Influencia decisiva en el desarrollo de la Inquisición fue el emperador Federico II, quien en sus edictos de coronación estipuló la muerte en la hoguera como castigo a la herejía. Otro fue el papa Gregorio IX, sobrino de Inocencio III, quien por medio de una constitución se atribuyó la lucha contra los herejes, que previamente se había organizado principalmente por parte de los obispos locales. Nombró inquisidores papales, sobre todo entre las móviles órdenes mendicantes, para que siguieran el rastro a los herejes. Esta Inquisición papal universal sirvió para realzar, expandir e intensificar la inquisición episcopal, que tenía sus raíces en la Alta Edad Media.
Los herejes condenados por la iglesia debían ser entregados a un tribunal secular… para una muerte cruel o al menos para que les cortaran la lengua. En lo que respecta a los fieles, no debían discutir la fe en público ni en privado, sino que debían denunciar a todos aquellos sospechosos de herejía. Solo las autoridades de la iglesia podían decidir las cuestiones de la fe, y no se permitía la más mínima libertad de pensamiento ni de expresión. Inocencio IV en particular, un gran papa jurista, fue más allá. Autorizó a la Inquisición a que permitiera a las autoridades seculares la tortura para arrancar confesiones. Los tormentos físicos que esto causó a las víctimas de la Inquisición sobrepasan cualquier descripción.
Solo la Ilustración eliminaría la inhumanidad de la tortura y la hoguera para los herejes, pero la Inquisición romana seguiría adelante con otros nombres («Santo Oficio», «Congregación para la Doctrina de la Fe»), e incluso hoy en día sus procedimientos siguen principios medievales. Los procesos contra alguien sospechoso o acusado de herejía son secretos. Nadie conoce a los informadores. No hay interrogatorios, no hay testigos ni expertos. Los procesos se llevan a cabo a puerta cerrada, para evitar cualquier conocimiento sobre los exámenes preliminares. Los acusadores y los jueces son idénticos. Cualquier apelación a un tribunal independiente es desestimada, o inútil, pues el objetivo de los procesos no es descubrir la verdad, sino favorecer la sumisión total a la doctrina romana, que siempre es idéntica a la verdad. En resumen, el objetivo es la «obediencia» a «la iglesia» según la fórmula todavía en uso: «
humiliter se subiecit
», «se ha sometido humildemente». No cabe duda de que tal Inquisición es una burla tanto al Evangelio como al sentido de la justicia generalmente aceptado hoy en día, y que ha hallado su expresión especialmente en las declaraciones de los derechos humanos.
Sin embargo, en un caso de especial importancia debemos a un giro en la política de Inocencio II sobre los herejes que algunos individuos y grupos no quedaran excluidos, sino que siguieran formando parte de la iglesia: se trata del caso de los movimientos evangélico y apostólico de las llamadas órdenes mendicantes basadas en la pobreza. Mientras Inocencio hacía que los herejes más recalcitrantes e intratables como los cátaros fueran exterminados con el fuego y la espada, dio a los movimientos fundados por Domingo de Guzmán y Francisco de Asís una oportunidad para sobrevivir en el seno de la iglesia.
En 1209, seis años antes del cuarto concilio de Letrán, tuvo lugar un encuentro auténticamente histórico entre Francisco de Asís e Inocencio III, entre el poverello, el hombrecillo pobre, y el pontífice único. La gran alternativa al sistema romano tomaba aquí forma en la persona de Giovanni di Bernardone, el nombre de nacimiento del hijo mundano y despreocupado de un rico mercader de paños de Asís.
Inocencio III ya era consciente de la urgente necesidad de reformas en el seno de la iglesia, para las cuales convocó el concilio. Era lo suficientemente sensible como para observar que la iglesia, tan poderosa de puertas hacia fuera, era intrínsecamente débil, que las corrientes «heréticas» de la iglesia se habían incrementado considerablemente y que resultaba difícil someterlas. ¿No sería mejor vincularlas a la iglesia y aprobar sus deseos de emprender una predicación apostólica en la pobreza? En principio Francisco de Asís no le resultaba intolerable.
