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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (37 page)

BOOK: La espada oscura
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Drom Guldi titubeó durante una fracción de segundo, y después alzó su rifle desintegrador y disparó tres veces en rápida sucesión. El barón—administrador dio en el blanco con cada disparo: el estómago del wampa, el centro de su pecho y su horrenda cabeza. El monstruo sólo tuvo tiempo de emitir una tos hueca y se desplomó sobre el suelo, haciendo tanto ruido como un carguero al estrellarse.

—¡Debe de haber entrado por la puerta mientras estábamos luchando fuera! —gritó Burrk.

Drom Guldi volvió la mirada hacia el almacén al que había enviado a su ayudante. El barón—administrador no se molestó en entrar allí. Lo que hizo fue extender un brazo hacia Burrk y coger una de las lanzas que el ex soldado de las tropas de asalto acababa de improvisar. Drom Guldi usó la hoja metálica para cortar uno de los grandes colmillos curvados del wampa. El cazador sostuvo el trofeo goteante en su mano y lo inspeccionó con gran atención.

—Éste... —dijo con voz gélida—. Sí, éste es el que me llevaré como recuerdo de esta cacería. Por mí, y por Sinidic. —Lanzó una segunda mirada hacia el almacén lleno de sombras y su rostro se volvió tan duro e impenetrable como la piedra—. Estos monstruos son muy tozudos.

Los golpes ahogados procedentes del exterior siguieron y siguieron, indicando que las criaturas de los hielos todavía estaban intentando entrar en la base.

Y entonces, para empeorar aun más la situación, todas las luces se apagaron.

—Han destruido el generador —dijo Burrk, su voz brotando del vacío de la oscuridad.

Luke empuñó su espada de luz y presionó el botón de activación. El haz verde chisporroteó y crujió, desprendiendo un fantasmagórico resplandor que iluminó los muros de hielo y nieve. Calista también hizo aparecer su hoja de energía, y se colocó junto a él.

Luke se puso tenso. Había oído algo..., un ruido de excavación y arañazos. Se preguntó si habría más wampas escondidos en la oscuridad de las salas. El golpear procedente del exterior se hizo repentinamente más potente y ruidoso, y todos se volvieron hacia las puertas blindadas aunque sabían que los wampas no podían abrirse paso a través de ellas.

Y de repente los muros se derrumbaron a su alrededor, y bloques de nieve tan dura como la piedra cayeron al suelo cuando más criaturas se abrieron camino directamente a través del hielo.

Luke comprendió que todo aquel fútil golpear y arañar las puertas blindadas había sido una distracción, un truco para mantener distraídas a las víctimas mientras los wampas cavaban a través de la nieve e iban abriendo un túnel para llegar al interior de la Base Eco. Un ejército de espectrales monstruos blancos invadió los corredores lanzando gritos de triunfo e impaciente expectación.

Nodon, sin nadie que le contuviera, lanzó un feroz maullido y se arrojó sobre el wampa más cercano, pero los demás se volvieron y cayeron sobre él. El cathar cayó luchando, una confusa masa de pelaje y garras y dientes que mordían..., y repentinos chorros de sangre que salieron disparados en todas direcciones.

Burrk fue retrocediendo hasta pegar la espalda a una roca que sobresalía de la nieve. El ex soldado de las tropas de asalto empuñó una lanza en cada mano y las agitó de un lado a otro, asestando lanzadas e intentando intimidar a las criaturas de los hielos..., pero aunque las hojas eran afiladas y las puntas largas, las lanzas eran unas armas insignificantes que no servían de nada contra aquellos monstruos sedientos de sangre. Burrk siguió manejando sus lanzas en silencio. Su rostro permaneció hoscamente tensado en una mueca de sombría derrota mientras luchaba..., hasta que la masa de monstruos de las nieves que lo atacaba acabó engulléndole. Finalmente, en el último instante, Burrk gritó.

Luke y Calista habían permanecido espalda contra espalda, repartiendo mandobles con sus espadas de luz y haciendo pedazos a los monstruos que se aproximaban más de lo debido, pero había demasiados.

—¡Volvamos a las puertas blindadas! —gritó Calista—. Tenemos que llegar a nuestra nave. Trataremos de repararla... Es nuestra única posibilidad.

—No tengo ninguna idea mejor —dijo Luke.

Hizo girar su espada de luz y la hoja siseante partió en dos a una inmensa criatura blanca con un chisporroteo de energía. Luke fue vagamente consciente de que los monstruos habían dejado de golpear las puertas. Todos los wampas se habrían precipitado hacia las nuevas aberturas que les permitían acceder al interior de la base. La entrada tal vez estuviera despejada.

Drom Guldi utilizó los siete disparos que le quedaban y fue matando a un wampa cada vez que presionaba el botón de disparo, pero eso agotó la carga del arma. El barón—administrador arrojó el rifle desintegrador al suelo, deslizó el colmillo de wampa debajo de su cinturón de cacería como si siguiera siendo muy importante para él, y después empuñó la lanza que le había cogido a Burrk y la agitó de un lado a otro. Se echó a reír, con los ojos brillantes y el rostro bronceado repentinamente enrojecido. Los wampas le rodearon, y Drom Guldi sonrió.

