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Authors: Anónimo

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La muerte del rey Arturo (8 page)

BOOK: La muerte del rey Arturo
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53.
Mucho tiempo mantuvo tal comportamiento y no hacía otra cosa sino languidecer, como quien ama sin ser amado y sin osar descubrir su amor, hasta que conoció a Galeote, el hijo de la gigante, el día que llevaba las armas negras y que venció en el torneo tal como cuenta el dibujo que veis aquí, cuando consiguió hacer la paz de Galeote con vos, de tal forma que el honor fue todo para vos. Cuando Galeote vio que aquél no hacía otra cosa sino empeorar de día en día y que por lo mucho que amaba a la reina había perdido las ganas de beber y de comer le acosó tanto y tanto le suplicó, que Lanzarote acabó reconociéndole su amor por la reina y que moría por ella. Galeote le rogó insistentemente que no se preocupara, pues haría lo posible hasta que consiguiera su voluntad con la reina y lo cumplió según había prometido: tanto suplicó a la reina que ésta se entregó completamente a Lanzarote y se vio prisionera de su amor por un beso. —Me habéis dicho bastante, interrumpe el rey, pues con toda claridad veo mi deshonra y la traición de Lanzarote. Decidme ahora quién hizo estos dibujos. —En verdad, señor, le contesta, los hizo Lanzarote y os diré cuándo. ¿Os acordáis de las dos reuniones que se celebraron en Camaloc, cuando los compañeros de la Mesa Redonda dijeron que no irían a ninguna asamblea en la que Lanzarote fuera su rival porque siempre se llevaba el premio? Fue cuando Lanzarote el loco se volvió contra ellos y les hizo abandonar el campo y salir a la fuerza de la ciudad de Camaloc, ¿os acordáis ahora bien? —Ciertamente, responde el rey, aún me parece que esté viendo la reunión, pues desde entonces jamás Vi en ningún otro sitio que un caballero hiciese tales hechos de armas como los que hizo Lanzarote en aquel día. Pero, ¿por qué me lo habéis preguntado? —Porque, le responde, cuando en aquella ocasión marchó de la corte, se perdió durante año y medio, de tal forma que no sabía dónde estaba. —Ciertamente, añade el rey, decís verdad. —Os digo, continúa ella, que entonces lo tuve prisionero dos inviernos y un verano, y es cuando pintó las imágenes que veis aquí; aún lo tendría yo en prisión, de forma que en su vida nunca más volviera a salir si no hubiera sido por lo que hizo, que fue la mayor diablura del mundo que jamás haya cometido un hombre. —¿Qué fue?, pregunta el rey. —Por mi fe, contesta, rompió con sus manos los hierros de esta ventana.» Y le muestra los hierros que había mandado arreglar después. Entonces dice el rey que aquello no era cosa de hombres, sino del diablo. El rey contempló detenidamente la obra de la habitación y pensó con mucha tristeza. Durante un gran rato estuvo así, sin decir palabra alguna, y, después de haber meditado durante un largo rato, dijo: «Ya me lo contó anteayer el propio Agraváin, pero no lo creí; antes bien, pensé que me estaba mintiendo; esto da una certeza a mi corazón que antes no tenía, por eso os digo que jamás estaré a gusto en tanto no sepa la pura verdad. Y si es tal como estas imágenes lo atestiguan, y Lanzarote me ha causado tal afrenta como es deshonrarme con mi mujer, no descansaré hasta que no sean detenidos en flagrante delito y no volveré a llevar corona si entonces no empleo tal justicia que de ella se hable durante el resto de los días. —Ciertamente, contesta Morgana, si no lo hacéis así, bien os debería Dios, y todo el mundo, deshonrar, pues no hay Dios ni hombre que soporte tal afrenta, hágala quien la haga.» Durante aquella mañana el rey y su hermana hablaron mucho tiempo de este asunto; Morgana le aconsejó que se vengara de esta vergüenza lo más rápidamente posible; él le prometió, como rey, que así lo haría, con tal crueldad que se recordaría durante el resto del mundo, si pudiera conseguir sorprenderlos en flagrante delito. «Si se actúa con cuidado no tardarán mucho en ser capturados, contesta Morgana. —Lo procuraré, dice el rey, de tal forma que, si se aman con loco amor tal como vos me decís, los haré capturar juntos antes que este mes haya pasado, si es que Lanzarote viene a la corte dentro de ese término.»

