La música del mundo (5 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
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cuando se quedó atrapado en Viena, sin dinero para viajar más ni deseos de volver a París con su madre, no le fue difícil conseguir algo de dinero con la música… obtuvo un puesto de repertorista en un coro, y luego utilizó sus medianos conocimientos de viola para entrar en un cuarteto que tocaba en varias iglesias y pequeñas salas de concierto: así pudo subsistir durante los primeros meses, hasta que conoció a Carlota, y entonces esos trabajos más o menos concretos se difuminaron y comenzó una vida extraña… ahora, acodado en su pacífica ventana de Países (en su cuarto de la Residencia, o, más tarde, en la ventana del piso de Jaime) no podía recordar con exactitud de dónde había salido el dinero del que vivió los otros cuatro meses, cómo se las había arreglado… conoció a Carlota en una fiesta a la que le llevó Jaroslaf, el violoncelista de su cuarteto, una fiesta celebrada en un enorme piso cerca del Ring, donde Carlota y los demás personajes de su grupo de teatro vivían en la amorosa libertad de los tristes trópicos… Jaroslaf y Block habían estado bebiendo
krugel
tras
krugel
en un esotérico café de Strozzigasse llamado Merkur, donde servían también comida griega y
palaschinken
, y cuando Jaroslaf le habló de la fiesta, Block estaba lo suficientemente borracho como para salir de su deseo de aniquilación y soledad y decidirse a ir… a Jaroslaf la borrachera le producía un hambre gargantuesca, y había pedido hommos y spaghetti a la boloñesa; luego pidieron dos
krugel
más… se les estaba gastando el dinero; calcularon lo que debían y sólo les sobraban cinco chelines… y tres chelines más que encontró Block en un bolsillo de su chaleco, después de mucho rebuscar: nada… un póster de Edda Gübler:
«no desire»
, y debajo:
«from ass to ash»
: ¿contrarreforma… o Zwinglio por las calles, en ronda nocturna, por las calles del corazón, todas llenas de cerveza, empedradas de cerveza, iluminadas con cerveza…? entonces Jaroslaf le habló de la fiesta: Carlota, ¿no la conocía? era una muchacha medio italiana… su grupo de teatro, ensayaban en los sótanos de la Escuela de Danza… acababan de recibir una beca del Estado de Viena;
Simílides
, un montaje sobre Platón y Lautréamont; estaban celebrando la generosidad del gobierno austrohúngaro; estaba cerca, a poco menos de un cuarto de hora andando…

pero Block no necesitaba explicaciones, no hacía falta que Jaroslaf intentara convencerle: estaba en ese momento eufórico, eufónico, de la borrachera, en que todo es posible y real… y no se dio cuenta de lo borracho que estaba hasta notar lo difícil que le resultaba andar por entre las mesas, alcanzar la salida… el techo y las paredes, pintadas de un azul casi negro, llenos de estrellitas y planetas vaporosos… «Teatro de Löwen»:
Don Carlos
; «Canciones de los jardines colgantes», Elli Ameling, no, ya pasado… Thelonious Monk, Ivan Gundulić (¡allí!), un mapa de la Ragusa renacentista; los cortinajes negros de la salida (Merkur), el aire frío de la calle…

