De este modo atacaron a la reina frecuentemente y a menudo en la torre de Londres; pero por fortuna ella tenía gente que bien la defendió en todo momento. Un día llamó la reina a un criado suyo, que era mensajero y en el que confiaba mucho, y le dijo: «Ve a Gaula, para saber noticias de mi señor el rey, de su muerte o de su vida; si está vivo, le contarás mi situación y le rogarás por Dios que de ninguna manera deje de venir a socorrerme lo antes que pueda, pues, si no, seré deshonrada, ya que esta torre no podrá resistir eternamente contra Mordrez y contra los que le ayudan. Y, si mi señor está muerto, cuando tengas noticias verdaderas de él y de mi señor Galván, márchate directamente a Gaunes o a Benoic, donde hallarás a Lanzarote; en cuanto lo encuentres, dile que le envío saludos y amistad, y que no deje de venir a socorrerme con todas las fuerzas que tenga de Gaunes y de Benoic. Le podéis decir que, si me falla, seré afrentada y deshonrada, pues no podré resistir largo tiempo contra Mordrez, porque le aconsejan y ayudan todos los de esta tierra. —Señora, contesta el criado, haré todo esto, si Dios quiere que yo llegue sano y salvo a la tierra de Gaunes; pero me temo mucho que, a pesar de mis deseos, no podré salir de esta torre, pues está rodeada de nuestros enemigos por todas partes. No sé qué hacer. —Conviene, le dice la reina, que salgáis y que llevéis este mensaje tal como os lo he contado; de otra forma, jamás me liberaré de estos traidores.»
143.
Por la tarde, cuando ya había anochecido, el criado se despidió de la dama, fue a la puerta y consiguió salir y marcharse por entre los hombres de Mordrez. Tuvo tanta suerte que no fue arrestado en ninguna de las dos partes, pues todos los que lo veían pensaban que sería de los suyos. Cuando se alejó de ellos, fue a la ciudad a buscar alojamiento y tanto se movió aquella tarde que consiguió un rocín bueno y fuerte. Tomó el camino y cabalgó hasta llegar al mar y lo atravesó; entonces oyó noticias de que el rey no estaba muerto y que había asediado la ciudad de Gaunes; el criado se puso muy contento con estas noticias.
Aquí deja la historia de hablar del mensajero y vuelve al rey Arturo y sus compañeros.
144.
Cuenta ahora la historia que cuando el rey Arturo llevaba alrededor de dos meses sitiando la ciudad de Gaunes, se dio cuenta que no lograría honor en aquel asedio, pues los de dentro se defendían de forma admirable y continuamente les causaban bajas. Un día le dijo el rey Arturo a mi señor Galván a solas: «Galván, me habéis hecho emprender un asunto del que no obtendremos honor; se trata de esta guerra que vos habéis comenzado— contra el linaje del rey Van: son muy valientes con las armas y no tienen par en todo el mundo. Pensad ahora qué podemos hacer; os digo que en esta guerra perderemos más fácilmente que ganaremos, porque ellos están en sus tierras, entre sus amigos y tienen con ellos gran cantidad de caballeros. Tened por seguro, buen sobrino, que si nos odiaran tanto como nosotros los odiamos, ya habríamos perdido todo, pues tienen muchas fuerzas y poder; pensad qué haremos ahora en este asunto. —Señor, responde mi señor Galván, meditaré yo sólo y os podré contestar esta noche o mañana.» Aquel día estuvo mi señor Galván más pensativo de lo que solía; después de reflexionar tanto como le plugo, llamó a un criado suyo y le dijo: «Vete a la ciudad de Gaunes y di a Lanzarote del Lago que, si tiene la osadía de defender que no mató a traición a mis hermanos, estoy dispuesto a probar contra su persona que los mató deslealmente y a traición. Si consigue vencerme en el reto que le hago, mi tío se volverá con toda la hueste al reino de Logres y jamás reclamará a los de Benoic nada de lo que ha habido entre nosotros; si yo logro vencerle en el campo de batalla, no pediré nada, cesará la guerra si los dos reyes quieren hacerse vasallos del rey Arturo y, si no quieren, no nos iremos nunca de aquí hasta que hayan sido deshonrados y muertos.» Cuando el criado oye estas palabras, comienza a llorar con amargura y le dice a mi señor Galván: «Señor, ¿qué queréis hacer? ¿Tan gran deseo tenéis de ser deshonrado y muerto? Mi señor Lanzarote es un buen caballero, esforzado, y si vos sois muerto así, todos nosotros seremos afrentados y humillados, porque sois el mejor caballero de esta hueste y el más alto hombre. Dios no quiera que lleve este mensaje, allí donde yo vea claramente vuestra muerte, pues sería desleal y felón si, por mi intervención y palabras, muriera un caballero tan noble como vos. —Todo lo que dices, responde mi señor Galván, no vale nada; conviene que lleves el mensaje o de otra forma, no acabará esta guerra, y es