54.
Todo aquel día permaneció el rey con su hermana, y la mañana siguiente y la semana entera. Ella odiaba a Lanzarote más que a nadie porque sabía que la reina le amaba y por eso no cesó, mientras el rey estuvo con ella, de aconsejarle que, de haber ocasión, vengara su afrenta en cuanto llegara a Camaloc. «Bella hermana, le dice el rey, no es necesario que me roguéis, pues ni aún por la mitad de todo mí reino dejaré de hacer lo que he emprendido.» El rey permaneció allí toda la semana: el lugar era hermoso, apacible y rico en animales salvajes, de los cuales el rey cazo tantos durante toda la semana que bien pudo cansarse. Ahora deja la historia de hablar de él y de Morgana y sólo añade que durante el tiempo que estuvo allí el rey no permitió que nadie entrara en la habitación sino Morgana, porque las historias manifestaban de forma muy clara su deshonra y de ningún modo quería que otro supiera la verdad, pues temía mucho la vergüenza y que se difundiera la noticia. La historia se calla ahora y habla de Lanzarote y de Boores y de su compañía.

55.
A continuación cuenta la historia que Boores con Galván y los otros compañeros permaneció durante tanto tiempo junto a Lanzarote, que éste se curó por completo y logró fuerza tan grande como había tenido antes. Nada más sentirse recuperado, y al darse cuenta que no debía temer el peso de las armas, dijo a su médico: «¿No os parece que ya puedo hacer lo que quiera con mí cuerpo, sin que se agrave esta herida que tanto me ha durado? —Digo verdaderamente, le responde el sabio, que estáis completamente curado y que no debéis preocuparos más por la enfermedad que habéis tenido. —Esta noticia me agrada, pues ahora puedo irme cuando quiera, contesta Lanzarote.»

56.
Todos los compañeros aquel día hicieron una gran fiesta con mucho regocijo. Por la tarde dijo Lanzarote a la señora del lugar que se iría al día siguiente y le agradeció mucho la bella compañía y la hermosa cara que le había puesto en su hostal; después hizo que de sus bienes dieran a la dama y a aquel que le había curado de su herida tantas cosas que estuvieron mucho mejor el resto de los días de su vida. Aquel mismo día rogaron los dos hermanos de Escalot a Lanzarote que les aceptara bajo su protección en su compañía, como compañeros de sus armas, que no le dejarían por ningún otro señor; les recibió con mucho gusto, pues ambos eran nobles y buenos caballeros, y les dijo: «Señores, os recibo como mis compañeros; muchas veces me iré lejos de vos de forma que durante mucho tiempo no tendréis noticias mías. —Señor, le responden, no nos importa, pues no os podemos pedir otra cosa sino que nos tengáis como caballeros.» El les respondió que con gusto así lo haría y que les daría tierras y heredades en el reino de Benoic o en el reino de Gaunes. De esta manera se convirtieron en caballeros suyos.

