La música del mundo (42 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
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que sostiene sus huesos, el trozo de

cristal con el que burla las brisas de Vitrubio,

la cartera de cuero, la pluma, el frasco

de tinta… en medio de los juegos espaciales

él, y todas sus cosas, su ropa, sus libros,

sus botellas, caídos aquí y allá por la

hierba, diseminados por el mundo del espacio,

—y todo el vasto espacio, conspirando con el

verano que muere, con el Tiempo que huye

del reloj de la hierba, volviendo siempre hacia afuera

sus intentos, sus furias inútiles, sus invisibles

lágrimas, igual que un bolsillo o un forro

que esconde ardientes secretos, pelusas multicolores,

hilos, migas doradas, vuelto del revés, esa imagen de la

humillación, de la intimidad revelada, cuando niños…

a veces una gallina, un pato blanco, se asomaban a los

imaginarios límites de su dominio, y él

recordaba la escena del templo de Príapo, en Petronio;

a veces las ardillas le robaban, pero era amable

esa invasión de la naturaleza: a veces, algún otoño,

paseando, había tenido la sensación de que

algo, unánime, entre los árboles, los setos, las praderas,

se interrumpía ante su presencia, y cada flor

que parecía ser sólo una flor, estaba conspirando;

ese pinzón indiferente del alero, estaba

hablando hace un instante, las camomilas

ocultaban algo, los tallos de avena

se abandonaban a la brisa, y un penoso silencio

mantenía a las aguas, a las ramas, en su lugar,

inmóviles, mudos, animales y flores, esperando que él

desapareciera de nuevo…

estas impresiones eran ahora más débiles,

ya no buscaba las iluminaciones, como cuando era joven,

sino tan sólo las claridades, ahora temía

las iluminaciones, esos dilatados universos que, de pronto,

en medio de un paseo por el campo, parecían

rozarle —en medio del silencio de las

aguas, y el batir de garzas entre las cañas, en el atardecer,

esas «esquinas» del edificio, que de improviso

le proporcionaban la tantas veces deseada «visión

triangular», ahora le atemorizaban, le cansaban, y era ésa

precisamente, la razón, de su incapacidad

para escribir, cuando cada noche, una y otra vez,

bajo «las constelaciones del verano», se asomaba

al óvalo de luz, lleno de mantis religiosas

color verde manzana, y escarabajos voladores

y polillas, y otros insectos, donde el estilete,

el frasco de sangre y la

sábana esperaban…

se dejaba invadir por la naturaleza,

dejaba que sus mejillas se llenaran de barba,

se sentía (se sabía) traicionado por el

mundo del espacio; el final del verano era

más visible allí, en el campo, que en Países,

él y su amigo paseaban como los dos

fantasmas del poema de Verlaine, por avenidas heladas,

bajo el resplandor de las estrellas,

como sombras idénticas, salidas del pasado,

coronando cimas imaginarias, atravesando

arboledas oscuras, valles encantados, jugando a que yo era

tú, y tú eras yo…

EL EFECTO MONTOLIU, 2

el otoño llegaba a Países… la península de la verde Verdulia se tornaba amarilla y dorada… Jaime, Estrella y Block eran ahora inseparables… Jaime y Block no veían tanto a Montoliu después de las clases… a pesar de que seguían yendo a oír sus conferencias en el Abuelo del Mar y que Montoliu seguía teniendo para ellos un carácter vagamente mítico, la aureola del sabio, los dos habían salido, por así decir, de la esfera de Montoliu… Montoliu, cada vez más ocupado por su participación en la Exposición Universal y atrapado en una espiral creciente de conferencias, homenajes y tribunales de premios literarios, resultaba, por su parte, cada vez menos accesible… la esfera de Montoliu, rutilante y rosada, se elevaba sobre sus cabezas —en medio de exclamaciones de admiración y alguna que otra voz de disgusto… Montoliu había decidido, como una de esas viejas marquesas de Proust, «dejar de recibir» en su camping, a pesar de que seguía yendo allí los fines de semana, pero la noticia nunca llegó a oídos de Jaime y Block, ahora irremediablemente alejados de su esfera… un sábado soleado, Block (lo cual ya resulta de por sí extraño) tuvo la idea de que se acercaran los tres al camping para hacer una visita a Montoliu… ¿una visita sorpresa? dudó Jaime… pero fueron de todas formas…

