La formación de América del Norte (22 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de América del Norte
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Este horrible asunto puso prácticamente fin a la preocupación oficial por la hechicería en las colonias. Considerando lo que había ocurrido en Europa al respecto, podemos sentirnos tentados a decir que las colonias habían aprendido la lección a bajo costo.

Además, el fracaso de toda la cuestión de la hechicería dañó mucho la reputación de Cotton Mather y otros clérigos de su severa y rígida secta. Nunca Nueva Inglaterra volvería a ser atormentada por sus pastores.

Pero estaba empezando a hacerse sentir un problema mucho más peligroso que el de la hechicería. Las colonias en desarrollo, particularmente en el Sur, se hicieron cada vez más dependientes del trabajo de los esclavos. En 1661, Virginia reconoció la esclavitud como una institución legal.

La esclavitud de los negros fue particularmente perniciosa, porque los esclavos eran tan diferentes en su apariencia de sus amos blancos que era fácil creer que la esclavitud era una condición natural para ellos. Y una vez que la esclavitud quedó firmemente asociada con los negros, se hizo difícil liberarlos y luego tratarlos como hombres libres. A fin de cuentas, aún eran negros. La excusa de que los negros eran esclavizados por su condición de paganos y de que en la esclavitud aprenderían a ser cristianos y salvarían sus almas (de tal modo que la esclavitud redundaba en su bien infinito) perdió credibilidad cuando Virginia aprobó una ley, el 23 de septiembre de 1667, por la que un esclavo negro seguía siendo esclavo aunque fuese cristiano.

Pero en el Norte, donde la esclavitud tenía una base económica más débil, se levantaron voces contra ella. El 18 de mayo de 1652, Rhode Island (siguiendo las tradiciones de Roger Williams) aprobó una ley prohibiendo la esclavitud, la primera de tales leyes que se aprobó en América del Norte. Y en abril de 1688 los cuáqueros de Germantown, Pennsylvania, publicaron una propuesta contra la esclavitud, el primer documento antiesclavista de Norteamérica.

Pero las diferencias sobre la esclavitud todavía eran pequeñas, y nadie podía prever que llegaría el tiempo en que estarían a punto de destruir a una gran nación. Lo que los hombres podían prever en aquellos años finales del siglo XVII era que se estaban gestando problemas, nuevamente, entre Inglaterra y Francia en Europa, lo cual, sin duda, crearía problemas también en América del Norte.

La guerra de la reina Ana

Ya cuando el Tratado de Ryswick fue firmado y la guerra del rey Guillermo llegó a su fin, Europa se estaba preparando para una nueva guerra. Los diferentes gobiernos hasta sabían cuál sería su causa.

En España, el rey Carlos II estaba agonizando, y no tenía herederos. En verdad, era un hombre tan enfermo que toda Europa se preguntaba qué lo mantenía vivo por tanto tiempo; la noticia de su muerte era esperada de mes a mes.

España ya no era una gran potencia, pero aún poseía un enorme imperio, y la cuestión era: ¿quién heredaría España y su imperio? Si la herencia caía en algún príncipe secundario, que sólo poseyera España y su imperio, no había problemas. España no sería más fuerte que antes y nadie se vería amenazado. Pero si España se convertía en propiedad de algún vigoroso monarca que ya fuese rey de una nación poderosa, la combinación podía ser una amenaza para toda Europa.

La nación más poderosa de Europa era Francia, y ocurrió que el ambicioso Luis XIV tenía buenos derechos sobre España, pues su esposa era hermanastra de Carlos II de España y su madre era tía de este monarca. Pero había algunos príncipes alemanes con derechos tan buenos o mejores, y la mayoría de los adversarios de Luis anhelaban hacer rey de España a cierto príncipe bavaro, ya que era el menos poderoso de todos los pretendientes.

Lamentablemente, mientras Carlos II aún seguía vivo, el príncipe bavaro murió, en 1699. Esto aumentó la probabilidad de que Luis XIV lograse poner a España bajo la dominación de un miembro de su familia. El resto de Europa se puso frenético, en verdad.

De hecho, Luis XIV había logrado inducir al moribundo Carlos II a que en su testamento legase la sucesión al nieto de Luis, Felipe. El 1 de noviembre de 1700 Carlos II finalmente murió, y Luis XIV rápidamente envió a su nieto a España y lo reconoció como rey con el nombre de Felipe V. Luis XIV prometió que los gobiernos de España y Francia permanecerían siempre separados y que España seguiría siendo completamente independiente; pero, por supuesto, nadie le creyó.

Guillermo III era aún rey de Inglaterra (su esposa, María II, había muerto en 1694), y él, por cierto, no creyó a su viejo enemigo. Organizó otra alianza, que incluía a los Países Bajos y el Imperio, y la guerra se reanudó.

