La iglesia católica (9 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Historia, Religión

BOOK: La iglesia católica
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Pedro en persona hablaba a través de él; con este alto sentido del ministerio, León dirigió la iglesia de occidente y llegó a persuadir al emperador de la Roma del oeste para que reconociera su primacía. Fue el primer obispo de Roma en adornarse con el título pagano de sumo pontífice,
pontifex maximus
, que el emperador de Bizancio había desechado. En 451, acompañado de una delegación romana, acudió a negociar con Atila en Mantua y consiguió evitar que los hunos saquearan Roma. Sin embargo, cuatro años después fue incapaz de detener la toma y el pillaje de la ciudad.

En el mismo año 451, León sufrió una amarga derrota en el concilio de Calcedonia, en el que se definió la crucial cuestión de la relación entre la naturaleza divina y humana en Cristo: a sus tres legados les fue negada rotundamente la precedencia que reclamaban. A pesar de esta prohibición explícita, la carta que León había enviado sobre el tema fue estudiada en primera instancia por el concilio para ver si cumplía con las normas de la ortodoxia, y solo después se aprobó su fórmula cristológica. No solo no se concertó que disfrutara de privilegios sobre el conjunto de la iglesia, sino que el estado eclesiástico de una ciudad se supeditaba a su estado civil. En consecuencia, a la sede de la Nueva Roma se le otorgó la misma primacía que a la antigua capital imperial. La protesta de los legados romanos no fue atendida en ese gran concilio de seiscientos miembros, ni tampoco las posteriores protestas de León. Pero ese retraso de dos años en reconocer al concilio no hizo más que obrar a favor de sus oponentes en Palestina y Egipto, de entre los cuales emergían las iglesias no calcedónicas: la iglesia copta monofisita de Egipto, la iglesia nestoriana de Siria y las iglesias armenia y georgiana. Estas todavía existen hoy en día.

Sin embargo, en Roma el pueblo no hallaba más que razones para agradecer a León la defensa de la ciudad: León fue el primer obispo de Roma en ser enterrado en San Pedro. Y lo que es más importante, sus sucesores siguieron actuando según las mismas líneas teológicas y políticas. El punto culminante de las demandas de poder romanas fue el pontificado de Gelasio I a finales del siglo V. Supeditado bajo el poder de Teodorico, rey de los visigodos, el obispo de Roma tuvo bastante éxito en su intento de actuar de manera independiente de Bizancio. Y apoyado por la doctrina de Agustín sobre los dos reinos pudo desarrollar impunemente sus demandas para lograr una autoridad sacerdotal suprema e ilimitada sobre el conjunto de la iglesia con independencia de la autoridad imperial. El emperador y el papa cumplían funciones diferentes en la sociedad: el emperador solo ejercía el poder temporal, y el papa solo detentaba el poder espiritual. Pero la autoridad espiritual se consideraba superior a la autoridad mundana del emperador, pues era responsable de los sacramentos y era responsable ante Dios de aquellos que ejercían el poder temporal. Esta doctrina, desarrollada por León y Gelasio, el papa del fin de siglo, vinculaba por completo al clero con el orden y la jurisdicción mundanas. Tanto es así que Walter Ullmann ha llamado a esta doctrina la Carta Magna del papado medieval. Aquí ya se habían sentado las bases para las demandas papales de un poder temporal. Sin embargo, como se vería en los siglos posteriores, siguió siendo una mera ilusión romana durante mucho tiempo.

Los papas errantes, patrañas papales y juicios papales

En el siglo vi el emperador Justiniano renovó el imperio romano desde Constantinopla. Construyó Hagia Sofía, la iglesia más grande de la cristiandad, y estableció plenamente la iglesia del estado bizantino, tanto política como jurídica y culturalmente. Todos los herejes y los paganos perdieron sus cargos como funcionarios del estado, sus títulos nobiliarios, la autoridad para enseñar y sus salarios públicos. La segunda Roma, Constantinopla, no solo fue elevada al mismo nivel que la antigua Roma, sino que políticamente era claramente superior. Los obispos de Roma de nuevo advertían la primacía del emperador en la ley.

Los patriarcas y los metropolitanos ciertamente seguían considerando al papa como obispo de la antigua capital imperial y único patriarca de occidente. Pero como tal era el primero entre sus iguales. Y ello no se debía, por así decir, a una especial «promesa» bíblica ni a una «autoridad» legal, sino, como siempre, a que las tumbas de los dos principales apóstoles, Pedio y Pablo, se hallaban en Roma. Como es natural, nadie en aquella época, incluso en Roma, habría pensado que los obispos de Roma eran infalibles.

En los siglos VII y VIII la expansión del poder papal de los siglos IV y V sufrió unos reveses decisivos. Ahora, sobre todo, dos casos famosos de papas errantes (sobre los cuales aún se discutía vigorosamente en el concilio Vaticano I de 1869-1870, aunque fueron finalmente desdeñados por la mayoría) mostraban los límites y la falibilidad de la autoridad de Roma.

