26.
Por la noche, después de cenar, el señor del hostal fue a solazarse a un huerto que había detrás de su casa; llevó a su hija consigo. Al llegar allí, se encontró con Galván y su compañía, que en aquel lugar se estaban divirtiendo; al verlo, se pusieron en pie. Galván hizo que se sentara a su derecha y la doncella a su izquierda; entonces comenzaron a hablar de varias cosas. Gariete apartó al huésped de Galván y comenzó a preguntarle por las costumbres del castillo y aquél le dijo toda la verdad; Mordrez se alejó de Galván para que éste, si quería, pudiera hablar a solas con la doncella. Cuando Galván se vio en situación de conversar con la doncella, le habló y la requirió de amores. Ella le preguntó que quién era. «Soy, le respondió, un caballero; me llamo Galván y soy sobrino del rey Arturo; os amaría con amor, si quisierais, de tal forma que, en tanto como durara mi amor y el vuestro, yo no amaría a otra doncella que a vos y, además, sería vuestro caballero, dispuesto a hacer toda vuestra voluntad. —¡Ay! Señor Galván, le dijo la doncella, no os riáis de mí. Bien sé que sois hombre muy rico y de alto linaje como para amar a una doncella tan pobre como yo; no obstante, si me amarais ahora con amor, deberíais saber que me pesaría más por vos que por ninguna otra cosa. —Doncella, pregunta Galván, ¿por qué lo sentiríais por mí? —Señor, le responde, porque aunque me amaseis tanto que os estallara el corazón, no podríais llegar a mí de ninguna manera, pues amo a un caballero al que no faltaría por nada del mundo; y así os digo que aún soy doncella y que nunca amé hasta que le vi, pero a partir de ese momento, le amé y le pedí que hiciera armas por mi amor en este torneo; él dijo que así lo haría. Ha hecho tanto, por su propio valor, que bien debería ser afrentada la doncella que lo dejara por tomaros; pues no es peor caballero que vos, ni menos valeroso con las armas, ni menos hermoso que vos y, de ninguna forma, menos noble que vos; y no lo digo por molestaros: sabed, pues, que sería vano que me requirieseis de amores, ya que por ningún caballero del mundo haré nada si no es por aquel al que amo con todo mi corazón y al que amaré todos los días de mi vida.» Cuando Galván oye que aquélla se defiende con tanta fuerza, le responde entristecido: «Doncella, permitidme por cortesía y amor que pueda probar, frente a él, que valgo más que él con las armas; si puedo vencerle con las armas, dejadlo y tomadme a mí. —¿Cómo, señor caballero, le responde, creéis que yo lo haría de tal manera? ¡Podría hacer morir a dos de los más nobles del mundo! —¿Cómo, doncella, pregunta Galván, es, pues, uno de los más nobles del mundo? —Señor, le contesta la doncella, no hace mucho que oía decir de él que era el mejor caballero del siglo. —Doncella, le dice Galván, ¿cómo se llama vuestro amigo? —Señor, le responde la joven, no os diré su nombre, pero os mostraré su escudo, que lo dejó aquí cuando fue a la asamblea de Wincester. —Mucho deseo verlo, le dice, pues si es caballero de tal valor como decís, lo conoceré por el escudo. —Lo podéis ver cuando queráis, pues está colgado delante de vuestra cama, en la habitación en la que dormiréis esta noche.» El le responde que entonces lo verá muy en breve.
27.
