LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora (17 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora
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—¡Debemos serlo! El Círculo es depositario de las mayores capacidades mágicas conocidas en el mundo mortal; y, sea lo que fuere esta mujer, ¡es mortal!

Aquella era la oportunidad que Tirand había estado esperando. Antes de que Arcoro respondiera a la afirmación de Sen, intervino.

—Sí, es mortal. Pero, amigos míos, hay una cuestión que todavía no hemos tenido en cuenta. ¿Qué se esconde tras su mortalidad? ¿De quién es la mano que la ha inspirado y que le ha concedido un grado de poder que según toda lógica y precedente debería estar fuera del alcance de los humanos?

Todas las miradas se clavaron de repente en Tirand, quien agradeció en silencio lo que habían hecho Arcoro y Sen. Aquélla era la verdadera cuestión, el núcleo del problema. Debía lograr que el Círculo viera la verdad tal y como él la veía.

Se puso en pie. Aunque no era consciente de ello, se trataba de una pequeña estratagema que su padre, Chiro, había usado a menudo en las discusiones, dando un repentino aire de formalidad a los actos y asegurándose de esta manera la atención de todo el mundo.

—Adeptos, creo que la evidencia de lo que estoy a punto de decir es clara e inequívoca. Sabemos por los mensajes recibidos que la usurpadora sólo rinde fidelidad a un poder, sólo a uno. —Alzó la mirada, gélida y dura—. La estrella de siete puntas flota sobre el palacio de la Isla de Verano, como un guante arrojado a nuestros rostros. La hechicera se hace llamar «Hija del Caos» y se deleita con ese título. Y los acontecimientos de los últimos días, que ahora nos han sido relatados con doloroso detalle, sólo sirven para confirmar lo que ya sospechaba: puede que esta mujer sea mortal, pero el poder que esgrime le ha sido otorgado de manera consciente y deliberada por otro agente. ¡Esto es obra de Yandros!

Sabían lo que iba a decir. Tirand lo vio en sus rostros, lo sintió en el susurro de respiraciones contenidas que siguió a su afirmación, y sintió una oleada de alivio al darse cuenta de que muchos de sus compañeros consejeros ya habían alcanzado, en privado, la misma conclusión. Sen asentía vigorosamente; la mayoría de los restantes adeptos superiores también inclinaban la cabeza; e incluso Arcoro, cuya lealtad se mantenía en escrupuloso equilibrio, estaba reflexionando seriamente sobre aquella idea.

—Amigos míos… —Tirand tenía su atención y, en lo que respectaba a la mayoría, también su aprobación; era el momento de exponer su punto de vista antes de que surgieran voces de desavenencia—. Me apena profundamente decir esto, porque va en contra de todos los dogmas que se crearon en el tiempo del Cambio, los dogmas por cuyo establecimiento el mismo Keridil Toln arriesgó su vida y su alma. —Se humedeció los labios resecos—. Sin embargo, no se puede dar la espalda a la verdad simplemente porque sea desagradable; y la verdad es que los señores del Caos nos han traicionado.

»Cuando se estableció el Equilibrio, tanto los dioses del Orden como del Caos juraron que nunca más intervendrían en los asuntos de este mundo. Nos prometieron la libertad de adorar según nuestros sentimientos, nos prometieron que no exigirían nuestra lealtad como asunto de derecho, y que no nos coaccionarían a obedecer su voluntad de ninguna manera. Durante ochenta años, ambos bandos mantuvieron la promesa, pero ahora ha sido rota, porque Yandros ha otorgado poderes demoníacos a una hechicera humana, de forma que ésta pueda ocupar por la fuerza el lugar de nuestros gobernantes por derecho. La intención de Yandros es clara, adeptos. Ygorla es el instrumento del que se servirán los señores del Caos para regresar al mundo y reinar sin oposición. Han roto su propio pacto, han roto el Equilibrio y se han burlado de nuestra fe y nuestra lealtad. —Hizo una pausa, y luego decidió dejar de lado la retórica para expresar, sin tapujos, lo que pensaba—. Por lo tanto, propongo que el Círculo renuncie formal y ritualmente a toda fidelidad a los dioses del Caos y que invoque a Aeoris del Orden para que nos ayude a acabar con la usurpadora antes de que sea demasiado tarde.

