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Authors: Max Bentow

Tags: #Policíaco

La huella del pájaro (16 page)

BOOK: La huella del pájaro
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—Lene, yo… —balbució—. Te hemos estado buscando, llevamos tres días buscándote.

—¿Cómo has entrado? —le preguntó la niña con un susurro.

Él hizo un gesto vago hacia la puerta.

—Pues… —empezó a decir, pero no terminó la frase y se pasó la mano por la frente—. Poco a poco, Lene, vayamos por partes. ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

La niña se incorporó y le dirigió una mirada recelosa.

Para intentar calmarse, Trojan contó mentalmente hasta veinte y le preguntó, con un hilo de voz:

—¿Dónde estabas?

—En casa de un hombre —dijo la niña al fin, muy bajito.

—¿Te ha hecho algo?

Lene no se movió.

—Esta mañana has llamado a la policía, ¿verdad?

—Tenía miedo.

—¿Qué ha pasado, Lene?

La niña no respondió.

—¿Te acuerdas de mí? Hablé contigo el viernes.

—Y me trajiste a
Jo
.

—Sí —dijo Trojan, que miró primero el animal de peluche y luego los ojos enrojecidos de la niña—. Tienes que contármelo todo, Lene. Es muy importante. Si no, nunca… —Una pausa—. Nunca sabremos qué le pasó a tu madre, debemos encontrar al que la…

«Asesinó —pensó—. Mutiló».

Miró fijamente la mancha de sangre.

Era incapaz de pronunciar aquellas palabras delante de la niña.

—¿Tendré que volver con mi progenitor? —preguntó Lene con voz angustiada.

Trojan negó con la cabeza.

—¿De verdad que no?

—De verdad.

—Es que no quería estar más con él. Y aquí…

Su mirada vagó por el cuarto, como si en alguna parte se ocultara un demonio tenebroso.

«Joder, lo que ha tenido que pasar esta niña», pensó Trojan. Alargó la mano y le acarició el brazo. Ella se apartó tan sólo muy levemente.

—Cuéntamelo todo desde el principio, Lene, por favor.

Pasó un rato hasta que la niña logró reunir la confianza necesaria en él.

—Mi progenitor pasó a recogerme —dijo de repente—, por el hospital. Me llevó a su casa, pero yo no quería quedarme allí. O sea que me largué.

—¿Y entonces?

—Aquel hombre vino a hablar conmigo. Se llama Konrad.

Trojan tragó saliva.

—Ya había estado en su casa, cuando el cumpleaños de Paula. Me equivoqué de puerta. Él fue amable conmigo, aunque es un poco raro.

—¿Dónde estabas cuando vino a hablar contigo?

—Delante de una tienda del centro comercial. Tienen unas piedras brillantes muy bonitas.

—¿Y te fuiste con él?

—Él era amable conmigo y yo no tenía adónde ir —dijo la niña, luchando por contener las lágrimas—. Aquí no me atrevía a venir. Está todo lleno de sangre y mamá…

Trojan le hizo un gesto de ánimo.

—¿Y aquel hombre te llevó a su casa?

La niña asintió.

—¿En qué calle vive?

—Su casa está cerca del canal, pero no sé cómo se llama la calle.

—¿Cuánto tiempo pasaste allí?

—Dos noches.

—Y ¿aquel hombre te… te tocó o…?

Lene negó en silencio.

—No, sólo jugamos a cartas.

«No puede ser», pensó Trojan, que sintió escalofríos.

—Y me preparó unos espaguetis, aunque no estaban muy buenos.

—Pero entonces te entró el miedo, ¿no?

La niña no contestó y se encogió un poco más. Trojan volvió a acariciarle el brazo y en esta ocasión la pequeña no opuso resistencia.

—Lo siento mucho, Lene, pero tengo que preguntártelo todo. Tenemos que encontrar a la persona que… —volvió a decir, intentando encontrar las palabras— …que le hizo eso a tu madre.

