La música del mundo (44 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
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—no entiendo…

—Hálifax y Farfán fue uno de los diseñadores originales del parque Servadac, además de uno de los primeros organizadores de la Biblioteca Nacional… es un personaje extraño, conflictivo, un poco al estilo de Torres Villarroel: devoto de las luces por un lado, dedicado a la magia y a las tablas adivinatorias por otro… a veces, añadió con un suspiro, me da la impresión de que se podría
leer
el parque Servadac igual que un libro… quiero decir, que en todas mis investigaciones, los libros de la Biblioteca Nacional me llevan a los árboles del parque… los ficheros de la Sala de Raros e Incunables se transforman en las avenidas del parque Servadac… los árboles del parque Servadac se abren y me hablan como libros… todo esto era un misterio para mí, hasta que me di cuenta de que Hálifax y Farfán había estado detrás de ambos proyectos, que era en realidad la misma mente la que había proyectado la gran casa de los libros y el gran jardín de los árboles…

—pero no entiendo cuál es la relación, dijo Block

—espera… más tarde volveremos a Hálifax y Farfán y, quizá, al parque Servadac… me has pedido que empiece por el principio… el primer contacto que yo tuve con la Región Confabulada tuvo lugar, como supongo que ya sabes, en la Biblioteca Nacional… estaba trabajando con textos muy poco o nada leídos y de vez en cuando encontraba las huellas de alguien que había pasado por allí —y no con muy buenas intenciones… en un principio pensé que se trataba de eruditos terroristas, esos que destruyen fichas para que nadie pueda encontrar un cierto libro, o mutilan secretamente los volúmenes, o roban, directamente, ejemplares únicos o pliegos sueltos… también pensé en los buscadores de hápax

—sí, dijo Block, creo que mencionaste esa palabra antes de entrar en la casa de Godawlia… pero sigo sin saber qué es un hápax

—un hápax es una maravilla, una joya, dijo Jaime… un hápax es una palabra que sólo se encuentra documentada una sola vez en un solo texto

—pero no cuentan las erratas

—no cuentan las erratas… bueno, el hecho es que los hápax son una mercancía muy valiosa… cuando comencé a ir a la Sala de Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional no sabía nada de los hápax, ni sobre los buscadores de hápax… en realidad hay toda una guerra secreta… en medio de la calma y el silencio de la Sala de Raros hay una enorme y feroz guerra invisible e inaudible, cuyo único objeto son los hápax

—explícame

—los hápax se cotizan… son una forma de la gloria… en la Sala de Raros nunca suele haber más de ocho o diez personas trabajando… te puedo asegurar que por lo menos tres de los que suelen estar allí siempre no son eruditos ni investigadores, sino simples buscadores de hápax… se pasan allí el día, desde que abren la Biblioteca a las diez de la mañana hasta que la cierran a las diez de la noche… he intentado hablar con ellos, pero son tremendamente esquivos, y la verdad es que su trato no es agradable ni apetecible… son huidizos, apergaminados, silenciosos, su única obsesión es leer, leer, llegar más y más lejos en las regiones desconocidas y muertas de los libros, pisar tierras ignotas… allí sentados en sus sillones y con corbatas grasientas y sus chaquetas de cuadros color café, se sienten Pizarros o Vespuccios, y su vida es una perpetua aventura a través de países remotos… como Pascal, viven oscilando entre dos abismos, entre dos infinitos: la tarea infinita de encontrar en algún punto del larguísimo sendero de palabras, atravesando cordillera tras cordillera, un hápax, y la necesidad posterior de confrontarlo con el universo de todas las palabras escritas en todos los tiempos y confirmar que se trata, en efecto de un hápax… el que logra un hápax logra la gloria, pero si otro aduce un texto en el que el pretendido hápax aparece otra vez, entonces (y a través de un complicado sistema de compensaciones que no entraremos ahora a discutir) toda la gloria va a parar a este último… pensé: ahora lo entiendo, unos buscan hápax, otros se aseguran de que sus hápax lo son de verdad, y otros, malignos, devoran libro tras libro para destruir los hápax que otro encontró, para encontrar esas palabras en otro sitio… pero la realidad de las cosas era todavía más perversa… cuando utilizaba antes la palabra «guerra» no estaba haciendo una metáfora… es verdaderamente una guerra, y en la guerra todo está permitido… el hecho es que la búsqueda de hápax es un proceso tan increíblemente largo y complicado, que a partir de un determinado momento, los buscadores comenzaron a jugar sucio… es decir, que comenzaron (aunque la manera, los medios, los instrumentos que utilizan, son todavía un misterio para mí) a falsificar los hápax… sí, había falsificadores de hápax, y como consecuencia, falsificadores de antihápax… además, para realizar las mistificaciones con un grado óptimo de calidad, era necesario sacar todos los libros
fuera
de la Biblioteca Nacional, y luego volverlos a introducir…

—pero ¿te enterabas de todo eso sólo con mirar a tu alrededor?