Se pone en pie y todos los demás también se levantan al ver que Galván quiere irse. Tomó a la doncella por la mano y entraron en el hostal y los otros detrás. La doncella lo lleva a la habitación, en la que había tal luz y claridad por los cirios y antorchas como si toda la habitación fuera presa del fuego. Le muestra el escudo al momento y le dice: «Señor, he ahí el escudo del hombre que más amo del mundo. Mirad a ver ahora si sabéis quién es el caballero y si lo conocéis y si estáis de acuerdo en que es el mejor caballero del mundo.» Galván mira el escudo y se da cuenta que es el de Lanzarote del Lago. Se echa hacia atrás, asombrado y dolido por las palabras que había dicho a la doncella, pues teme que Lanzarote se entere. No obstante, si pudiera hacer las paces con la joven se tendría por bien pagado. U dice entonces: «Doncella, no os pese por las palabras que os he dicho, pues me doy por vencido en este asunto Y, en verdad, estoy de acuerdo con vos. Sabed que aquel a quien amáis es el mejor caballero del mundo y no hay encella que si tuviere que amar con auténtico amor, con razón no me dejara a mí y se quedara con él: es mejor caballero que yo, más hermoso, más cortés y más noble. Si yo hubiera sabido que era a él a quien amabáis tan profundamente en vuestro corazón, sin lugar a dudas, no me habría entrometido a suplicaros y a requeriros de amores. Sin embargo, en verdad os digo que sois la doncella del mundo que más he deseado que me amase con amor, a no ser por el impedimento que hay. Y ciertamente, si Lanzarote os ama tanto como creo que le amáis, ninguna dama ni doncella tuvo más fortuna en el amor. Por Dios os ruego que me perdonéis, si he dicho algo que os desagrade. —Señor, con gusto», le responde ella.
28.
Cuando Galván ve que la doncella le ha prometido que no contará a Lanzarote ni a ningún otro nada de lo que le ha dicho, le ruega así: «Doncella, os pido que me digáis qué armas llevó Lanzarote a la asamblea de Wincester. —Señor, le responde, llevaba un escudo rojo y coberturas iguales y sobre su yelmo tenía una manga de seda que le di como prueba de amor. —Por mi cabeza, doncella, dice Galván, ésas son buenas insignias; pues estuvo allí y yo lo vi tal como me lo habéis descrito; ahora creo más que os ama con amor —yo no hice nunca tanto—, pues de otra forma él no hubiera llevado tal enseña. Y me parece que debéis teneros en mucho precio de ser amiga de alguien tan noble. Y ciertamente, tengo suerte en saberlo porque ha permanecido todo el tiempo tan escondido de todos que en ningún momento se pudo saber en la corte que amara con amor. —Así me ayude Dios, señor, dice ella, más vale así, pues bien sabéis que los amores al descubierto no pueden tener una alta estimación.»
29.
Con esto se salió la doncella; Galván la acompañó y después se fue a acostar; pensó mucho aquella noche en Lanzarote y se dijo a sí mismo que no pensaba que Lanzarote se hubiera ocupado en algo en lo que él hubiese querido poner su corazón, a no ser en algo más elevado y más honroso que los demás. «Y, sin embargo, se decía, no puedo —en razón— recriminarle que ame a esta doncella, pues es tan hermosa y bella en todo que, si el hombre más alto del mundo hubiera puesto en ella su corazón, creo que lo hubiera empleado bien.»
30.