Hubo un silencio de aturdimiento. Incluso el vocinglero Sen no sabía qué decir, y Tirand advirtió que había errado en sus cálculos. Podía ser que la mayoría del Consejo estuviera de acuerdo con su evaluación de la situación, pero no esperaban una propuesta tan radical. Estaban conmocionados, vacilantes, inseguros. Tirand no podía culparlos; a él mismo le había parecido imposible aprobar esa idea al principio, y le había hecho falta un gran examen de conciencia para llegar a su decisión. Pero, ahora que había decidido, no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Su corazón no se lo permitía.

Arcoro se llevó una mano a la boca y tosió. La atención se centró inmediatamente en él, y el anciano adepto habló.

—Sumo Iniciado —su tono era respetuoso, las palabras elegidas con cuidado— para dejar las cosas bien claras, de manera que a ninguno de nosotros le quepa la más mínima duda: ¿debemos entender que estás pidiendo que el Consejo del Círculo ratifique esa propuesta?

—Sí, Arcoro. Así es.

—¿Que… revoquemos los principios del Equilibrio y juremos lealtad únicamente a Aeoris?

—Sí. Sé que va en contra de cuanto nos han enseñado; sé que niega todo aquello por lo que trabajó Keridil Toln. Pero creo que no tenemos elección. El Caos ha decidido poner en contra nuestra todo su poder. A menos que resistamos, perderemos la libertad que tanto costó a nuestros antepasados y no seremos otra cosa que peones de un poder invencible e incontestado. —Tirand paseó la mirada por toda la sala y elevó el tono de voz—. Recordad las palabras que se encierran en nuestros archivos, escritas de puño y letra por Keridil Toln: «El conflicto entre el Orden y el Caos nunca se resolverá. El Equilibrio debe mantenerse, puesto que todo aquello que deba crecer y prosperar debe, por naturaleza, contener su contrario intrínseco». Hemos vivido siguiendo ese dogma durante casi un siglo, y hemos aprendido la sabiduría que encierran esas palabras. Pero ahora ese principio se ve amenazado por el mismo poder que lo estableció. No pretendo comprender los motivos de Yandros; lo único que sé es que nuestro mundo está en peligro. Como Sumo Iniciado del Círculo, mi primer y único deber es combatir ese peligro; y creo que nuestra única esperanza de salvación es volvernos a nuestros antiguos dioses, los dioses del Orden, ¡y pedirles que se unan a nosotros contra el Caos!

Esta vez los adeptos sí reaccionaron. Se alzaron voces, una ola de murmullos que creció rápidamente. Algunos se levantaron, intentando captar la atención de Tirand, deseando hablar. Pero fue la voz de Sen la que de pronto rugió por encima del parloteo y llegó a todos los rincones de la sala.

—¡Adeptos! ¡Consejeros! —Dio un puñetazo sobre la mesa y el ruido disminuyó—. Perdonadme, pero hay ocasiones en que el que grita más va primero, ¡y en este momento no pediré excusas por imponerme a gritos! Doy mi total apoyo a la propuesta del Sumo Iniciado, porque está claro para mí que ni siquiera nuestros más capacitados magos pueden esperar vencer al Caos en persona. ¡Debemos combatir el fuego con el fuego! ¡Debemos acudir a Aeoris! Si Yandros está contra nosotros, ¡sólo con la ayuda de Aeoris podemos esperar detenerlo! —Sen respiró hondo—. ¿Hay alguien en esta sala que pueda estar en desacuerdo con un hecho tan claro?

Hubo agitación en una de las mesas, una perturbación cuando alguien más se levantó, y una voz clara dijo:

—Sí, Sen; yo puedo, y debo hacerlo.

