La llamada de los muertos (20 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: La llamada de los muertos
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Iris lanzó una exclamación cuando vio a Dana cargada de todo su poder, como un volcán a punto de entrar en erupción, con los ojos brillando con un fulgor inhumano, como si contuvieran todas las estrellas del cosmos. La Señora de la Torre extrajo entonces de su interior hasta la última gota de magia y la dejó salir, súbitamente, a borbotones, bajo la forma del hechizo de repulsión. Sintió que se vaciaba, pero no se detuvo; volcó toda su energía en aquel hechizo.

La violencia de la intervención de Dana hizo que tanto Jonás como Conrado y Salamandra perdiesen el equilibrio y cayesen al suelo. El conjuro repulsor de los tres jóvenes magos se deshizo, pero los espectros aullaron y retrocedieron hasta el espejo, empujados por la magia de la Señora de la Torre.

—¡Sí! -gritó Salamandra.

Dana se tambaleó, extenuada, y cayó al suelo. Se había quedado sin fuerzas.

—¡Cerremos la Puerta! -exclamó Conrado, entusiasmado.

Jonás avanzó junto a él, pero, de pronto, algo sucedió.

Los espectros volvieron a lanzarse al ataque con inusitada violencia. Salamandra gritó y ejecutó de nuevo el hechizo de repulsión, al que no tardaron en sumarse Conrado y Jonás. De nuevo lograron retener a los espectros, pero Dana había agotado toda su magia y no habían logrado devolverlos a su mundo. Y tardaría bastante en recobrarse.

«No lo entiendo», pensó la Señora de la Torre, tratando de incorporarse. «¿Qué ha pasado?»

«Tú no puedes verlo desde ahí», dijo una voz en su corazón, una voz lejana y muy débil.

—Aonia -susurró Dana, reconociendo la voz de la Archimaga muerta-. ¿Qué quieres decir? ¿Qué está sucediendo?

«Los espectros no pueden retroceder más», respondió Aonia; a Dana le resultaba difícil entender sus palabras, «porque todos los otros fantasmas los empujan hacia tu dimensión».

Dana enmudeció, aterrada.

—Entonces -susurró finalmente-, no hay nada que hacer.

El espíritu de Aonia no respondió, porque ya había perdido todo contacto con ella.

De pronto, como si se hubiesen puesto de acuerdo, Fenris y Kai atacaron a la vez. Morderek apenas tuvo tiempo de alzar el bastón y pronunciar la primera palabra mágica que se le ocurrió.

El efecto fue inmediato y, multiplicado por la poderosa magia del bastón de Shi-Mae, resultó espectacular.

Se trataba del hechizo espejo, que hacía rebotar los ataques contra las personas que los habían lanzado. Un hechizo defensivo sencillo que hasta los aprendices de primer grado sabían usar. Pero, de alguna manera, el bastón potenció y perfeccionó sus efectos.

En primer lugar, la llama salida de las fauces de Kai se volvió contra él, aumentada de manera increíble.

En segundo lugar, el conjuro lanzado por Fenris se deshizo, y su magia rebotó hacia el mago elfo, buscando la manera de neutralizarle.

Morderek se encontró de pronto con que la situación había dado un giro completo. Fenris se transformaba rápidamente en lobo sin que el joven mago pudiese entender muy bien por qué, mientras que el enorme cuerpo de Kai ardía en una inmensa hoguera. Morderek trató de ignorar los aullidos de dolor del dragón y se concentró en el lobo, que gruñía, no con voz humana, sino como lo habría hecho cualquier lobo corriente. Morderek entendió entonces que el hechizo lanzado por Fenris había tenido como objetivo dañarle en su punto débil, fuera cual fuese. Al rebotar contra el mago elfo, el hechizo no solo lo había neutralizado, sino que, además, le había dado a Morderek una importante ventaja sobre él.

La parte racional de Fenris parecía estar completamente dormida. Ahora no era más que un lobo corriente, un animal.

