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Authors: Agustín Sánchez Vidal

Tags: #Intriga

La llave maestra (49 page)

BOOK: La llave maestra
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—¿El criptógrafo? —se extrañó el sicario.

—No es un criptógrafo corriente. Ha tenido entrenamiento militar y se conserva en buena forma física. Es fuerte, muy templado, y con mucha sangre fría. Controla bien sus reacciones. —Y al observar que Maliaño, Raquel y David proseguían su camino hacia la entrada principal, atajó—: ¿Todo claro?

—Creo que sí —concluyó el agente.

—Pues aquí tienes el tique de entrada. Y ahora sal ahí afuera, pégate a ellos y vamos a escuchar lo que dicen. Ésa será la mayor dificultad, que esta visita a El Escorial es improvisada. El traductor y nosotros tendremos que ir deduciendo su plan sobre la marcha, y a medida que lo averigüemos te iremos indicando en el plano tu radio de acción.

El agente bajó de la furgoneta, cruzó la explanada y se unió a un grupo de americanos. Minspert guiaba sus pasos a través del audífono:

—Acércate a ellos, levanta la cámara de video y afina un poco más… Eso es, la imagen del arquitecto está bien. Ahora el sonido… —continuó Minspert—. ¿Qué son esos chillidos que se oyen como ruido de fondo?

—Las golondrinas. Hay cientos de ellas —le informó el agente.

—Pues tendrás que acercarte más.

Al aproximarse, James pudo oír a través del auricular las palabras de Juan de Maliaño, que le fue traduciendo el intérprete:

A tu madre le gustaba El Escorial con locura —aseguraba el arquitecto a Raquel—. Decía que para Felipe II era algo así como la Casa Blanca, la Biblioteca del Congreso, el Instituto Tecnológico de Massachussets y el Pentágono, todo en una pieza. La maqueta de un Estado moderno, destinada a perdurar a lo largo de los siglos. Lo cual lo convertía en un candidato idóneo para preservar algo valioso. Sara vino a tomar notas con un propósito muy preciso.

—¿Podríamos reconstruir exactamente el recorrido que hicieron usted y Sara el lunes pasado? —pidió David.

—Por supuesto. Dejadme que hable primero con el servicio de seguridad, para que nos asignen luego un par de guardias, cuando vayamos a mi oficina.

Al cabo de unos minutos, el arquitecto regresó junto a los dos jóvenes y les condujo hasta la puerta principal. Maliaño se situó en medio de la entrada, bajo el arco de la biblioteca, y señaló al interior, hacia el Patio de los Reyes, cerrado al fondo por la fachada de la iglesia:

—El recorrido que hicimos es el más lógico, siguiendo el eje longitudinal, que divide el edificio en dos mitades más o menos simétricas. Va de las partes públicas al palacio privado. De oeste a este, porque la cabecera da al oriente.

—O sea, hacia Madrid —apuntó Raquel.

—Para ser exactos, hacia Jerusalén, con un pequeño error de medio grado… ¿Lo veis? Aquí a la derecha está el monasterio, a la izquierda el colegio y el palacio público. Y, en medio, el eje longitudinal, que pasa por la biblioteca, aquí encima de nosotros, esta especie de puente sobre el arco de entrada; luego continúa a lo largo del Patio de los Reyes y la basílica, ahí enfrente. Ése será nuestro recorrido.

En el interior de la furgoneta, el hombre de negro y Minspert habían seguido sobre el plano el itinerario previsto por el arquitecto. James acercó el micrófono e indicó a su agente:

—¡Atención, adelántate a ellos! Se dirigen hacia la biblioteca, que está en la segunda planta, encima de la puerta principal. En tu plano es el número 9… A la izquierda… Ojo, que te vas a encontrar con uno de los controles de seguridad. Tendrás que entrar a través de un arco detector de metales y pasar la cámara por un escáner. Pero tranquilo, que no notarán nada… Cuando la hayas recuperado, sube las escaleras.

