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Authors: Fernando Vallejo

La puta de Babilonia (14 page)

BOOK: La puta de Babilonia
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Sobre la base de las anteriores constataciones evidentes, pero en el entendido de que Cristo existió, cosa que nadie ha probado, los estudiosos del Nuevo Testamento de los dos últimos siglos se han entregado al juego necio de las conjeturas para explicar quiénes fueron los evangelistas, dónde y cuándo escribieron los evangelios y por qué cauces llegaron hasta ellos la palabra y los hechos de Jesús, sea o no sea éste el Hijo de Dios. Yo no voy a entrar aquí en ese juego que me sale sobrando. Simple y sencillamente no tenemos datos firmes para explicar nada. No hay prueba ninguna que permita atribuir el Evangelio de Juan al supuesto apóstol Juan en vez de Juan el presbítero de que habla Papías, citado por Eusebio. A Pedro lo llaman también Simón Pedro y Cefas, pero a lo mejor Simón Pedro y Cefas son dos personajes distintos. El Pablo de las epístolas no es el Pablo de los Hechos de los Apóstoles. y de las catorce epístolas atribuidas a él hoy ya casi no queda una que se considere auténtica. Y si alguna se considera tal resulta que está llena de interpolaciones. Juan no es Juan, Pedro no es Pedro, Pablo no es Pablo, Cristos hay muchos... De un pantano se puede sacar agua limpia si se tiene un filtro. Pero aquí no hay filtro. Sólo agua pantanosa. Todo es incierto: fechas, nombres, lugares, citas, copias. Al que afirme que Cristo existió le toca probarlo: con escritos cristianos o paganos o marcianos. Para los marcianos habrá que esperar a que vayamos a Marte a ver si sus tormentas de arena no los han estropeado. De los escritos cristianos los principales son los evangelios canónicos de que he venido tratando. En cuanto a los escritos paganos aducidos como prueba de la existencia de Cristo se reducen al Testimonium flavianum, un simple párrafo de las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo, que si bien nació en el año 37 (o sea un poco después de la muerte de Cristo, a quien por lo tanto no pudo conocer) por lo menos era judío de Palestina y hablaba arameo. Y no hay más que ese párrafo de ese libro terminado en el año 13 de Domiciano (o sea el 93 de la era cristiana) y escrito en griego. Sobra seguir citando a Suetonio, a Tácito y a Plinio el Joven, que eran romanos y no judíos, que no vivieron en Palestina, que escribieron después del año 100 en latín, y que si mencionan las palabras Crestus o Crísto o cristiano en sus escritos es de pasada y porque las han oído quién sabe dónde y por boca de quién sabe quién.

