeza bien alta, fingiendo ignorar las caricias de los hombres.

Miré a Collar de Esclava y vi que estaba llorando con la cabeza entre las manos mientras dos hombres apreciaban su cuerpo con la vista y con las manos, con la misma inocencia con la que hubieran examinado a cualquier animal doméstico.

Volví la vista hacia las hogueras, donde mi amo se sentaba con hombres de la villa, Thurnus, los jefes de casta y los amos del ganado entre ellos.

Me estremecí de placer mirando a Clitus Vitellius. Pero él estaba hablando con Thurnus y no me advirtió. Era el tipo de hombre que siempre imponía su voluntad a las mujeres, incluso a las mujeres libres. No discutía con ellas, ni utilizaba la persuasión o la negociación, sino que entendía que una mujer debía someterse igual que una esclava. Era muy simple: la mujer había de estar sometida a él, totalmente, igual que si fuera una esclava atada en una cadena. Incluso en una relación, él tenía que ser el amo. Y ninguna mujer que no entendiera esto podía ser aceptada.

Había oído que su collar era uno de los más deseados en Ar.

Cuando mi amo caminaba por las calles las mujeres libres solían arrojarse a sus pies rasgando sus velos y suplicando llevar su collar.

La propia libertad es un bajo precio a pagar, murmuraban entre ellas algunas mujeres de alta cuna, por llevar diez días el collar de Clitus Vitellius.

—¡Listas para correr, esclavas! —dijo un campesino.

Miré a mi amo. El calor que sentía en los muslos me impelía a correr hacia él, pero no me atreví a alejarme de la línea.

Esa mañana Thurnus me había poseído, y ninguno habíamos quedado satisfechos.

Pasé la tarde sintiendo la tristeza de una esclava.

Clitus Vitellius, a pesar de los deseos de las mujeres de Ar, nunca había tomado compañera.

—Cuando baje la antorcha —dijo un campesino levantando una antorcha encendida—, echaréis a correr.

—Sí, amo —le dijimos.

—Cuando la antorcha toque el suelo, tendréis de tiempo doscientos latidos de corazón de esclava. —Hizo una señal a la esclava de un campesino que estaba allí cerca—. Luego seréis perseguidas.

Calculando el tiempo que tardaría la antorcha en tocar el suelo y su corazón en dar doscientos latidos, pensé que tendríamos una ventaja de tres minutos sobre nuestros perseguidores. Miré a la chica. Tenía los labios ligeramente separados. Eso no me gustó. La mano del hombre sobre su pecho la excitaba. Se estrechaba ligeramente contra él. Su corazón latiría más rápidamente. Al fin y al cabo ella era una esclava como nosotras. ¿Por qué no habrían tomado como medida cien latidos del corazón de un bosko? La excitación sexual de la chica ante el contacto del hombre disminuiría nuestra ventaja. Pensé que no dispondríamos más que de dos minutos. La chica sería de aquel hombre esta noche. Después de que él usara su corazón como cronómetro del acontecimiento deportivo. No era extraño que ella se excitara. A mí no me parecía justo, pero no me quejé. Son los hombres los que deciden lo que es justo o injusto, y en este caso harían lo que quisieran.

Eta estaba en la línea, a la derecha. Luego venían Marla y Donna. Yo estaba entre Donna y Collar de Esclava. Luego estaba Chanda, y al final Lehna.

—No quiero correr para placer de campesinos —dijo Collar de Esclava—. He sido una mujer libre.

—¿Es que Collar de Esclava quiere volver a ser azotada? —preguntó Lehna.

—No, ama —dijo ella rápidamente. Collar de Esclava tenía miedo de Lehna, a cuyo cargo la habían puesto desde que la capturaron. Generalmente la encadenaban junto a Lehna, y realizaba sus tareas bajo su supervisión.

Después de capturar a Lady Sabina habíamos vuelto al campamento secreto al que mi amo me había llevado al principio. La noche de nuestra llegada habían desnudado a Lady Sabina y la habían atado de espaldas al tronco caído de un árbol, con la cabeza hacia abajo, igual que habían hecho antes conmigo. Luego habían marcado su piel con el hierro, con lo que aquella mujer había perdido todo su valor político, como era la intención de mi amo y de la gente de Ar. Ahora no era más que una esclava.

—Hay que darte un nombre —había dicho mi amo—. Sabina… Sabina… —decía, como pensando—. ¡Ah!, parece que en tu nombre ya llevabas un magnífico nombre de esclava.

—Oh, no, no, amo —gimió ella.

—Tu nombre anterior —dijo él—, era muy sabio. Parecía ser el nombre de una mujer libre, y sin embargo llevaba escondido el secreto de tu verdadero nombre. Muy lista, esclava, pero ahora te hemos descubierto y llevarás tu auténtico nombre, ése que yo ahora te asigno, como tu amo.

—¡Por favor, amo! —lloriqueó.

—Eres Bina —dijo él.

Ella se cogió la cabeza con las manos y empezó a llorar, La expresión “Bina” en goreano significa “collar de esclava”.

—Poned a Collar de Esclava en un Sirik —dijo mi amo.

Y a la nueva esclava le ajustaron un brillante Sirik. El collar ceñía su cuello, y de la anilla colgaba una cadena. Le ataron las delgadas muñecas a los brazaletes que había en la cadena, y esa cadena fue atada a otra más pequeña que llevaba un par de anillas para los tobillos, que fueron cerradas alrededor de las piernas de Collar de Esclava. Ahora estaba indefensa, atada en el Sirik. Estaba muy hermosa. Yo nunca había llevado un Sirik.

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