La espada oscura (34 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
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—Este sitio es muy distinto de Coruscant —dijo Qwi, resumiendo sus opiniones sobre la Luna de los Contrabandistas—. Todo está mucho más viejo y gastado, y parece tener muchos años de antigüedad.

Wedge enarcó las cejas.

—Puedes volver a decirlo.

Qwi parpadeó y le miró fijamente.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Oh, olvídalo —dijo Wedge, sonriendo con indulgencia.

Escogieron una mesa alejada de aquella en la que dos enormes criaturas de piel grisácea y aspecto bestial se lanzaban gritos la una a la otra en lo que parecía ser una vieja querella de sangre o una simple discusión. Pero cuanto más rato dedicó Wedge a contemplarlos, más se fue convenciendo de que no pasaba nada y de que aquél era su método habitual de conversar.

El parasol que había encima de sus cabezas tenía un par de desgarrones que dejaban pasar una pequeña parte de los residuos líquidos que llovían del cielo, por lo que Wedge y Qwi se trasladaron al otro lado de la mesa, que estaba relativamente limpio. Contemplaron las calles atestadas y vieron un largo muro formado por almacenes totalmente idénticos, algunos vigilados y otros meramente cerrados.

Qwi tomó un sorbo de su bebida y se irguió, sobresaltada, cuando el líquido empezó a espumear dentro de su boca. Lo tragó, hizo varias inspiraciones rápidas y se estremeció.

—¡Es muy buena, pero tendré que ir con cuidado y no beber mucho! —jadeó.

—Ve tomándola a sorbitos y la disfrutarás más —dijo Wedge.

—Me has enseñado tantos sitios, Wedge —dijo Qwi con voz un poco ausente mientras clavaba la mirada en un pastelillo—. La Instalación de las Fauces sigue siendo una mancha borrosa, aunque puedo recordar cómo era..., por lo menos desde que me llevaste allí. Era mucho más pequeña que este sitio, y no había tantas personas. Silencio, intimidad, limpieza... Todo estaba en su sitio, y todo estaba ordenado y resultaba muy fácil de encontrar.

—Pero no había mucha libertad —observó Wedge.

—Sí, creo que en eso tienes razón —respondió Qwi—. Por aquel entonces no lo sabía, naturalmente. La verdad es que apenas sabía nada... El número de recuerdos dignos de ser conservados que tú me has dado ya supera con mucho al de los que perdí —siguió diciendo—. Hay momentos en los que pienso que Kyp Durron sólo eliminó las partes malas de mi cerebro, dejando espacio para que tú me mostraras más prodigios.

—¿Quieres decir que crees que nunca recuperarás tu pasado? —preguntó Wedge.

—Las piezas que faltan se han esfumado para siempre —dijo Qwi—, pero las que siguen ahí son imágenes muy vívidas, fragmentos llenos de luz y de colores que puedo relacionar entre sí dentro de mi mente. Puedo unirlos de tal manera que parece como si recordara el pasado, a pesar de que una gran parte de ello es sólo mi imaginación.

Qwi clavó la mirada en los almacenes que se alzaban al otro lado de la plaza, su atención repentinamente atraída por algo que acababa de ver.

Wedge se dedicó a observarla. Le gustaba contemplar su rostro y ver sus reacciones ante cosas nuevas, y eso hacía que él también viera los sitios familiares con nuevos ojos. Wedge lo encontraba muy refrescante.

Qwi se envaró de repente, y sus labios dejaron escapar un silbido absurdamente estridente mientras hacía una rápida y entrecortada inspiración de aire. Después se levantó, moviéndose demasiado deprisa y derribando su refresco. El líquido espumeante se esparció sobre la mesa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Wedge, alargando la mano hacia su delgada muñeca.

Qwi señaló los almacenes.

—Acabo de verle... ¡Ahí! Le he reconocido.

—¿A quién? —preguntó Wedge, no viendo nada que se saliera de lo corriente.

Qwi tenía una vista bastante más aguda que la suya —Wedge lo sabía por experiencia propia—, pero no vio nada de particular en ninguna de las figuras que iban hacia los almacenes: eran un surtido de humanoides de aspecto hosco, con unos cuantos alienígenas curtidos por el espacio y un tipo bastante barrigudo, todos los cuales desaparecieron dentro del viejo y sucio edificio.

—Le conozco —insistió Qwi—. Trabajé con él... Bevel Lemelisk. Diseñamos la Estrella de la Muerte juntos. Está aquí. ¿Por qué está aquí? ¿Cómo podía estar aquí?

Wedge la abrazó, y descubrió que todo el cuerpo de Qwi estaba temblando.

—Vamos, Qwi... No podía ser él. —Bajó la voz—. No puedes ver nada con la suficiente claridad desde aquí. Estábamos hablando de tus viejos recuerdos, nada más... Eso debió de provocar alguna reacción dentro de tu mente. No te dejes llevar por la imaginación.

—Pero estoy segura de que era él —dijo Qwi.

