sucedió que, mientras caminaban por en medio del parque de Almadrea, Block creyó oír una voz por entre los árboles que le llamaba por su nombre, y, volviéndose, y hallando por allí cerca a sus amigos Jaime y Estrella, que discutían sobre algún problema menor de botánica comparada, les preguntó si eran ellos los que le habían llamado; ellos le respondieron que no, y Block, después de asegurarse de que no estaban bromeando y de que le decían la verdad, siguió caminando por entre los árboles y alejándose de ellos para ver si volvía a oír la voz que le llamaba… llegó así a un viejo templo medio en ruinas, y cuando caminaba por entre las columnas, talladas en bloques de pórfido rosa y entorpecidos los accesos por zarzales que las lluvias del último monzón habían hecho crecer por encima de la cabeza de un hombre, creyó oír de nuevo la voz que le llamaba, y entrando en el templo la oyó entonces claramente, la voz de un niño que le llamaba en voz muy baja y sin embargo muy cerca de su oído, y que repetía muy suavemente su nombre como si quisiera llamar su atención; desde dónde sonaba su voz no pudo Block descubrirlo, por muchas vueltas que dio por entre las columnas y las ruinas del templo, y así, después de agotar los senderos sin lograr otra cosa que rasgarse las ropas con las ramas de las zarzas y pisar sin querer un nido de perdiz, medio oculto entre los espinos blancos, se sentó sobre una gran piedra tallada, que no era sino un capitel corintio caído de su fuste, y suspiró profundamente, mirando a su alrededor con desazón; caía la tarde, y el cielo tornábase por eso más limpio, más tranquilo y comunicable; miró Block con agrado el cielo, y le pareció que acaso en esa azulada y rosada inmensidad por la que las golondrinas parecían volar decididamente hacia algún país lejano y de pronto cambiar de idea, estaban contenidos los años futuros y la solución de los misterios, los barcos que se perdieron en el mar y los rostros que imaginamos en la oscuridad…
así le encontraron sus amigos, sentado en el viejo capitel y mirando el vuelo de las golondrinas, y entonces Block les contó acerca de las voces que había oído y cómo en un principio había creído que se trataba de ellos, que querían gastarle una broma, y cómo había conocido que no, y cómo había vuelto a oír la voz que le llamaba, suave como la de un niño, y había buscado al niño por entre las ruinas del templo sin lograr encontrarle…
sucedió que, cuando terminaron de atravesar el parque de Almadrea y salieron del parque por una de sus puertas llenas de ricas decoraciones y esculturas, volvieron a caminar por las calles de la ciudad, orientándose de forma aproximada por la dirección de las sombras y por esa cierta intuición natural de la que Jaime siempre presumía, y en esto descubrieron en una de las escaleras de piedra que conducían a la entrada de una de las casas, un gran nido de pájaro construido con cañas, pajitas, ramas de sauce desgajadas y barro seco, de tan ingeniosa artesanía que parecía imposible que no fuera obra del hombre, y por lo cual dedujo Jaime, que era el que primero había descubierto el nido, que se trataba sin duda del nido de un ave fénix… del interior del nido levantó Jaime en sus manos varios huevos azules que el fénix estaría empollando seguramente, y por eso imaginó Jaime que no podía el animal andar muy lejos, y propuso a sus amigos que le buscaran… Estrella protestó que les quedaba muy poco tiempo para atravesar Almadrea y llegar al fin de su paseo, en la Colina de las Fieras Salvajes, con luz del día, pero Jaime aseguró que buscar al fénix sólo les desviaría unos pocos metros de su camino y les retendría unos breves minutos, y por no perder más tiempo discutiéndolo, cedió Estrella y los tres se pusieron en marcha siguiendo los pasos de Jaime, que presumía de conocer las costumbres y usos de estos rarísimos animales tan bien como si fuera uno de ellos… cosa que debía de ser cierta, a lo que parecía, ya que hallaron el gran pájaro a unos cincuenta metros del nido, escondido entre las sombras de una terraza no muy alta y protegida por un techado de sarmientos secos que sostenían cuatro oscuras vigas de madera; le gritó Jaime al ave que bajara, y luego, que al menos se mostrara a la luz, ya que nada debía temer de ellos… debieron gustarle, seguramente, al ave sus razones, ya que finalmente voló hasta ellos y se posó en el suelo a su lado, apoyado contra el muro y temblando como si tuviera las fiebres…