El Sumo Iniciado se encontró con los grises ojos de su hermana. Al hablar Karuth, los murmullos cesaron; su rango y su tácita jerarquía como pariente de Tirand acallaron al Consejo inmediatamente.

—Karuth —Tirand hizo un gesto cortés, aunque algo a regañadientes, en su dirección—, ¿qué tienes que decir?

Karuth se apoyó con las manos en la mesa.

—Vamos demasiado rápido y demasiado lejos, Tirand. Damos por sentado que Yandros está detrás de los estragos de Ygorla, pero no tenemos ninguna prueba verdadera.

—La estrella de siete puntas que flota sobre el palacio de la Isla de Verano y el título con que se autoproclama la usurpadora ¿no son prueba suficiente?

Ella negó con la cabeza.

—No creo que lo sean. Cualquiera puede reivindicar un símbolo o un título, pero eso no significa que su reivindicación sea auténtica. Hay todas las posibilidades de que esta hechicera no sea un peón de Yandros. Por lo que sabemos, podría ser tan enemiga del Caos como de nosotros.

Sen reprimió un bufido escandalizado y Tirand movió la cabeza.

—No puedo mostrarme de acuerdo con eso. ¿Imaginas en serio que Yandros toleraría por un solo instante que un enemigo del Caos, que descaradamente ondea el símbolo del mismísimo Caos como estandarte, consiguiera el poder?

—Creo que podría ser —contestó Karuth, y añadió con no poca ironía—: Si es fiel a su propio pacto, ¿qué otra opción tendría?

—Oh, no. —Tirand hizo un gesto cancelatorio, consciente de que estaba irritándose y queriendo ahogar la sensación antes de que arraigara. Verse arrastrado a una discusión con Karuth delante del Consejo en pleno era indecoroso; y también lo preocupaba que los adeptos se distrajeran de la discusión fundamental.

—Entiendo tu necesidad de prudencia en este asunto, Karuth —dijo—. Pero tenemos pruebas suficientes para demostrarte que estás equivocada. Estoy seguro de que la usurpadora tiene todo el beneplácito del Caos. ¿De dónde si no habría obtenido su poder? ¿De Aeoris? ¡Lo dudo mucho! No; los hechos son claros. Yandros no hará nada contra Ygorla porque ella cumple su voluntad. Aeoris no puede hacer nada contra ella porque, a diferencia de sus contrarios del Caos, los señores del Orden no romperán el juramento que hicieron. Aeoris es fiel al Equilibrio, Yandros no.

La boca de Karuth se endureció y dejó traslucir su irritación.

—Si fueras un hombre de menor categoría, Sumo Iniciado, debería pensar que tu punto de vista es interesado.

Tirand apretó y aflojó los puños sobre la mesa. Sonrió sin el menor rastro de humor.

—No tomaré eso como un insulto, Karuth. Nunca he aparentado sentir igual lealtad hacia Yandros que hacia Aeoris, como hicieron nuestro padre y Keridil Toln antes que él. La libertad para tener esas preferencias forma parte del Equilibrio que ahora el Caos amenaza destruir, y, dadas las circunstancias, confío en que la mayoría del Consejo, sean cuales fueren sus lealtades individuales hasta ahora, pensará lo mismo que yo.

—No estoy tan segura de eso, Tirand. Hay otros… —miró con intención a Arcoro, quien ahora jugueteaba con una pluma y contemplaba sus manos— que rinden al menos la misma lealtad al Caos que al Orden y que no abandonarán tan fácilmente su fe en Yandros.

Arcoro levantó la cabeza. Aunque parecía que no había observado a Karuth, no se le había escapado su mirada cargada de significado y la silenciosa petición que implicaba.