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Carlota, labios de arándano… el piso, cerca del Ring: una casa vieja, casi un palacio decimonónico de techos altísimos, convertido en una enloquecida sucesión de cajas chinas, cada una imbricándose en la otra entre tapices hindúes, cortinas de bolas de madera pintadas de colores, sofás viejos tapizados de esmeralda o burdeos, edredones fantásticos sobre las alfombras (como cendales de niebla luminosa sobre la hierba fresca y mojada)… un pebetero redondo y dorado como un gran cáliz de amapola, esparcía aromas de incienso y sándalo, las varillas clavadas en su delicado enrejado de bronce (rinocerontes, cocodrilos y hojas-lenguas de fuego)… máscaras de teatro No y un biombo de bambúes entre los que cantaban escondidos seis cuclillos de tela, cuyos ojos eran bolitas de cristal rojo, verde y azul; y detrás de los bambúes los bebedores de absenta… toda la casa llena de gente: una fiesta celebrada en los cuartos y escaleras de Igitur: Block perdió de vista a Jaroslaf en seguida, embriagado por la cerveza y ahora poseído por las miradas intensas e inquisitivas de las muchachas, labios malvados, rosa palo, párpados pintados de verde, de dorado; deslizándose por las escaleritas caliginosas del sándalo; un concierto de incienso y sándalo: el tigre muerto a los pies de la diosa blanca, que lo devora aún caliente, desgarrando su carne con sus dientes jóvenes… un cuerpo femenino convertido en lirio, bebido en una masa informe por un gigante rojizo… el sándalo era como una congregación de monjes morados que le rodearan, cogiéndole con diabólica delicadeza de los miembros, tironeando de él hacia un abismo de torturas, delicias y plantas acuáticas, ondinas susurrantes de pechos tiernos y elfos llamándose entre flores… en la cocina, miles de sartenes y cazos de todos los tamaños y colores colgaban del techo; dos muchachas se besaban en los labios, sentadas en un banco de madera: se habían quitado las faldas, y el brazo de una de ellas se extendía, recorriendo una distancia infinita —¡y manteniendo sin embargo la proporción, la melodía!— hacia la otra muchacha, moreno y cubierto de pelusa dorada, atravesaba su blusa desabotonada, entreabierta, acariciaba uno de sus pechos… no, la mano se movía ahora un poco más arriba, por la piscina interior
(under elms, in that temple, in silence / a nimph by the pool)
, por el jardín rezumante: se apoderaba del tirante del sujetador, lo subía sobre el hombro, hacía batir el elástico… y se deslizaba fuera como un felino furtivo, suave, dorado… al otro lado de la mesa de madera, un joven con barba rizada y gafas redondas y otro de rostro colorado y pelo rubio y lacio, discutían sobre Piranesi y sobre las figuras imposibles de Vasarely… el de las gafas tenía en la mano lo que parecía ser un pajarito, pero humeante: un cuclillo recién nacido que vomitara fantásticamente un elefante polinesio… pósters: dos tahitianas con pezones como avellanas, collares de cuentas y faldas de paja,
Tristes tropiques
; un vietnamita cierra los ojos aterrorizado y un revólver negro se apoya en su sien… Abraxas: la mandrágora, describiendo la historia natural desde el renacuajo hasta el andrógino…
«not Proteus, sed Procrastus»
—ubi amor, ibi oculos —No desire: «from hash to ash»… marcire, non marciare…
una de las muchachas lloraba, estaba llorando, de risa (descubrió, excitado hasta el borde rosado del palo de rosa en el que tiembla un caballito del diablo, hasta el borde puntiagudo del paloduz mordido, humedecido, ligeramente hiriente); las dos reían, la otra lloraba de risa, pero las grandes lágrimas se le escapaban y rodaban por las mejillas, y la otra boca las bebía, las sellaba… una botella de pippermint casi llena, la mesa llena de copas altas y finas, como los tubos de un órgano de cristal: llenarlas de esa música verde, de esa melodía verde del sándalo, entre los arcos verdes de los muslos rubios, jóvenes y encendidos, de las mejillas inundadas de lágrimas ardientes… la posesión era completa: el joven de pelo lacio y rostro color amapola le alcanzó un objeto brillante, fálico… ¿qué era aquello? pero lo cogió, como dispuesto a penetrar hasta el fondo de esos arcos de lenguas-llamas, de esas aguas cautelosas, llenas de reflejos: era una pipa de barro, se la llevó a los labios, aspiró… el sabor pesado, dulce, ácido, vegetal, de la marihuana; el elefante polinesio, blanco, color perla, algodonoso y el elefante polinesio, femenino y rutilante, le invitaba a avanzar: unas cortinas moradas, cardenalicias, que se abrían a un salón lleno de humo, y entre el humo, abarrotado de gente… en el centro, una bailarina india se agitaba histéricamente, vestida de color dorado, una muchacha envuelta en fuego, rodeada de lenguas de llama… una mano femenina, huesuda, le tocó en el brazo; su copa llena de pippermint… «¿puedo beber?», en alemán, luego en francés: como la Isolda de Morris, morena olivácea, y Block respondió en su lengua natal:

