34.
Cuando la reina supo que el hermano de Lanzarote y sus primos habían vuelto, hizo venir ante ella a Boores y le dijo: «Boores, ¿habéis estado en la asamblea? —Sí, señora, le responde. —Y ¿visteis a vuestro primo Lanzarote? —Señora, no, pues él no estuvo allí. —Por mi cabeza, contesta la reina, sí que estuvo. —Señora, insiste, salva sea vuestra gracia, no estuvo; no puede ser, que si hubiera estado, no hablara conmigo y que yo no lo hubiera conocido. —Tened por seguro, añade la reina, que estuvo allí y llevaba armas completamente bermejas, y sobre su yelmo una manga de dama o de doncella y fue el que venció en la asamblea. —Por el nombre de Dios, respondió Boores, de ninguna forma querría yo que fuera mi primo, pues ese de quien me habláis, según me han dicho, se fue gravemente herido, con una herida que yo le hice en el costado izquierdo durante una justa. —Maldita sea la hora, dice la reina, en que no lo matasteis, pues se ha comportado tan deslealmente conmigo como yo nunca creía que pudiera hacerlo por nada del mundo. —Señora, pregunta Boores, ¿cómo?»
Ella se lo cuenta todo tal como lo pensaba y después de decir cuanto quiso, Boores le responde: «Señora, en tanto no lo sepáis de manera cierta, no creáis que ha sido de ese modo que pensáis. Que Dios me ayude: no podría creerme que hacia vos se haya portado tan falsamente. —En verdad os digo, le responde aquélla, que alguna dama o doncella ha logrado sorprenderle con filtro o con encantamiento de forma que nunca más será mío ni yo suya; y si por ventura volviera a la corte, le impediría que entrara en el palacio de mi señor el rey y le prohibiría que fuera tan atrevido como para poner en él sus pies. —Señora, le dice Boores, haced lo que queráis, pero os digo que nunca emprendió los actos que vos le imputáis. —Bien me lo ha mostrado en esta asamblea, le responde la reina; bien me pesa que la prueba sea tan evidente. —Señora, contesta Boores, si es tal como decís, no hizo nunca nada que me pesara tanto, ya que de ningún modo debiera haber obrado mal contra vos, aunque lo hubiera hecho frente a cualquier otro.» Toda aquella semana y la siguiente se quedó Boores con su mesnada en el palacio del rey Arturo, y estuvieron mucho más tristes y pensativos de lo que solían porque veían a la reina muy afligida. En todo este tiempo no vino a la corte nadie que trajera noticias de Lanzarote, de que lo hubieran visto de lejos o de cerca, lo que admiraba mucho al rey Arturo.
35.
Un día estaban el rey y Galván en las ventanas del palacio hablando de varias cosas, de manera que el rey dijo a Galván: «Buen sobrino, me pregunto extrañado dónde puede estar Lanzarote durante tanto tiempo; hace mucho que no abandonó mi corte durante un período tan largo como ha hecho ahora.» Cuando Galván lo oye, comienza a sonreír y dice al rey: «Señor, sabed que no le molesta estar en donde está, pues si le molestase no tardaría en volver; que le agrade, no debe extrañarnos, pues debería agradarle al hombre más rico del mundo si pusiera en ello todo su corazón, como creo que Lanzarote ha puesto el suyo.» Cuando el rey oye estas palabras se inquieta mucho por saber de qué se trata; requiere a Galván para que le diga la verdad por la fe que le debe y el juramento que le hizo. «Señor, dice Galván, os contaré la verdad, tal como la creo, pero debe ser una cosa secreta entre nosotros dos, pues si yo supiera que va a ser contada en otro lugar, no os diría nada.» El rey le dice que a partir de ese momento no se sabrá ninguna cosa. «Señor, continúa Galván, os puedo asegurar que Lanzarote está en Escalot por una doncella a la que ama, pero tened por cierto que es una de las más hermosas doncellas que hay en el reino de Logres y que aún era virgen cuando estuvimos allí. Por la gran belleza que vi en ella, la requerí de amores no hace mucho, pero ella se protegió de mí con habilidad y dijo que era amada por caballero más hermoso y mejor que yo; deseé mucho saber quién era, de forma que le pedí que me dijera su nombre; ella no quiso hacerlo, aunque prometió enseñarme su escudo, a lo que yo le respondí que no pedía nada mejor; me lo mostró y lo reconocí al instante: era el escudo de Lanzarote. Le pregunté: "Doncella, decidme por amor, ¿este escudo cuándo fue dejado aquí?". Me respondió que su amigo lo había dejado al ir a la asamblea de Wincester, que se llevó las armas de un hermano suyo que eran completamente bermejas, y que era suya la manga que había llevado sobre el yelmo.»
