La formación de América del Norte (20 page)

Read La formación de América del Norte Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de América del Norte
5.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por entonces, Frontenac había sido relevado de su puesto, y La Salle entró en conflicto con el nuevo gobernador. Marchó a Francia, donde Luis XIV lo confirmó como gobernador de Luisiana y le dio permiso para la fundación de una colonia en la desembocadura del Mississippi.

En 1684, La Salle partió de Francia con esa misión. Su nueva expedición estuvo desde el principio bajo el infortunio, y La Salle, más voluble que nunca, riñó con todo el mundo. Finalmente, cuando llegó a las costas septentrionales del golfo de México, no pudo hallar la desembocadura del Mississippi y desembarcó en las costas de Texas, al oeste. Trató de abrirse camino hacia el Este, pero fue asesinado por sus propios hombres, el 19 de mayo de 1687.

Sin embargo, Luisiana siguió siendo francesa. Así, cuando el siglo XVII se acercaba a su década final, quienquiera que mirase el mapa de América del Norte podía pensar que el dominio inglés sobre la costa era aún precario, pues las vastas extensiones del Continente estaban en manos de otras potencias.

España todavía estaba atrincherada en México y la Florida, y reclamaba gran parte de lo que es hoy el sudoeste de los Estados Unidos. De hecho, en el Oeste, donde había escasa competencia de otras potencias europeas, aún actuaba con vigor. Así, cuando los indios Pueblo se rebelaron, en 1680, y obligaron a los españoles a evacuar Santa Fe, éstos lucharon reñidamente hasta que los Pueblo fueron derrotados y Santa Fe retomada, en 1692.

Mientras tanto, los españoles sobrevivientes de la revuelta de los indios Pueblo habían construido El Paso, sobre el río Grande, y, después del inútil intento de La Salle de colonizar la costa del golfo, los españoles se extendieron más a Texas para impedir nuevos intentos. Al terminar el siglo XVII, los españoles estaban explorando el norte de la costa de California y empezando a establecer colonias allí.

Pero las empresas de España en el Lejano Oeste no preocupaban a las colonias inglesas. Era Francia, con posesiones mucho más cercanas y un programa mucho más vigoroso, la que estaba preocupada.

Francia dominaba todo lo que es ahora el sudeste de Canadá, desde los Grandes Lagos hasta el mar, y ahora reclamaba todo el vasto interior del Continente, más allá de los Montes Apalaches. Esta enorme región francesa se hallaba bajo una administración unificada y bajo el estrecho control de la metrópoli. Rodeaba a las colonias inglesas y las limitaba a la ocupación de lo que parecía una precaria línea costera. Más aun, esas colonias inglesas eran numerosas, cada una tenía un gobierno autónomo y simpatizaban poco unas con otras; y todas ellas se peleaban internamente, unas con otras y con el gobierno de la metrópoli.

A cualquiera que contemplase el mapa le habría parecido que, con el tiempo, Francia debía extender sus enormes posesiones sobre la insignificante línea costera y borrar la América inglesa, como ésta había borrado la América neerlandesa, y como la América neerlandesa había borrado la América sueca.

Contra esta posibilidad estaba el hecho de que Nueva Francia, pese a su gran extensión tenía una población de solo 12.000 personas, mientras que las colonias inglesas, al terminar el siglo XVI contaban con casi un cuarto de millón de habitantes, seguían creciendo en número de colonos y en prosperidad y estaban decididas a seguir creciendo cada año.

Ambas partes sabían que los franceses y los ingleses no podían continuar expandiéndose por mucho tiempo sin llegar a un enfrentamiento. En verdad ya había habido luchas.

Un lugar de tales conflictos era la gran península que se halla entre Terranova y Nueva Inglaterra. Los ingleses habían considerado que tanto Terranova como Nueva Inglaterra estaban dentro de su esfera de influencia, y naturalmente suponían que la península que se extiende entre ellas también era suya, y suprimieron allí las primeras colonias francesas en 1613.

Más tarde, en 1621 Jacobo I concedió el derecho a colonizar la península a sir William Alexander, un poeta escocés que había sido preceptor de los hijos del rey. Alejandro llamó a la península «Nova Scotia» (forma latina de Nueva Escocia), nombre bastante apropiado, pues está al norte de Nueva Inglaterra así como Escocia está al norte de Inglaterra.

Hubo otras colonias francesas en Nueva Escocia (Acadia, para los franceses), y así la península pasó a manos de una y otra de las dos potencias. En 1667 el Tratado de Breda, que asignó Nueva Holanda a Inglaterra y la convirtió en Nueva York por acuerdo internacional, otorgó Nueva Escocia a Francia, que ahora fue llamada oficialmente Acadia.