Y, en tal caso, Morderek tendría poder sobre él.

Por eso entendió perfectamente los gruñidos del lobo, y supo que acataría sus órdenes.

Una sonrisa maligna se extendió por el rostro del mago negro. Tenía a Fenris en sus manos y Kai estaba muriendo abrasado. «Es una lástima que tenga prisa», se dijo.

—Márchate -le ordenó a Fenris.

El lobo dejó de gruñir, agachó las orejas y gimió.

—No volverás a ser un elfo -le dijo Morderek.

El lobo retrocedió, con el rabo entre las piernas, temblando bajo la mirada de Morderek. No podía comprender lo que significaban las palabras del mago, pero sí entendía, de alguna manera, que lo había castigado de una manera horrible.

—¡Largo! -gritó Morderek.

El lobo salió huyendo con un gemido.

Morderek no perdió tiempo. Kai se revolcaba por el suelo, tratando de apagar las llamas que quemaban su cuerpo, y destrozando lo poco que quedaba del laboratorio del mago negro. Este salió de la habitación apresuradamente, en busca de Saevin. Recorrió la casa, llamándolo, pero el aprendiz no respondió.

Morderek se encogió de hombros. En realidad, ya no necesitaba a Saevin, porque la Puerta estaba abierta.

Con un solo gesto de su mano, el mago se esfumó en el aire.

XIV. EL GUARDIÁN DE LA PUERTA

Dana se había inclinado junto a Nawin y observaba su rostro, preocupada. Sus pupilas mostraban un aspecto extraño, como si algo en su interior girase a toda velocidad.

—Maestra... -musitó ella-. Me están... robando...

No pudo hablar más, pero Dana entendió perfectamente lo que quería decir.

Los espectros le estaban robando tiempo.

Ahora Nawin tenía el aspecto de una muchacha de unos quince o dieciséis años; pero los elfos no alcanzaban aquella apariencia hasta que superaban el siglo y medio de vida. En apenas unos minutos, los espectros le habían arrebatado a Nawin varias décadas de existencia, y continuaban sorbiendo su fuerza vital.

Dana se volvió hacia los demás. Jonás, Conrado y Salamandra seguían manteniendo la barrera activa, pero no parecía que fueran a aguantar mucho más.

—Enseguida estoy con vosotros -murmuró.

—No -atajó Jonás-. Tienes que recuperarte del todo. De lo contrario, no servirá de nada que unas tu magia a la nuestra.

Dana suspiró, contrariada. Sabía que Jonás tenía razón. Miró de nuevo a Nawin, y casi pudo observar el lentísimo proceso de envejecimiento que se operaba sobre su rostro, haciéndole perder, poco a poco, sus rasgos infantiles. La Archimaga se preguntó qué habría pasado si los espectros hubiesen elegido a un ser humano en lugar de un elfo. Su mirada se topó por casualidad con la de Iris, que se había acurrucado en un rincón, cerca de ella, e involuntariamente se la imaginó envejeciendo a una velocidad de vértigo. Se estremeció. Habían calculado mal las necesidades de las fuerzas espectrales. De haber escogido a Iris como fuente de vida, los espectros la habrían matado en apenas unos minutos. «Y deberíamos haberlo adivinado», se reprochó a sí misma la Señora de la Torre.

Se removió, inquieta. Hacía rato que se sentía mal, y no era debido al esfuerzo sobrehumano que había realizado en su intento por devolver a los espectros a su mundo.

«Kai tiene problemas», pensó, angustiada. No era una simple intuición; de alguna manera, lo sabía. Deseaba con toda su alma acudir en su ayuda, dejar atrás la Puerta y a los espectros para ir a buscar a Kai... Pero sabía que no podía, no debía dejar solos a los jóvenes magos. «Esta vez no», se dijo con firmeza, pero no sin cierta congoja.