36.
La reina, pensativa, estaba apoyada en otra ventana y oyó cuanto el rey y Galván dijeron; avanzó un poco y dijo: «Buen sobrino, ¿quién es esa doncella que tenéis por tan bella? —Señora, es la hija del valvasor de Escalot; que la ame mucho no debe extrañar, pues está llena de belleza. —Ciertamente, dice el rey, no podría creer que pusiera su corazón en dama ni en doncella que no fuera de alta condición, pero os digo que no está allí por este motivo, sino porque yace enfermo o herido, por la herida que en el torneo de Wincester le hizo su primo Boores en el costado. —Por mi fe, responde Galván, bien podría ser así y no sé qué pensar ahora, a no ser que, si estuviera enfermo, nos lo habría hecho saber, o, cuando menos, habría mandado llamar a su hermano Héctor y a sus primos que están aquí.» Mucho rato estuvieron hablando aquel día el rey, la reina y Galván; la reina se levantó con tanto dolor y entristecida como nadie, pues pensaba que Galván había dicho la verdad con respecto a la doncella y a Lanzarote; se fue a su habitación y mandó llamar a Boores para que viniera a hablar con ella. Vino de inmediato. Tan pronto lo vio, la reina le dijo: «Boores, ya sé la verdad de vuestro señor, de vuestro primo; está en Escalot con una doncella a la que ama. Bien podemos decir ahora que vos y yo lo hemos perdido, pues lo tiene tan preso que no podría irse de allí aunque quisiera. Esto acaba de decirlo ante mí y ante mi señor el rey un caballero al que creeríais con que os dijera una palabra; y tened por seguro que nos lo afirmó como cierto. —Ciertamente, señora, dice Boores, no sé quién es el caballero que os ha dicho eso, pero aunque hablando fuera el hombre más veraz del mundo, sé que habría mentido al afirmar tal cosa; y bien sé que mi señor es de tan elevado corazón que no se permitiría hacerlo; por eso quisiera rogaros que me dijeseis quién fue quien os dijo tales palabras, pues esta misma noche lo dejaré por mentiroso. —Vos no sabréis nada más por mí, le respondió ella, pero os advierto que nunca más tendrá Lanzarote paz conmigo. —Señora, contesta Boores, me pesa, y puesto que habéis tomado tan gran odio hacia mi señor, a los nuestros no les agrada permanecer más aquí, de manera que os pido licencia, señora, y os encomiendo a Dios, pues nos iremos al amanecer. Cuando nos pongamos en marcha, buscaremos a mi señor hasta encontrarlo, si Dios quiere; y cuando lo hayamos encontrado, si quiere, nos quedaremos en esta tierra junto a algún alto hombre; y si no le agrada que nos quedemos, nos iremos a nuestras tierras, con nuestros hombres, que están ya muy deseosos de vernos, ya que hace mucho tiempo que no nos ven. Y tened por seguro, señora, continúa Boores, que de ningún modo hubiéramos permanecido tanto tiempo en este país a no ser por amor a mi señor, y él no se hubiera quedado tanto tras la demanda del Santo Graal, si no hubiera sido por vos; tened por cierto que os ha amado más lealmente que ningún caballero amó a dama o doncella.»
