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Authors: John Norman

La esclava de Gor (12 page)

BOOK: La esclava de Gor
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—¡Corred! —dijo el hombre bajando la antorcha. Y todas las chicas salimos de la línea.

Me detuve a unos cien metros, entre la maleza, para mirar atrás.

La antorcha ya había caído al suelo. La esclava que llevaba la correa de Thurnus al cuello se estrechaba contra el hombre de mi amo. Tenía la cabeza sobre su hombro y los ojos cerrados. El hombre ponía la mano en su pecho, contándole los latidos del corazón.

Miré a mi alrededor y luego seguí corriendo entre las cabañas. Entonces mis manos chocaron contra la empalizada que rodeaba la villa. Me estreché contra la madera. Di un paso atrás y miré hacia arriba. Los postes se alzaban unos metros sobre mi cabeza. Me di la vuelta para mirar el estrecho y oscuro camino que se abría ante mí. Desde allí alcanzaba a ver el resplandor de las hogueras encendidas en la ciudad que alumbraban los rostros de los hombres. Vi cómo se ponían en pie.

—¡No hay ningún sitio donde esconderse! —gritó Collar de Esclava junto a mí.

—Somos esclavas —exclamé yo—. Tienen que atraparnos.

Vi a los hombres escupirse en las manos y frotárselas en los muslos. Eso dificultaría que las chicas se les escurriesen de las manos.

Yo sabía que más de uno me deseaba. Se habían corrido apuestas acerca de quién me tendría como esclava esa noche. También había apuestas sobre las otras chicas. Un tipo enorme y pelirrojo y otro más pequeño de pelo oscuro habían apostado sobre quién de ellos obtendría a Collar de Esclava.

Vi que Chanda se metía en una cabaña.

Collar de Esclava se alejó de mí por el perímetro de la empalizada.

Yo la seguí y luego corrí entre las cabañas. Casi me muero de miedo cuando oí de repente cerca de mí un coro de malignos gruñidos. Di un grito con la mano en la boca. Sentí cómo me miraban cientos de ojos desde dentro de uno de los corrales de la villa. Contra los barrotes se apiñaban los hocicos y los dientes. Retrocedí y volví a echar a correr.

No veía a Marla ni a Eta ni a Lehna. También había perdido de vista a Collar de Esclava.

Entonces vi un tobillo medio oculto por una piel de cuero. Era Donna.

—Será mejor que escondas el tobillo, o te encontrarán enseguida, esclava —dije ocultándole el pie con la piel de cuero. Donna se encogió aún más, temblando, con la cabeza bajo las manos. Era una chica bonita de pechos pequeños y piernas bien formadas. Tenía los ojos oscuros y el pelo negro.

Oí un grito que provenía del centro del campamento. Los cazadores habían emprendido la persecución.

—No te asustes, Donna —le dije—. No te harán mucho daño. Éstos no son más que campesinos y no distinguen a una esclava de otra.

Me alejé de ella entre las cabañas.

Oí a un joven acercarse a la carrera. Me escondí entre las sombras. No quería que me cogieran. Estaba atrapada en el interior de la empalizada. ¡No tenía dónde esconderme!

Oí el grito de una chica. Ya habían cogido a una de nosotras, pero no sabía de quién se trataba.

No quería que me pusieran una correa al cuello. No quería que me llevaran cautiva al círculo de antorchas.

Dos hombres se acercaban llevando teas encendidas. Me escondí entre los pilares de las cabañas.

Poco después de que los hombres hubieran pasado, los eslines que había encerrados en un corral cercano empezaron a gruñir. Los hombres corrieron hacia allí. Algo los había perturbado. Tal vez se trataba de una chica.

Se acercaban otros dos hombres, uno de ellos con una antorcha. Volví a encogerme entre los pilares conteniendo el aliento. Pasaron de largo.