—Quizá era Lemelisk —respondió Wedge, no muy convencido—. Pero en ese caso, ¿qué importa? La Instalación de las Fauces ya no es una amenaza. El Imperio ha desaparecido. Quizá esté trabajando con algunos contrabandistas.

Qwi se sentó, todavía visiblemente afectada.

—No quiero seguir aquí ni un momento más —dijo.

Wedge le ofreció su refresco.

—Podemos compartir mi copa. Anda, bebe —dijo—. Volveremos a nuestra nave..., a menos que quieras ir en busca de una de esas casas de baños de los hutts de las que tanto hemos oído hablar, claro —añadió con una sonrisa maliciosa.

—No, gracias —dijo Qwi.

Bevel Lemelisk y sus acompañantes fueron por las calles más alejadas del centro de Nar Shaddaa hasta que llegaron al sector de los almacenes. Lemelisk se paraba continuamente para restregarse los pies en las zonas más limpias del pavimento, intentando eliminar los residuos pegajosos y las sustancias viscosas que pisaba cada vez que desviaba los ojos del camino.

El capitán twi'lek desenfundó su desintegrador y fue hacia un viejo almacén que tenía aspecto de estar bastante descuidado. La enorme puerta corroída se hallaba cerrada, y unas letras gigantescas pintadas sobre su superficie llena de remaches proclamaban que LOS INTRUSOS SERÁN DESINTEGRADOS y que el acceso al interior estaba RESTRINGIDO..., pero un instante después Lemelisk cayó en la cuenta de que en Nar Shaddaa no había ningún sitio al que se pudiera acceder libremente, por lo que en realidad las advertencias apenas tenían importancia.

Mientras esperaban a que el twi'lek abriera la gruesa puerta, Lemelisk miró a su alrededor y contempló la oscura y lúgubre ciudad. Tuvo la inquietante sensación de que alguien le estaba observando, y notó que se le erizaba el vello. Giró sobre sus talones y miró en todas direcciones, pero no vio nada que se saliera de lo corriente. Cuando el twi'lek abrió la puerta que reveló el interior frío y saturado de olor a moho del almacén, Lemelisk se agachó para ser el primero en entrar.

El twi'lek conectó una hilera de paneles luminosos. Uno de ellos parpadeó y se apagó, pero los cuatro restantes proyectaron su sucia luz sobre el almacén repleto de cajas. Un gran montón de recipientes de carga se alzaba delante de la pared del fondo. Las superficies de los contenedores estaban recubiertas de inscripciones trazadas en un lenguaje indescifrable, y muchos recipientes se habían roto y dejaban rezumar una sustancia de aspecto inquietantemente tóxico.

El copiloto humano llamó a Lemelisk con un gesto de la mano y soltó un gruñido, y después llevó al científico hasta un par de cajas en el centro de la sala. Las pisadas visibles en el suelo cubierto de polvo indicaron a Lemelisk que las cajas habían sido colocadas allí recientemente. Las inscripciones de sus lados las identificaban como «Sistemas de inspección de filtrado — Muestras de control de calidad».

Los guardias gamorreanos abrieron las cajas, apartando a un lado el material de embalaje autodigerible y revelando un par de núcleos de ordenador de gran tamaño, dos viejos sistemas cibernéticos bastante lentos que ya habían quedado anticuados hacía mucho tiempo.

Lemelisk reprimió el impulso de echarse a reír. ¿Aquello era lo mejor que podía obtener Sulamar con sus grandes conexiones imperiales? Fue hacia las cajas y quitó el polvo que cubría las placas de identificación, intentando ver sus números. Aquellos sistemas ya habían sido viejos cuando la Instalación de las Fauces fue construida, pero si no tenía otra elección para la Espada Oscura... Lemelisk empezó a pensar en las posibilidades. Era un desafío, y le gustaban los desafíos.

Los núcleos de ordenador necesitarían grandes modificaciones y una considerable labor de puesta al día, pero Lemelisk sabía que si se lo proponía podía dejarlos en condiciones de ser utilizados. La Estrella de la Muerte sólo tenía una milésima parte de los sistemas que había requerido la Estrella de la Muerte original, ya que carecía de defensas de superficie o habitáculos para alojar a un millón de tripulantes. La Espada Oscura sólo necesitaba desplazarse a sí misma y disparar su arma, y eso era todo. Los núcleos de ordenador eran tan prehistóricos que cabía la posibilidad de que incluso esas dos tareas relativamente sencillas resultaran excesivas para sus limitadas, capacidades.

Los desechos del espacio que le habían acompañado hasta allí se pusieron firmes de repente mientras Lemelisk estudiaba el equipo. Los guardias gamorreanos gruñeron y giraron sobre sus talones.

—¿Servirán, ingeniero Lemelisk? —preguntó Durga el Hutt, emergiendo de las sombras encima de su plataforma repulsora.

Lemelisk, sobresaltado, apartó las láminas de material de embalaje que le habían caído encima e intentó componer su respuesta.

—¡Esto es una auténtica sorpresa, noble Durga! No sabía que estaría aquí personalmente.

—¿Servirán? —volvió a preguntar Durga.