57.
Aquel mismo día, la doncella, hermana de los hermanos de Escalot, se acercó a Lanzarote y le dijo: «Señor, vos os vais, y a saber cuándo será la vuelta. Y ya que no hay mejor mensajero de las necesidades del señor que el señor mismo, os voy a decir cuál es mi gran necesidad; verdaderamente deseo que la sepáis: la muerte me habrá llegado si vos no me liberáis de ella. —¿La muerte, doncella?, pregunta Lanzarote. —Cierto que si yo os puedo ayudar no moriréis por nada.» Entonces empieza a llorar muy amargamente la doncella y dice a Lanzarote: «En verdad señor, que puedo decir con razón que en mala hora os vi. —¿Por qué, doncella?, pregunta Lanzarote. —Señor, tan pronto como os vi, os amé mucho más de lo que el corazón de una mujer puede amar; desde entonces no pude ni beber ni comer, ni dormir ni reposar; antes bien, con el pensamiento he estado cavilando; de noche y de día he sufrido todo tipo de dolor y de desgracia. —Fue una locura, responde Lanzarote, el pensar en mí de tal forma, incluso después que os dijera que mi corazón no me pertenecía y que, si yo pudiera actuar con él a mi albedrío me tendría por bienaventurado si una doncella como vos se dignase a amarme; desde aquel momento no debíais haberos preocupado por mí, pues bien pudisteis datos cuenta que con tales palabras no quería ni a vos ni a otra alguna, sino a aquella en la que había puesto mi corazón. —Ay, señor, exclama la doncella, para esta desgracia ¿no encontraré en vos otro consuelo? —Doncella, ciertamente, no, replica Lanzarote, pues ni con la muerte ni con la vida podría reparar mi falta. —Señor, responde ella, me pesa; sabed bien que he llegado a la muerte y con mi muerte dejará mi corazón vuestro amor: ésa será la recompensa por la buena compañía que mis hermanos os han dado desde que llegasteis a esta tierra.» Entonces se alejó la doncella de sus ojos, fue a su lecho y se acostó, de tal modo que nunca más volvió a levantarse, sino que quedó muerta, tal como la historia lo contará de manera clara. Lanzarote, que estaba muy apesadumbrado y muy triste por lo que había oído decir a la doncella, estuvo aquella noche peor y más preocupado de lo que solía, de tal forma que todos los compañeros se admiraron mucho, pues jamás lo habían visto tan triste.

58.
Boores hizo que el caballero que había curado a Lanzarote fuera aquella tarde ante el rey de Norgales, al que le encargó que lo atendiera y lo contentara, pues el caballero había hecho mucho por él. Por la mañana, tan pronto como amaneció, se marchó Lanzarote con toda su compañía y encomendó mucho a Dios a la dama. Cuando se pusieron en camino, cabalgaron durante sus jornadas hasta que llegaron a la ciudad de Camaloc. Descabalgaron en el patio del palacio. En el momento en que Lanzarote entró, estaba la reina en la ventana y tan pronto como lo vio se apartó de la ventana donde estaba apoyada y entró en la habitación. Nada más descabalgar, Galván fue a la habitación de la reina y la encontró sentada sobre la cama, con cara de mujer enferma. Mi señor Galván la saluda y la dama se inclina hacia él diciéndole que sea bienvenido. «Señora, le dice, os traemos a Lanzarote del Lago que ha estado mucho tiempo fuera de esta tierra.» Responde que no puede hablar ahora con él, pues se siente muy indispuesta. El señor Galván sale de la cámara inmediatamente, va con los otros compañeros y les dice: «Señores, sabed que mi señora la reina está indispuesta; no podemos hablar con ella. Descansemos hasta que el rey vuelva; si nos aburrimos, podemos ir a cazar a los abundantes bosques cercanos.» Todos estuvieron de acuerdo.

