La puta de Babilonia (35 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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La Ilustración vio a Lutero como el agente de la emancipación de Roma de los pueblos germánicos y el heraldo de la libertad de conciencia. Yo lo veo como un bellaco audaz. Con suficiencia de ignorante se burlaba de Copérnico y su tesis de que la tierra gira en torno al sol. Bibliólatra desatado, adoraba la Biblia como un perro a un hueso o un mahometano al Corán. Creía en brujas e incitaba en sus sermones a que las quemaran sin misericordia. Por él en 1540 quemaron en Wittenberg a cuatro mujeres acusadas de brujería. Y ante el caso de un niño retrasado mental les recomendó a las autoridades que lo ahogaran pues era un cuerpo sin alma. Decía que había que creer en el Diablo porque sin un Maligno que tentara a los hombres y los llevara a la condenación no había necesidad de Cristo para que los salvara. Escribía que "las niñas empiezan a hablar y a caminar antes que los niños porque la maleza crece siempre más rápido que las buenas semillas". Odiaba a los judíos como cristiano rabioso. A los campesinos de Suiza y Alemania que se alzaron contra sus opresores los príncipes tomando sus tesis como bandera los traicionó y abandonó a su suerte poniéndose del lado de los poderosos. Y escribió un libelo enfurecido contra los campesinos de Turingia que se rebelaron bajo la conducción de Thomas Münzer, "Wider die rauberischen und mórderischen Rotten der andern Bauern" (Contra los asesinatos y depredaciones de las hordas campesinas). Münzer o Müntzer o Monczer o en latín Tomas Monetarius, que en un principio fuera partidario de Lutero, acabó llamándolo "monje desvergonzado, borracho y putañero", el "doctor Mentiras" que "se había tragado al Espíritu Santo con todo y plumas". Después de incontables atrocidades cometidas por bando y bando, los nobles de la Liga de Suabia sofocaron el alzamiento campesino con una sangrienta represión y en 1525 derrotaron a Münzer y lo decapitaron en Mühlhausen. Una colección de las cartas de Münzer fue a dar a Lutero, que las publicó con comentarios humillantes.

Reprimida la revuelta campesina les tocó el tumo a los anabaptistas, a los que tal vez pertenecía Münzer. Esta secta, la primera de las muchas que habrían de surgir del protestantismo, rechazaba el bautismo de los niños aduciendo que éstos no tenían todavía la capacidad de aceptar por su propia decisión la religión cristiana y en consecuencia pretendían volver a bautizar a todos los adultos. En 1526 en la Dieta de Spira, en Alemania, católicos y protestantes se unieron para acabar con ellos y emitieron un edicto condenándolos al que se adhirió Lutero. Por entonces el hermano del emperador, el rey Ferdinand, declaraba que el ahogamiento, llamado el "tercer bautismo", era el mejor antídoto contra estos herejes entre los herejes, estos protestantes que protestaban hasta del protestantismo. Y así los protestantes de la Suiza de Zwinglio, basándose en el código de Justiniano que ordenaba la ejecución para el que fuera bautizado dos veces, condenaron a muerte por ahogamiento a los anabaptistas de Zurich. El primer mártir anabaptista fue Felix Manz, ahogado por los secuaces de Zwingilo en 1527. Ese mismo año torturaron y ejecutaron a Michael Sattler, aunque no sabemos si los protestantes o los católicos. Entre 1527 y 1660, en Suiza, Austria, Alemania, Bélgica y los Países Bajos miles y miles de anabaptistas habrían de acabar sus días ahogados, quemados, decapitados o enterrados vivos.

Sin embargo los anabaptistas lograron una hazaña que hay que recordar: en 1534 se apoderaron de la ciudad de Münster, en Westfalia, donde instalaron una teocracia y un reino del terror dignos de los ayatolas iraníes de hoy día. Sólo que los ayatolas son unos santones hipócritas y los rebeldes munsterianos fueron unos polígamos desenfrenados. Jan Matthys o Matthijs o Mathijz o Matthyssen o Matthyszoon, un panadero de Haarlem, depuso a las autoridades civiles y religiosas de Münster, expulsó al príncipe obispo Franz von Waldeck, rebautizó a la ciudad como la Nueva Sión e impuso el segundo bautismo para todos los ciudadanos. De la conquista de Münster seguiría la del universo mundo y para ello se empezaron a preparar los rebeldes. Poco les duró el sueño. El obispo expulsado los sitió con un ejército de católicos y luteranos, y cuando el domingo de resurrección de 1534, sintiéndose un nuevo Gedeón bíblico, Matthys hizo una salida con treinta de sus seguidores, lo apresaron y le cortaron la cabeza y los genitales. La cabeza la exhibieron clavada en una estaca que pusieron a la vista de los sitiados, y los genitales los colgaron de la puerta de la ciudad.