El Testimonium flavianum es el siguiente párrafo del libro 18 de las Antigüedades judaicas, cuyo tercer capítulo empieza hablando de una sublevación de los judíos contra Pilatos y continúa diciendo: "Por esta época vivió Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre pues fue el artífice de obras maravillosas, y maestro de quienes quieren recibir la verdad. Tuvo muchos seguidores judíos y helenizados. Fue el Cristo y cuando Pilatos, por instigación de los principales entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que lo querían no lo olvidaron pues se les apareció vivo al tercer día según lo habían anunciado los profetas divinos junto con otras mil cosas maravillosas más referentes a él; y la tribu de los cristianos, así llamados por él, continúa hasta la fecha" (Antigüedades 18,3,63-64). Del Testimonium flavianum sabemos por primera vez por Eusebio que cita el párrafo completo en su Historia eclesiástica (1,11), obra escrita entre el 312 y el 324. Ninguno de los escritores cristianos anteriores a él lo conoce, ni siquiera Orígenes (c185-c254) que en tres ocasiones con ligeras variantes (Comentario sobre Mateo X,17 y Contra Celso 1,47 y 11,13) se refiere a la pasajera mención de Jacobo el hermano de Jesús en las Antigüedades judaicas de que ya he hablado. Así dice Orígenes en el Comentario sobre Mateo (x,17): ''Y era tan grande la reputación de Jacobo entre el pueblo por su rectitud que Flavio Josefo, que escribió las Antigüedades judaicas en veinte libros, cuando quiere dar la causa de que el pueblo tuviera que sufrir tan grandes desventuras hasta el punto de que el templo fue destruido, dice que fue la ira de Dios por lo que se atrevieron a hacerle a Jacobo el hermano de Jesús llamado Cristo. Pero lo notable es que aunque Josefo no acepta a Jesús como Cristo, sin embargo da testimonio de la gran rectitud de Jacobo y dice que el pueblo pensaba que habían sufrido estas desgracias por él". Lo notable para mí son dos cosas: que Orígenes diga que 'Josefo no acepta a Jesús como Cristo", con lo cual probamos que no conoció el Testimonium flavianum, cuya esencia es esta afirmación; y que en ningún lado de las Antigüedades judaicas tal como las tenemos hoy se dé como causa de la destrucción del templo la ejecución de Jacobo, aunque Josefo sí nombra a éste y precisa que es "el hermano de Jesús el llamado Cristo" pero de paso, sin darle mayor importancia (Antigüedades 20,9,200). Así que la copia de las Antigüedades que consultó Orígenes tenía algo que no tienen las copias nuestras actuales, y le faltaba algo que sí tienen y que también tenía la que consultó Eusebio: el Testimonium flavianum. Por lo tanto Eusebio, que escribía en griego, falsificó el Testimonium flavianum, o bien lo tomó de una copia que tenía la falsificación fresquecita. Otros escritores cristianos anteriores o posteriores a Orígenes que como él escriben en griego, citan a Josefo y no conocen el Testimonium flavianum son Clemente de Alejandría (c150-c215), Juan Crisóstomo (347-407) y el patriarca de Alejandría Focio (c820-c891). Así pues, todavía en el siglo IX, en tiempos de Focio, circulaban copias de las Antigüedades judaicas sin la interpolación.

Fodo fue uno de los más grandes eruditos cristianos. Entre sus obras está la Mistagogia del Espíritu Santo, primera refutación de la doctrina latina del Filioque que, según ya he referido, lo enfrentó al papa Nicolás I; y el Myriobiblion o Biblioteca, una colección monumental de resúmenes de doscientos ochenta libros religiosos importantes, gracias a la cual hoy sabemos de la existencia de muchas obras de la antigüedad griega y los primeros siglos del cristianismo que sin ella nos serían totalmente desconocidas. En el Myriobiblion (código 33) escribe: "He leído la Cronología de Justo de Tiberíades que empieza con Moisés y termina con la muerte de Herodes Agripa. Es de lenguaje conciso y pasa a la ligera sobre asuntos que habría tenido que tratar a fondo y así, debido a sus prejuicios judíos pues era judío de nacimiento, no hace la mínima mención de la aparición de Cristo, ni de las cosas que le ocurrieron, ni de las obras maravillosas que hizo. Era hijo de un judío de nombre Pistus y un hombre, según lo describe Josefo, de carácter disoluto". Justo de Tiberíades fue un historiador judío contemporáneo y rival de Flavio Josefo, quien denigra extensamente de él en el apéndice autobiográfico que le añadió a sus Antigüedades. Ya no quedan los escritos históricos de Justo de Tiberíades, se perdieron después de Focio; pero lo que sí queda claro por lo que respecta a éste es que conocía muy bien a los dos historiadores judíos de la segunda mitad del siglo I y que ninguno de ellos habla de Cristo.

La copia más antigua que nos queda de los libros 11 al 20 de las Antigüedades judaicas de Josefo es el códice F 128 de la Biblioteca Ambrosiana, del siglo XI. El que esta copia tenga el Testimonium flavianum significa que proviene de la estirpe de copias falsificadas que se asocian al nombre de Eusebio: Eusebio obispo de Cesarea, biógrafo de Constantino a cuyo carro de la victoria se montó junto con la Puta y autor de la Historia eclesiástica, que es la tercera Historia de esta cortesana calientacamas, siendo las dos primeras las memorias de Hegesipo escritas hacia el año 180 en tiempos del papa Eleuterio y de las que sólo han quedado los párrafos que cita de ellas justamente nuestro obispo historiador, y los Hechos de los Apóstoles, que son de la misma época de Hegesipo y tan falsos como los evangelios, si es que cabe. Según sostiene la Puta con un desfase de cuando menos cien años, los Hechos de los Apóstoles fueron escritos antes de la destrucción de Jerusalén, que fue en el año 70, pero no tiene forma de probarlo. Y para colmo de descaro sostiene que son historia pura y que los escribió Lucas, el autor del tercer evangelio. Pero ni Lucas existió, ni el autor del evangelio que lleva su nombre es el mismo del de los Hechos, ni este engendro que parece libro es historia. Los Hechos de los Apóstoles los escribió el Espíritu de la Mentira, que hoy como ayer y como hace mil ochocientos años sigue preñando a la malnacida ramera de que aquí tratamos. Tengo ante mí en este instante la edición del Nuevo Testamento de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, salida de la vagina sucia del Opus Dei. Esta asociación delictiva, estafadora de viudas, cómplice de los poderosos, obra tartufa de la España cerril del beato Escrivá de Balaguer, hoy domina al Vaticano, Babilonia Roma, en cuyo trono de San Pedro sienta sus puercas nalgas la Gran Puta.

