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Authors: Anónimo

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La muerte del rey Arturo (17 page)

BOOK: La muerte del rey Arturo
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Los que se habían encontrado a orillas del Humber comenzaron el combate por la mañana y duró hasta la hora de vísperas, en la estación de verano; jamás visteis, ni vos ni otros, batalla tan cruel ni tan despiadada como la de aquel día, pues hubo muchos muertos y heridos por ambas partes. En aquella ocasión llevó armas el rey Arturo y lo hizo tan bien que no hay en el mundo hombre de su edad que lo pudiera haber igualado, más aún, afirma la historia que en su bando no hubo ningún caballero, viejo ni joven, que lo hiciera de modo semejante; y, siguiendo su ejemplo, los suyos combatieron de forma que los del castillo hubieran sido vencidos, a no ser por Lanzarote. Cuando el rey vio lo que hacía —que lo reconoció en seguida por las armas— se dijo a sí mismo: «Si éste vive mucho, afrentará a mis hombres.» Entonces le ataca el rey, con la espada desenvainada y como quien era, con gran valor; cuando Lanzarote lo ve venir, no trata de impedírselo, sino que se dispone a cubrirse, pues amaba al rey con gran amor. El rey le golpea con tal fuerza, que partió al caballo por el cuello, derribando a Lanzarote. Cuando Héctor —que estaba cerca de Lanzarote— vio este golpe, se entristeció mucho, pues temía que estuviera herido; ataca al rey y le golpea con tanta fuerza sobre el yelmo, que lo aturde, de modo que no supo si era de día o de noche. Héctor, que reconoció al rey, le da un nuevo golpe, de forma que el rey no puede mantenerse en la silla, sino que vuela a tierra, junto a Lanzarote. Entonces le dice Héctor á Lanzarote: «Señor, cortadle la cabeza; nuestra guerra habrá terminado. —¡Ay! Héctor, exclama Lanzarote, ¿qué estáis diciendo? No lo repitáis, sería en vano.»

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Con estas palabras Lanzarote salvó al rey Arturo de la muerte; pues Héctor lo hubiera matado. Cuando el mismo Lanzarote volvió a montar al rey Arturo, ambos abandonaron el combate; el rey regresó a sus huestes y dijo, todos lo oyeron: «¿Habéis visto lo que Lanzarote ha hecho hoy por mí, que podía haberme matado y no quiso tocarme? A fe mía, ahora ha sobrepasado en bondad y cortesía a todos los caballeros que he conocido; ya querría yo que esta guerra no hubiera comenzado, pues con la generosidad hoy ha vencido mi corazón más que todo el mundo con la fuerza.» El rey dijo estas palabras a su consejo particular, por lo que mi señor Galván, al oírlas, se enfadó mucho a pesar de estar herido. Cuando Lanzarote regresó al castillo, los que le desarmaron encontraron que tenía muchas heridas: por la más pequeña de ellas desfallecerían numerosísimos caballeros. Tras ser desarmados él y Héctor, fueron a ver a Boores y le preguntaron a su médico si estaba herido de gravedad; éste les contestó que la herida era muy grande, pero que, según pensaba, sanaría en breve.

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Así, mantuvo el rey su asedio ante la Alegre Guarda dos meses y aún más. Los de dentro salieron a menudo y frecuentemente y combatieron a los de fuera tantas veces que perdieron muchos de sus caballeros, porque no tenían tantos como los de la hueste. En aquel término sucedió que el Papa de Roma supo que el rey Arturo había dejado a su mujer y que prometía matarla, si conseguía cogerla; cuando el Papa se enteró de que no la había encontrado cometiendo el delito del que se le acusaba, ordenó a los arzobispos y obispos del país que toda la tierra que tenía el rey Arturo fuese puesta en entredicho y excomunión si no volvía a su mujer y la mantenía en paz y honor, tal como debe mantener un rey a la reina. Cuando el rey oye esta orden, se lamentó mucho; sin embargo, amaba a la reina con tan gran amor que, aunque pensara que le había faltado, se dejó convencer rápidamente; pero dijo que si la reina volvía, no por eso cesaría la guerra entre él y Lanzarote, puesto que la habían emprendido. Entonces fue a la reina el obispo de Rochester y le dijo: «Señora, conviene que volváis con el rey Arturo, vuestro señor, pues así lo ordena el Papa; os prometerá, ante todos sus nobles, que de ahora en adelante os tratará como un rey debe tratar a la reina y que ni él ni nadie de la corte tendrán en cuenta jamás en cualquier sitio que estéis ninguna palabra que haya sido dicha por vos o por Lanzarote. —Señor, le responde ella, tomaré consejo y en breve os diré lo que hayamos decidido.»

