LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (40 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
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—¡Y es mucho más peligroso fiarse de un suceso psíquico momentáneo, sin evidencias que lo respalden! —replicó enfadado Tirand—. Dioses, Karuth, ¿qué te ocurre? Esto es completamente irracional…

—¡No lo es! —exclamó ella—. ¡Ha ocurrido algo y yo lo he presenciado! —Se puso en pie y le dio la espalda con frustración e ira—. Pero mi palabra no es suficiente, ¿verdad? La palabra de una maga experta en elementales, quien además es una de las personas del Círculo con capacidades extrasensoriales más desarrolladas…, ¡eso no basta!

—No es cuestión de tu palabra, ¡maldición! No estoy poniendo en duda lo que viste, sólo las circunstancias en que lo viste.

—Ohhh… —Karuth se encaró de nuevo con él y lo miró con frialdad—. ¿Sabes?, empiezas a hablar igual que padre. ¿Recuerdas, hace años, cuando la Matriarca resultó muerta y su pupila desapareció? Padre dijo exactamente lo mismo que tú ahora: «Da carpetazo al asunto, olvídalo; no hemos encontrado nada y, por lo tanto, no haremos nada».

—Padre tenía razón.

Ella le lanzó una mirada de incredulidad.

—¿Razón? ¡Dioses, qué hipócrita eres! Lo has olvidado, ¿verdad? Viniste a mi cuarto después de la reunión con Lias Barnack y las hermanas de Chaun Meridional, y prácticamente me rogaste que realizara una investigación privada en los planos elementales. ¿O te atreverás a decir que ese recuerdo también es una imaginación mía?

Tirand se ruborizó, irritado por el hecho de que, hasta que Karuth se lo recordó, realmente había olvidado aquel viejo incidente.

—Aquello fue un asunto muy distinto.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Porque en aquel momento no se había realizado ningún Rito Superior. ¡Padre sólo archivó el asunto más adelante, cuando llevó a cabo los rituales pertinentes y no encontró nada extraño!

—Oh, ya veo. —Karuth comenzó a andar como una leona enjaulada—. ¿De manera que el hecho de que la Matriarca de la Hermandad fuera abrasada por un fuego antinatural, y que ese mismo fuego calcinase una columna de piedra maciza, además de consumir aparentemente todos los restos mortales de una chica de catorce años, no fue nada extraño? —Se volvió hacia Tirand con los puños apretados—. ¡Eso es exactamente lo que quiero decir sobre los rituales, Tirand! ¡Pueden fallar! Claro que ocurrió algo, pero no conseguimos descubrirlo. ¡Ahora se ha producido exactamente la misma paradoja! —Vaciló, pero luego añadió una desafiante afirmación—: Si quieres que te lo diga con toda claridad, ¡creo que puede haber una relación entre ambos hechos!

Aquellas palabras, ahora lo sabía, fueron su mayor equivocación. Hasta entonces había existido una probabilidad, pequeña, pero probabilidad al fin y al cabo, de convencer a Tirand para que reconsiderase su actitud. En lugar de eso, había evocado un viejo fantasma que nadie aparte de ella quería recordar, y al hacerlo había echado a perder su argumento ante los ojos de Tirand.

Tirand apoyó las manos en la mesa y se quedó mirándolas.

—Dioses —dijo huecamente—. Eso otra vez, no.

Karuth hizo un esfuerzo desesperado por arreglar la situación.

—Tirand, no estoy diciendo necesariamente que…

No la dejó terminar.

—Pues yo creo que sí, creo que es lo que está detrás de todo esto, ¿no es cierto, Karuth? La sobrina nieta de Ria Morys. Tu misterio favorito que vuelve a asomar su fea cabeza. —De repente, una de sus manos se cerró y golpeó con fuerza la mesa—. ¡Ya estoy harto de esa obsesión, y no quiero oír nada más! —Se levantó, y su silla hizo un chirrido al arrastrarse que provocó dentera en Karuth. Tirand se cuadró con determinación—. Karuth —insistió, con tono áspero y ceremonioso—, te lo pediré de nuevo. ¿Me prometes que considerarás este asunto zanjado a partir de ahora?