59.
Aquella noche habló Boores con la reina y le preguntó qué le pasaba. «No estoy enferma, respondió, en absoluto. Pero no tengo ningunas ganas de entrar en aquella sala mientras esté en ella Lanzarote, pues no tengo ojos con los que le pueda mirar, ni corazón que me permita hablar con él. —¿Cómo, señora, pregunta Boores, lo odiáis tan cruelmente? —Sí, en verdad, contesta, no odié a nada en este mundo tanto como a él, y en ningún día de mi vida lo he amado tanto como ahora lo odio. —Señora, es una gran desgracia para nosotros y para todo nuestro linaje; me pesa mucho que las cosas vayan así, pues saldrán perdiendo algunos que no tienen la culpa. La fortuna no reunió nunca el amor de vosotros dos, tal como yo lo vi unido, sino para nuestra gran desgracia; ahora veo bien que mi primo, que es el hombre más gentil y hermoso del mundo, podría superar a todos los demás del mundo, según dicen, si no se lo impidiera una sola cosa: la aflicción por vos. Sin lugar a dudas, esto le puede apartar de todas las buenas hazañas, pues, en verdad si él supiera las palabras que acabáis de decir, yo no lo alcanzaría con vida, porque antes se habría suicidado. Juzgo como una gran desgracia que él, el mejor de los mejores, os ame atormentadamente y entre tanto vos lo odiéis. —Si lo odio, replica la reina, a muerte, bien se lo ha merecido. —Señora, dice Boores, ¿qué podría añadir? Ciertamente, nunca vi hombre que amara con auténtico amor durante mucho tiempo ni que al final no fuera tenido por deshonrado: si queréis contemplar los antiguos hechos de los judíos y de los sarracenos, bien se os podrían mostrar historias suyas que atestiguan cómo fueron deshonrados por la mujer; mirad en la historia del rey David: sabréis que tenía un hijo, la más hermosa criatura que Dios formó, y que por culpa de una mujer guerreó contra su padre hasta morir vilmente; ved, pues, que el más hermoso de los judíos murió por una mujer. También podéis ver en esa misma historia que Salomón, a quien Dios dio tanto sentido común y tanta sabiduría que ningún hombre mortal podría superarlo, renegó de Dios por una mujer y fue por ello deshonrado y despreciado. Y Sansón, el forzudo, que fue el hombre más fuerte del mundo, recibió la muerte por otra. Héctor el noble y Aquiles, cuyas hazañas y hechos de armas recibieron el premio y el galardón sobre todos los caballeros en tiempos antiguos, murieron ambos y fueron muertos junto con más de cien mil hombres y todo por culpa de una mujer, a quien Paris tomó por la fuerza en Grecia. En nuestro tiempo mismo, no hace aún cinco años que murió Tristán, sobrino del rey Marco, que amó tan lealmente a Iseo la rubia: nunca, mientras vivió, la había despreciado. ¿Qué más podría añadir? Ningún hombre se enamoró firmemente sin morir por ello y sabed que vos haríais mucho peor que las demás, pues haríais perecer en el cuerpo de un solo caballero todas las gracias por las que se puede conseguir fama terrena y por las que es llamado agraciado; a saber: la belleza y el valor, la osadía y la caballerosidad y la gentileza. Señora, todas estas virtudes tenéis en el corazón de mi señor con tanta perfección que no falta ninguna, pues sabed que es el hombre más hermoso del mundo, el más noble, el más audaz y el mejor caballero que se conozca y, además, por parte de padre y de madre, procede de un linaje tan elevado, que no se sabe en el mundo de nadie que sea más gentilhombre que él. Del mismo modo que está ahora vestido y cubierto por todas las buenas virtudes, lo despojaríais y lo desnudaríais, y entonces podríais decir que en verdad habríais quitado de entre las estrellas al sol; es decir, la flor de los caballeros del mundo de entre los caballeros del rey Arturo. Podéis ver bien claramente, señora, que por el corazón de un solo caballero ibais a dañar a éste y a muchos otros reinos, más que ninguna dama lo consiguió hacer. Este es el gran bien que esperamos de vuestro amor.» Con estas palabras responde la reina a Boores: «Si le sucediera tal como vos decís, nadie perdería con esto más que yo, pues perdería cuerpo y alma. Ahora, dejadme en paz, pues no os daré ninguna otra respuesta. —Señora, contesta Boores, sabed que no me volveréis a oír hablar si antes no me lo pedís.» Con esto se marcha Boores del lado de la reina y va a ver a Lanzarote; tras apartarlo lejos de los demás le aconseja: «Señor, le dice, desearía que nos alejáramos de aquí, pues no recibiremos nada bueno quedándonos, según me parece. —¿Por qué?, pregunta Lanzarote. —Señor, señor, contesta Boores, mi señora la reina nos ha vedado sus dependencias a vos y a mí y a todos los que vayan de parte de vos. —¿Por qué?, insiste Lanzarote ¿Lo sabéis vos? —Sí, le contesta, lo sé bien y os lo diré cuando nos hayamos marchado. —Cabalguemos, pues, y me diréis qué pasa, mucho me tarda el saberlo.»

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