James esperó hasta que su agente hubo entrado en la biblioteca. Comparada con la gris austeridad del edificio, el recinto era una llamarada de luz y color. El sol entraba a raudales a través de los cinco balcones que daban al Patio de los Reyes, bañaba la estancia y, reflejándose en el solado de mármol blanco y gris, resaltaba la policromía de los frescos que cubrían sus bóvedas. Comprobó con alivio que la imagen era más que aceptable, excepto cuando la cámara se movía con brusquedad o era sometida a cambios súbitos de iluminación. Tan pronto como vio aparecer por la puerta del fondo a David, Raquel y el arquitecto, indicó al sicario:

—¿Me escuchas? No es necesario que hables. Para confirmar que me escuchas, camina hacia la ventana que tienes enfrente… Muy bien. De acuerdo. Cuando entren, acércate a ellos con cuidado, de modo que podamos oír bien sus palabras.

No tardó en captar a través del micrófono del agente las explicaciones de Juan de Maliaño:

—… Es la joya del monasterio, una de las mejores bibliotecas renacentistas del mundo. La primera que construyó ex profeso un rey en España, donde la monarquía no ha sido muy dada a los libros.

Tiene más de cinco mil manuscritos, algunos en árabe, griego, hebreo, chino, persa, turco, armenio, náhuatl… Una verdadera babel de lenguas. Tu abuelo y tu madre adoraban este lugar.

—Se olvida usted de mi padre. Él fue quien pasó más horas aquí —intervino David.

—Lleva razón. Pero en el caso de su padre era sólo por los manuscritos. Creo que a Sara le interesaban más esas pinturas al fresco que cubren la bóveda. Y en especial tres, que fue las que mandó fotografiar para incluirlas en ese ensayo que estaba escribiendo, De Babel al Templo. Esta fue la primera. Como podéis ver, es el arranque de todas las imágenes de la bóveda, y representa el origen del conocimiento.

La pintura a la que aludía el arquitecto mostraba a un rey al pie de una profusa obra de cantería, sobre la que se afanaban los tallistas poniendo orden en un reguero de piedras. Al fondo de la llanura se alzaba hacia los cielos un edificio circular. Sin duda alguna, representaba la construcción de la Torre de Babel, porque debajo una inscripción en latín aludía a la confusión de las lenguas.

—¿Te dijo mi madre por qué le interesaba esta pintura? —preguntó Raquel al arquitecto.

—Tu madre la relacionó con este otro fresco, el que está enfrente. Es el segundo de la serie, y el más difícil de interpretar.

Y señaló una escena ciertamente enigmática. A la izquierda se veía a un anciano en un podio dirigiéndose a un grupo de niños sentados a su alrededor. Al fondo, en el centro, se repetía un asunto similar: otro anciano con otro grupo infantil. Y a la derecha un preceptor mostraba cuatro niños a un rey.

David intentó guiarse por la inscripción latina que figuraba al pie. —«LINGVA CHALDEOR»—. ¿Lengua de los caldeos? ¿Qué quiere decir eso?

—Fíjese en la otra inscripción —le sugirió el arquitecto—. «DANIEL, CAP I».

—Es la historia de Daniel —intervino Raquel—. Cuando Nabucodonosor arrasó el Templo de Salomón, y desterró a los israelitas a Babilonia, mandó que le trajesen a algunos niños de talento de entre las mejores familias judías, para instruirlos en la lengua caldea. Ese rey de la derecha debe ser Nabucodonosor, y los cuatro niños son Daniel y sus tres compañeros. Daniel la aprendió tan bien que pronto supo descifrar los sueños del rey.

—No me extraña que esta pintura interesara tanto a Sara —apuntó David.