La cosa había llegado demasiado lejos. Karuth ya no podía echarse atrás, a menos que estuviera dispuesta a transigir y a no ser coherente con sus más profundas creencias. Y eso era algo que no podía permitirse hacer.

—No —respondió—. No lo haré.

Durante medio minuto, quizás, hubo un tenso silencio. Tirand permanecía inmóvil, con la mirada fija en la mesa. Karuth sintió un frío desagradable en el estómago, cuando se dio cuenta de que por primera vez no sabía qué pensaba Tirand o cómo iba a reaccionar. Aquella revelación fue una conmoción para ella y de pronto se sintió a la deriva. Al fin, Tirand alzó la vista.

—Muy bien —dijo con calma—. No me dejas elección, Karuth, aunque me apena hacer esto. Como Sumo Iniciado es mi deber y mi privilegio ser el último arbitro en asuntos de conducta y disciplina dentro del Círculo. De acuerdo con esa capacidad, debo informarte que, a partir de ahora, impongo una prohibición sobre este asunto.

Karuth aspiró profundamente y entrecerró los ojos. No esperaba aquello.

—¿Oficialmente? —preguntó.

—Oficialmente. —Si Tirand notó el tono peligroso en la voz de Karuth, no dio muestras de ello. Su mirada se encontró con la de su hermana—. No me gusta, pero tampoco veo otra alternativa posible. No —la cortó, cuando ella abrió la boca para protestar—, no hay nada más que decir. El documento necesario será redactado y testificado esta mañana y tendrá efecto inmediato. —Dudó, y después prosiguió—: Estaría insultándote a ti y a tu rango si fuera más allá.

Aquello era cierto, pero al mismo tiempo Karuth se sintió más insultada que por cualquier protocolo. Sabía muy bien lo que significaba la prohibición: a partir de aquel momento ningún adepto del Círculo podría investigar lo ocurrido en el Salón de Mármol, ni siquiera discutirlo. Semejantes medidas drásticas habían sido siempre la prerrogativa del Sumo Iniciado, y el castigo por desobedecerlas era exponerse a una vista disciplinaria ante todo el concilio. Con un movimiento, Tirand la había encadenado, y ella no podía romper las cadenas sin poner en peligro todo su futuro como adepta.

Sentía la bilis en la garganta, la amargura de la furia, el rechazo y la humillación. No podía hacerle eso a ella, su hermana, su compañera, su colaboradora… ¿No significaba nada la lealtad para él? En algún lugar, se agitaba un gusano de culpabilidad, el conocimiento de que, en justicia, no podía culpar totalmente a Tirand de aquella situación, pero su propio enfado era demasiado grande para que la vocecita de la razón pudiera hacerse escuchar. Fue entonces, herida por el sentimiento de dolor y traición, que abandonó el autocontrol y dijo aquellas palabras que nunca debió haber pronunciado.

—Muy bien, hermano —replicó, y casi escupió esa última palabra—. No tengo opción; a menos, claro, que decidiera desafiarte abiertamente y enfrentarme a las consecuencias. Aunque, si el Círculo es tan ciego o tan psíquicamente inepto como su líder, entonces quizá la desobediencia no sea tan mala cosa.

Tirand la miró, con el rostro congestionado.

—Sal de esta habitación —le ordenó; tenía los puños apretados, y los músculos del cuello se le tensaron como cuerdas mientras intentaba contenerse para no estallar—. ¡Maldita seas, vete! ¡Y no te atrevas a presentarte ante mí hasta que no estés dispuesta a pedir perdón!

Karuth sonrió con amargura.

