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Authors: Anónimo

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La muerte del rey Arturo (12 page)

BOOK: La muerte del rey Arturo
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80.
Se va entonces el rey de allí, tan dolido como jamás lo estuvo nadie; la reina ordena que Boores y Héctor acudan a hablar con ella: vienen inmediatamente. Cuando la reina los ve llegar, se deja caer a sus pies y les dice llorando: «¡Ay!, gentiles hombres afamados, de elevado corazón y alto linaje, si alguna vez amasteis a aquel que se llama Lanzarote, socorredme y ayudadme en esta necesidad, no por amor hacia mí, sino por amor hacia él. Si no queréis hacerlo, sabed que seré afrentada antes de mañana por la tarde y seré deshonrada con vileza, pues a la postre todos los de la corte me han abandonado en la mayor necesidad.» Cuando Boores ve a la reina tan angustiada y afligida, le entra gran compasión; la alza del suelo y le dice llorando: «Señora, no os preocupéis ahora tanto; si mañana a la hora de tercia no tenéis mejor socorro de lo que sería el mío, yo entraré por vos en lid contra Mador. —¿Mejor socorro?, pregunta la reina, ¿de quién me podría venir? —Señora, responde Boores, no os lo diré; pero mantendré lo que os he dicho.» Cuando la reina oye estas palabras, se pone muy contenta, pues inmediatamente piensa que Lanzarote es de quien ha dicho que vendrá a socorrerla. Boores y Héctor dejan a la reina y van a una gran habitación donde se alojaban habitualmente cuando venían a la corte.

81.
Al día siguiente, a la hora de prima estaba el salón lleno de nobles y de caballeros que esperaban la llegada de Mador; muchos de ellos temían por la reina, pues pensaban que no hallaría ningún caballero que la defendiera. Poco después de la hora de prima llegó Mador a la corte, acompañado de muchos caballeros que eran parientes suyos; echó pie a tierra y subió completamente armado, a excepción del yelmo, del escudo y de la lanza. Era un caballero extraordinariamente alto, lleno de gran fuerza, de tal modo que en la corte del rey Arturo apenas se sabía de un caballero más fuerte que él. Cuando llegó ante el rey, reclamó el combate, como ya había hecho en la otra ocasión; el rey le contestó diciéndole: «Mador, la querella de la reina debe ser llevada a cabo de forma que, si ella no encuentra en el día de hoy quien quiera defenderla, se hará de su cuerpo lo que la corte decida. Quedaos aquí hasta la hora de vísperas; si en ese término no se presenta quien tome por ella esta lid, vos quedaréis libre de vuestra acusación y ella será culpable.» Dijo que esperaría; se sienta en la sala y toda su parentela a su alrededor. La sala se llenó de forma increíble, pero estaban tan silenciosos que no oiríais absolutamente nada. Así estuvieron gran rato después de la hora de prima.

82.
Poco antes de la hora de tercia entró Lanzarote tan bien armado que no le faltaba nada de lo necesario para un caballero; llegó de tal forma que no llevaba consigo ni caballero, ni servidor, y armado con armadura blanca y una banda sinople atravesaba su escudo. Al llegar a la corte, desmontó y ató su caballo a un olmo que había allí y allí colgó su escudo; tras hacer esto, subió a la sala sin quitarse el yelmo; de tal forma se presentó al rey y a los nobles, que no hubo ninguno que lo reconociera, sino Héctor y Boores. Cuando ya estaba cerca del rey, habló tan alto que todos pudieron oírle bien, y dijo al rey: «Señor, he venido a la corte por un hecho admirable que he oído contar en esta tierra, pues algunas gentes me han hecho saber que en el día de hoy debe venir un caballero que acusa a mi señora la reina de traición; si es verdad esto, nunca oí hablar de un caballero más loco, pues sabemos ciertamente, propios y extraños, que en todo el mundo no hay dama de tanto prez como ella; y por el valor que yo sé que tiene, he venido, dispuesto a defenderla, si hubiera caballero que la acusara de traición.»

83.
A estas palabras, avanza Mador y dice: «Señor caballero, estoy listo a probar que ella mató a mi hermano de forma desleal y a traición. —Y yo estoy listo, responde Lanzarote, a defender que ella jamás pensó cometer deslealtad ni traición.» Aquél no escuchó estas palabras; tiende su gaje al rey y otro tanto hace Lanzarote; el rey recibe los dos. Entonces dice mi señor Galván al rey: «Ahora pienso que Mador no tiene razón, pues aunque haya muerto su hermano, yo juraría sobre los Evangelios, y estando plenamente consciente, que la reina no pensó en ningún momento cometer deslealtad ni traición; si el caballero tiene algo de valor, cualquier daño puede sobrevenir a Mador. —Ciertamente, responde el rey, no sé quién es el caballero, pero pienso que se llevará el honor y yo así lo desearía.»

