El pequeño androide astromecánico fue repasando el listado electrónico en busca de cualquier criatura que estuviese dispuesta a proporcionar información detallada sobre los hutts. Pero Nar Shaddaa era un mundo controlado por los hutts, y en consecuencia el número de informadores dispuestos a ofrecer una ayuda tan peligrosa era extremadamente reducido: sólo uno de los centros de información listaba específicamente a Durga entre sus recursos.
Chewbacca intentó descifrar un mapa de los niveles superiores de la ciudad. Después el wookie y Erredós necesitaron casi una hora para encontrar el centro relacionado con Durga, y al final se llevaron la decepción de descubrir que el pequeño despacho sólo era una fachada de relaciones públicas para Minas Celestes Orko.
Soportaron un holograma de presentación propagandística sobre los prodigios que Minas Celestes Orko traería a la galaxia. Cuando Chewbacca empezó a hacer preguntas sobre Durga al representante, un burócrata con aspecto de sapo, éste agitó sus manos de largos dedos y curvó sus gruesos labios en una sonrisa.
—Mi querido amigo wookie, debe entender que toda esa información sobre las actividades del noble Durga es estrictamente confidencial, ya que debemos proteger la identidad de los grandes inversores de Minas Celestes Orko. —El representante abrió y cerró sus enormes ojos y volvió a obsequiar a Chewbacca con una sonrisa de sus gruesos labios—. Sin embargo, y en el caso de que desee donar un millón de créditos, podría convertirse en uno de esos inversores y obtener acceso a todos nuestros ficheros.
La reseca piel coriácea de su frente se arrugó en un fruncimiento de falsa esperanza que no resultaba nada convincente.
El wookie y el pequeño androide se marcharon, muy indignados.
Chewbacca decidió que debían olvidarse del directorio de servicios del mercado negro y empezó a hacer preguntas a las criaturas que tenían aspecto de poder dedicarse a la venta de información con las que se encontraban por las calles. Gastó un centenar de créditos y fue saltando de una migaja de información a otra..., hasta que llegaron a un angosto y oscuro callejón en el que por fin encontraron a un viejo y decrépito traficante de información cuyo rostro era una masa de llagas supurantes y escamillas de piel medio desprendida. El traficante de información llevaba consigo su propia terminal portátil y un soldador láser que utilizaba para obtener acceso a las fuentes de energía y conectar sus cables de entrada a los sistemas de ordenador, a través de los cuales se deslizaría luego para buscar información sin ser detectado durante unas horas o un día. Después se iría en busca de otro sitio donde trabajar.
El traficante de información aceptó sus créditos, y no pareció importarle en lo más mínimo cuál pudiera ser la razón por la que querían obtener información sobre los hutts. Se limitó a verificar que los créditos no eran falsos y empezó a introducirse en los sistemas de ordenadores de Nal Shaddaa.
—No figura en los bancos de datos —acabó diciendo—. No hay ni una sola referencia a Durga.
Chewbacca gruñó una pregunta.
—No he pretendido decir que no existan, claro —dijo el traficante de información, hablando a través de un par de labios hinchados mientras contemplaba su teclado con el ceño fruncido—. No, lo que pasa es que no consigo encontrar esos ficheros... Deben de estar codificados, o protegidos mediante una contraseña. La única forma de que pudiera acceder a ellos sería saber con toda exactitud dónde se encuentran.
Erredós dejó escapar un silbido de decepción.
—Eh, un momento... Intentemos enfocar el problema desde otro punto de vista —dijo el traficante de información, deslizando un dedo a lo largo de su labio inferior y haciendo que todavía más piel se desprendiese de él—. Estaba buscando ficheros sobre Durga, pero podríamos hacer una búsqueda más amplia y seguir la pista de cualquier tipo que esté vendiendo cosas a Durga.
Sus dedos volaron sobre el teclado, moviéndose con increíble rapidez a pesar de las llagas y la armadura de callosidades que los recubrían. Una borrosa masa de números desfiló por la pantalla, y el traficante de información empezó a reír. Después extendió las manos, solicitando más créditos. Chewbacca gruñó, pero pagó sin más protestas con la esperanza de que la información lo mereciese.
—He encontrado un buen cliente que parece trabajar para Durga —dijo el traficante de información, y después bajó la voz—. Es un cliente imperial —añadió, y las palabras salieron de sus labios bajo la forma de un susurro.
Antes de que Chewbacca pudiera gruñir una nueva pregunta, otra criatura corpulenta y achaparrada entró en el callejón: su cuerpo consistía en un gran torso cilíndrico rodeado por tentáculos ondulantes y con un grupo de zarcillos oculares brotando de la parte superior. Una gorgoteante voz alienígena surgió del orificio bucal de la criatura.
—Estoy ocupado —dijo el traficante de información—. ¿Es que no ves que tengo un cliente? Vuelve más tarde y te proporcionaré todos los datos que quieras.