—¡Venid! —gritó—. ¡Vamos, probad lo que os espera!

Y los wampas así lo hicieron.

Calista y Luke se abrieron paso por el pasillo y avanzaron hacia las puertas blindadas, luchando ferozmente mientras intentaban no oír los últimos gritos gorgoteantes de Drom Guldi. Los dos iban abatiendo a las criaturas de los hielos que se lanzaban temerariamente sobre las hojas resplandecientes. Calista era incapaz de usar la Fuerza para combatir, pero los wampas —aquellas inmensas masas de pelaje blanco y tensos músculos— no eran blancos difíciles de alcanzar. Aun así, bastaría con un instante de descuido para que el barrido de una garra abriera en canal a Luke o a Calista.

Dejaron atrás el lugar por el que habían entrado los wampas, y el número de monstruos que los atacaban fue disminuyendo poco a poco. Luke y Calista por fin pudieron echar a correr. Las puertas blindadas reflejaban la luz de sus armas, y Calista corrió hacia los controles.

—Nos encerraremos en la nave, y esperemos que podamos despegar en cuestión de minutos —dijo Luke—. Esas cosas no necesitarían mucho tiempo para abrirse paso a través del casco.

Las puertas blindadas se abrieron. Calista se volvió para defender sus espaldas mientras Luke se preparaba para echar a correr por la noche. La oscuridad helada de Hoth le golpeó con un impacto tan potente como el de un martillo pilón y las ráfagas de aquel aire gélido envolvieron su cuerpo en el frío más intenso que recordaba haber sentido jamás, cortándole la respiración.Y justo enfrente de la entrada de la base, inmóvil bajo la pálida luz de las lunas múltiples, estaba el wampa que sólo tenía un brazo, la más alta de todas las enormes criaturas de los hielos, bloqueando su ruta de huida de la Base Eco.

El monstruo rugió en la noche iluminada por los extraños destellos del hielo y alzó su única y enorme mano, extendiendo las garras. Luke experimentó un fugaz instante de miedo recordado y se detuvo, sin saber qué hacer y con la espada de luz levantada delante de su rostro. Calista, que no había encontrado ningún peligro detrás de ellos, se volvió para ver cuál era el problema.

Y con sus ojos clavados en Luke, su viejo enemigo..., el monstruo que sólo tenía un brazo atacó y se lanzó sobre Calista en vez de sobre él.

Calista no consiguió reaccionar lo bastante deprisa. Luke vio el veloz arco de descenso de las afiladas garras y la increíble velocidad con que el wampa se lanzaba a la carga, y gritó un «¡No!» lleno de desesperación mientras asestaba un mandoble lateral con su espada de luz.

Luke puso toda la Fuerza detrás del ataque, y partió por la mitad a la criatura de las nieves que sólo tenía un brazo.

El monstruo muerto siguió gruñendo y gorgoteando mientras yacía humeando sobre el umbral de las puertas blindadas.

—Creía que ya había hecho eso hacía mucho tiempo —murmuró Luke.

Más wampas surgieron de los túneles en los niveles inferiores. Otras criaturas de las nieves decidieron que ya no era necesario que continuaran escondiéndose y se fueron alzando sobre los promontorios rocosos.

—No te quedes ahí —dijo Calista, empujando a Luke mientras éste permanecía inmóvil con los ojos clavados en la criatura de un solo brazo muerta—. ¡Corre!

Los dos echaron a correr sobre la dureza de la nieve congelada. El frío hirió sus pulmones con una mordedura tan afilada como una navaja de afeitar mientras intentaban tragar aire con jadeos entrecortados, ya agotados por la batalla.

Los restos de la nave de los cazadores furtivos habían adquirido un aspecto ominoso bajo la luz acuosa, pero su yate espacial brillaba ante ellos como su única esperanza. Perseguidos por los wampas que avanzaban a grandes saltos por entre las rocas cubiertas de nieve, Luke y Calista consumieron sus últimas reservas de energía en una desesperada carrera final.

Luke llegó a la nave y dejó caer la mano sobre los controles de la puerta. Calista se colocó detrás de él, con la hoja de su espada de luz resplandeciendo en la penumbra. La puerta se hizo a un lado, y Luke metió a Calista dentro de la nave y volvió a sellar la entrada.

Después fue corriendo al compartimiento de pilotaje y contempló los controles, intentando no dejarse paralizar por la oleada de desesperación que amenazaba con adueñarse de él. Los controles estaban destrozados. El ordenador de navegación ya no existía. El sistema de comunicaciones había sido arrancado de su panel. Los wampas no habían destruido los motores, aunque los cables de control direccional habían sido arrancados de sus conexiones.

Luke y Calista empezaron a trabajar y fueron apartando los paneles abollados o rasgados a zarpazos e intentaron establecer conexiones improvisadas, limitándose a las reparaciones estrictamente necesarias para poder despegar.