El papa Vigilio (537-555) presentó durante el mandato de Justiniano unos puntos de vista teológicamente tan contradictorios frente al monoteísmo herético del quinto concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en 533 que llegó a perder toda credibilidad. Más tarde se desistió de enterrarle en San Pedro, y con el transcurso de los siglos se le dejó de lado incluso en occidente.

El papa Honorio I fue aún peor. En el sexto concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en 681, y también en los concilios ecuménicos séptimo y octavo, se le condenó como hereje; condena que fue confirmada por su sucesor, León II, y por los sucesivos papas romanos.

Las investigaciones históricas, entre las que destacan la de Yves Congar, han mostrado que hasta el siglo XX, y fuera de Roma, la iglesia romana no se consideraba una autoridad docente en el sentido legal («magisterium»), sino una autoridad religiosa, dotada para la misma por el martirio y las tumbas de Pedro y Pablo. Nadie a lo largo del primer milenio consideraba infalibles las decisiones del papa.

Pero las investigaciones históricas también han mostrado que los papas, en especial a partir del siglo V, extendieron de modo decisivo su poder gracias a flagrantes falsificaciones. La «leyenda» notoriamente inventada del santo padre Silvestre proviene de los siglos V y VI. En el siglo VIII se propició la falsificación, muy influyente, de la «Donación de Constantino» (cuya falsedad solo quedó demostrada en el siglo XV), según la cual Constantino legaba Roma y la mitad occidental del imperio al papa Silvestre; que le asignó la insignia imperial y su atuendo (el púrpura) y una corte a su servicio; y que le otorgó la primacía sobre todas las iglesias, especialmente las de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén. En realidad, Constantino le había legado el palacio de Letrán y las nuevas basílicas de Letrán y San Pedro.

También en los siglos V y VI aparecieron los escritos del pseudo-discípulo de Pablo, Dionisio el Areopagita. Este introdujo la palabra «jerarquía» y todo un sistema jerárquico: así en el cielo (los ángeles) como en la tierra (el clero). Finalmente, de esos siglos datan las igualmente exitosas falsificaciones pergeñadas en el círculo del papa Símaco, el segundo sucesor de Gelasio, quien entre otras cosas afirmó «
prima sedes a nemine iudicatur
». El papa («la primera sede») no podía ser juzgado por ninguna autoridad, ni siquiera por el emperador.

La realidad, sin embargo, era muy diferente: el ostrogodo Teodorico el Grande, tal vez un cristiano ario, envió al papa Juan I como mediador a Constantinopla, pero cuando la misión de Juan fracasó, Teodorico lo envió sumariamente a prisión, donde moriría. Durante los cuarenta años de gobierno absolutista de Justiniano, obligó a acudir a su corte a los obispos de Roma cuando lo estimaba necesario, y allí se examinaba su ortodoxia. Tras su decreto de 555 debía obtenerse el
fiat
imperial («Así se haga») para la elección de los obispos de Roma; más aún, esto se siguió practicando hasta el período carolingio. Ciertamente, en los siglos VI y VII hubo toda una serie de juicios contra papas… tanto los designados por el emperador como los elegidos por el clero y el pueblo de Roma. Estos procedimientos a menudo culminaban en la deposición del papa. Y así continuaron hasta el siglo XV.

El cristianismo se hace germánico

Junto con la teología latina de Agustín y el desarrollo del papado romano como institución regente central, hubo un tercer elemento sin el cual la iglesia católica de la Edad Media sería inconcebible: los pueblos germánicos. Estos pueblos en particular, todavía paganos en gran medida, incultos pero vitalistas y desprovistos de perspectivas universales, asegurarían que la «ecclesia catholica» no cayera en desgracia junto con el imperio romano.

Cuando los vándalos, suevos y alanos (conducidos por los hunos provenientes de las estepas de la Rusia meridional) invadieron el imperio junto con los visigodos, los alamanes, burgundios y francos, acabaron con el estado y las leyes romanas y dejaron en ruinas sus infraestructuras, los edificios estatales y el sistema de carreteras, puentes y acueductos, que desencadenó una involución económica, social y cultural sin precedentes, culminada con la despoblación de las ciudades y el declive generalizado de la capacidad de escribir, excepto en la educación superior. Fue un retroceso que solo se podría compensar de algún modo muchos siglos después. Roma, la capital del mundo, que en ciertos momentos había llegado a albergar a más de un millón de habitantes, se vio reducida en el siglo VI al nivel de mera capital provincial con unos 20.000 habitantes.

En pleno colapso de la civilización antigua, con su secuela de confusión, guerra y destrucción, la iglesia inicialmente perdió presencia ante los bárbaros pueblos germánicos. Ciudades como Colonia, Maguncia, Worms y Estrasburgo, que se habían convertido en francas, así como otras ciudades, desde el norte de la Galia hasta los Balcanes, carecieron entonces de obispo durante más de un siglo. Solo más tarde se recuperó el cristianismo: primero con los ostrogodos en la actual Bulgaria gracias a la actividad del obispo Ulfilas, quien creó la escritura gótica, su literatura y aportó una nueva traducción de la Biblia; de Bulgaria pasó a los visigodos; y finalmente a la mayor parte de los pueblos germánicos. Sin embargo, este cristianismo quedó marcado en todas partes por el arrianismo.