justo que termine por mí y por él, pues él personalmente la comenzó y yo, después, cuando había sido abandonada, hice que la recomenzara mi tío el rey Arturo; por eso es lícito que yo me lleve la primera alegría o la primera tristeza. Y te aseguro que, si yo no tuviera claramente la razón ahora, no me enfrentaría con él, ni por la mejor ciudad del mundo, pues me doy cuenta y sé que es el mejor caballero que jamás conocí; pero todos sabemos que la injusticia y deslealtad convierten al mejor caballero del mundo en el peor, en tanto la razón y la lealtad harían del peor el más valiente y esforzado; por eso no temeré a Lanzarote: estoy seguro que no tiene razón y que la justicia es mía. De este modo ni tú ni nadie debéis temer por mí, pues Nuestro Señor ayuda siempre a la justicia; en eso confío y creo.» Tanto le habló mi señor Galván al criado que éste le promete ir a la ciudad de Gaunes y decir a Lanzarote todo lo que le ha encargado. «Procura, añade mi señor Galván, ir antes de la hora de prima de mañana.» Le contesta que, de verdad, así lo hará.
145.
Aquella noche estuvieron despiertos hasta que dejaron de hablar. Ocho días antes habían acordado treguas que debían concluir tres días después. Por la mañana, antes de prima, se fue el criado a la ciudad de Gaunes y esperó hasta que Lanzarote se levantara y oyera misa con los dos reyes. Cuando ya habían vuelto al gran salón y estaban sentados en los asientos principales, se dirigió el criado a Lanzarote y le dijo: «Señor, me envía a vos mi señor Galván, a quien pertenezco; os comunica, a través de mí, que si vuestras gentes y las nuestras se siguen atacando tal como han empezado a hacerlo, será inevitable que haya grandes pérdidas por ambas partes. Pero escuchad bien: os comunica mi señor Galván, si queréis interceder por ellos, que está dispuesto a probar, ante todos los de este país, que matasteis deslealmente a sus hermanos. Si os puede vencer en esta acusación, no escaparéis sin muerte, pues como rescate por vuestra cabeza no aceptaría todo el mundo con sus riquezas. Pero si vos podéis sostener lo contrario y vencerle, su tío el rey se volverá al reino de Logres, con vos mantendrá las paces el resto de su vida y no hablará jamas de este asunto. Si rechazáis esta propuesta, porque no os atrevierais a ir contra él, todo el mundo os debería vituperar; entonces se comprobaría claramente que sois culpable de lo que os acusa. Pensad ahora qué haréis, pues eso os comunica a través de mí.»
Cuando Lanzarote oye lo que el mensajero le dice, contesta muy afligido por esta noticia, pues sin duda no querría luchar contra mi señor Galván: «Ciertamente, buen amigo, este mensaje me resulta desagradable y enojoso, pues en toda mi vida por nada del mundo querría combatir contra mi señor Galván: porque es valiente por la buena compañía que me ha dado desde que fui nombrado caballero; pero la acusación, que es tan grande como si fuera traición, me resultaría tan deshonrosa que si no me defiendo jamás volveré a tener honor, pues nada hay más vil y afrentoso que no defenderse uno cuando es acusado de traición. Por eso, decidle de mi parte que si quiere otorgar una señal para celebrar el encuentro, me hallará armado en el campo a la hora que desee. Ya os podéis marchar; repetidle todo tal como yo os he dicho: no desearía enfrentarme cuerpo a cuerpo en un combate contra él, no por miedo que le tenga, sino por lo mucho que le he querido.»
Le contesta que llevará su mensaje y, con esto, se marcha de allí. El rey Boores dice a mi señor Lanzarote: «Ciertamente acusación tan disparatada no la hizo jamás ningún hombre cuerdo, como debería serlo mi señor Galván, pues todos saben de sobra que no matasteis a traición a sus hermanos, sino de forma leal, en un lugar donde había más de cien caballeros. —Os diré, añade el rey Lyon, por qué lo ha hecho así: tiene tan gran dolor por sus hermanos muertos, que preferiría morir a vivir; en mi señor Lanzarote se vengaría con más gusto que en cualquier otro, por eso lo ha acusado con tal felonía, pues le da igual morir que vivir. —Pienso, responde Lanzarote, que pronto combatiremos; no sé cómo irá, pero estoy seguro que si le venzo y le tuviera que cortar la cabeza, no lo haría por todo el mundo, pues me parece muy valiente y es el hombre a quien he amado —y amo— más que a nada, a excepción del rey. —A fe mía, exclamó el rey Boores, ahora sois digno de admiración, lo amáis con todo el corazón y él os odia mortalmente. —A fe mía, responde Lanzarote, podéis admiraros; por más que me odie no dejaré de amarlo; y no lo hubiera dicho de forma tan clara, pero estoy a punto de morir o de vivir, pues he llegado al combate.»