Para reemplazar al difunto Matthys los sitiados escogieron entonces a Jan Beuckelszoon o Beuckelzoon o Beuckelson o Bockelszoon o Bockelson o Beukels o Buckholdt o Bockold o simplemente Jan de Leyden, un sastre de 26 años que nombraron rey de la Nueva Sión. El sastre rey instaló de inmediato el ansiado reino de la felicidad con comunidad de bienes y de mujeres. A él le tocaron dieciséis, de las que decapitó a una. Las orgías de lujuria y destrucción que siguieron en Münster no tienen nombre. Cuanto tesoro de arte había lo destruyeron los rebautizados y cuanto libro encontraron, salvo la Biblia, lo quemaron. En tanto los anabaptistas se entregaban en el interior de la ciudad a su orgía de sexo y destrucción, afuera el obispo von Waldeck les cerraba el cerco. Cuando se hizo inminente la caída de la ciudad, como último recurso para escaparse el loco Jan de Leyden ya la iba a quemar cuando los sitiadores la tomaron. A él, a su lugarteniente Knipperdollinck y a su canciller Krechting los apresaron y tras seis meses de los más atroces suplicios los ejecutaron. Sus cuerpos los metieron en jaulas de hierro que colgaron para escarmiento de la torre de la iglesia de San Lamberto. Ahí siguen hoy las jaulas, ya vacías de cadáveres, balanceándose como los genitales de Jan Matthys en la puerta de la ciudad o como campanas del campanario. Así que el que sueñe con hacerse bautizar dos veces que lo piense. Yo con una tuve. A mí que no me vayan a degollar, ni de la cabeza ni de las campanas. Hoy lo que queda de los anabaptistas son los menonitas, los amish y los huterianos, sectas en extinción que se reproducen por consanguinidad y que andan dispersos por los Estados Unidos, Canadá y el norte de México, dándose golpes de pecho, vendiendo quesos y cargando taras. Jakob Hutter, el fundador de los huterianos, fue otro que murió quemado, en 1536 como Jan de Leyden.

El experimento teocrático de los anabaptistas de Münster no había sido el primero en Europa ni habría de ser el último. Lo precedió el de Savonarola en 1494 en Florencia y lo siguió el de Calvino en 1541 en Ginebra. Al igual que Wyclif y Hus, el dominico Savonarola era de la extraña especie de los que creían que la Puta era reformable, y como aquéllos avivaba el resentimiento popular contra su rapacidad y su lujuria. Por todas partes veía la obscenidad y a Leonardo y a Botticelli los acusaba de sodomía. De los ricos de Florencia esperaba que repartieran sus riquezas entre los pobres y algunos bienintencionados así lo hicieron y ya andaban vestidos de gris mendigando por las calles. Pero los que se negaron acudieron al más rico, al de Roma, Alejandro VI, mi papa preferido, que empezaba entonces su licencioso pontificado, uno de los más brillantes y alegres de la cristiandad. Alejandro tomó bajo su directo control el monasterio de los dominicos de Florencia que dirigía Savonarola, le prohibió a éste predicar, y como no se sometió lo excomulgó. De Savonarola hay que recordar un episodio que describe muy bien su oscurantismo de teócrata, la "hoguera de las vanidades" que encendió en la plaza de mercado para que ardieran en ella todas las obras indecentes del Renacimiento florentino, más instrumentos musicales, ropa lujosa y cuanto escrito y libro encontró que no fueran los escritos suyos y la Biblia. En esa hoguera se convirtieron en humo muchas de las pinturas del sodomita Botticelli. Traicionado por el populacho y el gobierno, Florencia lo entregó a la Inquisición, que después de torturarlo como Dios manda lo ahorcó junto con dos de sus más cercanos seguidores por herejes y luego quemó los cadáveres en la plaza principal de esa ciudad hermosa, lujuriosa y mugrosa, que recientemente han bañado con agua y jabón. El día menos pensado canonizan a Savonarola, acuérdense de mí.