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Entonces convoca la reina a Lanzarote, Boores, Héctor y Lionel en una habitación; cuando estuvieron ante ella, les dijo: «Señores, sois los hombres de los que más me fío en el mundo; os ruego que me aconsejéis según mi provecho y mi honor, según lo que creáis que me irá mejor. Me ha llegado una noticia que me agrada mucho y a vos también, pues el rey, que es el más gentil del mundo, tal como vos mismos decís cada día, me ha pedido que me vaya con él y me querrá más que antes; me hace gran honor al requerirme sin preocuparse de lo mal que me he portado con él. Y a vos os beneficiará, pues yo no me iré nunca de aquí, si no os perdona su cólera, por lo menos de forma que os permita salir del país sin que perdáis nada que valga una espuela, mientras estéis en estas tierras. Aconsejadme lo que queráis, porque si preferís que me quede aquí con vos, me quedaré y si deseáis que me vaya, me iré. —Señora, responde Lanzarote, si hicierais lo que mi corazón desea, os quedaríais; pero como no quiero que este asunto perjudique más a vuestro honor que a mi deseo, os iréis con vuestro señor el rey Arturo. Pues si no vais con esta oferta que os ha hecho, no habrá quien no reconozca con facilidad vuestra afrenta y mi gran deslealtad; por eso quiero que hagáis saber al rey que os iréis con él mañana. Os digo que cuando os alejéis de mí, seréis tan bien acompañada con nuestras fuerzas, que nunca una alta dama lo fue mejor; y no digo esto porque ya no os ame más que caballero amó a dama desde que vivimos, sino que lo digo por vuestro honor.» Entonces le comenzaron a lagrimear los ojos y la reina empezó a llorar por su lado. Cuando Boores oye que Lanzarote ha otorgado a la reina que se vaya con el rey Arturo, dice: «Señor, habéis otorgado esto con mucha ligereza; Dios quiera que os beneficie, pero en verdad creo que nunca hicisteis nada de lo que habréis de arrepentiros tanto. Vos os iréis a Gaula y mi señora la reina se quedará en este país, en un lugar donde vos no la veréis ni pronto ni tarde, ni una vez ni otra. Conozco tan bien vuestro corazón y el gran deseo que tendréis de ella, que sé que no habrá pasado un mes y ya preferirías haber dado todo el mundo —si fuera vuestro— a cambio de no haber hecho esta concesión; y me temo que os irá bastante peor de lo que os imagináis.» Cuando Boores acabó estas palabras, los otros dos coincidieron con él y comienzan a zaherir a Lanzarote, diciéndole: «Señor, ¿qué miedo tenéis al rey, que le devolvéis a mi señora?» El responde que la devolverá, ocurra lo que ocurra, y aunque tenga que morir por su ausencia. Así termina el parlamento, cuando oyen que Lanzarote dice que por nada dejará de devolverla. La reina volvió al obispo que esperaba en medio de la sala y le dijo: «Señor, podéis ir a mi señor el rey; saludadle de mi parte y decidle que de ningún modo me iré de aquí, si no permite a Lanzarote que se vaya sin que pierda el valor de una espuela, ni un alma de su mesnada.» Cuando el obispo oye estas palabras, de todo corazón da gracias a Dios, pues ve que la guerra ya está terminada. Encomienda la reina y todos los de la sala a Dios y desciende del castillo, sin parar de cabalgar hasta que llegó ante la tienda del rey; le cuenta las nuevas del castillo. Cuando el rey oye que se le devuelve la reina sin oposición, dice, lo oyeron todos los que estaban con él: «Por Dios, Lanzarote no está tan vencido en esta guerra que si le importara tanto la reina como me dijeron no me la devolvería en mucho tiempo, si la quisiera con loco amor. Y ya que ha hecho de grado mi voluntad en esta petición, haré yo también lo que me ha pedido la reina, pues le dejaré ir fuera del país de forma que no encuentre quien le quite de lo suyo el valor de una espuela, sin que yo le devuelva el doble.» Ordena el rey entonces al obispo que regrese al castillo y le diga a la reina, de parte del rey, que Lanzarote se puede ir, quito, fuera del país; y que el mismo rey, en vista de que ha hecho de grado su petición, le encontrará uno de sus navíos para que pase a Gaula. El obispo monta inmediatamente y regresa al castillo, donde cuenta a la reina lo que el rey le ordena. Así es acordado por las dos partes que la reina será devuelta a su señor al día siguiente y que Lanzarote se marchará del reino de Logres: irán él y su compañía al reino de Gaunes del que son legítimos señores y herederos. Aquella noche estuvieron alegres y contentos los de la hueste real, porque veían que la guerra había terminado, pues la mayoría de ellos tenían gran miedo de que les tocara lo peor, si el asunto duraba mucho. Y estuvieron más alegres y contentos de lo que solían; los del castillo estuvieron llenos de lágrimas y de tristeza, tanto los pobres como los ricos; ¿sabéis por— qué estaban tan afligidos?, porque veían que Boores y Lanzarote, Héctor y Lionel se lamentaban como si vieran a todo el mundo muerto.