que mueren y renacen en el fuego, lo niego
que son por su esencia inmortales y que su único alimento conocido son las llamas del fuego, lo niego de vista
que son criaturas de Dios y que mueren como todas las demás criaturas, y que su cuerpo y sus plumas se hacen cenizas y polvo, lo afirmo
que entran en las habitaciones de las mujeres en trance de dar a luz para darles aliento y alivio, y que esto ha sucedido muchas veces en Gerasa, Garonia y otros pueblos, lo afirmo de oídas
que hablan como los hombres, y lloran y suspiran como los hombres, lo afirmo
que pueden viajar hasta el sol, haciendo viaje de ida y vuelta en el término de un año, y que del sol traen sabidurías y palabras, lo niego
que tienen nombres igual que las personas, y que muchas veces se llaman unos a otros por sus nombres, lo afirmo de oídas
que gustan más de caminar sobre sus dos pies que de volar por las regiones del aire, lo afirmo por haberlo visto
que aman las flores y en especial las rosas, y que cultivan rosas para su deleite y solaz, lo niego
que se alimentan tan sólo de fruta y de flores, lo niego de vista, y que muchas veces atacan a vacas o caballos, lo afirmo de oídas; que una vez uno de ellos raptó a la mujer de un hacendado y la obligó a convivir como su esposa por espacio de siete años, la cual dio a luz siete huevos, en cada uno de los cuales nacieron cada vez un niño y un pájaro, lo afirmo, aun a pesar de ser contra natura, por hallarse esta historia recogida allí donde sólo verdades y grandezas del mundo se encierran
que muchas jóvenes hablan con los fénix a escondidas de sus madres, y que algunas vuelan en sus lomos como las brujas en sus escobas, lo afirmo por haberlo visto muchas veces
que existe una isla que es la patria de los fénix, y que está en el gran océano, más allá del mar de los Sargazos, cubierta eternamente por las nieblas, afirmo haberlo oído muchas veces
que muchas veces durante las batallas se ven aves fénix volando en el cielo, afirmo haberlo oído muchas veces
según Apolodoro, en los tiempos antiguos, los hombres y los fénix vivían juntos; existía una palabra que significaba al mismo tiempo «hombre» y «ave fénix», y tanto las mujeres de los hombres como las hembras fénix, ponían huevos, de los que nacían cada vez un niño y un pájaro… unos y otros se envidiaban secretamente, los hombres envidiaban las alas de las aves, y los fénix envidiaban las hábiles manos de los hombres, con las que se puede tornear el barro y el hierro, pero esto no enturbiaba la amistad que había entre ambos, gracias a la cual vivían en armonía…
sucedió que cuando el ave fénix vino a posarse a los pies de Jaime, Block y Estrella, éstos se maravillaron del enorme tamaño del pájaro, que era casi tan alto como cualquiera de ellos, y del aspecto estropeado y enfermo de que daba muestra; tardó algún tiempo en decidirse a hablar, y cuando lo hizo, sacó una voz destemplada y ronca…
«yo nací en la isla de Grecia, en los primeros días del siglo XVIII; soy por tanto mucho más viejo que vosotros y no sé ocultaros que moriré muchos años después de que vosotros hayáis muerto…
»extranjeros, seáis quienes seáis, chilló el ave fénix, huid por donde habéis venido y abandonad al punto estas tierras malditas, en las que sólo hallaréis la desdicha y sufrimientos… sabed que habéis entrado en una región prohibida, en la que nadie recuerda ya las dulces leyes de la hospitalidad… los árboles dan flores venenosas, que matan al animal que las mira, y los hombres se devoran unos a otros… ¿cómo podría explicaros todas las desdichas que acechan a los que habitamos esta región monstruosa, donde los vientos azotan las piedras desnudas y muere antes de nacer la dulce flor de la amistad…?