Se levantó con esfuerzo y miró hacia el espejo. Alrededor de aquel legendario objeto se había acumulado una niebla de color azul-grisáceo compuesta por rostros cambiantes coléricos y llenos de odio. Solo la magia de Jonás, Conrado y Salamandra los mantenía allí y evitaba que se extendiesen más allá. Pero los espectros tenían cada vez más consistencia en el mundo de los vivos, gracias a la vida que estaban robándole a Nawin; y, por otra parte, todos los demás fantasmas que ansiaban regresar a la vida los empujaban desde el Otro Lado y les impedían regresar. «Es como un gigantesco embudo», se dijo Dana. «Todos están intentando entrar por un hueco muy pequeño, un hueco que nosotros estamos taponando. Pero llegará un momento en que nuestra magia no soporte tanta presión...»

—¿Qué podemos hacer? -se preguntó en voz alta.

—Podéis dejarme pasar -sugirió fríamente una voz tras ella-. He de cruzar esa Puerta.

Salamandra fue la única que reaccionó.

—¿Tú? -exclamó.

—No -susurró Kai-. No.

Era de nuevo el fantasma de un muchacho de poco más de dieciséis años, un fantasma incorpóreo, inmaterial, invisible e intangible. De nuevo, poco más que nada.

Desolado, contempló el cuerpo del magnífico dragón dorado, consumiéndose entre las llamas. El cuerpo que lo había mantenido atado a la vida.

«Uno de ellos se consumirá en su propio fuego», recordó. «¡Maldita sea! ¿Es que no hemos interpretado nada bien?»

Miró a su alrededor, intentando no fijar la vista en la hoguera donde ardía su cuerpo.

El laboratorio de Morderek estaba completamente destrozado. Ya no quedaba nada del techo, y la mitad de las paredes se habían derrumbado, por no hablar de los muebles, libros y utensilios, que se habían carbonizado hacía mucho rato. Kai oyó los chillidos de terror de los animales en las jaulas de los demás módulos, y sintió lástima por ellos y horror ante lo que hacía Morderek. «Tiene el poder de comunicarse con los animales», se dijo, «y se aprovecha de ello cruelmente». Kai no podía imaginar una manera más horrible de emplear un don que debía ser usado para el bien.

«Pero ahora yo no puedo hacer nada», pensó. «Ya no.»

No pudo evitar mirar los restos de su cuerpo de dragón, que se consumía entre las llamas.

Amargamente, dijo adiós a la vida.

El hecho de que Morderek estuviese allí solo quería decir una cosa: que había derrotado a Fenris y a Kai. Dana recordó, angustiada, su mal presentimiento acerca de Kai; pero en aquellos momentos no había tiempo para preocuparse por otra cosa que no fuesen Morderek y los espectros.

—Apartaos de ahí -gruñó el mago, de mal humor-. He de cruzar la Puerta.

Conrado le miró, sorprendido, pero Salamandra hizo una mueca burlona.

—¿De verdad? -dijo-. Entonces pídeles permiso a ellos.

Fue en ese momento cuando Morderek vio a los espectros, y retrocedió unos pasos, intimidado.

—Puede que no tengan bastante con la vida de Nawin y decidan beberse la de alguien más -añadió ella maliciosamente.

Morderek le dirigió una mirada desdeñosa y avanzó de nuevo hacia el espejo. Algunos de los rostros espectrales se volvieron para mirarle, pero Morderek sostuvo su mirada sin pestañear.

—Dejadme pasar -ordenó.

Los espectros rieron. «¿Por qué habríamos de hacerlo?», preguntaron; y en esta ocasión todos lograron entender sus palabras con espantosa claridad.

—Porque así lo quiere mi destino -replicó el mago.

Los espectros se rieron despectivamente. Morderek chasqueó la lengua con disgusto y se aplicó a sí mismo el hechizo de repulsión de espíritus. Así protegido avanzó hacia la Puerta. Inmediatamente, los espectros se apartaron a su paso.