También hubo luchas en el Lejano Norte. Inglaterra era consciente del peligro que representaba el hecho de que sus posesiones estuviesen rodeadas al Norte y al Oeste por los franceses. Con la idea de rodear, a su vez, a los franceses, los ingleses crearon la Compañía de la bahía de Hudson el 2 de mayo de 1670. Los ingleses reclamaban la bahía de Hudson porque ésta había sido descubierta por Hudson en 1610, y la Compañía tenía intención de establecer puestos en las costas de esa helada masa de agua. Esos puestos no sólo servirían para tener en jaque a los franceses, se esperaba, sino también como fuente de beneficios mediante el comercio de pieles y, tal vez, hasta había la posibilidad de hallar una ruta a Asia.

Los franceses reaccionaron vigorosamente ante la fundación de puestos ingleses a lo largo de las costas de la bahía de Hudson y se apoderaron de varios de ellos en 1686. Durante varias décadas la pretensión inglesa a la región fue más teórica que real.

Pero los conflictos anteriores a 1689 habían sido dispersos y locales; los gobiernos de las metrópolis nunca habían estado muy implicados en ellos. En cambio, a partir de 1689 los sucesos dieron un viraje decisivo. Inglaterra y Francia empezaron una serie de guerras que iban a prolongarse por más de un siglo y cuarto, y todas esas guerras se libraron, en parte, en el continente americano.

Para las colonias inglesas cada guerra sucesiva era menos una cuestión local y más parte de una distante guerra continental. Para entender cómo ocurrió esto debemos volver a Europa.

La guerra del rey Guillermo

En Francia Luis XIV subía al trono a la edad de cinco años, en 1643, cuando murió su padre, Luis XIII. Durante casi veinte años Francia fue gobernada por el astuto cardenal Mazarino, quien cuidó de que Francia saliera ganando con el fin de la Guerra de los Treinta Años y con el tratado de paz con España en 1659.

Por la época de la muerte de Mazarino, en 1661, Francia era la nación más poderosa de Europa. Luis XIV, ahora de veintitrés años, asumió personalmente la dirección del gobierno e inmediatamente inició un programa de expansión territorial, particularmente en dirección a los Países Bajos. Estos, profundamente perturbados, comprendieron que Francia había reemplazado a España como gran potencia expansionista de Europa y se convirtieron en el centro de la resistencia antifrancesa.

Entre 1672 y 1678 hubo guerra entre Francia y los Países Bajos, una guerra desigual, ya que Francia era con mucho la potencia más fuerte. Los Países Bajos conservaron su independencia, pero quedaron muy afectaos por las victorias francesas. Esto, sumado a sus pérdidas navales en las guerras contra Inglaterra, eliminó a los Países Bajos del rango de las grandes potencias, posición que había mantenido durante gran parte del Siglo XVII.

Durante ese período temprano de la carrera expansionista de Luis XIV, Inglaterra permaneció, en general, neutral. Carlos II estaba ansioso por mantener la paz y sólo sentía simpatías por el más suave protestantismo, de modo que no se apresuró a acudir en socorro de los neerlandeses protestantes. De hecho, dependía de Luis XIV por un subsidio personal (y secreto) que le proporcionaba fondos y hacía innecesario, para él, apelar al Parlamento. Por ello, en realidad, estaba dispuesto a alinearse con Francia en contra de los Países Bajos, particularmente dado que también Inglaterra había combatido a los neerlandeses.

Pero la opinión pública inglesa fue llevada lentamente a una posición anti-francesa. El cambio decisivo se produjo cuando Luis XIV, impulsado por el fanatismo religioso, cometió un error fundamental. El 18 de octubre de 1685 puso fin a toda tolerancia de los protestantes en Francia; los hugonotes franceses fueron forzados, mediante un tratamiento totalmente inhumano, a convertirse o a huir del país. Luis tampoco les permitió entrar en Nueva Francia o en Luisiana.

El resultado fue que cientos de miles de franceses abandonaron Francia, privando a su país natal de sus talentos y su laboriosidad para otorgárselos a los enemigos de Francia (Inglaterra, Prusia y otras naciones protestantes), adonde la acción de Luis los había obligado a huir.

Muchos fueron a las colonias inglesas. Algunos se dirigieron a la parte meridional de Carolina, refugio tradicional de ellos desde la época de Coligny, siglo y cuarto antes. Allí acentuaron el carácter aristocrático de la colonia con sus refinadas costumbres francesas. En 1688 un grupo de hugonotes se estableció en el Condado de Westchester, Nueva York, y fundaron la ciudad de Nueva Rochela, así llamada en recuerdo de la antigua fortaleza hugonota de La Rochela, de la que provenían muchos de los refugiados.

Allí adonde fueron los hugonotes fortalecieron a las colonias y llevaron también sus propios sentimientos anti-franceses.