Lene se secó las lágrimas y lo miró.

—¿El hombre al que viste aquí el viernes, con tu madre, es el mismo que te llevó a su casa?

—Aquí no había ningún hombre.

Trojan arqueó las cejas.

—¿No? Pero alguien había, se lo contaste a la vecina…

La niña no dijo nada.

—¿Era una mujer? ¿Viste a una mujer con tu madre?

Lene dijo que no con la cabeza.

Trojan tuvo el impulso de coger a la niña y llevársela de allí, bien lejos de las manchas de sangre, pero sabía que estaban cerca de un punto importante y decidió esperar.

Sin embargo, cuando al cabo de un rato la niña seguía sin decir nada, volvió a preguntarle:

—Lene, ¿quién había con tu madre, aquí en la cama?

Una vez más la pequeña no contestó.

—¿Quién era?

A la niña le castañeteaban los dientes, como si tuviera escalofríos.

Trojan le cogió la mano. Estaba helada.

—No pasa nada, Lene, tranquila. Ahora estás segura.

—¿De verdad que no vas a llevarme otra vez con mi progenitor?

—No, ya te lo he dicho. Encontraremos un lugar en el que estés a gusto, te lo prometo. No te vamos a abandonar, ¿vale?

La niña lo miró, temblorosa. Trojan se quitó la chaqueta y la cubrió con ella: no quería que tuviera que seguir envolviéndose con la colcha cubierta de sangre reseca.

Pasaron un buen rato callados.

Trojan pensaba frenéticamente.

—Bueno —dijo al final—, retrocedamos un poco. El viernes por la tarde llegaste a casa. ¿Qué es lo primero que pasó? ¿Qué es lo primero que recuerdas?

A la niña se le oscureció el semblante.

—Había un pájaro —dijo al fin.

Trojan frunció el ceño.

—¿Dónde?

—En el pasillo.

—¿Y cómo era?

—No tenía plumas y tenía un agujero en la barriga.

—¿Y qué tamaño tenía, más o menos?

Lene hizo un gesto con las manos.

«Pequeño como un frailecillo», pensó Trojan.

—Pues nosotros no encontramos ningún pájaro —dijo, pensando en voz alta.

—Porque me lo llevé —respondió entonces la niña. Trojan levantó la mirada, sorprendido—. Me lo escondí en la chaqueta —añadió Lene—. Lo he llevado conmigo todo este tiempo.

Trojan no podía creer lo que oía.

—¿Que te lo…? Pero ¿por qué, Lene?

—No lo sé. Pensé que a lo mejor era de mi mamá —dijo. Entonces estuvo un rato en silencio—. Lo cogí entre las manos y no lo solté ni cuando salí corriendo. Mi mamá ya estaba muerta entonces. Pensé que a lo mejor lo había dejado allí para mí. —Le rodó una lágrima por la mejilla—. Pero al cabo de dos días empezó a oler muy mal —dijo en voz baja.

—¿Y entonces?

—Lo escondí en la bañera —dijo en un susurro—, en el piso de aquel hombre.

En la cabeza de Trojan se arremolinaban los pensamientos. ¿Era posible que Konrad Moll fuera totalmente inocente?

—Lene, dime la verdad, ¿te ha hecho daño de alguna forma Konrad?

La niña negó con la cabeza.

—¿De verdad que no te ha tocado ni habéis jugado a ningún jueguecito?

—No.

—Pero tenías miedo de él.

—De pronto el pájaro me ha dado miedo. Tenía la barriga llena de…

Dejó la frase a medias.

«Gusanos», pensó Trojan.

—Se movía de una manera muy extraña.

La pequeña sollozó y Trojan le apretó la mano.

—Por eso has llamado a la policía. ¿Y entonces?

—Me he ido del piso.

—¿Y adónde has ido?

Lene no contestó.

—¿Aquí?