Les vi detenerse junto a una cabaña unos metros más lejos. El que llevaba la antorcha la alzó para iluminar lo que parecía un montón de pieles. Se quedaron allí sin moverse. Donna les debía haber oído acercarse, y tenía que estar aterrorizada sabiendo que la habían descubierto. Qué terriblemente debería sentirse allí bajo las pieles. Qué aterrorizada debía estar. Ellos permanecieron cruelmente inmóviles durante más de un minuto. Donna debía oír el crepitar de la antorcha. ¿Conocían ellos su escondite? ¿Estaban jugando a atormentarla? Se quedaron quietos un rato más y luego intercambiaron miradas y uno de ellos dio de repente un grito y levantó de golpe las pieles. Levantaron a la temblorosa Donna de un tobillo y un brazo y la echaron a la espalda del hombre que la había descubierto. Ella se debatió en vano.

—¡Capturada! —gritó el joven.

—¡Capturada! —gritó otro que venía en la dirección del corral en el que poco antes el ganado se había puesto a gruñir. Tras él venía Lehna, cogida del brazo que el hombre le sostenía a la espalda en dolorosa posición. Ella gemía de dolor con la cabeza hacia atrás.

—¡Por favor, amo! —gemía. Lehna era más alta que yo. Era muy fuerte para ser una chica. Collar de Esclava le tenía pánico. Pero en manos de un hombre era débil y estaba indefensa. Para ellos no era más que otra esclava en su poder.

Con el joven que había capturado a Lehna venían otros cuatro, dos de ellos con antorchas. El joven que había capturado a Donna se la había echado al hombro, sosteniéndola con el brazo izquierdo.

—A ver tu pieza —dijo uno de los recién llegados.

—Átale los tobillos —dijo el hombre que sostenía a Donna. Otro de los hombres que llevaba una larga cuerda ató a Donna por los tobillos.

—¿Quién es tu señor de la noche? —preguntó a Lehna su captor retorciéndole la muñeca a la espalda.

—¡Tú! ¡Tú, amo! —gritó ella—. ¡Tú eres mi señor de la noche!

—Ponedle la traílla en los tobillos —dijo el hombre que la tenía atrapada. Y otro le ató la correa. La traílla de los tobillos es una cosa cruel. Proporciona un total control de la chica. Un amo habilidoso puede hacer infinidad de cosas con esa correa. Para empezar, la chica puede ser arrojada a sus pies en infinidad de posiciones a elección del amo. El joven que había atrapado a Donna la alzó riendo sobre sus hombros. Donna cayó al suelo ante él, intentando frenar la caída con las manos. La cuerda que tenía atada a los tobillos llegaba hasta los hombros del joven, que cogió el extremo de la cuerda y le elevó las piernas en el aire. Donna yacía boca abajo.

—Esta es mi presa —dijo—. ¡Rueda! —le ordenó a Donna. Ella rodó hasta estar de espaldas, con los pies aún colgados de la cuerda—. Amigos, ésta es mi presa.

—Una belleza —dijo otro de los jóvenes.

—¡Yo la quiero! —dijo uno de los hombres.

—Yo tengo el derecho de mi presa —dijo el que la había atrapado—, pero seré generoso y la compartiré contigo. —Al oír esto hubo una calurosa aclamación entre los hombres. Donna se debatió retorciéndose, pero no podía hacer nada con los pies en el aire atados de una cuerda.

—¿Y mi presa, qué os parece? —dijo el joven que había capturado a Lehna en el corral. La tenía atada con la traílla y dio un paso atrás para apreciar a la esclava medio desnuda, exhibiéndola. Tuve que admitir que ella también era una soberbia pieza. Aquellos chicos no solían tener mujeres como éstas. Ella era pertenencia de un guerrero.

—¿Cómo podemos saber si es bonita? —dijo uno de los jóvenes.

—¡Así! —contestó otro rasgando la corta túnica que cubría las caderas de Lehna. Se oyeron risas. Era muy hermosa.