De todos modos si el Testimonium flavianum fuera auténtico y no una interpolación, ¿cómo explicarnos que Josefo, que le consagra a Herodes el Grande 34 capítulos de sus Antigüedades, se olvide de inmediato de Cristo después de lo que ha dicho de él y sólo lo vuelva a mencionar de paso en su fugaz referencia a su hermano Jacobo? Por lo demás, salvo en las dos interpolaciones de que hemos venido tratando, en las obras de Josefo no aparece la palabra Cristo con que la Septuaginta traduce al griego (unas cuarenta veces) la palabra hebrea Mesías, que significa "ungido". Es más, tampoco Mesías aparece en las obras de Josefo. Tal vez eso de que los judíos estaban esperando un Mesías sea puro cuento de cristianos. Mesías ya habían tenido muchos, muchos reyes ungidos. Hoy, de todas maneras, ya no necesitan Mesías que los salve, gracias a Dios, pues para eso tienen la bomba atómica. Israel valiente, Israel sufrido, ¿qué estás esperando para lanzarle una de ésas aunque sea chiquita a Babilonia Roma y acabas con la Puta? ¿No te ha hecho pues sufrir tanto esta desgraciada durante mil ochocientos años?

¿Y quién le contó a Josefo lo de las mil cosas maravillosas de Cristo y que resucitó al tercer día? ¿Acaso un tío? ¿O un abuelo? ¿O su papá, que según él mismo nos cuenta se llamaba Matatías? Porque él, Josefo, no pudo haber sido testigo presencial de las hazañas de Cristo dado que nació algo después de que nuestro Redentor muriera. ¿Y por qué no vuelve a hablar en su extenso libro de la tribu de los cristianos, si según dice "continúa hasta la fecha", o sea hasta el año 93 en que escribe? La plaga de los cristianos, amigo mío Josefo, siempre ha ido en aumento. Hoy son más de dos mil millones y con serias intenciones de expandirse a lo largo y ancho de la Vía Láctea y, no bien rebasada ésta, por las galaxias circunvecinas. Espurio o auténtico, el testimonio de Flavio Josefo sobre Cristo no vale un comino. Y punto.

Voy a probarle en seguida a la Puta, de aperitivo, que Lucas no escribió los Hechos de los Apóstoles según me lo dice por boca de sus lacayos del Opus Dei de la Universidad de Navarra. Hay una frase de Juan Bautista que citan con ligeras variantes los Hechos de los Apóstoles y los cuatro evangelios. Si el evangelista Lucas fuera también el autor de los Hechos de los Apóstoles, la frase en cuestión tendría que ser exactamente igual en este libro y en su evangelio. Pero no hay tal. Lucas coincide con los tres restantes evangelistas (pese a que uno de ellos, Juan, proviene de una tradición muy distinta a la suya) mucho más que con los Hechos. En las cinco citas que siguen pongo en griego entre paréntesis los sustantivos y verbos, que son las palabras que tienen peso semántico y que cuentan para efectos de una comparación.

Dicen los Hechos (13:25): "Cuando Juan (Bautista) estaba por terminar su carrera decía: '¿Quién pensáis que soy? No soy el que creéis, mirad que detrás de mí viene (en griego) uno al que no soy digno de desatarle (en griego) las sandalias (en griego) de los pies (en griego)"'. Y dice Lucas (3:16): 'Juan respondió diciéndoles a todos: 'Yo os bautizo (en griego) con agua (en griego). Pero viene (en griego) el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno (en griego) de desatarle (en griego) la correa (en griego) de sus sandalias (en griego); él os bautizará (en griego) en el Espíritu Santo (en griego) y en el fuego (en griego) "'.