La niña asintió con la cabeza.

—Quería… Quería volver de una vez con mamá.

Trojan respiró hondo mientras Lene gimoteaba. Le acarició la espalda.

—Tranquila, Lene. A partir de ahora alguien cuidará de ti, ¿vale? Buscaremos una buena institución, una nueva casa, con más niños. Encontraremos algo para ti, te lo prometo.

«¿Cómo es posible que no la haya visto nadie? —pensó Trojan—. Porque no tiene a nadie».

—¿Tengo que volver a mudarme? —preguntó la niña con un suspiro—. Hemos estado tan poco tiempo aquí…

Entonces se soltó y se secó las lágrimas con el dorso de las manos.

Trojan se preguntó si sería prudente hacerle otra pregunta.

Ella lo miró y se puso tensa, como si presintiera lo que iba a suceder.

—Lene, volvamos una vez más al viernes por la noche. Cuando entraste aquí, al dormitorio, ¿qué viste?

La niña se apartó y Trojan notó cómo se cerraba en banda.

—Antes has dicho que lo que viste no era ni un hombre ni una mujer.

Ella lo miró fijamente.

—¿Qué era entonces?

Hasta que finalmente contestó, transcurrió lo que pareció una eternidad.

Cuando lo hizo su voz había cambiado, era más fría y distante.

—Era un animal.

—¿Un animal?

—Sí.

—¿Y cómo era el animal?

—Tenía un pico muy largo y en el pico había sangre.

—¿Y qué hacía ese animal?

Lene se quedó paralizada.

—Tienes que acordarte, Lene.

—Estaba encima de mi madre. Y se oía un ruido, como de tijeras.

—¿Viste las tijeras?

—No lo sé. No me acuerdo.

—Y entonces, ¿qué pasó?

—Que se volvió hacia mí.

—¿Le viste los ojos al animal?

—No.

—¿Y luego qué?

—Que salí corriendo.

—¿Y luego?

—El animal me persiguió —dijo la niña, la boca deformada por una mueca de pánico—. El animal tenía garras, unas garras afiladas. Y me las clavó.

Lene se cubrió la cara con las manos.

Trojan respiró con dificultad.

«Por el amor de Dios —pensó—, esto tiene que terminar».

—Ven, Lene —le dijo entonces, bajito—, te voy a sacar de aquí.

DIECISÉIS

La luz de neón le hacía daño en los ojos. Había dormido apenas dos horas, el camastro de su oficina era duro e incómodo, pero no le había valido la pena ir a casa.

Por la noche había informado a Landsberg de que había encontrado a Lene, viva y en un estado de salud razonablemente bueno. La habían trasladado de inmediato a una clínica, donde la habían sometido a una exploración ginecológica, y de allí al servicio de urgencias infantiles y juveniles. Landsberg había citado a todo el equipo para una reunión, pues tras la declaración de Lene la culpabilidad de Moll quedaba en entredicho. Tras una discusión descorazonadora, el jefe les había pedido que revisaran juntos los resultados de la investigación, pero al final habían tenido que admitir que no disponían de nada que pudiera ayudarlos a resolver el caso, por lo menos mientras no pudieran volver a interrogar a Moll.

Se habían separado al amanecer, desconcertados y desmoralizados.

Ahora eran las ocho de la mañana del martes y Trojan y su jefe estaban en el pasillo de la unidad de cuidados intensivos del hospital del Westend, esperando a que los dejaran entrar a hablar con Moll.

Una enfermera les había dicho que en aquellos momentos el paciente estaba recibiendo su medicación. Debían tener paciencia y al mismo tiempo no hacerse demasiadas ilusiones, pues éste no podía hablar.

Landsberg soltó un largo suspiro.

—¿Se podrá fumar aquí?

Trojan esbozó una sonrisa forzada.

—Me temo que no, Hilmar.

—¿Tú crees que estamos perdiendo el tiempo?