Pero la criatura tentaculada insistió en que quería ser atendida inmediatamente y se lanzó hacia adelante, agitando amenazadoramente sus tentáculos como si quisiera convencer al traficante de información a base de golpes.
Chewbacca rugió e irguió toda su imponente estatura de wookie, erizando su pelaje marrón. Se enfrentó a la criatura alienígena, y después de una breve lucha consiguió unir cinco de sus tentáculos en una compleja serie de nudos. El wookie gruñó y envió a la gimoteante e impaciente criatura a la calle de un feroz empujón, donde ésta se alejó tambaleándose mientras emitía borboteos ahogados pidiendo que alguien la ayudara a soltarse los tentáculos.
Cetrespeó se acuclilló junto al traficante de información y le indicó que siguiera hablando con un gesto de su peluda manaza.
—Sí, un cliente imperial, alguien que vende cosas a Durga —dijo el traficante—. Es un gasto bastante elevado: núcleos de ordenador, y de gran potencia. No consigo imaginarme para qué puede necesitarlos un hutt, y especialmente tratándose de unos modelos tan antiguos.
Chewbacca, que se sentía más animado después de la pequeña refriega, le escuchó con gran atención.
—El cliente es un humano, un tal general Sulamar que parece estar haciendo negocios con los hutts. Tiene alguna clase de relación con desertores imperiales, gente que dejó de servir al Emperador y empezó a trabajar para sí misma... Según estos ficheros —siguió diciendo el traficante, golpeando suavemente la pantalla con la punta de un dedo—, el general imperial Sulamar es el gran jefe que está al frente de todo lo que los hutts hacen por aquí.
»De ser así, han conseguido impedir que me enterara de ello —añadió el traficante, y enarcó las cejas. Más escamas de piel muerta se desprendieron y cayeron al suelo—. Se supone que Durga sólo es un socio de poca importancia en la operación —dijo con una risita.
Erredós silbó una pregunta, y Chewbacca la reforzó.
—¿Quién es el tal Sulamar? —preguntó el traficante—. ¿Es eso lo que queréis saber? No esconde sus credenciales, desde luego. De hecho, las escribe en letras mayúsculas y afirma ser un genio militar del Imperio. Asume toda la responsabilidad por la Masacre de Mendicat, y se hace llamar el Azote de Celdaru.
Chewbacca soltó un gemido ahogado. Entregó unos cuantos créditos más al traficante de información y después se puso en pie e indicó al androide que le siguiera. El wookie empezó a alejarse sobre sus largas y peludas piernas mientras Erredós se apresuraba a ir detrás de él. El pequeño androide emitió un silbido lleno de preocupación, y expresó su alarma con una serie de chillidos electrónicos. Tenían que volver al
Halcón
para poder transmitir la información obtenida a Coruscant. Habían averiguado más de lo que nunca habían esperado llegar a descubrir.
Chewbacca sintió que una rabia bestial empezaba a hervir en su interior mientras pensaba en todas aquellas posibilidades tan altamente ominosas. Si el Imperio y los hutts realmente se habían aliado, constituirían un enemigo formidable.
Aquella amenaza era mucho más grave de lo que habían temido hasta el momento.
Crix Madine, Supremo Comandante Aliado de las Fuerzas Especiales, estudiaba la pantalla del puente de mando auxiliar del
Viajero Galáctico
que mostraba la brillante línea verde del rastreador que había colocado en la nave particular de Durga. Madine se rascó su barba castaña y observó a Trandia, su mejor comando, mientras la joven comprobaba las lecturas.
—Sigue sin haberse movido, señor —dijo Trandia.
Tenía una larga cabellera rubio rojiza recogida en una complicada trenza que bajaba en ordenado descenso a lo largo de su espalda. Era un peinado bonito, pero al mismo tiempo cómodo y discreto: Madine sospechaba que cuando estaba fuera de servicio Trandia llevaba el cabello suelto. Su rostro, libre de todo maquillaje, estaba un poco ruborizado por la concentración mientras sus ojos azules permanecían clavados en el ordenador.
—Partió de Nal Hutta hace varias horas, señor, y descendió a la Luna de los Contrabandistas. Desde entonces no ha habido ninguna novedad. Podríamos ponernos en contacto con el Yavaris —sugirió Trandia—. El general Antilles se ha tomado un par de días de descanso para visitar la luna, y quizá podría echar un vistazo.
Madine meneó la cabeza.
—Demasiado peligroso. Hemos colocado el rastreador, y Durga no sospecha nada. Limitémonos a ver adónde va. La jefe de Estado ha dicho que Durga concluyó su reunión con ella de una manera bastante brusca, por lo que debe de estar volviendo a su escondite. Lo encontraremos. Tenga paciencia.
Madine atravesó la cámara de mando auxiliar. No había ventanales por los que mirar, sólo pantallas de diagnóstico. El puente secundario había sido diseñado para funcionar como puente alternativo si los compartimentos delanteros principales del crucero calamariano llegaban a quedar fuera de servicio por la causa que fuese.