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Aquella noche hubo gran duelo en la Alegre Guarda; cuando amaneció, Lanzarote dijo a la reina: «Señora, hoy es el día que os separaréis de mí y que yo tendré que irme de este país. No sé si os volveré a ver. He aquí un anillo que vos me disteis antaño, cuando os acababa de conocer; desde entonces hasta ahora lo he guardado por vuestro amor; os ruego que a partir de este momento mientras viváis lo llevéis por mi amor; yo llevaré el que vos tenéis en vuestro dedo.» Ella se lo da de grado. Terminan así su encuentro y van a arreglarse lo mejor que pueden. Aquel día se acicalaron con mucha riqueza los cuatro primos. Cuando ya habían montado, junto con los demás del castillo, fueron en plena seguridad hasta la hueste enemiga, con más de quinientos caballos, todos cubiertos de seda, bohordando y dando las mayores muestras de alegría que jamás visteis. Y el rey fue hacia ellos con gran caballería; cuando Lanzarote vio que el rey se acercaba, desmontó y tomó a la reina por el freno y dijo al rey: «Señor, he aquí a la reina, os la devuelvo; por la deslealtad de los de vuestro séquito, hubiera sido muerta hace tiempo si no la hubiera socorrido yo. Y en modo alguno lo hice por favor que me haya concedido, sino sólo porque la considero como la dama más valiosa del mundo y habría sido una gran calamidad y una pérdida muy dolorosa, si hubieran conseguido hacer sus propósitos los desleales de vuestro séquito, que la habían condenado a muerte. Es mejor que hayan muerto en su deslealtad a que ella lo fuera.» Entonces el rey la recibe muy triste y pensativo por las palabras que le había dicho. «Señor, añade Lanzarote, si yo amase a la reina con loco amor, tal como se os hizo saber, no os la devolvería en mucho tiempo y no la tendríais por la fuerza. —Lanzarote, responde el rey, habéis hecho tanto que os lo agradezco y lo que habéis hecho os podrá valer en algún momento.» Entonces avanza mi señor Galván y dice a Lanzarote: «Vos habéis hecho tanto por mi señor el rey, que os lo agradece; pero aún os pide otra cosa. —¿Qué, señor?, pregunta Lanzarote; decídmelo y lo haré si puedo. —Os pide, responde mi señor Galván, que abandonéis su tierra de manera que jamás seáis vuelto a encontrar en ella. —Señor, contesta Lanzarote al rey, ¿os place que lo haga así? —Ya que Galván lo quiere, responde el rey, me agrada. Dejad mi tierra más acá del mar y marchaos al otro lado, a la vuestra que es muy hermosa y rica. —Buen señor, responde Lanzarote, ¿cúando esté en mi tierra estaré a salvo de vos? ¿Qué podré esperar de vos, paz o guerra? —Podéis estar seguro, contesta mi señor Galván, que no os faltará guerra, más dura de la que habéis tenido hasta aquí y durará hasta que mi hermano Gariete, a quien matasteis de mala manera, sea vengado en vuestro propio cuerpo; y yo no cambiaría todo el mundo por que vos perdierais la cabeza. —Mi señor Galván, interrumpe Boores, dejad de amenazar, pues os diré que mi señor os teme sólo muy poco; y, si nos persiguierais en el reino de Gaunes o en el de Benoic, tened