El efecto de la acción represiva de Luis XIV sobre la opinión pública de la Inglaterra protestante fue enorme. Cuando ese mismo año el católico Jacobo II se convirtió en rey de Inglaterra, muchos protestantes ingleses se horrorizaron, pues suponían que (una vez que se sintiese suficientemente fuerte) seguiría los pasos de Luis.

Esos temores contribuyeron a provocar el levantamiento de 1688, por el que Jacobo II fue expulsado del trono. El Parlamento puso la corona en la cabeza de su hija protestante, María II, y su marido, Guillermo III. Este ya gobernaba los Países Bajos (y era también Guillermo III según la numeración neerlandesa) y había sido el corazón y el alma de la lucha contra Luis XIV.

Guillermo tenía intención de seguir luchando contra Luis desde su nueva posición, y el rey francés sabía que ahora podía estar seguro de que Inglaterra adoptaría una firme actitud anti-francesa. Pensó que no tenía más opción que apoyar a Jacobo II (que había huido a Francia) y tratar de restablecerlo en el trono. Así en 1689 Francia e Inglaterra entraron en guerra.

Varios años antes, en 1686, Guillermo había completado la formación de una liga de aliados comprometidos a resistirse contra Luis XIV cuando éste volviera a la guerra. Los términos finales de la alianza fueron acordados en Augsburgo, Baviera, por lo que fue llamada la Liga de Augsburgo.

Cuando Guillermo llegó a rey de Inglaterra, esta nación se convirtió en miembro de la Liga. La guerra que se produjo a continuación, entre todos los miembros de la Liga, por un lado, y Francia, por el otro, se conoce normalmente con el nombre de Guerra de la Liga de Augsburgo, o a veces Guerra de la Gran Alianza.

Guillermo, decidido a combatir al odiado Luis con toda arma a su alcance, no tenía ninguna intención de permitir que las colonias norteamericanas permaneciesen neutrales. Sabía bien que las colonias inglesas superaban en población a Nueva Francia en la proporción de 15 a 1; que Inglaterra y los Países Bajos tenían una superioridad naval que podía ser decisiva en una guerra librada en el océano, y que los aliados tenían una superioridad industrial y financiera que les permitía dar apoyo a una guerra distante.

Pero, desgraciadamente para los ingleses, también tenían desventajas. En primer lugar, las colonias inglesas estaban desunidas, y las colonias meridionales, que estaban lejos de los franceses, no veían ninguna razón para tomar parte en el conflicto. Sólo estaban implicadas las colonias más septentrionales.

Además los franceses, aunque pocos en número, habían ubicado estratégicamente algunos fuertes, y tenían pocos grandes centros de población que los ingleses pudiesen atacar. Los colonos franceses estaban familiarizados con los bosques sin caminos, y se hallaban en buenos términos con los indios. Más aun, el gobierno francés apoyaba directamente a sus colonos, mientras que el gobierno inglés, teniendo que combatir con el ejército de Luis (el mejor del mundo por aquel entonces) en Europa dejó que las colonias se las arreglasen como pudieran, de modo que la superioridad naval y económica anglo-neerlandesa no sirvió de nada.

Fue característico de esta guerra (llamada la Guerra del rey Guillermo en las colonias, ya que sobrevino junto con la noticia de la subida de Guillermo al trono) y de las que siguieron el papel que en ellas tuvieron los indios. Los franceses, casi siempre, combatieron con la ayuda de sus aliados indios, por lo que la serie de guerras iniciadas en 1689 a veces son agrupadas bajo el nombre de Guerras contra Franceses e Indios.

Como la historia ha sido relatada desde el bando de los colonos ingleses, se acusó a los franceses de los conflictos y de haber permitido que sus aliados indios cometiesen atrocidades contra sus congéneres blancos.

Los franceses podrían argüir que, dada su inferioridad numérica, no podían hacer otra cosa. También podrían señalar que los primeros en apelar a ataques indios contra enemigos blancos fueron, no los franceses, sino los neerlandeses.

En el decenio de 1640-1649 los neerlandeses habían aprovechado la hostilidad de los iroqueses hacia los franceses armándolos con armas de fuego y enviándolos al Norte. Durante diez años los iroqueses convirtieron la vida de los colonos franceses en un infierno, llegando en sus incursiones hasta Montreal y matando a los indios convertidos por los misioneros franceses. Las incursiones terminaron en 1652 por un tratado que daba claramente la victoria a los iroqueses.

Cuando los ingleses se apoderaron de Nueva Holanda, también ellos estimularon a los iroqueses a luchar contra los franceses, aunque, bajo el vigoroso gobierno de Frontenac, Nueva Francia, mediante una mezcla de fuerza y de diplomacia, logró rechazarlos.

Other books

Greta Again! by Stones, Marya
Liz Carlyle - 06 - Rip Tide by Stella Rimington
The Lady Hellion by Joanna Shupe
The Duke and I by Julia Quinn
The Real Mad Men by Andrew Cracknell
The Woodcutter by Reginald Hill