Esta «guerra de la sucesión de España» empezó con una declaración de guerra por Inglaterra y sus aliados, el 4 de mayo de 1702, pero Guillermo no vivió para ver completados los preparativos; luego empezó realmente la guerra. Guillermo había muerto dos meses antes, el 8 de marzo. No tenía hijos, y fue sucedido por la hermana menor de su difunta esposa, Ana; por ello, en las colonias la nueva guerra con Francia fue llamada la guerra de la reina Ana.

Esta nueva guerra implicaba un elemento de peligro en lo concerniente a las colonias. España y Francia estaban ambas bajo el gobierno de la familia de Borbón y combatían en alianza. Esto significaba que las colonias inglesas no sólo tenían que enfrentarse con la enemistad de los franceses en el norte, sino también con la de los españoles en el sur. Las colonias meridionales no podían permanecer neutrales en esta guerra, como había ocurrido en la anterior.

Las primeras medidas se tomaron en el sur, de hecho, y fueron las colonias inglesas las que tomaron la ofensiva. James Moore, gobernador de Carolina, condujo una expedición de colonos e indios contra San Agustín, la capital de la Florida española, en 1702.

La ciudad fue tomada y saqueada en septiembre, pero la guarnición española se retiró al fuerte, donde resistió tenazmente. La llegada de barcos españoles obligaron a Moore a abandonar sus suministros y a volver rápidamente a Carolina. Los logros habían sido escasos y los gastos grandes. Carolina, como antes Massachussets, tuvo que emitir papel moneda para pagar sus deudas.

Después de esto, Carolina se negó a hacer mucho como colonia; pero Moore condujo por su cuenta otras incursiones por el interior, obteniendo beneficio del saqueo de las misiones españolas y vendiendo a los indios capturados como esclavos. Los españoles trataron de tomar represalias atacando a Charleston, en 1706, pero fracasaron.

Esto fue todo lo que ocurrió en el sur durante la guerra de la reina Ana.

En el norte, se produjo una repetición de los sucesos de la guerra del rey Guillermo. El gobernador de Nueva Francia, el marqués de Vaudreuil, trató de mantener neutrales a los iroqueses y evitó las incursiones por Nueva York, la cual, de este modo, se ahorró los desastres de la década anterior. Pero esto no hizo más que desplazar la presión sobre Nueva Inglaterra.

El 29 de febrero de 1704, una partida de indios conducida por franceses cayó sobre Deerfield, en el noroeste de Massachussets. Se repitió la historia de Schenectady de catorce años antes. Cincuenta personas fueron muertas y unas cien llevadas como cautivas.

Nuevamente, la única respuesta parecía ser por mar, contra la Acadia francesa. El recuerdo de la triunfal aventura contra Port Royal, en la guerra anterior, indujo a Massachussets a hacer un nuevo intento.

En 1704, setecientos hombres, la mayoría de esa colonia, zarparon hacia el Norte. Esta vez Port Royal no fue llevada a rendirse mediante engaño y, después de rondar por las afueras, la expedición volvió sin haber realizado nada de valor. De hecho, los franceses tomaron la ofensiva, a su turno, y ocuparon algunas combativas colonias inglesas que finalmente se habían establecido en Terranova.

Los colonos se sintieron frustrados. No sólo Inglaterra no hacía nada para ayudarlos, sino que había buenas pruebas de que los hombres acomodados de Massachussets y las otras colonias estaban haciendo dinero comerciando con los franceses y no deseaban proseguir la guerra vigorosamente.

Y las correrías indias continuaron. El 29 de agosto de 1708, Haverhill, a sólo 55 kilómetros al norte de Boston, sufrió una matanza indiscriminada en la que fueron muertos 48 hombres, mujeres y niños.

Era menester conseguir de algún modo que Inglaterra acudiese en su ayuda. Estaba obteniendo grandes victorias sobre Francia en Europa, y seguramente podía destinar unos pocos barcos y tropas a sus acosadas colonias.

Francis Nicholson fue el hombre del momento. Era el vicegobernador que había sido expulsado de Nueva York en la época de la rebelión de Leisler, veinte años antes, pero desde entonces había gobernado a Virginia y Maryland. Su mandato en Virginia terminó en 1705, y estaba dispuesto a emprender alguna otra acción.

Ardía en deseos de conducir un ataque por tierra contra Canadá, mas para eso necesitaba soldados entrenados de Inglaterra, y aunque éstos habían sido prometidos, no llegaban. Marchó a Londres para persuadir al gobierno a que mantuviese su promesa.

Con él fue cierto comandante Peter Schuyler, de Albany, Nueva York, quien llevó consigo, como parte de su séquito, a cinco guerreros iroqueses. Los iroqueses provocaron frenesí en Londres, y probablemente fue el principal factor que llevó a la opinión pública inglesa a adoptar una actitud más favorable a las colonias. El gobierno inglés, con renuencia, se vio obligado a enviar tropas.

Cuatro mil hombres llegaron a Nueva Inglaterra en julio de 1710, y en septiembre Nicholson los condujo hacia el Norte. El 24 de septiembre, la flotilla ancló frente a Port Royal, y esta vez se inició un sitio en regla; los cañones empezaron a disparar contra el puerto. Port Royal resistió todo lo que pudo, pero no podía soportar un bombardeo en serio y, el 16 de octubre, se rindió.