—no, no sólo mirando… finalmente, conseguí charlar con uno de los buscadores de hápax… éste era un verdadero profesional, y me habló con bastante amargura de las falsificaciones…

—continúa

—bueno, cuando comencé a encontrar cosas extrañas e inexplicables en los libros que leía, pensé en un principio que se trataba de huellas de la guerra de los buscadores de hápax… como sabes, mi campo de estudio es el siglo XVIII… en esa época les encantaba buscar nombres extraños para sus países imaginarios: Sinapia o Cosmosia son dos ejemplos —Sinapia es una utopía de tipo clásico y Cosmosia una extraña ínsula mediterránea cuyos habitantes han perdido el hábito de ser humanos, una especie de utopía al revés, porque todo es allí infernal…

»todo comenzó por un error de los bibliotecarios… pedí un tomo de alguno de los periódicos en los que estaba trabajando y en su lugar me trajeron un libro muy extraño que en vez de título tenía impresas las letras R. C… en el libro se hablaba de "La conjura R. C." y también de una misteriosa sociedad dedicada a la invención sistemática de un país… dicho país se llamaría Dolematia, y su capital, Zembel… a partir de entonces, los encuentros o "descubrimientos" se sucedieron sin cesar… encuentro un volumen de las poesías del conde de Noroña, miro el pie de imprenta, está fechado en Zembele, mil setecientos y pico… consulto atlas, fatigo
El viajero universal
de Laporte, bordeo la miopía recorriendo mapas con lupa: en ningún lugar del globo, ni en el siglo XVIII ni en ningún otro siglo existió jamás un lugar llamado Zembele… la ficción es tanto más escandalosa cuanto que el que la inventó pretendía que en ese lugar imaginario se imprimían libros… más tarde, por un error mío (me confundí al padre Martín Sarmiento con fray Palmerano de Sarmiento; el cansancio hace cosas así, también hay que contar con la felicidad de que a algún oscuro bibliotecario se le ocurriera clasificar a nuestro hombre por la S y no por la P de Palmerano, como hubiera sido lo más lógico), encuentro un extraño manuscrito, que seguramente nunca recibió la aprobación del Santo Oficio, que consiste en una farragosa recopilación de vidas de personas un tanto oscuras, casi todos zahoríes de la región de los páramos de la Bureba; por curiosidad, recorro las páginas, y encuentro un par de líneas tachadas y una inscripción al margen, con tinta color sepia y letra del siglo XVIII, donde se corrige el manuscrito original (hay que notar que las dos letras, la del manuscrito y la de la anotación, son diferentes)… el texto decía algo así como: "anduvo José Salgueira Miraña por las tierras del principado de Venecia, y allí terminó de aprender sus finas artes; poníanle un poco de agua escondida en lo hondo de algún armario, en una habitación alejada, y él sin dudas andaba hasta allí, cruzando escaleras y corredores, y lo descubría…" la nota decía: "anduvo José Salgueira Miraña por muchos lugares, y llegó a las tierras del país de Zembelia, en Telemantia, donde los derviches del fuego le enseñaron su magia de zahorí…"

—Zembelia, en Telemantia

—los nombres cambian, se transforman, dijo Jaime, pero básicamente son siempre los mismos… Zembelia es Zembel y Telemantia es Dolematia… ¿te das cuenta? quizá esa nota manuscrita es un testimonio de la forma en que actúa la Sociedad

—una nota perdida en un manuscrito, dijo Block con aire de duda…

—el trabajo de la Sociedad es lento… no tienen la menor prisa… intenté encontrar una relación entre el volumen del conde de Noroña y el raro manuscrito de Palmerano, pero no lo logré… Roberto Palmerano Sarmiento había sido jesuita y había viajado bastante por el norte de Verdulia… no hay más obras suyas, el manuscrito estaba en los archivos de la Colegiata de San Saturno de Mondaz, pueblo hoy desaparecido bajo las aguas de un pantano… el editor del de Noroña, los hermanos Cascales… firma el privilegio Martín de Lámiz… es para volverse loco

—de todas formas, dijo Block, recuerda lo mentirosos y olvidadizos que solían ser los viajeros en aquella época… piensa, por ejemplo, en las partes de «antropología» de
Justine
, o en el extraordinario catálogo de países perdidos que atraviesan Sainville y Leonore antes de llegar a una no menos inventada e imaginaria «España»…

