La espada oscura (38 page)

Read La espada oscura Online

Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
12.62Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué quieres? —preguntó la criatura, empleando un tono de voz bastante malhumorado.

Korrda se irguió para fulminar con la mirada al habitante de la concha,

—El noble Durga te ordena que proporciones información a estos invitados suyos. Necesitan estar al corriente de las actividades imperiales.

Tener la ocasión de dirigirse a una criatura que ocupaba una posición todavía más baja en la jerarquía del palacio que la suya hizo que Korrda por fin pareciese sentirse lleno de seguridad y confianza en sí mismo.

El traficante de información soltó un gruñido.

—Información sobre las actividades imperiales, ¿eh? Y supongo que no es posible restringir ni siquiera un poquito la amplitud de la pregunta, ¿verdad? Noooooo, eso es esperar demasiado, ¿eh? Por lo menos podríamos limitarnos a las actividades imperiales actuales, ¿no?

—Sí —dijo Leia—. Queremos saber qué están haciendo los restos del Imperio en estos momentos.

—Oh, estupendo... Eso es mucho más sencillo, ¿verdad? —replicó sarcásticamente la criatura de la concha—. Supongo que desearán un listado detallado de las actividades de cada individuo, claro está. Tengo acumulados datos sobre unos cinco mil millones, y eso sin llevar a cabo una búsqueda realmente concienzuda. Me pregunto si bastaría con algunas generalidades, ¿hmmmm?

—Las generalidades serían suficientes —respondió Leia en un tono bastante seco.

La lustrosa cabeza desapareció con un chasquido húmedo por la oscura abertura sin haber dicho ni una palabra.

Leia oyó débiles sonidos de movimiento y búsqueda mientras la criatura se agitaba de un lado a otro, como si estuviera intentando encontrar algo en un laberinto oculto dentro de la gigantesca concha. Se preguntó qué podía estar haciendo la criatura allí dentro, y un instante después la cabeza de piel húmeda y viscosa volvió a surgir de la abertura y dirigió su cúmulo ocular hacia Leia.

—Están de suerte, ¿eh? Hay muchísimos planes en marcha. Las fuerzas imperiales han sido unificadas, y los señores de la guerra que siempre estaban luchando entre ellos han sido ejecutados. La construcción de naves estelares se ha multiplicado por diez, y los nuevos soldados aparecen por decenas de millares... ¿Es el tipo de cosa que andaban buscando? Las fuerzas militares imperiales se han agrupado alrededor de un solo liderazgo, y parece ser que incluso las mujeres y los alienígenas pueden servir al Imperio de cualquier manera posible y hasta allí donde lleguen sus capacidades. Eso supone un considerable cambio respecto a la forma de pensar del Emperador, ¿no les parece? Resulta encantador encontrarse con un liderazgo imperial tan progresista, ¿verdad?

Han la miró, y Leia se inclinó hacia adelante. El traficante de información alienígena había conseguido despertar su interés a pesar de su resistencia inicial. Leia se preguntó si todo aquello sería verdad. Sospechaba que toda aquella mascarada formaba parte del plan de Durga, y que era una simple distracción urdida con el objetivo de conseguir que se preocuparan por otra amenaza mientras los hutts completaban la que estuvieran tramando. Pero aunque Durga tuviese motivos ulteriores ocultos.. Bueno, eso no quería decir que no pudiese existir una auténtica conspiración imperial.

—¿Sabe qué planean hacer? —preguntó—. ¿Puede decirnos si el Imperio ha desarrollado alguna clase de estrategia global?

El traficante de información onduló en el aire.

—Las distintas flotas imperiales dispersas por el espacio se han unido, y la acumulación de armamento es tan grande que se puede estar prácticamente seguro de que planean lanzar un gran ataque contra la Nueva República. ¿No les parece lo más lógico? El objetivo específico es desconocido, por lo que no sirve de nada preguntar cuál es. Dicha verdad resulta evidente, ¿no?