Cuando la reina oye estas palabras siente la mayor pena del mundo, y no puede impedir que las lágrimas le vengan a los ojos. Al hablar, maldice la hora en que tales noticias le llegaron, «pues me encuentro en mal estado», y después se dirige a Boores: «¿Cómo?, señor, ¿me vais a dejar así? —Sí, señora, le responde; me conviene hacerlo.» Con esto, sale de la habitación y se dirige a su hermano y a Héctor y les cuenta las palabras que la reina le había dicho. Ellos se molestan mucho, pero no saben qué hacer y todos maldicen la hora en que Lanzarote conoció a la reina; Boores les dice: «Tomemos licencia del rey y vayámonos de aquí; busquemos a Lanzarote hasta encontrarlo y, si podemos llevárnoslo al reino de Gaunes o al de Benoic, nunca habremos hecho mejor obra: nos quedaríamos tranquilos si pudiera pasarse sin la reina.» Héctor y Lionel están de acuerdo; van ante el rey y le piden permiso para ir a buscar a Lanzarote; muy a su pesar, se lo da, pues le gustaba mucho verlos a su lado, sobre todo a Boores, famoso en el reino de Logres más que cualquier otro caballero tanto por su vida ejemplar como por sus hechos de armas.
37.
Por la mañana el linaje del rey Van se fue de la corte; cabalgan derechos hasta llegar a Escalot. Una vez allí, preguntaron por Lanzarote en cuantos sitios pensaban que podrían obtener respuesta, pero en ninguna ocasión encontraron a nadie que supiera darles noticias. Lo buscaron mucho por todos los lados y cuanto más preguntaban, menos les decían. De tal forma cabalgaron ocho días, sin que pudieran saber nunca nada. Al considerar esto, se dijeron: «En vano seguiremos trabajando, pues ya no lo volveremos a encontrar antes de la asamblea; pero sin duda volverá, porque se halla en este país y libre.» Por este motivo se quedaron en un castillo que se llama Athean, que se encuentra a una jornada de Taneburg y que no distaba más que seis días de la asamblea; el rey de Norgales, que vivía en su propia fortaleza a unas ocho leguas de Athean,, tan pronto como supo que los parientes del rey Van estaban allí y que eran los más afamados del mundo, los de más valor y los de más insignes hechos de armas, fue a verlos, pues tenía un gran deseo de conocerlos e incluso —si podía ser— que se le unieran a su mesnada para ir a la asamblea y luchar contra el rey Arturo y sus compañeros. Cuando vieron que el rey venía a verlos, lo tuvieron como una gran delicadeza y lo recibieron digna y muy cortésmente, como quienes bien sabían hacerlo; le hicieron quedar allí, con ellos, aquella noche; por su parte, él les rogó tanto que a la mañana siguiente todos le acompañaron a su fortaleza. El rey de Norgales los tuvo en su hostal con gran alegría y honor hasta el día de la asamblea y tanto les suplicó que le prometieron estar de su parte en la reunión. El rey se alegró mucho con esta promesa y se lo agradeció entrañablemente.
Pero aquí deja la historia de hablar de Boores y de su compañía y vuelve a tratar de Lanzarote, que estaba enfermo en casa del pariente del caballero novel de Escalot.
38.
Ahora cuenta la historia que cuando volvió Lanzarote, se tuvo que acostar, enfermo; yació así durante un mes o más por la herida que le hizo su primo Boores en el torneo de Wincester, de manera que el caballero que le había acompañado a la asamblea sólo esperaba la muerte, aunque le pesaba mucho, pues había visto tantas virtudes en Lanzarote que, en cuanto a los hechos de armas, lo consideraba muy por encima de todos los que conocía y eso que no sabía aún que era Lanzarote. Cuando hacía ya más de un mes que estaba allí, vino la doncella que le había entregado la manga; al ver que aún no estaba sano, le pesó mucho y le preguntó a su hermano cómo iba. Le respondió: «Hermosa hermana, afortunadamente va mejor, gracias a Dios; pero no hace quince días, lo vi en tal estado que pensé que no pudiera escapar de la muerte. Su herida ha sido muy peligrosa de curar; por eso creí que moriría. —¡Morir!, dijo la doncella, Dios lo guarde; ciertamente, eso sería una calamidad muy dolorosa, pues después de él no quedaría ningún hombre noble