—Ella sabía muy bien que en El Escorial nada se ha dejado al azar —continuó el arquitecto—. Esta sala de la biblioteca es, literalmente, un puente tendido entre el colegio, que tenemos aquí detrás, por donde hemos entrado, y el monasterio, ahí delante. De ese modo, podían acceder a los libros tanto los estudiantes como los monjes, cada uno desde su propia ala del edificio. Sobre la puerta que da al colegio está representada la Filosofía, ¿la veis? Aquí encima. Y sobre la puerta que da al monasterio, la Teología. Y entre ambas, en estas bóvedas, están las siete Artes Liberales. El itinerario entre una y otra viene a señalar la idea básica de todo el conjunto: la cristianización de la cultura pagana. Pues bien, la primera de las Artes Liberales corresponde a la gramática, porque se supone que esa escuela adonde acudían Daniel y sus compañeros junto con los niños caldeos es la primera aula de Gramática de que se tiene noticia. ¿Por qué está ligada a Babel? Porque debe reparar los daños causados por la confusión de las lenguas durante la construcción de la famosa torre. Antes de ella no había nada que aprender: la humanidad era una, su lengua la misma), su conocimiento innato.

El agente de Minspert se mantenía a una prudente distancia, fingiendo leer un manuscrito del Ars Magna de Ramón Llull, abierto de par en par en una vitrina para mostrar sus ruedas combinatorias. Pero tenía buen cuidado de que tanto la lente como el micrófono de la cámara de video estuvieran orientados hacia ellos.

—Ya ves, Raquel, tu madre estaba al cabo de la calle —continuó Maliaño—. Y, aun así, le daba otra lectura. Creía que ese fresco alude a la Hermandad de la Nueva Restauración. O al embrión que condujo a ella… La primera gran fraternidad del saber, para remontar la fragmentación del conocimiento humano, debido a la separación de lenguas y a la interposición de las religiones. Ya sabes: antes de Babel, la Biblia habla de la Humanidad, pero después de la torre sólo cuenta la historia de un único pueblo, el supuesto pueblo elegido, el poseedor del Templo. Para Sara, estas dos pinturas hablan de eso.

El arquitecto se llegó hasta el centro de la biblioteca y alzó la vista, señalando el fresco pintado en la bóveda que había sobre el ventanal.

—Ésta fue la tercera escena que mandó fotografiar tu madre —afirmó Juan de Maliaño—. La reina de Saba proponiendo a Salomón una serie de enigmas, para probar su sabiduría. Luego me hizo notar que esta pintura se encuentra exactamente en el centro de la pared más exterior. Y no sólo eso. Venid aquí y asomaros a la ventana que está enfrente del fresco.

Daba al Patio de los Reyes, cerrado al fondo por la imponente fachada de la basílica.

—Mirad ahí. Si unimos esta ventana con el centro de esa fachada, estamos exactamente en el eje longitudinal de todo este conjunto, el vector que lo ordena y le da sentido. ¿Veis aquellas estatuas en el frontispicio de la iglesia? Son las que dan su nombre a ese patio. Representan a los reyes de Judá. ¿Y quiénes están en medio? David y Salomón. Para entenderlo, es mejor que vayamos hasta allí.

El agente bajó la cámara con alivio cuando los vio encaminarse hacia el Patio de los Reyes. En él había gran trasiego, y sería más fácil pasar desapercibido.

Desde abajo, su espacio aún resultaba más ceremonioso. Todo estaba concebido para subrayar la excepcionalidad de aquellas efigies en piedra. Las altas y macizas torres, las cúpulas, arcos y columnas centraban el frontón, otorgando el protagonismo a las estatuas de los monarcas.

—Ahí los tienen —dijo el arquitecto—. Los seis reyes que participaron en la construcción, mantenimiento y restauración del Templo de Jerusalén. Cuando vinimos el lunes pasado, Sara comentó: «Seguimos teniendo a Salomón en el eje del edificio, igual que en la pintura que acabamos de ver en la biblioteca. Él y su padre el rey David sostienen los cetros en la mano, y apuntan con ellos hacia el interior de la basílica. Pero ¿adónde señalan?».

Juan de Maliaño no contestó a la pregunta. La dejó en el aire y se limitó a pronosticar, alzando su bastón para señalar hacia lo alto: —Ahora lo veréis. Fijaos en esa ventana que está en el centro, entre los dos cetros de David y Salomón, y entremos en la iglesia.

Cuando penetraron en la basílica, se volvieron hacia la bóveda del coro alto, que marcaba el eje exacto del monasterio. Estaba cubierta por un extenso fresco, repleto de figuras, e iluminada por la luz de la ventana que acababan de ver desde el exterior.