—Creo que ambos tendremos que esperar mucho tiempo —contestó y, girando sobre sus talones, salió de la habitación dando un portazo.

Ahora, en el tranquilo refugio de la torre, Karuth revivió mentalmente aquellos últimos minutos de su encuentro. Empezaba a lamentar sus imprudentes palabras; habían sido innecesariamente crueles, aunque hubiera —como creía— una pizca de verdad en ellas. Conociéndose, sabía que acabaría por pedir perdón a Tirand, aunque las excusas deberían esperar a que el genio de ambos se calmara un poco. Pero el mandato era una cuestión totalmente distinta, porque, allí donde su conciencia y su intuición chocaban con las leyes del Círculo, no estaba en su forma de ser el ceder. Y, en el asunto de su visión en el Salón de Mármol, sabía con toda certeza que el juicio de Tirand era fundamental y peligrosamente erróneo.

Lo que había visto no era una alucinación. La lógica podría argumentar que el peso de la evidencia estaba en su contra, pero Karuth creía que la lógica no tenía mucho que ver con aquella situación. Cuando estaba de pie junto al mosaico central, el momento antes de mirar y ver las siete estatuas, había sentido un poder terrible e insano que crecía en el Salón, la sensación de que una fuerza monstruosa amenazaba con abrirse camino al mundo mortal, utilizando el mosaico como foco. Había sido como la sensación de temor profundamente arraigado que experimentaba a menudo antes de que llegara un Warp, sólo que peor, mil veces peor. Energía salvaje, incontrolable. Energía caótica. Y, cuando las estatuas gritaron en silencio, una voz había martilleado en su cabeza una única palabra: «NO, NO, NO…».

Una ráfaga de viento helado y malintencionado se coló por el cristal roto de la ventana y la tocó con dedos helados. Afuera, sobre el mar, un claro en las nubes dejaba pasar un rayo de sol que era como una espada clavándose en el océano. Los tristes pensamientos de Karuth se cristalizaron de pronto, como el rayo de sol, en una única y clara certeza. Era lo que su subconsciente había estado intentando decirle desde que se había despertado gritando de su pesadilla, cuando su poder la había llamado, la había empujado hacia el Salón de Mármol y había colocado ante ella la verdadera visión. Era algo que iba contra toda lógica, pero ahora estaba segura. Y con la certeza llegó un miedo frío e implacable.

Algo terrible e inimaginable había ocurrido en el reino del Caos. Aunque su mente no podía ni siquiera atisbar su naturaleza o su propósito, Karuth sabía que estaba relacionado inexorablemente con aquel otro misterio más antiguo que durante tantos años la había perseguido. Con la sobrenatural sabiduría de un moribundo, Keridil Toln había descubierto la verdad y, aunque se había llevado su conocimiento a la tumba, Karuth creía de todo corazón que, dictara lo que dictara el Círculo, era vital que la clarividencia que le había sido otorgada al viejo Sumo Iniciado en sus últimas horas fuera investigada y redescubierta. Porque ahora, más de veinte años después de haber sido arrojada a la vida, la rueda innombrable que se había puesto en movimiento la noche en que nació Ygorla Morys, por algún terrible y oscuro avatar, acababa de completar un círculo completo.

Capítulo XIX

Y
andros miró la patética figura agazapada a sus pies. Tarod dirigió su ardiente mirada verde hacia su hermano y supo y compartió los sentimientos que se escondían tras la máscara de su inexpresivo rostro.

—No tiene sentido, Yandros —dijo con calma—. Torturarla no nos devolvería lo que hemos perdido. Nos ha dicho todo lo que sabe; no tiene ingenio para saber nada más. Déjala morir.

Yandros exhaló un suspiro, y su sonido calmó la tempestad que seguía desatada sobre ellos; un único relámpago en forma de tridente descendió de los cielos, pero no fue seguido por trueno alguno. Las nubes, ahora jirones, comenzaban a escamparse y desaparecer, dejando sólo bandas de color que giraban como los radios de una gigantesca rueda en el cielo.