Madine empezó a pasear nerviosamente de un lado a otro, deseando tener algo que hacer. El general era un hombre obsesionado que durante los últimos nueve años había entregado todas sus energías y toda su imaginación a la causa de la Nueva República, a la que había servido desde su deserción de las fuerzas militares imperiales. Trabajar con la Alianza Rebelde le gustaba porque le ofrecía una causa en la que podía creer.... y cuanto más se consagraba Madine a servir a la Nueva República, más fácil le resultaba olvidar durante un rato la tenaz sombra de aquella culpabilidad que aún no se había disipado.
Madine había jurado defender el Nuevo Orden de Palpatine y servir al Emperador, y su juramento no había podido ser más firme y sincero. Crix Madine no era de los que daban su palabra a la ligera, y antes de su deserción nunca había faltado a ella. Esperaba no tener que volver a tomar nunca una decisión tan terriblemente desgarradora para su conciencia.
Hubo un tiempo en el que su futuro parecía brillar con el resplandor dorado del Imperio. Madine había ido ascendiendo muy deprisa, y los continuos progresos de su rango indicaban que el porvenir le reservaba cosas muy importantes. Se le habían encomendado responsabilidades muy pesadas, y había recibido un número realmente notable de medallas, citaciones honoríficas y felicitaciones. El mismo Emperador había hecho más de un comentario elogioso sobre su brillantez y su impecable hoja de servicios.
Había estado profundamente enamorado de la hija de un embajador muy importante, y se iban a casar. Karreio, su prometida, era una devota del Nuevo Orden de cuya boca no paraba de brotar propaganda sobre los defectos y debilidades de la Antigua República, pero que estaba ciega a los excesos del Imperio. Durante su carrera militar, Madine había visto y hecho muchas cosas que Karreio habría encontrado repugnantes..., como por ejemplo utilizar a sus comandos de elite para plantar las semillas de la Plaga Candoriana en Dentaal, un mundo que se negaba a cooperar con el Imperio.
Aquella última y horrenda misión había estado a punto de hacer añicos los cimientos de la personalidad y el concepto de la moral de Madine, y el general había acabado prefiriendo sacrificarlo todo antes que renunciar a sus creencias. Aquella represalia tan salvaje y despiadada era injustificable. Madine había vuelto la espalda al futuro brillante y garantizado que le aguardaba. Había actuado como si su rango no existiera, y no le había hablado de sus planes a Karreio porque eso la habría convertido en una cómplice de su traición, con lo que se habría visto obligada a delatarle o a sufrir el destino de una traidora.
Durante unos ejercicios en las tierras más salvajes de Dentaal, Madine se había puesto al frente de sus comandos de asalto y se había limitado a... desvanecerse dentro de una serie de cavernas. Después de una semana de dura supervivencia en la jungla, Madine había vuelto a la base temporal imperial, había subido a una lanzadera y se había marchado en ella, llevándose consigo varios archivos robados llenos de códigos imperiales, datos clasificados y planes secretos.
Había huido por el cielo estrellado del Centro del Borde sin tener ni idea de adónde iba. Madine se había aferrado a la esperanza de que conseguiría encontrar a un representante de la Alianza Rebelde antes de que los cazadores de cabezas imperiales dieran con él, y se había limitado a dejarse guiar por ella.
Durante todo el tiempo transcurrido desde entonces, nunca se había atrevido a enviar un mensaje a Karreio y nunca había intentado volver a verla. Esperaba que hubiera sobrevivido sin él..., y esperaba que creyese las historias que le habían marcado con el estigma de la traición al Imperio y que hubiera encontrado otro hombre al que amar.
Cuando los rebeldes consiguieron reconquistar Coruscant después de una larga y encarnizada batalla, Madine había examinado los archivos personales y había rebuscado en los registros en un desesperado intento de encontrar a Karreio y asegurarse de que estaba viva y a salvo. En vez de eso, había descubierto que murió durante el ataque: Karreio había pasado a ser un nombre más en una larga lista a la que iban unidos números de identificación y descripciones de las circunstancias de la muerte. El número de civiles que perecieron durante la batalla de Coruscant había sido tan elevado que al lado del nombre de Karreio sólo había una solitaria F, una letra que parecía arder en su lacónica abreviatura de la palabra «fallecida».
Crix Madine tenía muchas cosas de las que sentirse culpable. Una de sus primeras misiones después de haberse pasado a la Alianza Rebelde consistió en planear la incursión de comandos llevada a cabo en Endor que acabó con el generador del escudo defensivo y permitió que la flota rebelde destruyera la segunda Estrella de la Muerte. Las acciones de Madine habían tenido como resultado final la muerte del Emperador Palpatine, el hombre que en una ocasión le había entregado una citación honorífica para recompensar sus servicios ejemplares y su encomiable lealtad.