sed ma siila, noli stalidza liqura cupana

(«dentro de esta copa no hay otra cosa que mi alma», verso de Tamar y Amma, de Stefan Gròdul) y la muchacha-mujer-anciana (las ondas acuáticas de las canas, como estelas de espuma sobre el negro de las crenchas), su Isolda, bebió ávidamente el líquido esmeralda, inmune al dardo sagrado, acorazada de diamante contra la lenguadefuego del infinito Gròdul… y le devolvió la copa a Block, manchada de carmín violeta oscuro: ¿beberá él también el filtro ardiente? la tierra del rey Mark no es un país, ni una región confabulada (marismas imaginarias, llenas de patos y esturiones entre las nieblas), sino el oscuro y sombrío lado del modo menor… alguien clavaba más barritas de incienso en la gran bellota dorada, y Block intentó explicarle a un muchacho moreno de orejas puntiagudas, y luego a una muchacha también morena, ambos asombrosamente parecidos, que «glande» y «bellota» eran en español etimológicamente lo mismo, pero ellos, igual que las figuras de un sueño, se desprendían de las paredes del fresco y se dejaban caer en silencio hasta el agua para dejarse arrastrar por la corriente, una corriente negra como el esmalte de Palekh, las ondas insinuadas por tracerías de purpurina… ¿cómo encontrar de nuevo la cocina… desandar los caminos en la casa de Asterión, hasta la botella mágica, verde, centro luminoso y secreto del laberinto; un poco más de pippermint?… le excitaba encontrarse de nuevo a las dos muchachas, sorprenderlas de nuevo en su diversión inocente… la lujuria, y su nombre poetizado, «deseo»… ¿acaso su Isolda otoñal y ojerosa no le había mirado con lujuria, con deseo? y el muchacho faunesco de orejas puntiagudas, ¿acaso no estaba persiguiendo por entre bosquecillos a su simétrica gota de agua, a su idéntica perla negra, por lujuria, por deseo? miró más atentamente a la bailarina india… algunos le gritaban desde los sofás, la música estaba altísima: arpas eolias, olifantes de Jericó, mil sitares enloquecidos clavando estiletes de plata sobre un bordón tonal, brillante, áureo, o la Mahavishnu Orchestra, rodeada de delfines de fuego, levantada con tiburones de fuego, llenando el aire de peces voladores de fuego… pero ahora no era la bailarina, que estaba sentada al fondo, quitándose la tiara reluciente… sino una muchacha, envuelta en una colcha dorada y verde, que bailaba balanceando las caderas: ¡era una de las dos desarregladas Albertine de la cocina…! pero milagrosamente transfigurada, el cabello suelto y lleno de diminutos resplandores de oropel, hombros desnudos, pulseras de plástico en las muñecas, brillantes, color limón, se morían de risa… sus pequeñas manos sostenían los bordes de la colcha sobre el pecho, dando vueltas torpes y gráciles a la vez como un huso cuyos flecos destellaban al pasar frente a las lámparas chinas…

se iba rodeando de admiradores: se inclinaba ante ellos de forma extravagante, se alejaba en veloces giros… sus pies diminutos y rosados, entrevistos fugazmente entre los pliegues de la vieja colcha, apenas rozaban el parqué… levantaba los brazos, y luego, con un rápido movimiento que hacía que su cabellera rubia se agolpara sobre su nuca como el coletazo de un pez de oro, volvía a recoger los pliegues de la colcha, que sólo por un milagro no se deslizaba dejándola en cueros, epitalamio vivo y palpitante de la luz y las cenizas: cuerpo fénix, citereo, ahora bullente en su envoltura caprichosa de cubrecama… y los apasionados la rodeaban como a una mariposa de alas orquestales que se debate alrededor de la luz, esa luz que le resulta irresistible por alguna razón, y que terminará por achicharrarla