en el camping sólo había quince o veinte caravanas, todas vacías; la caravana de Montoliu era la única que tenía signos de estar todavía «habitada»; bajo el toldo de lona color calabaza había una mesa y varias sillas, una cocina de gas, varias esteras de caña sobre la hierba, vasos y tazas de cristal en un barreño de plástico… en los meses que habían pasado desde las visitas de Jaime y Block al camping, los setos, con la esplendorosa indiferencia de un dragón de miles de escamas color laurel, habían crecido tanto que parecían haber comenzado a devorar la caravana; las ramas del olmo habían descendido todavía más sobre el toldo, retorcidas y llenas de hojas doradas; era como si la naturaleza deseara apoderarse de la caravana Montoliu, como si la tierra deseara borrar para siempre la huella d
el efecto Montoliu
… la puerta de la caravana estaba cerrada… no se veía a Montoliu por parte alguna… un hombre mal vestido y mal peinado les miraba desde el otro lado de un seto, debía de ser uno de los jardineros del camping, pero desapareció sigilosamente antes de que pudieran preguntarle nada… caminaron bajo los árboles… los erizos se escondían debajo de los setos… en la hierba había una prodigiosa actividad de hormigas, las mantis religiosas tendían su abrazo, las larvas se escondían en la corteza de los árboles, la brisa griega del final del verano les acompañaba, les rodeaba a su paso…

el edificio de los servicios y los lavaderos estaba en una de las esquinas del terreno; todas las puertas de las duchas estaban abiertas, esperando; las pilas de los lavaderos y los fregaderos estaban alineadas en un húmedo rincón, bajo un tejado de uralita verde translúcida pegado a los altos setos —cuando ellos entraron allí, un conejo, o quizá una rata, salió huyendo entre la hierba… soledad, fin del verano… extraordinarios insectos habitaban en las pilas de fregar, brillantes telarañas señalaban aquí y allá la falta de uso de los grifos movibles; un grillo cantaba por allí cerca, calló, esperó un tiempo prudencial, empezó a cantar de nuevo…

encontraron a Montoliu tumbado en una de las hamacas, al lado de la piscina, a la sombra de un enorme castaño; llevaba unos pantalones cortos y una camiseta y escribía en un grueso bloc de anillas con una pluma estilográfica color cucaracha; varios libros aparecían caídos en la hierba al lado de la hamaca, entre ellos una historia de la filosofía china del Fondo de Cultura Económica, un tablero de ajedrez, un par de novelas de publicación reciente, y también el periódico
El País
… no pareció muy contento de verles aparecer, doblando los tres la rodilla al bajar el escalón de mármol y entrando en la zona de sombra con tontas sonrisas en los labios…

—esto sí que es una sorpresa, dijo

—espero que no estemos interrumpiendo nada, dijo Jaime

—no, no, dijo Montoliu mirando nerviosamente a su alrededor… no, no, como veis, estoy solo… sentaos

cogieron tumbonas de distintas zonas del parque y formaron con ellas un círculo… estaban en una sombra salpicada de óvalos de sol color de miel sobre la hierba de esmeraldas; cuando soplaba la brisa los óvalos de sol ondulaban sobre la hierba y se abrían y cerraban según el balanceo de las sombras de las ramas… al fondo se veía la pared de un seto de aligustre, en cuyo centro una puerta se abría a la visión de unos columpios blancos empapados por la lluvia artificial de una máquina de riego; por encima de las copas de los árboles se extendían los poderosos trabajos de las nubes, la música del tiempo…

por falta de temas comunes de conversación, se pusieron a hablar de
El lago Ariadna

—¿sabéis que lo van a traducir al japonés? dijo Montoliu… todo el asunto es demasiado grande… yo, añadió, en la soledad de mi camping, converso con mi otro yo… mi otro yo vive aquí, conmigo… le dejo aquí cuando voy a Países para pasar la semana, y el sábado cuando vuelvo al camping, me lo encuentro sentado frente a la caravana, bebiendo una taza de café, muy sonriente y con el tablero de ajedrez preparado… le gusta (nos gusta) jugar al ajedrez, charlar y seguir jugando al ajedrez… mi otro yo está contento con todo lo que está sucediendo con
El lago
, me dice que lo importante no es el autor, sino el libro… mi otro yo es bastante eslavo en eso: yo casi diría que le gusta sufrir… le gusta desaparecer en la obra, vosotros me diréis si no es eso eslavo…

—no sabía que jugabas al ajedrez, dijo Jaime señalando el tablero caído en la hierba

—¿es eso un desafío? dijo Montoliu

Jaime y Montoliu se sentaron en el escalón de piedra que separaba la pradera de la zona de la piscina, el tablero de ajedrez con sus fichas rojo y color marfil colocado entre los dos… en las junturas de las losas crecían largas azaleas, con hojas lacias y moribundas flores color rosa, rosa violento, azul violeta… Estrella y Block se descalzaron y echaron a andar por las praderas de la piscina…

—Block, dijo Estrella, ¿cuándo te vas a marchar de esa Residencia?