Esta vez la rendición fue definitiva. Los ingleses cambiaron el nombre de la ciudad por el de Annapolis Royal, en honor a la reina Ana, y todavía lo conserva.

Como en la guerra anterior, la victoria en Acadia inspiró ideas de algo más importante aun. Nicholson todavía anhelaba conducir una expedición contra Québec, pero sólo podía abrigar esperanzas de éxito si al mismo tiempo se enviaba una expedición aguas arriba del San Lorenzo. El gobierno inglés, complacido con la victoria de Port Royal, se manifestó dispuesto a proporcionar los medios.

En 1711, casi setenta barcos llegaron a Boston con más de cinco mil combatientes a bordo. Lamentablemente, al mando de las tropas estaba el general John (
Jolly Jack
, «el Alegre Juanito») Hill, cuya única cualificación para el cargo consistía en ser hermano de una mujer que era amiga íntima de la reina Ana. El almirante sir Hovendon Walker, que estaba al frente de la flota, era igualmente incompetente.

Finalmente, zarparon hacia el San Lorenzo y entraron en él, pero se perdieron y encallaron en medio de la niebla. Diez barcos naufragaron y se perdieron setecientas vidas. Después de esto, Hill y Walker abandonaron; decidieron que nunca podrían hallar a Québec y volvieron a Boston como pudieron. Nicholson, que había estado esperando junto al lago Champlain con su fuerza terrestre, se vio obligado a retornar al llegarle la noticia del fracaso.

Las colonias no tuvieron mucho tiempo para reflexionar sobre este fracaso. La guerra estaba llegando rápidamente a su fin y, el 11 de abril de 1713, se obtuvo la paz con el Tratado de Utrecht (firmado nuevamente en una ciudad neerlandesa).

En conjunto, Francia se mantenía bastante bien en Europa, aunque había sufrido algunas derrotas terribles. El nieto de Luis XIV siguió siendo rey de España, pero Luis tuvo que dar firmes garantías de que España sería siempre independiente. También tuvo que aceptar a los monarcas protestantes de Inglaterra y dejar de admitir las pretensiones al trono inglés del hijo del católico Jacobo II. De España, Inglaterra tomó Gibraltar, que ha conservado desde entonces.

En América del Norte, Francia perdió menos de lo que habría perdido si la expedición a Québec no hubiese sido tan desastrosamente conducida. Aun así, tuvo que reconocer a la Compañía de la bahía de Hudson y admitir su derecho a efectuar el comercio de pieles a lo largo de las costas septentrionales de la bahía. También tuvo que reconocer como territorio inglés a Terranova. Y, lo más importante, Francia cedió Acadia a Inglaterra, y la península se convirtió en Nueva Escocia para siempre. Su primer gobernador fue Nicholson.

Suben las apuestas

Francia y Rusia

El Tratado de Utrech no resolvió en modo alguno la situación en América del Norte ni introdujo una división estable del botín entre Inglaterra y Francia. En primer lugar, en ninguna parte se establecieron fronteras claras. Sencillamente, no se conocía lo suficiente el continente para permitir fijar tales fronteras. Quedaba abundante espacio para disputar y mucho terreno para nuevos choques.

Además, era evidente que Francia no tenía intención de aceptar como permanentes sus pérdidas en la guerra de la reina Ana, sino que hacía preparativos para otra lucha en la que, quizá, pudiese lograr un resultado afortunado.

Inmediatamente al nordeste de Nueva Escocia, por ejemplo, separada por un estrecho tan angosto que prácticamente forma parte de la tierra firme, está la isla de cabo Breton. Siguió siendo de Francia, aunque ésta había perdido Nueva Escocia. Tan pronto como se firmó el Tratado de Utrecht, Francia empezó a construir un puesto fortificado en la punta más oriental de la isla de cabo Breton y se lo llamó Louisbourg, en honor al anciano Luis XIV (quien moriría en 1715, dos años y medio después del fin de la guerra, tras un reinado de setenta y dos años). Se fortificó a Louisbourg cada vez más, y era claro que los franceses querían que dominase la desembocadura del San Lorenzo, para impedir las expediciones río arriba, hasta Québec. Además podía servir como base para efectuar incursiones al Sur, contra Nueva Escocia y Nueva Inglaterra.

Y la fortificación del puesto de Louisbourg no fue el único modo como los franceses estaban elevando las apuestas. Durante toda la guerra de la reina Ana habían extendido constantemente su dominio sobre el interior del continente y convertido en realidad la visión de La Salle.

El comienzo de esa tarea lo realizó Pierre le Moyne, señor de Iberville, quien había actuado en la guerra del rey Guillermo. Fue él, en efecto, quien condujo la partida que saqueó a Schenectady en 1690. Terminada la guerra él y su hermano, Jean Baptiste le Moyne, señor de Bienville, fueron encargados del desarrollo del Mississippi inferior.

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