—Se puede conseguir que sirvan —respondió cautelosamente Lemelisk—. No sé qué le dijo Sulamar, pero son chatarra de la peor calidad. Aun así, creo que pueden ser mejorados y puestos en condiciones. Daré máxima prioridad a esa tarea.

—Excelente —dijo Durga—. He presentado mis excusas a la jefe de Estado de la Nueva República y he puesto fin a nuestra reunión diplomática. Tengo muchas ganas de volver y ver qué progresos ha ido haciendo en mi superarma.

—Creo que quedará complacido, noble Durga —dijo Lemelisk.

—Más vale que así sea —respondió Durga—. Volveremos al cinturón de asteroides en mi nave —siguió diciendo—. Quiero estar donde pueda ver mi Espada Oscura.

Lemelisk asintió, totalmente de acuerdo con el hutt.

—Salir de Nar Shaddaa será un gran placer para mí —dijo, inclinándose hacia adelante para dirigir un susurro de conspirador a la hinchada masa del hutt—. ¡Aquí hay demasiados tipos desagradables!

Capítulo 31

Pilotando el
Halcón
Milenario
con sólo Erredós a bordo para ayudarle, Chewbacca hizo que el carguero ligero modificado saliera del hiperespacio todo lo cerca del sistema de Nal Hutta que se atrevía a aproximarse. Con la hilera de motores sublumínicos despidiendo llamaradas blancas detrás de ellos, Chewbacca avanzó hacia la Luna de los Contrabandistas.

Pilotar la nave en solitario no suponía ningún problema para el wookie. Chewbacca había acumulado un número de horas de vuelo a bordo del
Halcón
lo suficientemente elevado como para que la inmensa mayoría de los pilotos humanos envidiaran su experiencia, pero aun así la ausencia de Han hacía que se sintiera un poco solo. Muchos años antes Chewbacca había contraído una deuda de vida para con el humano mediante el juramento más sagrado de su pueblo, y aunque no cabía duda de que a esas alturas ya había cumplido sobradamente con su obligación, el wookie seguía considerando que era responsable de la vida de Han.

Había visitado Nar Shaddaa con Han en más de una ocasión, y habían estado a punto de morir. En aquellos momentos Han también estaba en el sistema de los hutts, tomando parte en uno de los inexplicables rituales diplomáticos que llevaba a cabo Leia, por lo que Chewbacca había aceptado su misión de buena gana. El wookie estaba decidido a husmear por todas partes y averiguar cuanto pudiera sobre las actividades secretas de Durga.

Erredós empezó a seguir las trayectorias del tráfico que entraba en el sistema, y Chewbacca se unió al flujo de naves sin señales de identificación que se aproximaba a Nar Shaddaa. La flota de la Nueva República aparecía conspicuamente en los sensores: grandes navíos de combate enfrascados en falsos ataques que disparaban sus baterías turboláser activadas a mínima potencia contra falsos objetivos. Chewbacca contempló los puntitos de la pantalla. Han se encontraba a bordo de una de esas naves de guerra, o en la superficie de ese enorme planeta repleto de señales oscuras curiosamente parecidas a morados que se extendía debajo de ellos.

Chewbacca no podía correr el riesgo de ponerse en contacto con Han para informarle de que habían llegado. El wookie y Erredós tenían que permanecer totalmente invisibles, y debían perderse en Nar Shaddaa como cualquier otro visitante anónimo. Tenían que averiguar cuál era la auténtica historia del arma secreta hutt, y descubrir qué se ocultaba detrás de las mentiras diplomáticas que probablemente Durga le soltaría a Leia.

Chewbacca posó el
Halcón
en una de las pistas de descenso de tarifas astronómicamente elevadas esparcidas entre los sucios sectores sobrecargados de tráfico. Mientras Erredós bajaba por la rampa de acceso, Chewbacca cogió unas cuantas balizas de señalización, luces de advertencia cuyo encendido indicaría que el
Halcón
estaba rodeado por un campo letal de protección. Las balizas eran falsas, por supuesto, pero parecían reales y eliminaban la necesidad de pagar las exorbitantes sobrecargas de protección que cobraban muchos de los barones de las zonas de atraque, y que los visitantes que no habían venido preparados se veían obligados a abonar.

Chewbacca aspiró un poco de aire por su húmedo hocico y detectó los acres olores del refrigerante de motores, los vapores de los sistemas propulsores, los motores en mal estado que necesitaban urgentemente una reparación y los cuerpos de un millar de especies distintas mezclados con las exóticas especias que consumían para alimentarse.

El wookie y Erredós se alejaron rápidamente del
Halcón
y se sumergieron en la metrópolis recubierta de grasa que vibraba con el zumbido de las máquinas. Tenían créditos que gastar e información que comprar..., y Nar Shaddaa era el sitio ideal para ello.

Erredós se conectó al «puesto de información turística» más cercano, que ofrecía un directorio apenas disfrazado de vendedores y servicios disponibles en el mercado negro. Los contrabandistas ni siquiera intentaban ocultar sus verdaderas actividades, aunque algunas de las crípticas descripciones parecían francamente ominosas.

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