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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (15 page)

BOOK: La espada oscura
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¿Calrissian'? Tienes que estar bromeando. —Mara se sonrojó y volvió la cabeza para tomar otro sorbo antes de que la tos pudiera crearle problemas con el estofado que se había apresurado a tragar—. En estos momentos seguimos siendo socios en un negocio muy provechoso. Explotamos las minas de especia de Kessel, pero creo que Calrissian estaba más interesado en perseguirme que en alcanzarme..., lo que es una situación perfecta en lo que a mí concierne.

Mara se limpió las comisuras de los labios.

Bien, ha sido un placer conocerte. —Se levantó y alisó las arrugas de su traje de vuelo—. Saluda a Skywalker de mi parte. He de irme. Sólo he venido a traer un mensaje.

Mara se fue sin ni siquiera una inclinación de cabeza a los estudiantes Jedi, y Calista empezó a preguntarse cuál sería su misterioso mensaje.

CORUSCANT
Capítulo 12

Luke partió del Jedi y fue con Calista a Coruscant, donde había concertado una audiencia privada con su hermana. Se reunió con Leia nada más llegar y le transmitió la información que le había traído Mara Jade. Añadida a lo que habían averiguado en las ruinas del palacio de Jabba, hacía que los rumores sobre un plan secreto de los hutts se volvieran más amenazadores. Leia ya había reforzado su red de espías con la esperanza de que eso le permitiría descubrir más pistas y detalles.

Calista estaba sentada junto a Luke en la opulenta sala de recepciones presidenciales y mantenía las yemas de sus dedos sobre su antebrazo, pero Luke no podía sentir el vínculo de su presencia a su alrededor. Era como si Calista no tuviera existencia dentro de la Fuerza.

Luke clavó la mirada en los ojos castaños de su hermana y fue resiguiendo el trazado de las casi imperceptibles arruguitas de cansancio que habían empezado a formarse alrededor de ellos. El peso del liderazgo suponía una carga terrible para ella. La Nueva República era muy grande y se hallaba muy dispersa, y estaba acosada por centenares de problemas, pequeñas disputas internas y crecientes amenazas..., y además Leia tenía tres niños de los que ocuparse, así como un esposo.

—Tengo una petición que hacerte, Leia —dijo Luke—. He de pedirte un favor muy importante.

Leia se irguió en su asiento y miró primero a Calista y después a su hermano.

—La última vez que me pediste un favor querías que permitiera que Kyp Durron destruyera el Triturador de Soles. —Leia se mordió el labio inferior—. Pero supongo que al final todo salió bien, ¿no?

Luke se relajó un poco.

—Esta vez no se trata de nada tan monumental —dijo . Calista y yo tenemos muchos asuntos pendientes que resolver entre nosotros. Necesitamos estar algún tiempo a solas para poder consagrar toda nuestra atención a reanimar sus poderes Jedi. Si recupera su capacidad de emplear la Fuerza, Calista podría ser tina de nuestras Jedi más poderosas. Podría enseñarme muchas cosas, Leia... Creo que la única manera de que podamos abrir una brecha en esa muralla que la rodea es que Calista y yo trabajemos juntos, y con la máxima intensidad. —Le cogió la mano—. Necesitamos estar una semana a solas para concentrarnos en la recuperación de sus poderes sin tener que estar pensando continuamente en un millar de problemas más. Sin distracciones, ¿entiendes?

Leia sonrió melancólicamente.

——Sé muy bien cómo te sientes... —Después se puso seria—. No puedo darte órdenes, Luke. No hay ninguna necesidad de que solicites mi permiso.

Leia miró a Calista, y Luke pudo ver que su rostro contenía todo un conflicto de emociones encontradas: la necesidad de ver feliz a su hermano. el deseo de que Calista volviera a ser su igual, y su propia necesidad de mantener concentrada la atención de Luke en la dura labor de adiestrar nuevos Caballeros Jedi para que protegieran a la Nueva República y la fortaleciesen.

Pero Leia amaba muchísimo a su hermano, y su elección estaba clara.

—Tomaos todo el tiempo que necesitéis. Os deseo el mayor de los éxitos. —Leia alzó la mirada—. Aunque quizá debería decir «Que la Fuerza os acompañe», ¿no?

Un rato más tarde, todavía cogidos de la mano. Luke y Calista fueron a la plataforma de atraque de la zona superior oeste del antiguo palacio imperial. Estar tan por encima del nivel del suelo hacía que la atmósfera fuese muy tenue, y la brisa era fría y cortaba la piel.

Luke dio un suave apretón a la mano de Calista, y ésta se lo devolvió con el doble de fuerza. Luke no podía captar las emociones de Calista mediante sus sentidos Jedi, pero aun así percibió su clara impaciencia mezclada con un poco de reluctancia. Calista compartía las grandes esperanzas que Luke había puesto en aquel viaje en solitario, pero también temía que pudieran fracasar.