Aquella noche Galván durmió muy poco, pues pensó bastante en la doncella y en Lanzarote; por la mañana, tan pronto como amaneció, se levantó y lo mismo hicieron los demás, pues el rey había mandado subir a Galván, porque quería irse del castillo. Cuando todos estuvieron preparados, Galván se dirigió a su huésped, lo encomendó a Dios y le agradeció mucho la buena acogida que le había hecho en su casa; después se acercó a la doncella y le dijo: «Doncella, os encomiendo mucho a Dios; sabed que soy vuestro caballero en cualquier lugar que esté, y no hay un sitio tan extraño que si yo estuviera en él, y vos me ordenaseis venir por cualquier necesidad, que no regresara pudiendo hacerlo. Por Dios, saludad de mi parte a Lanzarote, pues pienso que lo veréis antes que yo.» La doncella le responde que tan pronto como le vea lo saludará de parte de Galván; éste le da las gracias y se marcha de allí cabalgando. En el patio se encuentra al rey Arturo, su tío, montado, que le esperaba con una gran mesnada de caballeros. Se saludan y se ponen en marcha y juntos van hablando de muchas cosas; entonces dice Galván al rey: «Señor, ¿sabéis quién es el caballero que ha vencido en la asamblea de Wincester, el de las armas bermejas, que llevaba una manga sobre el yelmo? —¿Por qué me lo preguntáis?, le dice el rey. —Porque, responde Galván, no creo que lo sepáis. —Yo lo sé muy bien, contesta el rey, pero vos no lo sabéis, y bien deberíais haberlo reconocido por las hazañas que hacía con las armas, pues nadie si no él podía hacer otro tanto. —Ciertamente, señor, le dice Galván, debería haberlo reconocido, pero al ir disfrazado de caballero novel me confundió. Sin embargo, me he enterado de tantas cosas que ya sé quien fue. —¿Quién fue?, pregunta el rey, bien sabré si decís la verdad. —Señor, le contesta, Lanzarote del Lago. —Es cierto, le dice el rey, y vino de forma tan oculta al torneo para que al no conocerlo nadie se negara a justar con él. Verdaderamente es el más noble del mundo y el mejor caballero que existe. Y si yo hubiera creído a vuestro hermano Agraváin, lo habría hecho matar, con lo cual habría cometido una gran felonía y una tremenda deslealtad de forma que todos me deberían afrentar por ella. —Ciertamente, preguntó Galván; ¿qué os contó, pues, mi hermano Agraváin? Decídmelo. —Bien, os lo diré, le responde el rey; me vino el otro día para comentar que se extrañaba mucho de que yo tuviera ánimo de soportar a Lanzarote a mi lado, cuando me estaba afrentando muy gravemente deshonrándome con mi mujer; además, añadió que Lanzarote la amaba con loco amor más que a mí, la había conocido carnalmente y que yo debía estar seguro de que no se había quedado en Camaloc más que para disponer a su voluntad de la reina tan pronto como me hubiera puesto en marcha para venir al torneo de Wincester. Todo esto me lo hizo creer vuestro hermano Agraváin; y ahora me tendría por deshonrado si hubiera creído su mentira, pero bien sé ya que si Lanzarote amara a la reina con amor no se habría movido de Camaloc nada más salir yo, sino que se hubiera quedado para hacer su voluntad con la reina. —Ciertamente, señor, dice Galván, Lanzarote sólo se quedó para poder venir más en secreto al torneo; y bien podéis apreciar que esto es verdad y procurad no creer nunca a nadie que os traiga tales palabras, y en verdad os digo que Lanzarote jamás pensó en semejante amor hacia la reina; es más, os afirmo que ama a una de las doncellas más hermosas del mundo y ella a él y aún es virgen. Además, sabemos que amó con todo su corazón a la hija del rey Pelés, de la que nació Galaz, el muy buen caballero, el que dio fin a las aventuras del Santo Graal. —Ciertamente, responde el rey, si fuera verdad que Lanzarote la amara con loco amor, no podría creerme que hubiese tenido corazón para cometer una deslealtad tan grande como el deshonrarme con mi mujer; pues en un corazón tan valeroso no se puede asentar la traición, a no ser por la mayor tentación del mundo.» Así habló el rey Arturo de Lanzarote. Galván le respondió que estaba completamente seguro que nunca Lanzarote había deseado a la reina con tan loco amor como pretendía Agraváin. «Y además, os digo, señor, que considero a Lanzarote tan a salvo en este asunto que no hay en el mundo caballero por bueno que fuera contra el que no me enfrentara en lid campal en defensa de Lanzarote si éste fuera acusado. —Y ¿qué diríais vos, le pregunta el rey, si todo el mundo me fuera diciendo día a día que me fijara más de lo que me estaba fijando, y yo no me lo creyera?» Galván le aconseja mucho que no deje la buena voluntad que tiene.
31.