Y pasamos ahora a la tercera teocracia, la de la Ginebra y de Calvino que empezó de luterano en la Sorbona, tuvo que salir huyendo de París perseguido por la Inquisición y fue a dar a Basilea donde publicó en 1536, a los 27 años, la que habría de ser su obra más famosa, la Institutio christianae religionis (La institución cristiana), que le situó al frente del pensamiento protestante. En Estrasburgo se casó con la viuda Idelette de Bure con la que tuvo un hijo que murió en la infancia, y llamado por los ciudadanos de Ginebra se apoderó de la ciudad y fundó en ella la segunda teocracia protestante, habiendo sido la primera la aniquilada Iglesia de los anabaptistas de Münster. Todo lo religioso y lo profano quedó bajo su control en una fortaleza amurallada, amenazada afuera por los príncipes católicos y casi aislada del resto del mundo. Como inquisidores dominicos sus espías husmeaban en la vida privada de los ciudadanos viendo quién copulaba con quién y por qué agujero. Hombre de un horizonte espiritual más limitado todavía que el de Lutero, así como éste se oponía al heliocentrismo de Copérnico, Calvino negaba la circulación de la sangre propuesta por Miguel Servet. Entre las numerosas ejecuciones que tuvieron lugar en Ginebra bajo su puritano reino del terror la más sonada fue la de este español rebelde que descubrió el intercambio de sangre entre el corazón y los pulmones y que, contradiciendo a católicos y protestantes por igual, negaba la doctrina del pecado original y el estúpido misterio de la Santísima Trinidad. A Ginebra llegó huyendo de la Inquisición católica. ¡A buen puerto se acogía, al reino de la tolerancia! Un día que de imprudente se fue a oír predicar a Calvino lo descubrieron, lo detuvieron y lo juzgaron. Todas las iglesias suizas consultadas estuvieron de acuerdo en que había que quemarlo: vivo lo quemaron en Champel el 27 de octubre de 1553 en el acto de fe más célebre llevado a cabo por una autoridad protestante según el modelo de la Inquisición católica. Calvino, que aprobó su ejecución, recomendó sin embargo que lo decapitaran. Ningún caso le hicieron al misericordioso y le aplicaron al heterodoxo español la incruenta especialidad de la Puta para salvar herejes y brujas: la hoguera con sus acariciantes llamas crepitantes. Para salvarlos de qué es lo que nunca he logrado saber. Acaso de su sevicia. Como los anabaptistas, Servet se oponía al bautismo de los niños. Yo me opongo al de niños y adultos por parejo. A los que hay que bautizar es a los muertos para que se vayan derechito al cielo con sus gusanos.

Seis años después de que los calvinistas de Ginebra quemaran a Servet en Champel por antitrinitario, los católicos de París ahorcaban a Anne du Bourg en la place de Greve por calvinista. O mejor dicho ellos no sino su rey Enrique II y la familia sanguinaria de los Guisa, ejecutores luego de la matanza de hugonotes la noche de San Bartolomé. "Amigos —exclamó du Bourg en el cadalso—, no estoy aquí por ladrón ni asesino sino por el Evangelio". Y tras estas palabras insensatas le quitaron el banquito y quedó colgando como badajo de campana. Calvino logró hacer de Ginebra lo que no pudo hacer Lutero con Wittenberg ni los anabaptistas con Münster, la Roma del protestantismo. Algo es algo. De Ginebra la Reforma irradió a buena parte de Europa y a los Estados Unidos. Todo cuanto hay de malo en este pobre país plano y sin redención viene de él o de la Puta de Roma, que se le ha sumado últimamente. Al enfermito de pancreatitis se le declaró un sida. ¡Y viene en camino el Islam! ¡Pobres Estados Unidos! Tanto carro, tanto televisor, tanta plata y miren... Están a un paso de que entre católicos, protestantes y mahometanos los teocraticen y los vuelvan de un plumazo a la Edad Media.