84.
Entonces comienza a vaciarse de gente la sala; grandes y pequeños descienden y van al prado, fuera de la ciudad, allí donde habitualmente se libraban los combates, en un lugar hermosísimo. Mi señor Galván toma la lanza del caballero y dice que la llevará al campo; Boores toma el escudo. Lanzarote monta con presteza su caballo y se va al campo de batalla; el rey hizo venir a la reina, y le dice: «Señora, he aquí un caballero que por vos se pone en peligro de muerte; sabed que si es derrotado, vos seréis puesta en mala situación. —Señor, responde, Dios hará justicia, tan verdaderamente como que yo no pensé hacer deslealtad ni traición.» Entonces la reina guía a su caballero y metiéndolo dentro del campo, le dice: «Buen señor y dulce, avanzad por Dios; que Nuestro Señor os ayude hoy.» Con esto, se enfrentan los dos jinetes, dejan correr sus caballos y se atacan tan velozmente como pueden los animales; se golpean con tal fuerza que ni los escudos, ni las cotas evitan que se hagan heridas grandes y profundas; Mador vuela del caballo a tierra, cayendo con estrépito, porque era grande y pesado; pero se levanta en seguida, como quien no se considera a salvo, pues ha encontrado a su enemigo fuerte y duro en la lucha. Cuando Lanzarote lo ve a pie, le parece que si le atacara a caballo podría ser criticado; desmonta y deja al animal que vaya a donde quiera; después saca la espada, tira el escudo por encima de su cabeza y va a buscar a Mador allí donde lo encuentra; comienza a darle en medio del yelmo golpes tan fuertes que aquél queda espantado y, sin embargo, se defiende lo mejor que puede y golpea a Lanzarote con vigor a menudo y frecuentemente; pero todo esto no le sirve de nada, pues, antes de que hubiera transcurrido la hora de mediodía, Lanzarote lo había puesto en tal situación que hizo que la sangre le saliera del cuerpo por más de diez sitios. Lo ha movido y zarandeado tanto de un lugar a otro que todos los que había allí comprueban que Mador está vencido y, si su adversario quiere, a punto de morir; todos los del lugar alaban al que lucha contra Mador, pues desde hacía tiempo no habían visto a nadie tan valeroso, según les parece. Lanzarote, que conocía bien a Mador y que no deseaba su muerte, porque en alguna ocasión habían sido compañeros de armas, ve que lo tiene en situación de poder matarlo, si quiere; pero tiene compasión y le dice: «Mador, serás ultrajado y afrentado si yo quiero y puedes ver que lo serías sí el combate continuara; por eso, yo aconsejaría que depusieras tu acusación, antes de que te llegara ningún mal; haré que mí señora la reina te perdone esta mala acción que le has atribuido y que el rey te considere quito.»

85.
Cuando Mador escucha las ventajas y franquicias que le ofrece, al instante se da cuenta de que es Lanzarote; se arrodilla ante él, toma la espada, se la tiende y dice. «Señor, tomad mi espada, me acojo completamente a vuestra gracia; y sabed que no lo tengo por afrenta, pues con certeza no podría enfrentarme con nadie tan noble como vos: así lo habéis mostrado aquí y en otros lugares.» Entonces le dice al rey: «Señor, me habéis engañado, al poner frente a mí a mi señor Lanzarote.» Cuando el rey oye que es Lanzarote, no espera en absoluto a que salga del campo, antes bien se lanza y corre hacia él, abrazándolo, aunque estaba armado por completo, mi señor Galván acude y le desata el yelmo. Entonces podríais ver a su alrededor una alegría tan grande que no oiréis jamás hablar de otra mayor. La reina fue aclamada libre de la acusación que Mador le había hecho; y, porque estuvo enojada con Lanzarote, se llamaba loca y estúpida.