Con esto dejan de hablar, y cabalgan a pequeñas jornadas hasta llegar a Camaloc; al descabalgar, muchos les pidieron nuevas del torneo y les preguntaron quién había vencido. Pero no había nadie más que el rey, Galván y Girflete que supiera darles noticias verdaderas y ellos no querían descubrirlo aún, pues sabían que Lanzarote quería ocultarse. Galván dijo a la reina: «Señora, no sabemos muy bien quién fue el que venció en el torneo; pensamos que fue un caballero extranjero; sin embargo, sí que podemos deciros que llevó a la asamblea bermejas y sobre su yelmo, como penacho, una manga de dama o de doncella.» Inmediatamente pensó la reina que no era Lanzarote, pues no creía que llevara al torneo ninguna insignia que no le hubiera dado ella de hablar, no pregunta nada más, salvo que le dice a Galván: «¿No estuvo Lanzarote en la asamblea? —Señora le responde, si estuvo y lo vi, no lo reconocí; si lamiera estado, bien creo que hubiera vencido en el torneo: hemos visto tantas veces sus armas que de haber venido —a no ser en secreto— lo podríamos reconocer sin dificultad. —Os digo, le responde la reina, que fue lo más ocultamente que pudo. —Y yo os digo, señora, le contesta Galván, que si estuvo, era el de las armas bermejas que venció en el torneo. —Ese no fue, responde la reina, tenedlo por seguro, pues no está tan unido a dama o doncella como para llevar su insignia.»
32.
Entonces se adelanta Girflete y dice a la reina: señora, tened por seguro que el de las armas bermejas, que llevaba la manga sobre el yelmo, era Lanzarote, pues al vencer en la asamblea, se marchó y yo fui tras él por si era, que yo mismo lo dudaba, tan disfrazado iba; lo seguí hasta que logré verle el rostro descubierto; iba gravemente herido, con un caballero armado igual que é ambos llevaban las mismas armas. —Señor Galván, pregunta la reina, ¿creéis que dice verdad? Por la fe que debéis a mi señor el rey, decidme lo que sepáis, si es que sabéis algo. —Señora, le contesta, me habéis conjurado de tal forma que no os ocultaré nada de lo que sepa; en verdad os digo que fue él, su propio cuerpo, el que llevó las armas bermejas, el que llevó la manga sobre Yelmo y el que venció en el torneo.» Cuando la reina oye estas palabras, se calla y se vuelve a su habitación, lloran do de los ojos de la cara; hacía un gran duelo, diciéndose a sí misma: «¡Ay!, Dios, me ha traicionado my villanamente aquel en cuyo corazón creía yo que estaría albergada toda la lealtad, por quien había hecho tanto que por su amor deshonré al hombre más noble del mundo. ¡Ay!, Dios, quién esperará lealtad en ningún caballero ni en ningún hombre, cuando la deslealtad se ha albergado en el mejor de los buenos.» Tales palabras se decía la reina a sí misma, pues en verdad creía que Lanzarote amaba a aquella cuya manga había llevado en el torneo y creía que la había abandonado. Tenía un disgusto tan grande que no sabía qué consejo tomar, a no ser el de vengarse, tan pronto como fuera posible, de Lanzarote o de la doncella, si es que podía hacerlo de alguna forma. La reina está muy afligida por las noticias que Galván le había traído, pues de ninguna manera había pensado que Lanzarote pudiera tener corazón para amar a otra dama. Todo el día estuvo afligida y dejó de reír y de jugar.
33.
A la mañana siguiente llegaron a la corte Boores, Lionel y Héctor, y toda su compañía, que venían de la asamblea; al descabalgar en el palacio del rey, donde tenían cama y comida siempre que iban a la corte, Héctor comenzó a preguntar a todos los que allí se habían quedado con la reina, cuando los demás se fueron a la asamblea, que dónde había ido Lanzarote, pues lo habían dejado allí al marcharse. «Señor, le responden, se fue de aquí la mañana siguiente a la que os fuisteis y no se llevó más que a un solo escudero, de forma que ni lo vimos ni lo oímos hablar.»