—no pensaba marcharme, dijo Block discretamente… me gustan las residencias

habían entrado en el parque de juegos, y se habían sentado en dos columpios colgados de cadenas de hierro; los dos se balanceaban ligeramente, los dedos desnudos de los pies rozando la hierba helada, la hierba salpicada de agua de riego, salpicada de luz…

—¿no tienes ganas de tener tu propia casa? dijo Estrella

—llevo sin tener una verdadera «casa» desde los catorce años, dijo Block… y hasta los catorce años tampoco tuve una casa, sino palacio, o más bien varios palacios…

—¿vivías en varios palacios?

—claro, dijo Block como si fuera algo obvio… en verano nos marchábamos al campo

silencio; Estrella se miraba las puntas de los pies entrecruzados; luego se levantó del columpio, que siguió moviéndose solo, y echó a caminar sobre la hierba húmeda… diez o doce metros más allá encontró una oruga gigante que caminaba delicadamente por entre las altas hierbas y las gramíneas locas; la cogió con dos dedos: tenía todos los colores del arco iris, se retorcía en el aire

—¿no te da asco? dijo Block desde el columpio

—no

—¿por qué hay orugas? no estamos en primavera

—quién sabe, dijo Estrella dejándola de nuevo sobre la hierba… el tiempo funciona últimamente de manera algo extraña

—¿qué quieres decir?

—quiero decir que algunos días de otoño parecen en realidad días de primavera, una especie de primavera inversa… y hay restos de todas las estaciones en todos los momentos del año… en realidad, dijo, el «verano» o el «otoño» son sólo ideas…

—pero el tiempo no está hecho de ideas, dijo Block

—quizá sí, dijo Estrella… quizá si dejáramos de pensar con ideas podríamos librarnos del tiempo

—no se puede dejar de pensar con ideas

—por supuesto que se puede dejar de pensar con ideas, dijo Estrella… Block ¿por qué haces de abogado del diablo?

—no sé, dijo Block riendo…

se levantó del columpio y se acercó a ella y luego siguieron caminando, adentrándose más y más en las praderas de la piscina, por senderos de arena y extensiones de césped, por entre setos de aligustre y paredes de laurel…

—yo presiento la existencia de un tiempo por fuera del tiempo, dijo Estrella… yo lo llamo «el transtiempo»… es algo así como el rumor de infinitas posibilidades de nuestra vida, un rumor que nos rodea, la posibilidad de infinitos mundos e infinitas vidas…

—sí, dijo Block… Otón hablaba de algo parecido… él lo explica de la siguiente manera: la obra musical no sólo existe en el tiempo, sino que representa algo así como un paseo de tiempo a través de la verdadera Obra, que es ajena al tiempo y se comporta, por tanto, como espacio… para Otón, el tiempo de la música es en realidad espacio —pero «espacio», aquí, es simplemente un atributo del «tiempo»: oímos de manera sucesiva y consecutiva algo que es en realidad atemporal y simultáneo…

—oh, dijo Estrella

—el ejemplo contrario también es interesante… tomemos un arte espacial: por ejemplo, la arquitectura… en seguida nos damos cuenta que nuestra manera de aprehender la arquitectura no es espacial, sino temporal… todas las partes del edificio existen al mismo tiempo; son, en cierto sentido, atemporales, y desde nuestro punto de vista,
eternas
… pero nosotros tenemos que contemplarlas sucesivamente… tenemos que movernos por el interior del edificio trazando un camino, no podemos contemplar todas las perspectivas, todas las fachadas, todas las escaleras, todas las habitaciones al mismo tiempo…

—y ese camino por las habitaciones y las escaleras es nuestra vida, dijo Estrella… ese camino es el tiempo, y el edificio completo es el transtiempo… sí… pero ése es, precisamente, el dolor de la vida humana, tener que elegir
sólo
un camino por el interior del edificio…

—de ahí surgen las ansias de totalidad, dijo Block… el deseo de vivirlo todo, de conocerlo todo, de recordarlo todo…

—sí, dijo Estrella… pero el deseo de vivirlo todo se parece mucho al deseo de abandonar la vida…

—morir

—no, no morir, sino salir de
esta
vida, esta que me ha sido impuesta o que yo me he impuesto a mí misma, este personaje, este nombre, este yo, esta Estrella… y vivir todas las vidas, todas las posibles Estrellas… ¿de qué sirve «vivirlo todo», signifique eso lo que signifique, si la que lo vive es siempre la misma Estrella?… yo más bien preferiría vivir todas las Estrellas, viajar por dentro de mí misma como una golondrina sobre el mar… en el transtiempo sólo existen bifurcaciones… cada instante es una bifurcación, una posibilidad de elegir…

volvían por el mismo lugar… cerca de los columpios donde habían estado sentados hacía unos instantes, Estrella encontró otra oruga gigante, azul y dorada y con mechones rojizos, que caminaba con ademanes de mandarín por entre los verdes tallos y la cogió con la mano… dio un grito y la soltó en el aire, y el animal cayó pesado y sordo entre las hierbas recrecidas…

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