Obsérvese la diferencia tan grande entre estas dos versiones de las palabras textuales de Juan Bautista. Coinciden en el verbo venir (en griego), en el verbo desatar (en griego) y en el sustantivo sandalias (en griego). Y en nada más. No coinciden en la palabra griega que expresa el adjetivo digno, que en los Hechos es (en griego) y que en Lucas es (en griego). Además a Lucas le falta la palabra pies, y a los Hechos les faltan las palabras correa y el comparativo de superioridad más fuerte. Pero sobre todo, a los Hechos les falta la contraposición esencial de que Juan bautiza con agua siendo así que el que viene bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. En cambio compárese a Lucas con las versiones de los otros dos evangelistas sinópticos y se verá cuántas son las coincidencias entre los tres.

Dice Marcos (1:7,8): "Y predicaba diciendo: 'Después de mí viene el que es más poderoso que yo, ante quien no soy digno de inclinarme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua pero él os bautizará en el Espíritu Santo'''. Y dice Mateo (3:11): "Yo bautizo con agua para la conversión, pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, que no soy digno ni de llevar sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego".

Las coincidencias de los tres evangelios sinópticos entre sí respecto a las palabras de Juan Bautista y sus diferencias en conjunto con la versión de los Hechos de los Apóstoles son innegables. Que las versiones de los tres evangelios sinópticos coincidan es explicable porque Mateo y Lucas proceden de Marcos. En cuanto al Evangelio de Juan, que proviene de otra tradición, coincide con los sinópticos en hablar del bautizo, que tratándose de Juan Bautista es el punto esencial; pero por otro lado coincide con los Hechos en usar el mismo adjetivo griego para expresar la palabra digno y no el que usan los tres sinópticos. He aquí la versión de Juan el evangelista; 'Juan (Bautista) les respondió: 'Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis. Él es el que viene después de mí y al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias '''.

En ninguno de los manuscritos más antiguos aparecen los Hechos de los Apóstoles unidos al Evangelio de Lucas. No tenían por qué estarlo pues son dos engendros distintos debidos a distintos autores anónimos. Y a lo mejor no a dos sino a muchos. Eso sí, escritos ambos en la segunda mitad del siglo II. Después, en algún momento del siglo III, otro falsario anónimo los juntó agregándoles dos especies de prólogos de cuatro versículos al Evangelio y cinco a los Hechos. En esos prologuitos el autor anónimo, hablando en primera persona, le destina el Evangelio a un "distinguido Teófilo" y los Hechos a un "querido Teófilo". ¿El distinguido y el querido serán un solo Teófilo? ¿O dos Teófilos? La Puta dice que uno solo. Yo digo que no sabemos. Y esa primera persona singular de los prologuitos, sin decir agua va, de inmediato en ambas obras se trueca en una tercera persona omnisciente, en otro Balzac de esos que saben qué le dijo el Diablo a Cristo en la soledad del desierto. Y así por todo el Evangelio, pero no por todos los Hechos pues en el capítulo 16, versículo ll, y de nuevo sin decir agua va, el Balzac de tercera persona se convierte, como por la magia de Aladino, en un narrador de primera persona plural: "Haciéndonos al mar fuimos desde Tróade directamente a Samotracia". Y en adelante Balzac y Aladino van alternando. Debo decir que estas primeras personas, en singular o en plural, me tranquilizan. Lástima que esos narradores que se llaman "yo" y "nosotros" no tengan nombre. ¡Qué! ¿Todavía no existía el bautizo? Me habría gustado mucho que Lucas hubiera empezado su Evangelio y los Hechos así: "Yo, Lucas, que nunca miento, parado en mis dos patas sobre la Tierra plana en torno a la cual gira el Sol, le dedico este opúsculo o librito a Teófilo, mi amor, para que se empape de ciencia oculta", Así ya la cosa cambia y me da certeza. Que es lo único que pido: certeza, certeza, certeza para creer en mi Redentor.

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