—Todavía quedan tres —dijo un joven. Hacía poco que yo había oído un grito y supe que habían cogido a otra chica. No sabía de quién se trataba. Lehna y Donna estaban en poder de los cazadores. Si sólo quedaban tres libres, habían tenido que atrapar a otra chica más.

—Vamos a llevar a éstas al círculo de antorchas, las ataremos bien y luego podemos ir a cazar a las otras.

Los captores dudaban.

—A éstas podéis hacerles una marca con carbón —dijo otro.

—De acuerdo —convino uno de los captores.

Se llevaron a Lehna atada por los tobillos y también de la muñeca. El captor de Donna se la llevó arrastrándola por el suelo mediante la cuerda que tenía atada a los pies. Vi desaparecer a todo el grupo por el camino.

Me estremecí en la oscuridad. No quería que me capturasen.

En mi mente comenzó a forjarse un plan. Me moví entre las tinieblas, avanzando furtivamente en las sombras. A veces me arrastraba, y mientras podía me mantenía entre los pilares de las cabañas. Dos veces pasaron cerca de mí jóvenes con antorchas, y yo me acurrucaba entre sombras. Entonces me tendí en el suelo boca abajo. A unos diez metros vi a Chanda corriendo salvajemente. Iba bajando una calle cercana. Llevaba una cuerda en la muñeca. Era una correa de cuero de unos treinta centímetros de largo anudada en su brazo. Yo me quedé quieta. Detrás de ella iban dos jóvenes con una antorcha.

—Yo fui el primero en verla —decía uno.

—Y yo fui el primero que le puso la correa —dijo el otro. El primer hombre levantaba la antorcha buscando alrededor con la mirada.

—No discutamos más —dijo—. Continuemos con la caza.

—Muy bien.

Pensé que los guerreros no habrían perdido a una chica de ese modo. Las chicas no escapan de los guerreros.

Yo esperaba que Chanda escapase.

Seguí avanzando, escondida entre las cabañas. Generalmente me arrastraba, porque no quería dejar las huellas del pequeño pie de una esclava. De pronto casi grité de desesperación, porque el camino que quería seguir bajaba por una calle oscura al final de la cual podía ver el centro de la villa, donde había varios hombres sentados: hombres de la ciudad y mi amo y sus soldados. Atravesé la calle arrastrándome sobre el vientre y luego volví a deslizarme entre las sombras detrás de las cabañas.

Por el momento estaba de nuevo a salvo.

No tenía mucho miedo de que me siguieran, porque aunque las esclavas fuéramos descalzas, en la villa habría numerosas huellas de esclavas, no sólo las mías. Sería imposible, en una ciudad tan populosa y a la sola luz de las antorchas seguir el rastro de una chica sin el uso de eslines, animales que por suerte para nosotras no eran usados en esta caza. Si los chicos no podían encontrarnos por sí mismos, entonces no podrían poseernos esta noche, nos habríamos librado de sus agresiones. Yo había decidido escapar.

Finalmente llegué a la posición que buscaba tan ansiosamente. Era el terreno, dentro de la ciudad, donde mi amo y sus hombres habían establecido su campamento. Me arrastré entre el follaje al abrigo de la oscuridad. No habían levantado ninguna tienda.

Oí los gemidos de una chica.

—Deprisa, hembra —dijo un hombre.

—Sí, amo.