Un día estaban solos la reina y Lanzarote; comenzaron a hablar de varias cosas y, en esto, la reina le dijo: «Señor, desconfié sin motivo de vos por la doncella de Escalot, pues estoy segura de que si la hubierais amado tanto como me dijeron muchos, aún no habría muerto. —¿Cómo, señora, le pregunta Lanzarote, está muerta aquella joven? —Ciertamente, responde la reina, y está sepultada en el monasterio de San Esteban. —Por Dios, exclama, es una lástima, pues era muy hermosa; lo siento, así me ayude Dios.» Tales palabras y muchas otras se decían estando juntos; y si Lanzarote había amado antes a la reina, a partir de entonces la amó más que ningún día y ella igual a él. Se comportaron tan indiscretamente que la mayoría de los de allí lo supo con certeza y mi señor Galván también, igual que sus cuatro hermanos: un día estaban los cinco hermanos en el gran salón hablando en secreto de este asunto; Agraváin era el que estaba más enfadado de todos ellos; mientras hablaban así salió el rey de la habitación de la reina y cuando lo vio mi señor Galván, dijo a sus hermanos: «¡Callad, he aquí a mi señor el rey! » Agraváin responde que no se callará por él; el rey oyó perfectamente estas palabras y dijo a Agraváin: «Buen sobrino, decidme de qué hablabais tan alto. —¡Ay!, contesta mi señor Galván, por Dios, dejadlo estar; Agraváin está más enfadado de lo que debiera y no os conviene saberlo, pues ni vos, ni nadie sacaría ningún provecho de ello. —¡Por Dios!, exclama el rey, lo quiero saber. —¿Para qué, señor?, pregunta Gariete; no puede ser de ninguna manera, pues lo que estaba diciendo no son más que habladurías y las mentiras más falsas del mundo; por eso yo os aconsejaría con fidelidad, como a mi señor que sois, que dejarais de preguntarlo. —Por mi cabeza, insiste el rey, no haré tal; antes bien, os requiero, por el juramento que me habéis hecho, que me digáis de qué estabais hablando tan en secreto. —Me asombra, observa mi señor Galván, que vos estéis tan anhelante y curioso por saber noticias; aunque os enfadarais conmigo y me expulsarais de vuestra tierra, pobre y exiliado no os lo diría; pues a pesar de ser la mayor mentira del mundo, si os lo creyerais, podría sobrevenir tal daño que en todo vuestro tiempo no habrá comparación.» Entonces el rey está más interesado que antes; dice que lo sabrá o hará que los aniquilen a todos. «A fe mía, exclama mi señor Galván, si Dios quiere, no lo sabréis por mí, pues al final sería odiado por vos y yo y otros nos arrepentiríamos por ello.» Se marcha de la sala y lo mismo hace Gariete; el rey los llama muchas veces, pero ellos no quieren volverse y se alejan tan afligidos que no pueden más, diciéndose que en mala hora empezaron a hablar del asunto y que si el rey se entera y se enfrenta con Lanzarote, la corte será afrentada y deshonrada, porque Lanzarote será ayudado por todo el poder de Gaula y de muchos otros países.

86.
Así se van los dos hermanos, tan preocupados que no saben qué hacer. El rey, que se había quedado con sus otros sobrinos, se los lleva a una habitación, junto a un jardín. Cuando están dentro, cierra la puerta tras ellos; les pide y les conjura, por la fe que le deben, para que le digan lo que les pregunta: primero se dirige a Agraváin y éste responde que no lo dirá; pregunta a los otros, que contestan que no hablarán: «Ya que no queréis contármelo, exclama el rey, me mataréis, o yo a vosotros.» Corre a tomar una espada que había sobre una cama, la desenvaina y va contra Agraváin diciendo que lo matará sin dudar si no le dice aquello que tanto desea saber; alza la espada, para golpearle en medio de la cabeza, y cuando aquél ve que el rey está tan acalorado, le grita: «¡Ay! ¡Señor, no me matéis! Os lo diré. Estaba diciéndoles a mi señor y hermano Galván, a Gariete y a mis otros hermanos, que aquí están, que eran desleales y traidores por haber soportado durante tanto tiempo la afrenta y deshonra que os hace mi señor Lanzarote del Lago. —¿Cómo?, pregunta el rey. ¿Me afrenta, pues, Lanzarote? ¿En qué? Decídmelo, porque jamás hubiera imaginado que buscara mí vergüenza, pues siempre lo he honrado y querido tanto que en modo alguno debería afrentarme. —Señor, contesta Agraváin, os es tan leal que os deshonra con la reina, vuestra mujer, y la ha conocido carnalmente.» Cuando el rey oye estas palabras muda de color y, empalideciendo, afirma: «Es algo extraordinario.» Comienza a pensar entonces y no dice nada en un buen rato: «Señor, interrumpe Mordrez, os lo hemos ocultado tanto como pudimos, pero conviene ahora que la verdad sea sabida y que os lo digamos; tanto como os lo hemos ocultado, os hemos sido perjuros y desleales; ahora quedamos libres. Os aseguramos que es así; mirad cómo será vengada esta afrenta.» Por esto está el rey pensativo y preocupado y tan a disgusto que no sabe qué es lo que debe hacer; en cuanto vuelve a hablar dice: «Si me habéis amado alguna vez, procurad aprehenderlos en flagrante delito; y si no tomo venganza como se debe hacer de traidores, no deseo volver a llevar corona. —Señor, dice Garrehet, aconsejadnos, pues; es cosa que hace dudar mucho cómo matar a un valiente como Lanzarote, ya que es fuerte y atrevido y su linaje es poderoso en todo, de forma que, si muere Lanzarote, toda la parentela del rey Van comenzará contra vos una guerra tan grande y extraordinaria que los más poderosos de vuestro reino tendrán dificultades en mantener. Y vos mismo, si Dios no lo impide, podríais morir en ella, pues mirarán más por vengar a Lanzarote que a su propia salvación. —Por mí, advierte el rey, no os preocupéis; haced lo que os he dicho; si podéis, que sean cogidos juntos; así os lo exijo por el juramento que me hicisteis al ser compañeros de la Mesa Redonda.» Le prometen que lo harán, ya que él está tan angustiado; así lo aseguran los tres; después salen de la habitación y marcharon a la gran sala.