Dana reaccionó y se incorporó inmediatamente para atacar a Morderek con su magia. La barrera mágica se iba debilitando por momentos, y ninguno de los magos debía abandonarla, o se vendría abajo. Para hacer frente a Morderek solo quedaban Iris, Nawin y la propia Señora de la Torre; y, a pesar de que esta seguía estando muy débil, era la única que podía tratar de detener al mago negro.

El hechizo de Dana golpeó a Morderek por la espalda y lo hizo tambalearse, pero su propia magia reaccionó ante el ataque, y el joven logró salir bien del trance. Se volvió hacia Dana.

—¿Qué es lo que pretendes?

La Señora de la Torre se irguió. Sus ojos azules mostraban una serena cólera.

—Yo te acogí en la Torre como alumno y te enseñé todo lo que sabes, Morderek -dijo-. Todos los que llegan aquí han sido bendecidos con algún tipo de don o poder. Es mi responsabilidad, sin embargo, que lleguen a emplearlo correctamente. Tú eres el más estrepitoso de mis fracasos.

—Cuánto lo siento -se burló Morderek, pero Dana no había terminado de hablar.

—Aún estoy a tiempo de enmendar mi error -concluyó.

Retumbó un trueno. Fue entonces cuando todos se dieron cuenta de que súbitamente el cielo fuera de la Torre se había cubierto de pesadas nubes plomizas cargadas de lluvia y electricidad.

—El Momento ya ha llegado -dijo Dana-. Yo, de entre todos los mortales, lo sé mejor que nadie. Pero también sé que tú no eres digno de alcanzar la inmortalidad.

—Bobadas -gruñó Morderek, de mal humor-. El poder está al alcance de todo el que sea lo bastante osado como para buscarlo.

Se volvió de nuevo hacia la Puerta. Un relámpago iluminó su figura, resaltando su túnica negra y dándole un cierto aspecto de cuervo; resultaba una imagen inquietante, el mago vestido de negro frente al espejo, rodeado de la masa de espectros que, sin embargo, no llegaban a tocarle

—Tú lo has querido -dijo Dana-. ¡Fuerzas elementales, acudid a mí! -gritó en arcano, el lenguaje de la magia.

De nuevo retumbó un trueno. Fuera, el viento aullaba con fuerza, y las nubes comenzaron a descargar una lluvia densa y pesada.

Morderek se volvió para mirar a Dana, y lo que vio no lo tranquilizó lo más mínimo. Los ojos de la Archimaga relucían llenos de furia, aunque su semblante permanecía sereno. Una extraña aura sobrenatural envolvía su figura. Tenía abierta la palma de la mano, y sobre ella brillaba algo parecido a una bola reluciente formada por miles de pequeños rayos que giraban entrelazándose.

—¿Cómo has hecho...? -empezó Morderek, pero no pudo acabar.

Dana alzó la mano y arrojó su proyectil hacia él. La bola relámpago aumentó de tamaño y fue a estrellarse contra Morderek, que logró deshacerla en el último momento. El mago gruñó algo y lanzó una mirada dubitativa al espejo, considerando sus opciones. Si trataba de acercarse, distrayéndose solo un momento, Dana lo atacaría. Y, por alguna extraña y misteriosa razón que Morderek no lograba entender, la hechicera había sacado fuerzas de donde parecía que no quedaba nada. El mago comprendió enseguida que, si quería cruzar la Puerta, tendría que pasar primero por encima de la Señora de la Torre.

—¿Quieres jugar? -murmuró-. Muy bien; juguemos, entonces.

—¿Por qué? -murmuró Kai-. ¿Por qué?

Seguía contemplando los restos calcinados de su cuerpo de dragón, y no se dio cuenta de que había alguien junto a él.

—Porque la profecía había de cumplirse -dijo Saevin.

Kai se volvió inmediatamente hacia él.

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