»muerta está la esperanza, ya no florecen el manzano ni la higuera, huye la luz de este mundo que agoniza y donde el lobo es coronado rey entre los lobos…»
y después de decir esto, el ave fénix abrió las alas, echó a volar y se perdió en las alturas, y ya no volvieron a verle
por Almadrea, y todavía con el sonido de las extrañas voces de otros mundos en los oídos, sonando entre las columnas del templo vacío, entre los zarzales, sonando, por entre los palacios y los jardines que se hundían como galeones bombardeados en el vasto golfo de la noche, bajo el vuelo del fénix, que atravesaba los cielos color calabaza… ahora entraba la reina de la tarde, ahora las lilas de agua cerraban sus corolas y brillaba el colmillo bajo el belfo del lobo… ruinas, inútiles ruinas, no entiendo qué significan; ellos caminaban —ellos, por la procesión de la tarde, bajo el caravanserail del cielo, bajo el palio rojo y el rumor de polvorientas caravanas por los desiertos rojos, al lado del «libro de versos cerca del arbusto»; un rumor de caravanas y de sultanes muertos, entendió Block, llenaban el cielo y los espacios de Almadrea, las nubes del cielo se deslizaban por entre las agujas de Almadrea, entrando y saliendo por sus ventanas abiertas…
«ahora los tres somos amigos», había dicho Estrella, y esas palabras les habían lanzado a través de los mundos del Tiempo y del Espacio, ahora estaban tan hundidos en las entrañas misteriosas del parque como los que por azar han caído en un abismo encantado, y por eso apenas se sorprendieron cuando en lo alto de algunos de los altísimos muros encalados vieron correr «encendidos», hombres de fuego, algunos desnudos y llevando un poco de fuego en las manos, otros exhibiendo llamas como crines rojas, rosas, naranjas, blancas, otros metamorfoseados completamente en fuego y hechos ya de la pura sustancia de las llamas: saltaban por los aires, cruzaban de unas terrazas a otras de los palacios y desaparecían por las ventanas dejando en el aire un halo brillante y ensimismado…
había que atravesar confusos y derruidos barrios para llegar a la zona de palacios blancos donde estaba el lugar al que Jaime quería conducirles, y donde Block esperaba, por fin, encontrar la razón escondida de todo aquel largo paseo por el parque Servadac, la explicación del misterio…
caminando por entre los palacios blancos llegaron por fin a una amplia plaza cuadrada, rodeada por tres de sus lados por galerías sostenidas por columnas y por el cuarto lado por un elevado muro cubierto de mosaicos azules, por encima del cual se veían las copas de los cedros de un parque… en el centro de la plaza se abría lo que parecía el brocal de un pozo, parcialmente cubierto por una losa de piedra…
—éste es el lugar, dijo Jaime…
—¿es un pozo? preguntó Block
—no, dijo Jaime, es la entrada a los subterráneos de Almadrea…
—¿también fue Hálifax y Farfán quien te trajo hasta aquí? preguntó Block
—sí, en el caso de que fuera él el que dibujó el mapa
—o el que lo robó, añadió Estrella
—no acabo de comprender, dijo Block… ese mapa ¿era un mapa del parque Servadac…?
—no, dijo Jaime… Hálifax y Farfán fue uno de los constructores del parque Servadac; en cierto sentido, el propio parque ya es un mapa diseñado por él… el mapa al que me estoy refiriendo es de otra naturaleza… al parecer, comenzó a decir…
parecía resultarle difícil encontrar las palabras adecuadas
—Hálifax y Farfán poseía un cerebro extremadamente original, continuó… al distribuir los terrenos del parque lo que intentó fue crear algo así como un mapa cósmico que fuera a la vez una especie de anagrama autobiográfico… por eso quiso colocar aquí la piedra que encontró en el Himalaya… tal como yo lo interpreto, todo el parque no es sino un gigantesco mensaje en clave…
—oh, dijo Block
—lo único que nos queda para interpretar esa clave son dos opúsculos escritos por nuestro amigo Hálifax, el primero de los cuales remite al segundo, que es inencontrable…
Jaime les condujo hasta allá y entre los tres movieron la losa sin demasiada dificultad, revelando una entrada por la que, tal como sucede en las viejas historias persas, una escalera de piedra descendía a las entrañas de la tierra…
esa tarde en la que Jaime, deambulando por las calles de Almadrea, había llegado hasta allí, ¿había decidido mover la piedra y entrar allí dentro por simple curiosidad? se preguntaba Block, pero ¿cómo había sido capaz de arrastrar la losa, y por qué razón se había decidido con tal empeño a una empresa tan trabajosa…? su más prestigioso antecedente literario había descendido a una caverna similar buscando magias asombrosas, terribles batallas: Jaime, al parecer, había hecho su descenso al Hades impulsado por remotos libros, conducido allí por ese rumor al que Keats llamaba «los archivos de la tarde», extraña prolongación, brazo anfibio de un animal de palabras nacido de una placenta nebulosa, y cuyos cuarteles de invierno se habían transformado en las vastas salas de una biblioteca… vivía así el sueño de todo lector, o, más bien, de todo autor, esa deseada transformación, esa entrada en una perfumada realidad de realidades…
las escaleras conducían a un enorme
hall
subterráneo que parecía coincidir con el tamaño y forma de la plaza, un
hall
vastísimo, no sostenido por columna alguna, lleno de piedras, cascotes y estatuas derruidas, confusamente iluminado por la luz que entraba a través de diversas troneras, muchas de ellas invisibles… según les explicó, Jaime había bajado allí de la misma forma que había curioseado por las terrazas y casas de Almadrea —en realidad, aseguraba, intentando descubrir unas catacumbas llenas de frescos, y así era como, por puro accidente, había dado con la piedra de la melodía…
—¿la piedra de la melodía? dijo Block con algo parecido a un sobresalto
—la última vez que estuve por aquí, dijo Jaime, dejé una marca de tiza encima de la piedra para poder reconocerla más tarde…
—¿por qué es una «piedra de la melodía»? preguntó Block
—es una piedra musical, dijo Jaime…
los tres caminaban por entre los cascotes, muy pobremente ayudados por la escasa luz que llegaba al lugar…