87.
Aquel día estuvo el rey más pensativo de lo que solía y parecía que estuviera triste. A la hora de nona llegaron mi señor Galván y Gariete; cuando vieron al rey, se dieron cuenta por la cara que los otros le habían dado noticias de Lanzarote; por este motivo no se dirigieron hacia él, sino que fueron a las ventanas del salón. La sala estaba en silencio y tranquila: no había allí nadie que se atreviera a decir una palabra, porque veían al rey enfadado. En esto, se presentó un caballero completamente armado y le dijo al rey: «Señor, os traigo noticias del torneo de Karahés; los del reino de Sorelois y de la Tierra Devastada lo han perdido todo. —¿Había algún caballero de aquí?, pregunta el rey. —Sí, señor; estuvo Lanzarote, quien se ha llevado el galardón de las dos partes.» El rey se abate al oír estas noticias y comienza a pensar; cuando ha meditado bastante, se pone en pie y dice tan alto que muchos pudieron oírle: «¡Ay! ¡Dios, qué dolor y —qué lástima que en hombre tan valiente se albergue tal traición! » El rey entró en su habitación y se acostó en la cama pensativo, pues está seguro de que si Lanzarote es prendido en este asunto y recibe la muerte, en este país nunca habrá habido una tormenta semejante por la muerte de un solo caballero. Y, sin embargo, prefiere morir a que su afrenta no sea vengada ante su persona. Manda venir a sus tres sobrinos y, cuando estuvieron en su presencia, les dice: «Señores, Lanzarote estará a punto de volver del torneo; decidme cómo se le podrá sorprender en este asunto que me habéis descubierto. —Por mi fe, exclama Garrehet, no lo sé. —Por Dios, dice Agraváin, os lo mostraré; haced saber a todos vuestros servidores que por la mañana iréis al bosque y ordenad a vuestros caballeros que os acompañen, a excepción de Lanzarote; se quedará con mucho gusto y entonces, y estoy seguro de ello, tan pronto como os hayáis ido al bosque, irá a acostarse con la reina; nosotros nos quedaremos para haceros saber la verdad; estaremos apostados en una habitación, de forma que los prenderemos y los retendremos hasta que volváis.» El rey acepta con gusto esta idea, «pero cuidad, dice, que nadie lo sepa, antes de que haya sido hecho como lo habéis planeado». Cuando estaban tomando consejo, llegó mi señor Galván y al verlos hablar tan en secreto le dijo al rey: «Señor, Dios quiera que de esta decisión no os venga nada más que bien, pues temo mayor daño para vos que para otro. Agraváin, buen hermano, os ruego que no emprendáis nada que no seáis capaz de llevar a término y no digáis nada de Lanzarote si no lo sabéis con seguridad, pues es el mejor caballero que habéis visto. —Galván, dice el rey, huid de aquí, que sois el hombre en quien no me fiaría jamás, pues os habéis comportado mal conmigo, al saber mi deshonra y soportarla sin decírmelo. —Ciertamente, responde mi señor Galván, mi traición no os causó ningún mal.» Entonces se marchó de la habitación, vio a Gariete y le dijo: «Ya le ha contado Agraváin al rey lo que nosotros no nos atrevíamos a explicarle; tened por seguro que le vendrán perjuicios por eso. —Así va a ser, responde Gariete, y no me mezclaré en eso; un valiente como Lanzarote lo es, no será acusado por mí de tal villanía. Dejemos a Agraváin que haga lo que ha comenzado y, si le beneficia, que aproveche; y si le perjudica, no podrá decir que ha sido por nosotros.»

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