En cualquier caso, ahora se estaba produciendo una cristianización del mundo germánico, y al mismo tiempo una germanización del cristianismo. Bajo la influencia de los romanos de la provincia occidental, cuyo latín estaba evolucionando para formar las lenguas nacionales (francés, italiano y español), esos pueblos germánicos que iban a crear el reino más importante de occidente, el reino franco, se convirtieron al catolicismo. Clodoveo, rey de los francos, fue bautizado en 498-499. El emperador bizantino reconoció después al nuevo poder, del que solo trescientos años después, y para indignación de los bizantinos, emergería un nuevo imperio rival y «bárbaro» de occidente. También entre los francos, la nobleza pasó a desempeñar un papel principal sustituyendo al cuerpo funcionarial de formación romana: las posesiones del estado y su dinero pasaron a manos del rey y la nobleza, quienes también asumieron la soberanía de la iglesia y el derecho a nombrar obispos.

La iglesia católica representó un factor decisivo de continuidad en esta revolución fundamental. Los soberanos (tanto el ostrogodo Teodorico el Grande, el franco Carlomagno o el sajón Otón el Grande) no sabían leer ni escribir; solo el clero tenía esos conocimientos. Solo el clero podía acceder a la literatura antigua y, llegado el momento, crear una nueva cultura escrita. Esto ocurrió gracias a los monasterios, cuyo número también aumentaba progresivamente. Junto con la estructura jerárquica de los obispos y sus diócesis, y como resultado de las actividades del movimiento monástico franco irlandés (Columba el Joven), se desarrolló una gigantesca red de monasterios, quinientos de ellos solo en la Galia. En el transcurso de la Edad Media el clero ostentó y preservó el monopolio de la educación. Pero el ministerio del obispo también quedó reforzado. A menudo el obispo recibía el dominio político de una ciudad, con su multiplicidad de tareas mundanas, de tal manera que esa dignidad quedó reservada a los miembros de las familias más poderosas.

La piedad medieval

Ciertamente, la sustancia cristiana se preservó: también los pueblos germánicos cristianizados creían en un solo Dios, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo; administraban el mismo bautismo y celebraban la misma eucaristía. No obstante, el ordenamiento general se vio alterado.

  • En lugar del bautismo de los adultos, casi por doquier se celebraba el bautismo pasivo e inconsciente de los recién nacidos.
  • En lugar de la liturgia del pueblo, propia de la iglesia primitiva, se afianzó una liturgia del clero, que ofrecía el drama sacro en un lenguaje incomprensible (el latín) a los fieles, que lo contemplaban pasivamente.
  • En lugar del arrepentimiento público y definitivo propio de la iglesia primitiva se instituyó una confesión auricular, propagada por los monjes irlandeses y escoceses, que podía repetirse en cualquier momento y que todavía no se limitaba al sacerdote ordenado.
  • En lugar de la veneración de los mártires y sus tumbas, tan común en la iglesia primitiva, se extendió una veneración masiva de los santos y las reliquias.
  • En lugar de una teología reflexiva, se extendió la superstición germánica sobre todo aquello que el ojo no podía ver, especialmente la creencia en los espíritus, que también podía encontrarse en las religiones étnicas.
  • En lugar de la educación, se atribuía una importancia creciente al celibato, y no solo entre el clero perteneciente a las órdenes religiosas, sino en el clero secular, aunque el matrimonio de los sacerdotes seguía siendo una costumbre habitual. Pero la ordenación de las mujeres como diáconos, el grado inferior a los sacerdotes, que todavía era práctica habitual en el siglo V, fue abolida: un ejemplo más de la elevada hostilidad hacia las mujeres, contraria a la Biblia, tan propia de la iglesia.

El último de los padres de la iglesia latina, y al mismo tiempo el primer papa medieval, fue Gregorio I Magno (590-604). Debido a su sencillez y a su popularidad fue incluso más leído que su maestro Agustín. La crítica erudita atribuye a sus
Diálogos sobre la vida y milagros de los padres italianos
la divulgación de terribles historias sobre milagros, visiones, profecías, ángeles y demonios. Sin duda Gregorio también fue responsable de la sanción teológica no solo de la masiva veneración de los santos y las reliquias, sino también de la idea del purgatorio y de las misas de ánimas. Mostró un excesivo interés en los sacrificios, las ordenanzas penitenciales, la clasificación de los pecados y su castigo, y puso demasiado énfasis en el temor al Juicio Final y a la esperanza de recompensa por las buenas obras. Después del papa Gregorio, que murió en 604, la teología latina permaneció en silencio hasta Anselmo de Canterbury en el siglo XI.

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