Pero ¿cuál era exactamente la preocupación del
poverello
? ¿Cuál era el significado de la «reconstrucción de la iglesia caída» a la que aquel joven de veinticuatro años creía que había sido llamado en una visión del Cristo crucificado en 1206? No era nada menos que el fin de una existencia burguesa y autocomplaciente y el inicio de una vida como auténtico discípulo de Cristo en la pobreza y como predicador itinerante, de acuerdo con el Evangelio, de hecho en conformidad con la vida y el sufrimiento de Cristo y la identificación con él (
alter Christus
= otro Cristo). En efecto, el ideal franciscano tenía tres puntos clave:
En conformidad con Jesús, pero no en confrontación con la jerarquía, ni derivando hacia la herejía, sino en completa obediencia al papa y a la cuna, Francisco y sus once hermanos menores (
frates minores
) se proponían llevar a la práctica sus propósitos y, al igual que los discípulos de Jesús, proclamar el ideal de vida del Evangelio en todas partes mediante la predicación Basándose en un sueño según el cual, como dice la tradición, un pequeño y discreto religioso evita que la basílica papal de Letrán se derrumbe, el papa finalmente aprobó las sencillas normas de Francisco y las hizo públicas en el consistorio Pero nada de ello se plasmó por escrito.
Sin embargo, también significa que Francisco, por muy peligroso que pudiera parecer, se había entregado por completo a la iglesia. Había prometido obediencia y reverencia al papa y había obligado a sus hermanos a la misma promesa. De acuerdo con el deseo de su protector, el cardenal Giovanni di san Paulo, hizo que él mismo y sus once compañeros se elevaran al estado clerical mediante la tonsura, allanando sus actividades de predicación, pero al mismo tiempo impulsando la clericalización de su joven comunidad. Ahora también los sacerdotes se unían a su sociedad. El proceso de «eclesialización» del movimiento franciscano, que tanto había deseado desprenderse de todo en la pobreza, era ahora aún más dependiente de la «santa madre iglesia». En el trasfondo estaba el sobrino de Inocencio III, el cardenal Hugolino, quien durante la vida de Francisco se había convertido en su amigo y protector. Un año después de la muerte de Francisco, Hugolino ascendió al trono papal como Gregorio IX, canonizó a Francisco, en contra de los deseos expresos de Francisco construyó una espléndida basílica y un monasterio en Asís y relajó las normas franciscanas, añadiendo constantes enmiendas interpretativas. Al mismo tiempo, como hemos visto, estableció la Inquisición romana central.
Francisco de Asís, con su llamamiento a ceñirse al Evangelio, era originalmente una alternativa al sistema romano centralizado, politizado, militarizado y clericalizado. Y eso nos lleva a pensar: ¿qué habría pasado si Inocencio III, en lugar de integrarlo en el sistema se hubiera tomado en serio el Evangelio y hubiera adoptado los puntos de vista de Francisco de Asís? ¿Qué habría sucedido si el cuarto concilio de Letrán hubiera introducido una reforma de la iglesia basada en el Evangelio?
Inocencio III murió inesperadamente siete meses después de la conclusión del concilio. En la tarde del 16 de junio de 1216 fue hallado en la catedral de Perugia, abandonado por todos, completamente desnudo, despojado por sus propios sirvientes. Fue probablemente el único papa que, por sus inusuales cualidades, podría haber conducido a la iglesia por un camino diferente, que podría haber ahorrado al papado una ruptura y un exilio, y a la iglesia la Reforma protestante. Incluso cuando una iglesia no pueda ser tan entusiasta e idealista que ignore las cuestiones más complicadas del ejercicio del ministerio y la ley; en otras palabras, incluso cuando los ministerios deben traspasarse de modo legítimo, la ley debe cumplirse y las transacciones financieras efectuarse; la cuestión básica sigue siendo: ¿debería la iglesia católica ser una iglesia acorde con el espíritu de Inocencio III o acorde con el espíritu de Francisco de Asís? Recordemos los puntos clave en el programa de Francisco:
Junto con el emperador y el papa, la Edad Media también asistió al nacimiento de las universidades como fuerza social, que en el siglo XIII sustituyeron a los monasterios como centros de aprendizaje. Fueron la tercera gran fuerza de la que en último término surgiría un paradigma realmente nuevo del cristianismo, libre de la dominación del papa o el emperador.