146.
Esas palabras dice Lanzarote de mi señor Galván y por ellas se admiraron todos los que estaban delante y apreciaron a Lanzarote mucho más que antes; el criado que había ido de parte de mi señor Galván oyó la respuesta de Lanzarote y marchó de la ciudad de Gaunes, cabalgando hasta llegar ante mi señor Galván; al instante le contó todo cuanto había encontrado allí dentro y añadió: «Señor, no podéis fallar el combate, pues habéis garantizado a mi señor Lanzarote que el rey se retirará a su país si él os vence en el campo de batalla. —A fe mía, exclama mi señor Galván, si no consigo que el mismo rey lo prometa, no volveré a llevar armas. Y ahora, cállate; no vuelvas a hablar del asunto, pues estoy seguro de llevarlo a cabo con bien.» Entonces va mi señor Galván ante el rey y se arrodilla, diciéndole: «Señor, os ruego y requiero que me concedáis un don.» El rey se lo otorga con mucho gusto, pues no imaginaba qué le quería pedir, lo toma por la mano y le hace levantarse; mi señor Galván se lo agradece mucho y le dice a continuación: «Señor, ¿sabéis qué don me habéis concedido? Me habéis otorgado que prometeréis ante Lanzarote que —si me vence en el campo— levantaréis el asedio y os volveréis al reino de Logres, de forma que en el resto de vuestra vida no recomenzaréis la guerra contra ellos.» Cuando el rey oye estas noticias, se quedó asombrado y dijo a mi señor Galván: «¿Habéis concertado, pues, un combate con Lanzarote? ¿Con qué consejo hicisteis tal cosa? —Señor, le contesta mi señor Galván, así es; y no cesará hasta que uno de los dos quede muerto o vencido. —Buen sobrino, replica el rey, ciertamente siento tanto la decisión que habéis tomado, que por cualquier cosa de las que me han ocurrido, hace tiempo que no tengo la aflicción que siento ahora. Preferiría que hubierais retado a cualquier caballero antes que a éste, pues bien sabemos que es el más valiente y el más esforzado de todo el mundo y el más cumplido que se pueda encontrar; por eso temo tanto por vos, que hubiera preferido perder la mejor ciudad que tengo, antes que hubierais, hablado de eso. —Señor, le responde mi señor Galván, el asunto ya no puede detenerse y, aunque pudiera pararse, yo no lo dejaría de ningún modo, pues odio tan mortalmente a Lanzarote que preferiría morir antes que evitar la posibilidad de matarlo. Y si Dios me fuera tan propicio como para permitirme que yo consiguiera llevarlo a la muerte y vengar a mis hermanos, ya nunca me dolería nada de lo que me ocurriera. Y si resulta que él me mata, se acabará el duelo que llevo día y noche; sabed que en cierta manera he concertado este reto para quedar a gusto, sea vivo o muerto. —Buen sobrino, le contesta el rey, que Dios os ayude, pues jamás emprendisteis nada por lo que yo estuviera tan preocupado como estoy ahora, y con razón, porque Lanzarote es muy buen caballero y muy esforzado; lo habéis probado en cierta forma, tal como vos mismo me habéis dicho.»
Entonces mi señor Galván le dice al criado que había llevado el mensaje: «Ve a decir a Lanzarote que venga a hablar con mi tío el rey, a mitad de camino entre la hueste y la ciudad; que acuda completamente desarmado, pues mi señor irá también sin armas, igual que todos los que estarán allí.» El criado deja a su señor y va a la ciudad donde encuentra a Lanzarote, a Boores y a su hermano, que estaban en consejo particular junto a una ventana y hablaban aún de lo que mi señor Galván le había comunicado; Lanzarote decía que le pesaba mucho el reto y que no había dos caballeros en la hueste contra los que combatiera más a disgusto que contra mi señor Galván, por el amor que le tenía. El mensajero fue directo allí donde los vio, se arrodilló ante Lanzarote y le dijo: «Señor, me envían a vos el rey y mi señor Galván; os piden que salgáis a hablar con ellos, junto con vuestros compañeros, desarmados, pues ellos irán del mismo modo; allí se harán las promesas por ambas partes de forma que nadie pueda retraerse luego de lo prometido.» Lanzarote responde que irá con mucho gusto y que llevará consigo al rey Boores y a Héctor, su hermano. Aquél se va inmediatamente y vuelve al campamento, donde cuenta al rey y a mi señor Galván la respuesta.