en el mundo. —Hermosa hermana, le dijo el caballero, ¿sabéis quién es? —Señor, le responde, sí, muy bien; es Lanzarote del Lago, el mejor caballero del mundo; me lo dijo Galván, sobrino del mismísimo rey Arturo. —Por mi cabeza, contesta el caballero, creo en verdad que pueda serlo, pues nunca vi nadie capaz de tales hazañas como él hizo en la asamblea de Wincester, ni nunca hubo manga de dama ni de doncella mejor empleada ni tan mirada como fue la vuestra.» La doncella se quedó allí y permaneció junto a su hermano hasta que Lanzarote mejoró un poco, de manera que podía pasear por dentro de la casa; cuando ya estuvo casi curado y había recuperado algo de su belleza, la doncella, que había permanecido con él de noche y de día, se enamoró tanto —por las hermosas palabras que le decía y por la belleza que veía en él—, que le pareció que no podría sobrevivir de ninguna manera si no le mostraba su voluntad. La doncella amaba a Lanzarote, tanto como podía. Cuando ya no pudo silenciar por más tiempo lo que pensaba, se le presentó un día ataviada y adornada más hermosamente que nunca, vestida con el mejor traje que pudo conseguir; sin lugar a dudas, estaba rebosante de belleza. De esta guisa, se presentó a Lanzarote y le dijo: ««Señor, ¿no sería muy villano si me rechazara un caballero a quien yo requiriera de amores? —Doncella, le responde Lanzarote, sería muy villano rechazándoos si fuera dueño de su corazón y pudiera hacer su voluntad en todo; pero nadie debería acusarle si ni de sí mismo ni de su corazón pudiera hacer lo que deseara y os rechazara. Os lo digo por mí, pues —Dios me ayude— si fuerais tal que os dignaseis poner vuestro corazón en mí, y yo pudiera disponer de mí mismo a mi antojo y voluntad, tal y como son capaces de hacer otros muchos caballeros, me tendría por muy bien pagado si os dignarais darme vuestro amor; pues —Dios me ayude— tiempo ha que no veo ni dama ni doncella a la que se debiera amar con mayor motivo que a vos. —¿Cómo, señor, pregunta la doncella, no os pertenece tanto vuestro corazón como para que podáis disponer de él según vuestro albedrío? —Doncella, le responde, sí que hago según mi voluntad, pues siempre está allí donde yo quiero que esté, y no desearía jamás que estuviera en ningún otro lugar, ya que en ningún otro sitio podría estar tan agusto como está donde yo lo puse; y no permita Dios que se aparte de este deseo, porque, después, yo no podría vivir un solo día tan a gusto como ahora. —En verdad, señor, contesta la doncella, me habéis dicho tantas cosas que conozco bien una parte de vuestros sentimientos y me pesa mucho que sea así, pues, por lo que me acabáis de decir y de contar, con una sola palabra lograríais hacerme morir en poco plazo; si me lo hubieseis dicho de forma un poco más velada, hubieseis llenado mi corazón de todo tipo de buenas esperanzas de tal manera que la esperanza me hubiera hecho vivir en el gozo y en la dulzura en que suele permanecer un corazón enamorado.»
39.
La doncella se dirigió entonces a su hermano, descubriéndole todo su pensamiento: le dijo que amaba a Lanzarote con un amor tan grande que moriría si no le ayudaba cuanto fuera necesario para conseguir toda su voluntad. Aquél lo sintió mucho y le responde: «Hermosa hermana, encaminaos a otro lugar, pues a éste no podréis llegar. Bien sé que tiene su corazón asentado en tan alto sitial que no se dignará descender a amar doncella de pobreza como la vuestra, aunque seáis una de las más hermosas del mundo; si deseáis amar conviene que pongáis vuestro corazón en lugar más bajo, porque de árbol tan alto no podréis recoger el fruto. —Ciertamente, buen hermano, le responde la doncella, bien me pesa; ojalá Dios quisiera que me gustara otro caballero más que él y que hubiera ocupado su lugar en mi corazón antes que él; pero eso ahora no puede ser, pues he sido destinada a morir por él, y moriré de tal modo que vos lo veréis claramente.» Así predijo la doncella su muerte, que le sobrevino tal como lo había contado, pues murió, sin duda, por amor a Lanzarote, según explicará la historia más adelante.