El traficante de información volvió su cúmulo ocular hacia Korrda. —¿Puedo irme? Tengo muchas cosas que hacer... Ya pueden ver lo ocupado que estoy, ¿no?

—Un momento —intervino Han—. ¿Quién ha unido a todas las facciones del Imperio? Necesito saberlo.

El traficante de información emitió un gorgoteo gutural que retumbó en las profundidades de su cuerpo.

—Oh, con que eso es todo lo que quieres, ¿no? ¿Por qué no preguntas cuál es el número de granos de arena que hay en las playas de Pil—Diller, o me pides que cuente las hojas de los bosques de Ithor? Korrda volvió a golpear la concha con su palo. —Calla y contesta a la pregunta.

—Muy bien, muy bien. A eso iba, ¿no? —replicó el traficante de información, y volvió a desaparecer dentro de la concha, donde estuvo rebuscando durante un rato que pareció interminable antes de emerger de nuevo Daala —dijo la criatura—. La almirante que manda las fuerzas imperiales se llama Daala, ¿entendéis? Pero eso es todo... He rascado las paredes, ¿no? Y dado que no dispongo de más información, ¡buenas noches!

La viscosa cabeza se introdujo en la concha, dejando a Leia y Han boquiabiertos y lanzándose miradas de perplejidad. Leia no había esperado nada parecido.

Han parecía muy preocupado, y abría y cerraba los ojos como si no entendiera nada.

—Pero ¿cómo puede ser Daala? —murmuró—. Daala... está muerta. Los ojos de Leia se encontraron con los suyos, y decidió que de momento ni quería ni necesitaba una explicación.

—Al parecer no lo está —dijo—. Esto lo cambia todo. ¿No te parece, Han?

SISTEMAS DEL NÚCLEO
Capítulo 35

En las manos de la almirante Daala, los restos del Imperio se convirtieron en una máquina, un gigantesco artefacto que fue minuciosamente reparado y ajustado para que funcionara con la máxima eficiencia posible.

Los engranajes giraron. Los componentes encajaron entre sí. Las fábricas de armamento procesaron los recursos disponibles para obtener armas adicionales: cazas TIE, cañoneras, caminantes de superficie, componentes estructurales para nuevos Destructores Estelares... Los hiperimpulsores fueron producidos en masa e instalados en una nave detrás de otra. Los núcleos de armamento fueron cargados con gas tibanna. Trabajadores que habían sido implacablemente oprimidos y castigados —incluso alienígenas y mujeres— vieron cómo se les asignaban nuevas responsabilidades, y se los puso a trabajar para la gloria del Imperio.

Daala leía con gran placer los informes sobre los progresos que iba recibiendo. A bordo de su enorme nave negra, el Martillo de la Noche, iba de un sistema a otro para unir alianzas que habían estado mucho tiempo dispersas, cimentar lealtades y obtener más esfuerzos de unos súbditos que llevaban demasiados años sin hacer nada, tensando la red imperial de todas las formas posibles a su alcance.

Acompañada por los impresionantes Guardias Rojos imperiales, la almirante habló en astilleros y fábricas de armamento, alzando la voz y reforzando la moral, y haciéndose visible para que todos pudieran contemplar a una líder llena de carisma que estaba allí para hacer algo contra el enemigo y volver a crear la esperanza de que habría un futuro mejor.

Daala estaba yendo y viniendo por la sala de reuniones del Martillo de la Noche, una cámara de estrategia privada tan grande como todo el puente de mando de un Destructor Estelar de la clase Victoria. Se detuvo delante del ventanal de observación y se dejó absorber por la magnificencia de los cúmulos de estrellas que llenaban el corazón de la galaxia. El material nebular formaba grandes cintas resplandecientes que se extendían sobre las acumulaciones de estrellas.