Yo no me atrevía a moverme, ni siquiera a respirar. Me quedé tumbada, tan encogida, silenciosa e inmóvil como pude. Tres figuras pasaron cerca de mí. Tal vez me hubieran visto de haber mirado. Cuando pasaron de largo levanté la cabeza con mucho cuidado. Habría rodeado el área de nuestro campamento, y ahora volvía hacia el centro de la villa. Miré por encima y vi que a Chanda le habían atado las manos a la espalda y estaba temblando. Le habían rasgado la túnica hasta las caderas. Lloraba. Uno de los jóvenes la agarraba por los cabellos, y casi la arrastraba. No envidié su suerte. Su escapada había enfurecido a los hombres. Sin duda le harían pagar caro tal temeridad. Confié en que no la azotaran demasiado. Los vi llevarla hasta el círculo de antorchas. Una vez allí la ataron de pies y manos, y le hicieron una marca en el cuerpo con un trozo de madera quemada. Seguramente sería su marca de propiedad por aquella noche.

Me arrastré hasta las pieles de mi amo. Por primera vez comencé a respirar con más facilidad.

Oí hablar a dos hombres.

—¿Cuántas quedan todavía en libertad?

—Dos.

Yo no sabía quién sería la otra.

Me deslicé bajo las pieles, cubriéndome la cabeza. No creía que pudieran encontrarme allí. ¿Quién pensaría que una esclava sería tan osada como para esconderse entre las pieles de su amo? Por otra parte, pensaba que los jóvenes no se atreverían a revolver entre las pieles de un guerrero. Seguramente tendrían aprecio a sus vidas. Así que me sentí segura. Aquél era seguramente el único lugar de la ciudad donde estaría a salvo.

Oí un grito y me quedé muy quieta. Oí que los chicos gritaban triunfantes y encantados. Cuando me atreví, miré entre las pieles. Era Collar de Esclava, y la llevaban al círculo de antorchas. Un joven velludo la llevaba al hombro. Iba atada de pies y manos, por los tobillos, por los muslos, con los brazos a la espalda. Además, un joven iba delante sosteniendo una cuerda que iba atada a su cuello, y otro caminaba detrás con una cuerda atada a su tobillo izquierdo. Había varios jóvenes en el grupo. Al parecer la habían perseguido como a un cervatillo confuso y aterrorizado.

Ahora yo era la única chica que había escapado de ellos.

Me quedé quieta en las pieles durante más de un ahn. A veces los hombres se acercaron, pero no entraron en nuestro campamento. Uno caminó a pocos metros de mí llevando una antorcha, pero yo me quedé muy quieta. No levantó las pieles de mi amo, ni las de los otros soldados.

Sentí que levantaban las pieles.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo él.

—Espero que mi amo no esté enfadado con esta muchacha —dije yo. La noche anterior él me había tocado el cabello casi con ternura, Luego, como enfadado consigo mismo, me abofeteó con dureza y me mandó a que Eta me diera trabajo. Aquello no me disgustó, aunque sangraba por la boca. Por la mañana me arrodillé ante él.

—Suplico violación —le había dicho. Él me había mirado con enfado.

—Viólala —le dijo a un soldado que pasaba. Luego se fue. Yo sonreí en brazos del soldado. Creo que había molestado a mi amo. Creo que intentaba luchar contra sus sentimientos hacia mí, contra el deseo que experimentaba por mí. Entonces grité con un placer no deseado, y arañé con las uñas al soldado y, sin yo quererlo, me invadió la imagen de mi amo cuando aquel soldado me llevó, gritando y retorciéndome, hasta un abrumador orgasmo de esclava.

—Tal vez debería azotarte —dijo mi amo.

—Mi amo puede hacer conmigo lo que le plazca —dije yo.

No le había gustado mucho la forma en que me había rendido al soldado. Pero yo no había podido evitarlo.

—Esclava —dijo más tarde mi amo, de pie junto a mí.

—Sí, amo —respondí yo mirándole avergonzada—. Soy una esclava.

Y entonces él se fue enfadado. Llamó a Marla para utilizarla para su placer, y ella se apresuró a acudir.

Él estaba junto a las pieles y abrió su túnica.

—Quítatela Ta-Teera —me dijo. Yo me senté quitándome la túnica por encima de mi cabeza y dejándola a un lado. Él se unió a mí en las pieles, cubriéndonos con ellas.

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