por seguro que estaríais más cerca de perder la cabeza vos que mi señor. Habéis dicho que mató deslealmente a vuestro hermano; si queréis probarlo como leal caballero, yo defenderé a mi señor contra vos, de manera que si soy vencido en el campo de batalla, sea vilipendiado mi señor Lanzarote y si os puedo dejar por vencido, seáis maltratado como falso acusador. Mientras tanto, cesará la guerra. Si os place, sería muy conveniente que esta querella fuera dirimida por mí y por vos en vez de serlo por cuarenta mil hombres.» Mi señor Galván tiende su prenda y dice al rey: «Señor, ya que se ofrece para esto, no seguirá adelante, pues estoy dispuesto a probar contra él que Lanzarote mató a traición a mi hermano Gariete». Boores avanza y dice que está dispuesto a defenderlo: el encuentro hubiera tenido lugar, si el rey lo consintiera, pues mi señor Galván no quería otra cosa y Boores deseaba luchar cuerpo a cuerpo contra él. Pero el rey rechazó las prendas de los dos y dijo que de ningún modo sería aceptada aquella batalla, pero que, cuando se fueran de allí, cada cual hiciera como mejor deseara. Lanzarote no dudó que tan pronto como llegara a su país se encontraría con una guerra mayor de lo que se podía imaginar: «Ciertamente, señor, observa Lanzarote, no estaríais tan dispuesto a mantener esa guerra como lo estáis ahora, si yo hubiera deseado perjudicaros en la misma manera que os ayudé el día que Galeholt, señor de las Islas Lejanas, se hizo vasallo vuestro, momento en que tenía poder para quitaros tierra y honor y cuando vos estabais cercano a recibir todo tipo de afrentas, a perder la corona y a ser desheredado; si os acordarais de aquella jornada, tal como debía ser, no desearíais emprender esta guerra contra mí. Y no os lo digo esto por temor a vos, sino por el amor que vos me deberíais tener, si fuerais tan buen recompensador como debe serlo un rey. Cuando estemos en nuestro país, entre nuestros vasallos, convocadas nuestras fuerzas y amigos, guarnecidos los castillos y las plazas fuertes, os aseguro que si venís y, os queremos atacar con todo nuestro poder, de nada os arrepentiréis tanto como de haber venido: tened por cierto que no alcanzaréis honra ni provecho. Y vos, mi señor Galván, que tan cruel os mostráis en enfrentarnos con el rey, no debíais hacerlo, pues no me tendríais tal odio si os acordarais que os saqué antaño de la Dolorosa Torre, el día en que, os liberé de la prisión de Caradoc el Grande, a quien maté, pues os había dejado como muerto. —Lanzarote, responde mi señor Galván, no hicisteis nada por mí que a la postre no me lo hayáis cobrado muy caro: me habéis causado tal daño con los que yo más amaba, que nuestro linaje ha sido humillado y yo deshonrado; por eso, no puede haber paz entre yo y vos y no la habrá mientras viva.» Entonces dice Lanzarote al rey: «Señor, mañana saldré de vuestra tierra, de tal forma que por todos los servicios que os he hecho, puesto que fui el mejor caballero, no me llevaré de lo vuestro ni el valor de una espuela.»

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