Los wampas ya habían empezado a golpear el casco de la nave con rocas de cantos afilados. Luke sabía que si lograban abrirse paso a través del casco, él y Calista nunca conseguirían salir de la atmósfera de Hoth. Calista estaba encorvada junto a él, trabajando en otro panel. Iba clasificando cables y seguía el trazado de las conexiones, moviéndose con una energía frenética y eficiente que no desperdiciaba ni un solo segundo.

—Prueba con esto —le dijo, y le alargó una fuente de energía alternativa que Luke se apresuró a conectar a los controles de impulsión.

—Podemos encender los motores y salir de aquí —dijo Luke. Calista asintió.

—Si volvemos a bajar, nunca podremos encenderlos de nuevo —dijo—. Tenemos que hacer algo ahora, y tenemos que salir de este planeta.

Luke pulsó el botón de activación y los motores del yate espacial cobraron vida con un rugido, funcionando a plena potencia. Se habían quedado sin control direccional. La nave se alzó con una violenta sacudida..., y el último sonido producido por los wampas que llegó a sus oídos fue el prolongado chirrido ululante de las garras que se deslizaban sobre el casco mientras la nave empezaba a alejarse a toda velocidad, subiendo hacia la noche en una trayectoria casi vertical. La superficie helada llena de grietas se fue empequeñeciendo con una vertiginosa rapidez debajo de ellos. No podían maniobrar, y su huida se redujo a un ciego lanzamiento balístico que los lanzó hacia la atmósfera.

Calista estaba inspeccionando los otros controles. Luke ya sabía qué daños habían causado los wampas, pero la voz de Calista tembló y estuvo a punto de quebrarse cuando le dio su evaluación.

—Sin comunicaciones, sin ordenador de navegación y con el sistema de apoyo vital a sólo un cinco por ciento de potencia. —Calista suspiró—.¿Quién sabe dónde acabaremos? Quizá habría sido mejor que nos quedáramos allí abajo...

NAL HUTTA
Capítulo 34

Cetrespeó aún no había superado la irritación que le produjo el que Durga el Hutt hubiera interrumpido la visita diplomática tan repentinamente (después de ofrecer un torrente de excusas y disculpas), pero Leia sintió que un peso opresivo se esfumaba de sus hombros en cuanto aquella gorda oruga se hubo marchado del planeta.

Ya había quedado claro que o bien Durga no podía ejercer una autoridad indiscutible sobre los hutts, o que no tenía ningún deseo de llegar a un acuerdo con la Nueva República..., tal como había sospechado Leia desde el principio. Sus negociaciones no habían llegado a ninguna parte, y Durga fingía ignorancia cada vez que Leia sacaba a relucir el tema de las armas secretas.

—Somos negociantes, no guerreros —había dicho Durga—. Nuestras batallas consisten en discretas negociaciones hechas por debajo de la mesa, no en desintegradores y detonadores.

Aunque Han miró a Leia con una expresión de ya—te—lo—dije en el rostro, Leia se dio cuenta de que había conseguido poner un poco nervioso a Durga. El gordo hutt de rostro oscurecido por la gran marca de nacimiento había esperado poder ganar más tiempo y parecía haberse sentido decididamente incómodo durante su visita «diplomática», pero Leia no le había proporcionado ninguna oportunidad de librarse de ellos.

Pero tanto Han como Leia quedaron bastante sorprendidos cuando, incluso después de su apresurada marcha, Durga les proporcionó acceso a uno de sus traficantes de información particulares: el hutt había hecho honor a su palabra. Antes de que Leia y Han partieran en su nave diplomática, Korrda, el hutt enfermo y emaciado, ordenó que trajeran a uno de los traficantes de información para que les «prestara sus servicios».

Varios guardias gamorreanos aparecieron tirando de un carro de ruedas crujientes que introdujeron en el comedor. Las aves carroñeras seguían instaladas en sus dinteles, esperando que un poco de comida cayera al suelo o que un comensal dejara de moverse durante el tiempo suficiente para que pudieran lanzarse en picado.

El carro era viejo y estaba manchado por la suciedad que brotaba de grandes masas de desperdicios en descomposición, como si alguien lo hubiera confundido con un cubo de la basura. Una enorme concha espiral de molusco llenaba la plataforma. Los rebordes de aquella curiosa concha, que recordaba un sacacorchos, estaban desgastados y cubiertos de algas, y la abertura era negra y desprendía vaharadas de un olor bastante repugnante. En cuanto la vio, Leia no estuvo muy segura de querer saber qué acechaba dentro de ella.

Korrda avanzó con su paso furtivo y deslizante y golpeó enérgicamente la concha con un palo. Un apéndice carnoso surgió del agujero de la concha espiral acompañado por un ruido bastante parecido al que habría producido un chorro de arena dejado caer con mucha lentitud encima del barro, y fue sobresaliendo de él como una larga lengua. La criatura fue emergiendo como un gusano que saliera de un trozo de fruta podrida. El traficante de información alienígena tenía la piel de un feo color marrón grisáceo, y poseía un cúmulo ocular formado por cinco ojos de un blanco lechoso esparcidos sobre su lisa cabeza redondeada.

BOOK: La espada oscura
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