Un precursor de Servet en cuanto que lo satanizaron tanto los calvinistas como la Puta de Roma y que no puedo dejar de mencionar entre los hombres ilustres que quemó nuestra tan mencionada ramera fue el francés Ettiene Dolet, un humanista de la estirpe de Valla y de Erasmo y autor de los Commentarii linguae latinae. Tres veces lo encarcelaron por ateísmo y por publicar un diálogo de Platón que negaba la inmortalidad del alma. La Facultad de Teología de la Sorbona acabó condenándolo, lo torturaron y lo quemaron vivo en la hoguera. Ésta es la hora en que no se sabe si Dolet era protestante o un librepensador racionalista y anticlerical o qué. Lo que sí está claro es que si bien católicos y protestantes se enfrentan en todos los campos en el curso del siglo XVI, en un punto se ponen de acuerdo: la necesidad de acabar con las brujas, los herejes, los escépticos, los defensores de la tolerancia religiosa y los espíritus libres que se lanzan valientemente a la gran aventura de la ciencia moderna. A Dolet lo han llamado "el primer mártir del Renacimiento", pero eso depende de cuándo demos por empezado el Renacimiento o terminada la Edad Media. Quemar víctimas en estado de indefensión ha sido en todo caso la gran especialidad de la Puta desde que se montó al poder en el 313 y lo que había sido hasta entonces una religión de necios se convirtió en una empresa de asesinos. Déjenle crecer otra vez las garras y verán si vuelven o no vuelven las hogueras. Ojo a la travestida Benedicta de hoy día, de zapatillas rojas aterciopeladas e impoluta albura ensotanada, que es un inquisidor nato. Se le lee la falsía jesuítica en los ojos. Una cosa habremos de agradecerle hoy al monje montaraz de Lutero por sobre todas sus infamias: el haber dividido a la Puta de Occidente en dos, sin lo cual no habrían sido posibles el Siglo de las Luces ni la Revolución Francesa ni cuantos movimientos libertarios vinieron luego. Sin él acaso habríamos retrocedido del Renacimiento al Medioevo y hoy estaríamos en las oscuridades medievales en que siguen los musulmanes. Enfrentadas la una con la otra, la Puta protestante de la Reforma y la católica de la Contrarreforma se habrían de despedazar el alma a dentelladas compitiendo a ver cuál era la más asesina. Pues la primera, la católica, la otra no fue más que un divertimento.

En 1534, mientras los anabaptistas tomaban a Münster, Enrique VIII de Inglaterra declaraba instaurada la Iglesia anglicana en su isla. Uno por uno había venido rompiendo en los dos años precedentes todos sus lazos con el papado en represalia porque Clemente VII se negaba a anular su matrimonio con la tía de Carlos V, Catalina de Aragón, con la que tuvo a la futura Bloody Mary, la sanguinaria María Tudor. En 1532, con la ayuda del parlamento, obligó al clero inglés a reconocerlo como jefe de la Puta inglesa, disolvió todas las órdenes monásticas y sus propiedades las repartió entre los nobles a cambio de su apoyo. Al año siguiente se casó en secreto con Ana Bolena, la hizo coronar reina por Thomas Cranmer, al que acababa de nombrar arzobispo de Canterbury y que le ayudó a anular su matrimonio con Catalina. A John Fisher y a Thomas Moro (canonizados en 1935 por la Puta católica) los hizo decapitar a pocos días uno del otro por lameculos de papa y por oponerse a ese divorcio y a su nuevo matrimonio. Y sin embargo él mismo, cuando a su vez era lameculos de papa y ferviente católico, había hecho quemar en la hoguera por reformistas al erudito de Cambridge Thomas Bilney y al traductor de la Biblia al inglés William Tyndale. Ya en rebeldía siguió de pirómano y al fraile Forest le aplicó la consabida hoguera por papista y a John Nicholson por luterano. Luego se cambió a decapitador. Y decapitados John Fisher y Thomas Moro se siguió con su flamante Ana Bolena a la que hizo degollar acusándola de adulterio con varios hombres y de incesto con su hermano. Se casó entonces con Joan Seymour que pronto murió al dar a luz a quien habría de sucederlo como Eduardo VI. Luego se casó con Ana de Cleves, de la que se divorció de inmediato por fea para casarse con Catalina Howard, de 20 años, a quien después hizo decapitar en la Torre de Londres en castigo por los amantes que había tenido antes de su matrimonio con él. De las seis esposas que tuvo (de ellas tres Catalinas y dos Anas) les bajó sus reales cabezas a una Catalina y a una Ana. Su última esposa, Catalina Parr, se escapó del maltrato porque Barba Azul fue llamado al juicio de Dios. ¡Y pensar que antes de pelearse con Roma este monstruo caprichoso y cruel había escrito un libro en defensa de los siete sacramentos y atacando a Lutero, a quien despreciaba, el Assertio septem sacramentorum adversus Martinum Lutherum, que le valió del papa el título de "defensor de la fe"!

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