—Lo siento, Karuth —dijo con tranquilidad—, pero me temo que no puedo estar de tu parte. Puede que mi inclinación instintiva sea hacia el Caos, igual que te pasa a ti, pero en este asunto estoy de acuerdo con Tirand. Siempre hemos sabido que Yandros es un dios caprichoso y que los estados de ánimo del Caos no pueden ser predichos, ni puede uno fiarse de ellos: esa imprevisibilidad es la esencia misma del Caos, al fin y al cabo. Quizás era inevitable que llegara el día en que Yandros se aburriera de reinar sobre un mundo tranquilo; no lo sé y, al igual que Tirand, no soy ni lo bastante arrogante ni lo bastante estúpido como para creer que puedo imaginar sus razonamientos. Pero esto es obra del Caos; estoy convencido. Y siendo así, desde luego sería imprudente, para decirlo de manera suave, correr el riesgo de ponerse en contacto con Yandros. Lo más probable es que sea eso precisamente lo que quieren tanto él como la usurpadora; por lo tanto, las consecuencias podrían resultar desastrosas para nosotros. Nuestro único aliado fiable es Aeoris del Orden. Con él únicamente debemos contar.

—Gracias, Arcoro —dijo Tirand—. Has hablado elocuentemente y tienes razón. —Volvió a mirar a su hermana—. Aparte otras consideraciones, y tal como dice Arcoro, no nos atrevemos a abrirnos a la influencia del Caos. Podríamos proponernos sencillamente tantear su reacción, pero ¿cómo predecir lo que resultaría de ese acto? En las presentes circunstancias es demasiado peligroso. —Hizo una pausa—. Y también deberíamos tener en cuenta de qué manera afectaría ese hecho a nuestra súplica ante Aeoris. ¿No sería la suprema locura arriesgar a poner en peligro nuestra postura ante sus ojos ahora?

Muchos otros consejeros, incluido Arcoro, murmuraron su asentimiento, pero el rostro de Karuth era la viva imagen de la consternación. Aun cuando nadie más la hubiera apoyado, había esperado que al menos Arcoro, entre todos los adeptos, compartiría sus sentimientos, y ahora se sentía perdida. Apartó la mirada bruscamente del anciano, y Tirand volvió a tomar la palabra.

—Creo, adeptos, que poco más sacaremos de seguir discutiendo. Deseo someter a votación formal de este Consejo la propuesta que he hecho.

—¿Es necesario, Tirand? —preguntó Sen—. Es evi dente que, quizá con algunas excepciones, todos estamos de acuerdo.

Karuth lanzó a Sen una venenosa mirada de reojo.

—No, Sen —contestó Tirand—. No voy a dar eso por sentado.

Sobre la mesa, ante él, sin que nadie lo hubiera tocado todavía, descansaba un bastón con intrincados grabados; alargó el brazo, lo alzó y de inmediato se hizo el silencio. Aquel era el bastón de oficio del Sumo Iniciado, el símbolo de la autoridad indiscutible y absoluta de Tirand.

—Amigos míos —la voz del Sumo Iniciado sonó solemne mientras sostenía ante sí el bastón de manera que toda la asamblea pudiera verlo claramente—. La propuesta que hago ante este Consejo es que el Círculo renuncie formalmente a toda lealtad a los señores del Caos y que ruegue a Aeoris del Orden que nos envíe la ayuda y el poder que necesitamos para combatir el peligro que cierne sus sombras sobre nuestro mundo. Os pido a todos y cada uno que os pongáis en pie y declaréis si estáis en contra de esta propuesta o a favor de ella.

Todos a una, los miembros del Consejo se pusieron en pie. Sólo Calvi permaneció sentado, consciente de que debía ser excluido de aquella votación y sin saber si debía quedarse en su sitio o salir de la sala. Su preocupada mirada se encontró con la de Tirand, y el Sumo Iniciado le dirigió una triste sonrisa como respuesta.

—Por favor, quédate, Calvi. Cuando el Consejo haya votado, necesitaremos también la sanción del Alto Margrave. Este asunto es demasiado serio como para que lo trate únicamente el Círculo.

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