La enorme sala de reuniones parecía un capricho extravagante, y casi intimidaba. Daala habría preferido disponer de un sitio más pequeño para reflexionar y poder poner algo de orden en sus pensamientos, pero dada su nueva posición no podía asumir el mando de ninguna nave menos poderosa e imponente que el Súper Destructor Estelar. La sala contaba con sus propios dormitorios y unidades procesadoras de alimentos, e incluso tenía acceso a los módulos de escape del nivel de mando por si se diera el caso de que el navío de guerra acabase sucumbiendo a alguna catástrofe. El Martillo de la Noche era inmenso, pero funcionaba con una tripulación relativamente pequeña y confiaba en sistemas de control automatizados, que habían sido duplicados una y otra vez en un obsesivo despliegue de redundancia para garantizar un máximo de seguridad.

El vicealmirante Pellaeon carraspeó y esperó a que le prestara atención. Daala sabía que su veterano subordinado estaba allí, pero se permitió unos momentos de meditación más.

—Nuestra flota se va haciendo más y más fuerte a cada día que pasa —dijo por fin—. Puedo sentirlo.

Pellaeon aguardó en silencio durante un par de segundos antes de hablar.

—Sí, almirante.

—No quiero atacar antes de que estemos preparados..., pero ardo en deseos de volver a luchar. —Suspiró y se volvió hacia Pellaeon, quien permanecía inmóvil sosteniendo en sus manos un cuaderno de datos que contenía las últimas estadísticas sobre la flota. Daala se permitió un fruncimiento de ceño y se dejó caer en uno de los sillones—. Pero estoy harta de tantos detalles administrativos —gruñó.

Sólo estuvo sentada durante un instante y enseguida se levantó y reanudó sus paseos por la sala, moviéndose como un veloz
Torbellino
de pura energía nerviosa.

—Esos detalles son necesarios —dijo Pellaeon—. Si no se presta la suficiente atención a los detalles, entonces todo su trabajo no servirá de nada. Si tiene intención de gobernar el Imperio, debe entender eso.

Daala clavó los ojos en el rostro de Pellaeon.

—Pero es que no tengo ninguna intención de dirigir el Imperio. No es lo que pretendo. Seguramente a estas alturas ya lo habrá comprendido, ¿no? En cuanto la batalla haya sido ganada, tengo intención de renunciar al mando con sumo placer..., para transmitírselo a usted, o a la persona que resulte más adecuada para encargarse de ese odioso trabajo.

Pellaeon irguió la cabeza, y la sorpresa hizo que sus ojos un poco acuosos parecieran a punto de salirse de las órbitas.

—¿Yo, almirante? ¡No soy ningún emperador!

Daala soltó una carcajada.

—Y yo tampoco, vicealmirante..., pero no nos preocupemos por eso hasta que la guerra haya terminado. Bien, infórmeme de la situación general. ¿Qué tal va todo?

Pellaeon acogió el cambio de tema con visible alivio y se sentó a la mesa mientras Daala continuaba yendo de un lado a otro. El vicealmirante hizo aparecer largas hileras de números en su cuaderno de datos.

—Ahora contamos con ciento doce Destructores Estelares de la clase Victoria que están en condiciones de operar —explicó—. Los he puesto bajo el mando del coronel Cronus, tal como acordamos que se haría durante nuestra última reunión.

—Sí, es una buena elección —dijo Daala—. Parece un comandante muy competente.

—También tenemos cuarenta y cinco Destructores Estelares de la clase Imperial.., y el Martillo de la Noche, por supuesto. —Pellaeon deslizó el cuaderno de datos sobre la mesa—. Ahí tiene una lista completa de nuestros cazas TIE, interceptores y bombarderos, así como una relación de lanzaderas de asalto de las clases Gamma y Lambda, caminantes de superficie, transportes de exploración y cañoneras. La siguiente entrada es un resumen puesto al día de nuestro personal y sus distintas capacidades.