Leia, con los pliegues de su túnica de gala ondulando y chasqueando a su alrededor, había venido a despedir a Luke y tenía cogidos de las manos a Jacen y Jaina, mientras que Han sostenía al pequeño Anakin encima de su cadera. El niño de cabellos oscuros abrió y cerró sus ojos azul hielo, absorbiendo ávidamente todo lo que le rodeaba.

Cetrespeó y Erredós también estaban acercándose a la plataforma, moviéndose no excesivamente deprisa aunque el peludo wookie les apremiaba a que fueran más rápido.

—Ten paciencia, Chewbacca —dijo Cetrespeó—. No puedo ir más rápido, ¿comprendes? Si hubieras sustituido los servomotores de mis piernas la semana pasada, tal como sugerí, podría desplazarme de una manera mucho más eficiente.

El wookie se volvió hacia el androide dorado y le respondió con un gruñido intraducible.

Calista esperaba junto a Luke sobre la rampa de acceso a un yate espacial de un modelo muy corriente y sin nada de particular. Luke la veía de perfil: su rostro esbelto y alargado y sus generosos labios, sus cabellos rubios de luminosos reflejos que habían sido salvajemente recortados y que aún estaban creciendo después de que fuera sometida a su corte de pelo reglamentario para convertirse en soldado de las tropas de asalto a bordo del Ojo de Palpatine... En una ocasión Han la había llamado «la rubia de las piernas interminables», y Luke tenía que admitir que esa descripción no podía ser más acertada.

Calista le parecía tan hermosa... Pero eso no era todo. Muchas mujeres eran hermosas. Con la Fuerza, Luke había podido ver el interior de Calista. La conocía de una manera en la que resultaba imposible conocer a la inmensa mayoría de las mujeres. Se habían enamorado incluso antes de encontrarse, cuando Calista no había sido más que una presencia errante y fugitiva. Calista había pasado a habitar otro cuerpo y el cuerpo era muy hermoso, desde luego, pero Luke la habría amado de cualquier manera. Los dos habían vivido momentos maravillosos en los sueños de Luke antes de que Calista se manifestara dentro del cuerpo de una de las antiguas estudiantes de Luke.

Y mientras estaban esperando delante del yate espacial, Luke contemplaba a Calista y veía cómo observaba con un anhelo melancólico a los hijos de Leia y Han. Los labios de Calista no temblaban y sus ojos seguían estando muy abiertos y límpidos, pero Luke sabía con toda exactitud qué estaba pensando.

Los niños... Luke y Calista habían hablado de tener hijos si llegaban a casarse. Calista insistía en que Luke, siendo el primer Maestro Jedi de su época, debía tener hijos poderosos que hicieran florecer el auténtico linaje de los Jedi..., suponiendo que se estuviera dispuesto a enfocar el amor desde un punto de vista tan frío e imperial, claro.

Calista encontraba aterradora la mera idea de que sus descendientes pudieran sufrir la misma ceguera a la Fuerza si tenían hijos mientras ella careciese de acceso a sus poderes. Pero a Luke le daba igual: quería a Calista y la deseaba, aunque ella se negara a escucharle cuando intentaba tranquilizarla al respecto. Su única posibilidad consistía en romper las cadenas invisibles que la envolvían y abrirse paso a través de aquel horrible muro transparente.

Leia fue hacia Luke para abrazarle. El viento empezó a soplar con más fuerza en las alturas, y las brisas cayeron sobre los ojos azules de Luke para llenárselos de lágrimas y revolvieron su cabellera, empujándola en todas direcciones. Luke se inclinó y estrechó a los niños contra su pecho en un afectuoso abrazo.

—Y ahora, ¿puedo abrazar a Calista? —preguntó Han, y fue hacia ella para darle un breve abrazo mientras Leia se reía. Chewbacca soltó un balido wookie y Han agitó la mano en una rápida negativa—. No, Chewie... Si quieres, puedes abrazar a Cetrespeó.

—¡Oh, qué idea tan espantosamente inconcebible! —exclamó Cetrespeó.

Luke puso los pies sobre la plataforma de acceso con Calista junto a él.

Erredós dejó escapar un silbido quejumbroso, y su receptor óptico pasó del rojo al azul.

—No te preocupes, Erredós —dijo Luke—. Disfruta de estos días que pasarás con Cetrespeó. Calista y yo tenemos que estar solos durante algún tiempo.

Erredós respondió con un bocinazo electrónico, y Cetrespeó puso una mano sobre la cúpula del androide astromecánico.

—¡Bah! —exclamó después con indignación—. Pues puedo asegurar que yo no veo ninguna necesidad de que una pareja de enamorados rechace la compañía de un fiel androide. No consigo imaginarme por qué necesitan estar totalmente solos. —Cetrespeó dio unas palmaditas sobre la cúpula de su compañero mecánico—. Vamos, Erredós. Ya encontraremos algo útil que hacer.

Los androides fueron hacia el turboascensor, y Luke y Calista volvieron a agitar las manos en una última despedida y se prepararon para el lanzamiento.

Cetrespeó y Erredós pasaron por nueve controles de seguridad a medida que el turboascensor iba descendiendo hacia las profundidades de la corteza de Coruscant.