El brillante Tomás de Aquino (1225-1274), un sencillo dominico y profesor de teología durante toda su vida, desinteresado por los ministerios de la iglesia (podría haber sido abad de Montecassino o arzobispo de Nápoles), gozaba de una posición perfecta para desarrollar una nueva visión de la teología. Alumno en París de Alberto Magno, naturalista y experto en Aristóteles, Tomás, prácticamente desde su juventud, bregó con el filósofo pagano Aristóteles. Aristóteles se consideraba peligroso y problemático, y los papas intentaron —en vano— promulgar prohibiciones sobre la lectura de sus obras; pero los comentarios de la filosofía árabe y judía, que habían progresado mucho más que la teología cristiana, le hacían cada vez más conocido.
El agustinismo que con anterioridad había guiado el pensamiento estaba en crisis. Ya no era posible apelar únicamente a las autoridades precedentes, a la Biblia, los padres de la iglesia, los concilios y los papas. Debía hacerse uso de la razón y del análisis conceptual. La nueva teología universitaria de Alberto Magno y Tomás de Aquino, influidos por Aristóteles (a diferencia del franciscano Buenaventura, que más tarde llegó a cardenal, quien se orientaba más hacia Agustín), dio un giro decisivo hacia lo empírico y lo natural, hacia el análisis racional y la investigación científica.
Fue Tomás de Aquino quien, sobre todo en la
Summa contra gentiles
y en la
Summa theologiae
, elaboró una nueva síntesis teológica al distinguir claramente entre dos modelos diferentes de conocimiento (razón versus fe), dos niveles de conocimiento (natural versus verdades reveladas) y ciencias (filosofía versus teología). Esto suponía hasta cierto punto una jerarquía en la cual la fe seguía siendo superior a la razón. De este modo, Tomás creó la formulación clásica y madura de la teología católica medieval. Inicialmente condenada por los tradicionalistas, solo acabó siendo reconocida mucho más tarde. Conllevó una reestructuración de la teología mediante la reevaluación no solo de la razón en oposición a la fe, sino del significado literal de las escrituras en oposición a la gracia, de la ley natural en oposición a la moralidad cristiana, de la filosofía en oposición a la teología y de lo
humanum
en oposición a lo estrictamente cristiano.
Tomás de Aquino creó una síntesis teológica grandiosa e insólita, pero aunque no carecía de los conocimientos, de la agudeza ni del coraje necesarios, le resultaba imposible una unión realmente novedosa de la teología y de la iglesia. No era Lutero. Antes bien, en su «gran edificio», en su superestructura teológica, siguió demasiado atado a las problemáticas interpretaciones agustinianas sobre la verdad de la fe, a las doctrinas de la Trinidad y del pecado original, la cristología, la gracia, la iglesia y los sacramentos. Actualizó la teología agustiniana, la perfeccionó y la modificó con la ayuda de los conceptos aristotélicos, pero no la criticó directamente ni llegó a sustituirla. ¿Son las verdades «naturales» de la razón tan «evidentes» como Tomás presuponía y, por el contrario, son las verdades «sobrenaturales» de la fe tan «misteriosas» como parecía reclamar en sus intentos de protegerlas de la razón? Tomás fue también un gran defensor del papa. A diferencia de Orígenes, quien era crítico con la jerarquía, y a diferencia de Agustín, que pensaba de un modo episcopal, Tomás demostró ser un destacado apologista del papado centralista, y se le ha utilizado como tal hasta el presente. A este respecto, se ciñe en gran medida al espíritu de Gregorio VII e Inocencio III. Ciertamente, en su comentario sobre la
Política
de Aristóteles de nuevo vuelve a hacer hincapié en el valor de la unión entre el estado y la iglesia; pero la primacía papal sobre la norma todavía seguía estando en el centro de su concepción de la Iglesia su imagen de la iglesia derivaba por completo del papado En sus obras encargadas por el papa para las negociaciones con la iglesia ortodoxa con vistas a una reunión (
Contra los errores de los griegos
) —sin saberlo, Tomás se basaba en gran medida en las falsificaciones del pseudo-Isidoro y otros—, no podía indicar con suficiente claridad que este «primero y más grande de todos los obispos», el obispo de Roma, «poseía la preeminencia sobre toda la iglesia de Cristo» y «la completa autoridad sobre la iglesia» Al formular la fatídica afirmación de que la obediencia al papa de Roma es «necesaria para la salvación», Tomás excluía de la salvación en una sola frase a todo oriente.