Daala echó un vistazo a las cifras, pero enseguida notó que sus verdes ojos se deslizaban sobre ellas sin verlas. Estudiar informes era algo que nunca se le había dado demasiado bien.

—Lo examinaré más tarde —dijo—. En estos momentos tengo otros asuntos en los que pensar y que me preocupan mucho más. —Respiró hondo—. Estamos muy, muy cerca... Usted y yo debemos discutir la estrategia de nuestro primer ataque. Prefiero no tomar esta decisión en solitario. Usted tiene décadas de experiencia y un auténtico tesoro de conocimientos acumulados. La puerta está sellada y no hay nadie observándonos..., y quiero que me dé su opinión con la máxima sinceridad. —Daala bajó la voz—.No volveré a cometer los mismos errores.

Pellaeon tragó saliva con un movimiento casi imperceptible del cuello. —Aprecio su fe en mí, almirante, pero supongo que sabe que esta vez tiene una verdadera flota a su disposición.

Daala dejó caer la palma de su mano sobre la mesa. Sus ojos echaban chispas.

—¡Y sabré sacarle provecho!

Pellaeon se levantó.

—¿Quiere beber algo, almirante?

Daala asintió y volvió la mirada hacia el ventanal para contemplar las estrellas. No dijo nada hasta que Pellaeon hubo vuelto con un vaso alto lleno de té estimulante frío.

—Tal como yo veo la situación, almirante —dijo Pellaeon, hablando despacio y escogiendo cuidadosamente sus palabras—, tenemos dos objetivos primarios obvios. El primero es Coruscant, la capital..., el mundo más poderosamente fortificado y más poblado de la Nueva República. Si destruimos ese planeta, eso convertiría a los rebeldes en un rebaño disperso de animales acosados que volverían a huir a un centenar de bases distintas para buscar refugio en ellas.

—Estoy de acuerdo con usted —dijo Daala—. Pero la batalla por Coruscant será larga y difícil..., y muy encarnizada. Si elegimos Coruscant como nuestro primer objetivo, perderemos una gran parte de nuestra nueva flota.

Pellaeon asintió y tiró de las puntas de su bigote canoso.

—Me veo obligado a mostrarme de acuerdo, y también debo confesar que siento una cierta reluctancia ante la idea de devastar un antiguo planeta imperial.

Los labios de Daala se tensaron para formar una sombría mueca de irritación.

—Busco obtener una victoria decisiva, Pellaeon —dijo—. Quiero encontrar un objetivo rebelde importante al que podamos aplastar por completo con unas pérdidas mínimas para nuestras fuerzas. Necesitamos asestar un golpe que refuerce nuestra moral y haga tambalearse a los rebeldes, y que embriague a nuestras tropas con un éxtasis de patriotismo renovado. Entonces podremos volver con el doble de fuerzas y atacar Coruscant hasta dejarlo convertido en un montón de escombros. Ya he encontrado ese objetivo —añadió—. ¿Estamos pensando en el mismo blanco?

Pellaeon tomó un sorbo de su té frío. Daala contempló al vicealmirante sin decir nada. Pellaeon guardó silencio durante unos momentos más, y después respondió sin vacilar.

—Yavin 4—dijo, y enarcó las cejas—, la sede del nuevo centro de adiestramiento Jedi.

—Sí —dijo Daala, felicitándole con su sonrisa—. Los Caballeros Jedi son unos símbolos muy poderosos para los rebeldes... y si permitimos que proliferen, tal como parece ser la intención del enemigo, serán unos adversarios muy poderosos. Si atacamos ahora y arrancamos de raíz esa mala hierba antes de que pueda propagar sus semillas, podemos asestar un golpe mortal a esos rebeldes.

Other books

How to Breathe Underwater by Julie Orringer
The Criminal Alphabet by Noel "Razor" Smith
The Lazarus War: Legion by Jamie Sawyer
La ciudad sagrada by Douglas Preston & Lincoln Child
The Zone by Sergei Dovlatov
Clandestine by Nichole van