147.
A continuación, monta el rey Arturo y pide que vaya con él el rey Karadoc; el tercero fue mi señor Galván. Cabalgaron en los destreles y, completamente desarmados, se dirigieron hacia la puerta de la ciudad; vestían cendal por el gran calor que hacía. Cuando llegaron cerca de la ciudad vieron salir por las puertas al rey Boores, a Lanzarote y a Héctor. Se acercaron tanto que pudieron hablar juntos y, entonces, le dijo Lanzarote a Boores: «Descabalguemos ante mi señor el rey que ahí viene y que es el más noble que hay en el mundo.»_ Le responden que si Dios quiere no descabalgarán ante su enemigo mortal. Lanzarote les contesta que, aunque sea su enemigo, descabalgará por el amor que le tiene; al instante echa pie a tierra y otro tanto hacen sus compañeros. El rey dice a los que están con él: «Por Dios, hay mucho en estos tres hombres por lo que les debería alabar todo el mundo: hay más cortesía y generosidad que en ninguna otra gente; son tan buenos caballeros, que no los hay semejantes en todo el mundo; ojalá quisiera Dios que hubiera entre nosotros tan gran amor como nunca vi uno mayor; así me ayude Dios, si no estoy más contento que si me dieran la mejor ciudad que haya en el mundo.» Entonces se apea del caballo y sus demás compañeros también lo hacen. Lanzarote, tan pronto como se acercó, lo saluda con mucha timidez y lleno de vergüenza, pero el rey no le devuelve el saludo, pues ve que mi señor Galván lo sentiría mucho. Lanzarote le dice: «Señor, me habéis ordenado venir a hablar con vos y he venido a oír lo que queríais decirme.» Mi señor Galván se adelanta y responde por el rey: «Lanzarote, le contesta mi señor Galván, mi señor el rey ha venido aquí para hacer lo que me habéis pedido; bien sabéis que yo y vos hemos acordado un combate (por una acusación) tan grande como de traición mortal, por la muerte de mis hermanos, a quienes matasteis a traición, deslealmente; eso sabemos todos; yo soy el acusador y vos el defensor; pero como vos no desearíais que tras este combate se emprendiera otro, me parece que queréis que mi señor el rey os prometa —si vencéis en esta batalla y me derrotáis— que ni él ni sus hombres os molestarán más, mientras viva, y que levantarán el asedio, regresando a su país. —Mi señor Galván, le responde Lanzarote, si os pluguiera, yo dejaría en paz este combate, aunque no lo pueda dejar sin verme afrentado y se me acuse de cobardía; pero vos habéis hecho tanto por mí, vos y mi señor el rey que está aquí, que a duras penas podré tener voluntad para llevar las armas contra vos, incluso en un combate mortal. Sabed que no lo digo por cobardía, ni porque os tema, sino por generosidad, pues desde el momento en que esté armado y sobre mi caballo, si Dios quiere, podré defenderme de sobra contra vos; tampoco lo digo por orgullo, ni por que no seáis el mejor caballero del mundo, sino porque desearía, si tal es vuestra voluntad, que hubiera paz entre yo y vos; y por conseguir la paz haría en buena hora cuanto me ordenarais, como hacernos vasallos vuestros yo y mi hermano Héctor: os rendiría homenaje toda mi familia, a excepción de los dos reyes, pues yo no toleraría en modo alguno que se pusieran a servicio de otro. Todo eso haré, y aún más: os juraría inmediatamente sobre los Evangelios, si queréis, irme de Gaunes mañana antes de prima, descalzo y vistiendo lana, completamente solo, sin compañía, iría al exilio por diez años y, si muero en ese término, os perdono mi muerte y os haré perdonar por toda mi parentela; si vuelvo al cabo de los diez años, y vivís aún, y también mi señor el rey que está aquí, querría gozar de la compañía de los dos; tal como nunca la tuve. Y aún os haré otro juramento, que no creáis que entre nosotros hay motivo de felonía: os juraré sobre los Evangelios que en modo alguno, sabiéndolo yo, maté a vuestro hermano Gariete y que lo lamenté mucho. Todo eso lo haré no por miedo que os tenga, aunque lo parezca, sino porque sería una desgracia muy grande que uno de nosotros matara al otro.»