«est-ce que tu as de pippermint, encore?»
, su Isolda con una bandeja plateada llena de vasitos de absenta, que colocó en una pequeña mesa de jade apartando una de las lámparas chinas giratorias… y los que estaban allí sentados en la alfombra la recibieron con una pequeña ovación… «no, no, voy a buscar más», contestó Block en ragudano y sin darse cuenta, porque estaba tan borracho que sus pensamientos y sus palabras se continuaban, como una única melodía que sonara a la vez en ambas cañas de un aulos… los bebedores de absenta (entre ellos había un cincuentón impecablemente vestido, ligeramente enrojecido pero con aspecto todavía de ser —o haber sido en una vida anterior, ya lejana y prácticamente irrecuperable— un alto cargo del ministerio de cultura…) pedían a Isolda que se quedara con ellos, y ella se sentó en un gran sillón de orejas que había al lado color violeta… le miró interrogante, y Block:
«est-ce que tu veux de pippermint, toi?» «oui» dijo ella… «je le vais chercher»
, dijo Block,
«il est dans la cuisine, à la table, merci…» «o, sink hernieder, trink der Liebe», getränke der liebe
—beams on the shore of Sorrento, ubi amor, ibi oculos (No desire)
: el misterio, preludio o prolongación inefable, más allá del juego del sándalo corriendo por sus venas, verde, jade, oro, jadearos, joderos… oh, hipsipila, adormidera de su mirada, mirada hierofante —
fainted flower
— hielofante polinesio, caminando entre los cocoteros, caminando por entre las cortinas, ¿has visto una cocina en alguna parte? de nuevo en ragudano…

la bailarina del centro del salón había abierto las dos alas doradas de la colcha, y bailaba desnuda, ondulando lentamente… se volvía, el huso esbelto y blanco de su cuerpo, fluyendo sobre el oro, sus caderas balanceándose, los muslos frotándose el uno sobre el otro… y en el vértice del mágico triángulo pálido y abultado del pubis, resplandecía una esmeralda… perfectamente colocada, como las de las bailarinas de
strip-tease
… (oh, pero entonces… todo preparado, todo técnicamente perfecto…)… logró encontrar la cocina, y también el filtro en la mesa, intacto… cuando volvía con las copas, se sentó en el brazo del sillón… ¿cómo te llamas? preguntó, y ella le sonrió de forma inexpresiva: oh, sí, es cierto, «¿cómo te llamas?» en alemán, en francés… y ella contestó entonces, mirándole de esa forma abierta y difuminada con que se mira un mapa, una extensión del mundo, un rostro universal: «Carlota…»

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al día siguiente despertó desnudo y muerto de frío en una cama sin somier, un colchón puesto en el suelo con todas las sábanas revueltas… Carlota apareció en la puerta sonriendo; Danielle cruzaba con una bandeja de plástico llena de tazones humeantes, y Christian cantaba el «Libbiamo» de
La Traviata
mientras barría con furia la alfombra del salón, arrastrando confetis, lámparas chinas destrozadas, vasos de papel y restos de pasteles… en la cocina encontró una taza para él, y un plato con dos rebanadas de pan moreno untado de mantequilla y mermelada; éste era el inicio de un día más o menos corriente en la casa de los Tristes Trópicos… Block ayudó a recoger y a limpiar los restos de la fiesta, llenó varias bolsas de plástico negro y las bajó al contenedor del portal, rescató botellas de cerveza de debajo de las camas y bajó al supermercado para convertirlas en nuevas botellas de cerveza, y a partir de entonces se convirtió en un habitante más de la casa… a la hora de comer, Marie France apareció con cinco botellas de colores en las que nadaban carpas de escamas anaranjadas o nacaradas, y las colocaron en el alféizar y las contemplaron admirados, permitiendo que la comida se pasara un poco; después de comer, Carlota se fue a dormir otra vez, y Block se quedó oyendo a Christian tocar dubitativamente un dulcémele (era un dulcémele antiguo, con zarzas y pastores pintados en los costados y el monte Abora surgiendo entre los desconchados del fondo, bajo las cuerdas), picado por el veneno de las tardes de Viena, llenas de una suave y musculosa fuerza, sin nada que hacer y deseando olvidarse de todo tendido en aquellas otomanas… luego fue al cuarto de Carlota, se hundió entre las sábanas y la buscó entre los interminables pliegues azules… había un pesado silencio, una pesada oscuridad en el cuarto, lleno de ese calor dulce del atardecer; ella, sin despertarse, se dio la vuelta bajo las sábanas, se volvió a él y apoyó la cabeza en su pecho, y así los dos se hundieron en un sueño pesado y lleno de ruidos, de voces distantes y puertas que se abrían y cerraban en distintos lugares de la casa…

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