—Sí —asintió Yandros al fin. Su voz mostraba desolación—. No tengo nada contra ella. No es más que lo que nosotros hicimos. No quería causar ningún mal; sencillamente no podía hacerlo mejor. La culpa es nuestra, no suya.

Con suavidad, extendió una mano hacia la criatura abyecta y destrozada que yacía sobre el suelo de la meseta. Seguía consciente, pero su desdichada mente había traspasado ya el límite que le habría permitido gemir, y menos aún podía pedir clemencia y el fin de su tormento. Existía, indefensa, en un mundo de dolor y terror que su alma no podía soportar.

—Ahora todo terminará —le dijo Yandros.

Sus dedos se movieron ligeramente. El cuerpo del pequeño demonio se estremeció un momento y luego desapareció.

Yandros se quedó unos instantes observando el lugar donde había estado; luego encorvó los hombros y se volvió a mirar el paisaje destrozado.

—Bien —dijo—. Sabemos cómo se perpetró el crimen y quién es el responsable. Por desgracia, eso no cambia nada; de hecho, sólo empeora las cosas. No podemos hacer nada, Tarod. Hemos sido traicionados por alguien de nuestra raza y lo único que podemos hacer es esperar a ver qué quiere hacer con su presa.

Tarod no contestó. Sin quererlo, sus pensamientos volvían al pasado, y maldijo en silencio el lapsus que, por una terrible ironía, había permitido que se repitiera un viejo error. Él, más que ningún otro, debería haber estado alerta, porque sabía por amarga experiencia lo que podía significar la pérdida de la gema del alma para un señor del Caos. Habían sido siete; ahora sólo eran seis, porque uno de sus hermanos había sido arrojado a una existencia en el limbo, de la que no podían traerlo. Y, si la gema del alma llegara a ser destruida, entonces su indefenso hermano sería destruido con ella.

Sintió que la rabia crecía en su interior, un fuego ardiente en lo más hondo de su corazón. Yandros, que lo advirtió, lo miró con ojos que de repente se convirtieron en peligrosos y terribles.

—No, hermano. Debemos controlar nuestra furia, por mucho que nos duela hacerlo. —Tarod hizo ademán de replicar, pero Yandros alzó una mano, impidiéndoselo—. He dicho que no. Para nosotros sería demasiado fácil, Tarod. Sabemos que Narid-na-Gost ha huido al mundo de los mortales, y podríamos encontrarlo y traerlo aquí y concedernos el placer de condenar su alma a una eternidad de sufrimientos por lo que ha hecho. Pero atacarlo ahora podría poner en peligro de muerte a uno de los nuestros, y no correré ese riesgo de ningún modo.

—¿Y si comienza a hacer estragos en el mundo mortal? ¿Qué pasará entonces?

—Mi respuesta será la misma. Además —los ojos de Yandros brillaron con un repentino veneno—, olvidas el juramento que hicimos al derribar el gobierno de Aeoris. No podemos ocuparnos de los asuntos del mundo mortal, a menos que seamos llamados a hacerlo.

—¡Maldito sea el juramento! ¿Qué es más importante?

—Créeme, estoy de acuerdo contigo; y, si no se tratara más que de una cuestión de principios, nuestra promesa no contaría para nada. Sin embargo, existe otra complicación. —Su mirada se hizo aún más dura—. El pequeño asunto de nuestro amigo Aeoris. Si rompemos nuestro acuerdo, libramos también a los señores del Orden de la prohibición que les impusimos. Eso proporcionaría a Aeoris la oportunidad que ha estado esperando para intentar recuperar el control de los asuntos humanos y al mismo tiempo darnos un golpe decisivo. Lo intentará, Tarod, tenlo por seguro. Si se entera de nuestro apuro, lo explotará todo lo que pueda.

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