—Resulta obvio que somos androides, ¿no? —murmuró Cetrespeó—. Soy sencillamente incapaz de entender por qué tienen que someternos a semejante serie de indignidades para llegar hasta aquí. ¡Detección de virus. nada menos!

Las puertas acabaron abriéndose con un silbido, y Cetrespeó y Erredós entraron en las cámaras esterilizadas que albergaban los palpitantes ordenadores gigantes del Centro de Información Imperial.

—¿Te acuerdas de cuando tú y yo estuvimos aquí tratando de encontrar candidatos Jedi para el amo Luke, Erredós?

Erredós respondió con un breve pitido. Lo recordaba, por supuesto.

—Me temo que esta vez no se trata de nada tan terriblemente emocionante, pero mientras estaba estudiando ficheros de seguridad para el ama Leia, descubrí algunos fallos de ordenador bastante inquietantes para los que no consigo encontrar ninguna explicación. No pude encontrar ningún rastro de ellos anterior al día en que ese horrible hutt llamado Durga vino a visitarnos y el caos se adueñó del palacio. Al principio me preocupaba la posibilidad de que nuestros esfuerzos mitigadores pudieran haber causado algún daño en los núcleos de datos, pero los diagnósticos habituales no mostraron ningún problema. No he querido hablarle del asunto al ama Leia porque estoy seguro de que aún está preocupada por esa catástrofe.

Erredós rodó sobre las relucientes losas del suelo. Los androides asesinos dirigieron los desintegradores instalados en sus cuerpos hacia los dos recién llegados en cuanto sus sistemas de puntería detectaron un movimiento lo suficientemente importante como para reaccionar a él. Una batería de cámaras de observación estudió con fría objetividad a Cetrespeó y Erredós desde la unión del muro y el techo.

—Este lugar me produce escalofríos... O, mejor dicho, me produciría escalofríos si tuviera la capacidad física de sentirlos —dijo Cetrespeó—. Dada mi naturaleza, siento una mera... incomodidad en mis circuitos, pero... En fin, Erredós, si pudieras ayudarme de alguna manera te quedaría considerablemente agradecido.

El androide astromecánico ya estaba accediendo a una terminal y había empezado a solicitar más detalles. La toma de datos de Erredós se introdujo en la salida principal y giró velozmente. Cetrespeó iba de un lado a otro con su habitual caminar envarado y torpe, sintiéndose visiblemente incómodo. Los androides asesinos les miraban fijamente. Los androides descodificadores no les prestaron la más mínima atención.

—¿,Te gustaría que te contara una historia para pasar el rato, Erredós? —preguntó Cetrespeó.

Erredós respondió con un enfático trompetazo de negativa.

—¡Vaya, esto es realmente inaudito! —Cetrespeó se inclinó sobre un teclado y detectó algo de lo más sorprendente. El androide de protocolo puso las doradas puntas de sus dedos sobre el teclado y las apartó sosteniendo un pequeño mechón de pelos grisáceos—. Oh, cielos, me pregunto cómo habrán llegado hasta aquí... Se supone que esta sala siempre se mantiene meticulosamente limpia.

Cetrespeó examinó el suelo e inspeccionó la pared. Sus sensores ópticos acabaron siendo atraídos hacia una pequeña abertura de ventilación empleada por los gigantescos ventiladores que hacían circular el aire súper refrigerado y lo impulsaban hasta los niveles inferiores del Centro de Información. La placa protectora estaba separada del marco, pero la abertura era demasiado pequeña para que ninguna criatura inteligente hubiera podido pasar por ella. Cetrespeó se preguntó si el Centro de Información Imperial podría estar habitado por alguna clase de roedor.

Erredós soltó un silbido de alarma, y Cetrespeó fue hasta la pantalla en la que el androide astromecánico había empezado a repasar las grabaciones de vídeo de las cámaras de seguridad. La fecha de las imágenes indicó a Cetrespeó que el metraje había sido grabado mientras el séquito de Durga era recibido por la jefe de Estado en las salas que se encontraban muy por encima de ellos. Pero los sistemas del Centro de Información Imperial no habían registrado ninguna infracción de las reglas de seguridad, por lo que nadie se había tomado la molestia de hacer más que un rápido repaso rutinario de las grabaciones.

Erredós manipuló las imágenes, mejorando su calidad v amplificándolas mientras eliminaba las sombras mediante un proceso de saturación con luz virtual.

pero si estas criaturas me son familiares! —dijo Cetrespeó.

Un movimiento situado justo en el borde de la imagen delató la presencia de tres taurills peludos de múltiples brazos que salían velozmente de los conductos de ventilación y empezaban a subir por las consolas de los ordenadores.

—¿Qué están haciendo? —exclamó Cetrespeó—. ¿Cómo se las han arreglado para llegar hasta aquí abajo? Recuperamos a todas las mascotas, ¿no?

Erredós soltó un chorro de parloteo electrónico, y después congeló otra imagen que mostraba a los taurills introduciendo deliberadamente órdenes en un teclado.

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