—sí, pero eso es distinto, jadeó Jaime… aquí no se trata de que un novelista invente… no son ocurrencias individuales… mira, dijo extrayendo una gruesa carpeta roja del cajón que tenía sobre las rodillas, aquí hay montones de testimonios, las fichas se van uniendo y relacionando entre sí… Zembelia no es el único nombre: el río Ocelus, Celidonia, que a veces aparece como isla paradisíaca donde las mujeres caminan con el pecho descubierto, a ratos es un convento con interminables jardines helados, y otras veces una especie de enorme y fastuoso burdel flotante sobre las aguas de un lago… y todas las flechas (y todas las fichas) conducen a Talmán, o Dolmán, o Talmudia o Dolematia… éste es, seguramente el centro de las irradiaciones… salieron los ejércitos de Brewen, cuenta el duque de Longo en una de sus misiones diplomáticas en Viena, cruzaron el Löwen y se perdieron en las florestas, muchos murieron atrapados por enormes serpientes que caían de los árboles, otros lograron atravesar los bosques y se perdieron en lagunas sin final, o quizá en los infinitos brazos de un estuario; por allí estaba la ciudad de Talmán, en cuyas puertas hay un arco de fuego cuyas llamas arden noche y día, algunos, quizá, llegaron a Talmú, libraron la batalla y murieron… todo es tan extraño… un memorial anónimo enviado a Carlos II hace un recuento de territorios que se hallaban bajo la corona de Verdulia y aparece entre ellos Dalma, ciudad, isla y estuario, con cuevas naturales, valles, cañadas y villas de recreo… logré ver un libro de grabados de un discípulo de Claudio de Lorena, Jean Passis, en uno de los cuales un arco del triunfo ostenta la inscripción «Talmande»; estaba adornado con cornamentas de ciervos, y una llama ardía día y noche en lo alto… y recuerda, además, aquel que vimos en el Palacio de Cristal, el
Recibimiento de los embajadores polacos
, la marca de Amberes, es decir la puerta de fuego…

»he tardado en comprender todo lo referente a esas puertas… me encontraba los signos por doquier y no los podía interpretar… ahora sé que hay cuatro puertas para entrar en la Región: la Puerta de Fuego, la Puerta de los Ciervos, la Puerta de la Luna y la Puerta de los Bosques…

—pero todos esos libros, documentos, memoriales… ¿cómo es posible que nadie se haya dado cuenta hasta ahora? es muy extraño

—no, no es tan extraño, dijo Jaime… en realidad, si uno se encuentra en un memorial diplomático del siglo XVIII un nombre que no conoce, hay que ser muy maniático o tener mucho tiempo para ponerse a buscar; hay tantas cosas y tantos nombres geográficos que se pierden…

—¿es una cuestión tan sólo de nombres geográficos?

—¡no! jadeó Jaime… si tú supieras… pero tenía que empezar por algún sitio, y los nombres geográficos son lo más fácil… ¡si tú supieras! hay obras enteras, hay poemas épicos situados allí, hay biografías, hay tratados filosóficos, hay cartas de amor…

—¿conoces todos esos libros? ¿los has visto?

—algunos sí… de otros tengo noticias o sospecho; tengo una lista muy nutrida de autores y de obras «sospechosas»… son referencias muy cruzadas, muy alejadas, la mayor parte mal transcritas, quizá deliberadamente, la mayor parte perdidas e inencontrables… también hay libros sustituidos…

—pero todo eso es un trabajo inmenso, dijo Block

—claro que es un trabajo inmenso… ¿por qué crees que mi tesis no avanza en absoluto? nunca seré doctor… mi beca peligra; llevan ya meses oliéndose que hay algo que no funciona conmigo…

—ya… hay algo… decías: todas las flechas, y todas las fichas…

—conducen a Talmán, Dolematia, Telemantia…

—¿dónde he oído antes ese nombre? dijo Block intentando recordar… ¿en el parque Servadac, quizá?

—sí, dijo Jaime… en las ruinas de Almadrea… los zarzales, la fuente, la piedra Himalaya de Hálifax y Farfán… recordarás el nombre que había tallado en la piedra: Talmenia… es otro de los nombres de la Región

—sí, dijo Block… y el
tamelet

—¿qué pasa con el
tamelet
?

—«
tamelet
», dijo Block… «Telemat», al revés

—oh, dijo Jaime

—por cierto, dijo Block, ¿de dónde has sacado el nombre de «Región Confabulada»? ¿es una simple especulación sobre lo que pueden significar las iniciales R. C.?

—no, no es una simple especulación

—también me gustaría saber cuál es el papel de Hálifax y Farfán en todo esto

—está todo relacionado… el nombre «Región Confabulada» lo encontré en un libro de un tal Pierre Bocalange… fue este libro, precisamente, el que me dio la primera noticia de la existencia de Hálifax y Farfán… Bocalange se encontró con Hálifax y Farfán en Turquía; el bueno de Hálifax se hizo pasar por noruego y le contó a Bocalange un montón de trolas acerca de sí mismo… más tarde, dice Bocalange, «me hizo uno de los signos, las dos manos abiertas que significan el fuego,
y entonces supe que él era uno de los miembros de la Sociedad Secreta R. C. Y es en verdad una Región Confabulada lo que buscan
…»
Voilà
… gracias a ese libro de Pierre Bocalange, supe que la Sociedad existió realmente, que sus miembros se reconocían por medio de ciertos signos (el signo del fuego se refiere, por supuesto, a la Puerta de Fuego) y que Hálifax y Farfán, un personaje completamente olvidado por la posteridad pero perfectamente documentable, había pertenecido a dicha Sociedad… como te digo, él es hasta ahora la pieza clave…

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