—Ése es el lugar adonde apuntan las estatuas de David y Salomón con sus cetros… —indicó Maliaño—. La pintura representa la Gloria. Ahí arriba está la Santísima Trinidad, a la izquierda la Virgen, y a la derecha Felipe II, de rodillas. Y debajo, y a los lados, toda la corte celestial.

—¡Qué extraña!

—Bueno, resulta extraña si se compara con el modelo en el que todos pensamos para un Juicio Final, que es el de la Capilla Sixtina del Vaticano. Es curioso que en la biblioteca hayan tenido tan en cuenta los frescos de Miguel Ángel y aquí no, ¿verdad?

—¿Y a qué crees que se debe?

—Tu madre pensaba que a un deseo de claridad. Algo tan anticuado, tan medieval, sólo se explica si lo que se desea es transmitir algo sin dejar lugar a dudas.

—¿Y qué es ese algo…? —terció David.

—¿Veis eso que hay debajo de la Trinidad?

—Parece un libro abierto —aventuró Raquel.

—En cierto modo es como un libro, y tu madre relacionaba esa pintura con los frescos y volúmenes de la biblioteca. Nadie antes había convertido una biblioteca en el segundo espacio en jerarquía de un monasterio, y Herrera se atrevió a hacerlo. Pero no es un libro. Es una piedra.

—¿Una piedra?

—Un bloque cúbico. Dispuesto de tal modo que la arista coincide exactamente con el eje del edificio. Es más, esa piedra está colocada en el centro de todo él. Es su centro. En la iconografía tradicional ahí debería ir el globo terráqueo. Pero ha sido sustituida por la auténtica Piedra Angular de El Escorial. Tu madre pensaba que Babel y el Templo de Salomón dialogaban a través de ella: la Palabra y la Piedra. Por eso es como un libro abierto. Y Sara llevaba anotada una frase sumamente misteriosa del cronista oficial de El Escorial, fray José de Sigüenza.

—El que tenía entre sus papeles el gajo del pergamino que encontró mi padre —precisó David—. El mismo que sostenía en sus manos Felipe II cuando murió. Y que por detrás lleva de su puño y letra la leyenda La Llave Maestra y la palabra
ETEMENANKI
.

—Eso es. Pues bien, fray José de Sigüenza dice que esa piedra cúbica pintada ahí arriba es «el centro donde concurren las líneas de la circunferencia de esta fábrica, el fin donde todo se ordena, y donde todo se junta y todo se ata». Sara la hizo fotografiar porque la iba a utilizar para la portada de su libro. Cuando la vio dijo esa misma palabra que habéis repetido:
ETEMENANKI
. Y me explicó que significaba en caldeo Piedra Angular de la Fundación, o Llave Maestra, y que es el nombre original de la Torre de Babel. Lo curioso es que el arquitecto de este edificio y de la Plaza Mayor, Juan de Herrera, también pensaba que esa piedra cúbica es el módulo con el que está hecho el Universo. Incluso escribió un tratado para explicarlo, su Discurso de la figura cúbica.

—Ya nos hablaste de él en tu casa. ¿Ese libro es conocido? —preguntó Raquel.

—No sé qué decirte. Algunos lo citan, pero nadie lo ha conseguido explicar. Según tu madre, daba la impresión de que Herrera pretendía transmitir un secreto de incalculable valor, pero de modo que sólo lo entendieran los iniciados. Leer el Discurso de la figura cúbica es como emprender una excursión a través de un gran salón, en la más completa oscuridad. De vez en cuando, y sin previo aviso, el autor enciende una cerilla, y se puede ver algún dibujo en los muros, el bulto de un mueble aquí, objetos que se está a punto de distinguir… Pero entonces, apaga rápidamente la luz, por temor a revelar misterios que le está prohibido difundir. A lo mejor, lo que contiene ese cubo son los auténticos planos del Templo de Salomón, que Felipe II y Herrera quizá consiguieran, y adoptaron o adaptaron en este edificio.

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