Trojan se encogió de hombros.

—Sólo quiero volver a mirarlo a los ojos. Ahí detrás, en alguna parte, debe de esconderse la verdad.

Landsberg aplastó el paquete de cigarrillos.

—Ojalá fuera así. Eso significaría que este caso ha terminado.

A continuación estuvo un rato yendo de aquí para allá, tres pasos en una dirección, tres más en la otra, y finalmente se detuvo junto a Trojan. Tenía unas profundas ojeras negras bajo los ojos.

—¿Qué te dice el instinto, Nils?

—Y dale con mi instinto…

—Hasta hoy siempre ha merecido mi confianza.

Trojan respiró hondo.

—Pudo haberse puesto una máscara, una máscara de pájaro. Eso explicaría que Lene no lo reconociera cuando lo descubrió en su piso.

—Sí, ésa es también mi teoría. ¿Por qué, si no, iba alguien a tragar cristales rotos? ¿Por qué se destrozaría el esófago? ¿Quién se hace eso a sí mismo? Tiene que ser alguien que se siente abrumado por la culpa, alguien que espera poder eludir así una cadena perpetua.

—Es posible, sí. Aunque también podría ser que Moll tuviera simplemente tendencias autodestructivas.

—Pero ¿por qué precisamente en esta situación? ¿Por qué justamente durante un interrogatorio, ni más ni menos que cuando lo has acorralado? Explícamelo, Nils, porque yo no lo entiendo.

—A lo mejor tiene que ver tan sólo con la niña.

—¿Quieres decir que puede tratarse de un pedófilo? ¿Que temía las consecuencias?

—Sí.

—Pero no hubo maltratos sexuales, el informe de la ginecóloga lo deja muy claro. Dios, bastante horrible es ya tener que someter a una niña de diez años a ese procedimiento en plena noche…

Trojan estiró su espalda dolorida. Le faltaban horas de sueño, una eternidad de sueño.

—Tampoco consta que el tío tenga antecedentes como agresor infantil.

—No sé, Hilmar, a lo mejor fui demasiado duro con él y ya está.

—No vuelvas con eso. Vale, no utilizamos métodos de interrogatorio autorizados, pero estaba justificado, había en juego la vida de una niña. Además, uno no se traga un vaso por eso. Te voy a decir algo, Nils —añadió, señalando con la mano la puerta cerrada de la UCI—, ahí dentro está el asesino y con un poco de suerte estará en condiciones de confesar y así la prensa nos dejará en paz de una vez.

En aquel momento, los furiosos titulares de los periódicos sensacionalistas acudieron a la mente de Trojan:

«LA BESTIA DE KREUZKÖLLN ATACA DE NUEVO.

¿QUIÉN SERÁ LA PRÓXIMA VÍCTIMA? ¿POR QUÉ NO HACE NADA LA POLICÍA DE BERLÍN?»

Por suerte para él, el episodio con Konrad Moll no se había filtrado aún a la opinión pública. Landsberg lo protegía, aunque desde luego no iba a librarse de una investigación interna.

—No va a hacernos ese favor. Aunque fuera él, no va a hacernos ese favor.

—Mierda.

—Dijo algo sobre una tal Magda —murmuró Trojan—. La había querido mucho. Dijo que ella le daba luz, o algo así. Y que la niña…

—… le había devuelto la luz, sí —dijo Landsberg, completando la frase—. Pero eso son patochadas.

—Yo creo que se trata de fantasías, Hilmar. No tiene por qué haber hecho realidad sus fantasías. Pero a lo mejor durante el interrogatorio se dio cuenta de que… —Trojan lo miró a los ojos— …que se había enamorado perdidamente de la pequeña.

—¡Pero si tiene diez años! —le espetó Landsberg con una mueca de repugnancia.

—Ya lo sé, ya lo sé. Pero los pedófilos se enamoran perdidamente de sus víctimas. Es así.

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