La puta de Babilonia (33 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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A esta pobre mártir de una causa perdida la quemó la Puta en 1310 en París por herejía. Y habiéndoles dado su buena paliza a las rebeldes órdenes mendicantes, la Puta pasó a quemar en 1327 al astrólogo italiano Ceceo d'Ascoli porque había establecido el horóscopo de Cristo. ¡Pero a quién se le ocurre! El que no existe no puede tener horóscopo, eso es la negación de la astrología. Si a ésas vamos, Cecco d'Ascoli le habría podido levantar entonces también el horóscopo a Hércules y a Dioniso.

Por los años en que quemaban en Italia a Cecco d'Ascoli nacía en Inglaterra John Wyclif, el gran precursor de la Reforma protestante, si es que se puede llamar reforma a eso, habida cuenta que la Puta es irreformable: ha sido, es y será ineluctablemente mentirosa, ladrona, dañina, esclavista, tartufa, asesina y mala. O mejor dicho peor. Como los albigenses y los fraticelli que lo precedieron, Wyclif la emprendió contra ella. Para él el papa era un mamarracho pintarrajeado que albergaba en su interior la más abominable ruindad, un esbirro de Lucifer a quien había que arrebatarle todas sus posesiones y riquezas. Ya en el primero de los varios tratados que escribió, De dominio divino, de 1376, Wyclif ponía en entredicho la tesis del poder delegado de Dios a la Puta, el quid de la cuestión: la Puta no había recibido de Dios ningún derecho a mandar como pretendía y en consecuencia salía sobrando y junto con ella toda la tradición eclesiástica: las Sagradas Escrituras eran la única fuente de la fe y los cristianos debían guiarse sólo por ellas. Mandó traducir la Biblia al inglés, le pidió al rey que confiscara las propiedades del clero, asoció la pobreza a la santidad, consideró las indulgencias un atraco a los ingenuos y negó la transubstanciación o conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo mediante el sacramento de la eucaristía. ¿De dónde había sacado la Puta semejante cuento? El Nuevo Testamento no dice nada al respecto. Con todo lo cual se anticipaba en siglo y medio a la Reforma protestante. Y como si lo anterior fuera poco, Wyclif rechazó la confesión, la confirmación, la extremaunción, la ordenación sacerdotal y hasta la oración pues dado que según él Dios fuerza a cada una de sus criaturas a sus actos (la agustiniana teoría de la predestinación de los protestantes), unos nacían predestinados para el cielo y otros para el infierno. ¡Para qué perder entonces el tiempo rezando! Le quedó por negar a Dios y a Cristo, con lo cual se habría convertido en precursor ya no digo de Lutero que bien muerto está, sino del que estas humildes líneas escribe.

Cinco bulas de Gregario XI le valieron a Wyclif sus maravillosas tesis. ¡Qué envidia! A lo más que llegaré con esta Puta de Babilonia será a que cualquier obispo del actual Benedicto me niegue el Nihil obstat. ¡Qué importa! Que se vaya sin su Nihil obstat la criatura. Total, un libro sin Nihil obstat es respecto al que lo tiene como un hijo natural respecto al legítimo: ambos nacen con dos manos y dos pies y unos órganos genitales en el centro de la compleja maquinaria trituradora desarrollados para servir a la propagación del pecado. Wyclif enseñó religión en Balliol College y dio conferencias en la Universidad de Oxford. Jan Hus, su inmediato sucesor, enseñó teología en la Universidad de Praga. Y Lutero, hijo de ambos, enseñó teología bíblica en la Universidad de Wittenberg. Conclusión: del mismo modo que la escolástica nació en las universidades así también la Reforma protestante. En ellas se gestó el nuevo monstruo que tanta sangre derramó y tantas hogueras encendió, si bien en última instancia resultó benéfico para la especie bípeda pues dividió a la Puta de Occidente en dos. ¡Y eso no es un pobre gallo cantando en la madrugada!

La tesis de Wyclif de que la pobreza está asociada con la santidad provocó en 1381 un levantamiento campesino contra sus protectores los príncipes que de inmediato lo abandonaron. Wyclif se vio obligado a retirarse a Lutterworth, varias de sus obras fueron condenadas por el Sínodo de Blackfriars, sus seguidores de Oxford capitularon, le prohibieron escribir, sufrió un embolia y luego otra que lo mató. Sus seguidores los lolardos consiguieron sin embargo en 1395 que el parlamento aprobara doce conclusiones inspiradas en las doctrinas de Wyclif condenando las oraciones por los muertos, las peregrinaciones, las ofrendas a los santos y el despilfarro de la pompa eclesiástica; afirmando que el celibato de los clérigos causa una lujuria antinatural y que los votos de castidad de las monjas llevan a los horrores del aborto y el asesinato de niños; tachando de necromancia la santificación del pan y el vino, los altares y los ornamentos religiosos; y declarando la confesión con el sacerdote inútil para la salvación. Pero la aprobación de las doce conclusiones habría de ser un triunfo pasajero. Al ascender al trono Enrique IV en 1399 desencadenó una ola de represión contra las herejías. En 1401 quemaron vivo a William Sawtrey, el primer mártir lolardo. Poco después se aprobó el primer estatuto inglés que establecía la quema de herejes en Inglaterra, forma compasiva e incruenta de matar que se había convertido en la especialidad de la Puta para salir de sus súbditos rebeldes. Y así en 1409, con ocasión del sínodo de Londres, quemaron a siete lolardos en la hoguera y a treinta y siete los colgaron. Muchos otros habrían de ser ahorcados y quemados por traición y herejía cuando se rebelaron contra la corona en 1414.

Pero más que en los lolardos ingleses hay que buscar la continuación de Wyclif en los husitas de Bohemia, los seguidores de Jan Hus. Hus había nacido hacia 1370 en Husinec, en el sur de Bohemia, actual República Checa, y había estudiado en la Universidad de Praga, de la que fue nombrado rector en 1409. Para entonces los escritos de Wyclif ya habían llegado a Bohemia traídos por los estudiantes checos que habían estudiado en Oxford. La Puta era dueña de la mitad de las tierras de Bohemia, de las que sacaba enormes riquezas, y era grande el resentimiento tanto de los curas pobres como de los campesinos que estaban hartos de las prácticas simoníacas y las exacciones del alto clero. El arzobispo de Praga, por ejemplo, se embolsaba la tercera parte de lo que le pagaban los campesinos en diezmos forzosos. En este ambiente empezó a predicar Hus las doctrinas de Wyclif. En 1408 lo excomulgó el arzobispo de Praga por sostener la primacía de las Sagradas Escrituras sin glosas, ni tradición, ni interpretación de los Padres de la Iglesia, y por rechazar la superioridad del papa. En 1412, habiendo muerto el arzobispo y habiéndose olvidado su excomunión, Hus desató una nueva disputa al denunciar la venta de indulgencias en Bohemia por parte de los agentes del antipapa Juan XXIII o Baldassare Cossa (del mismo alias que Angelo Roncalli, el papa de nuestros días), quien con la aprobación del rey Wenceslao, que llevaba parte en el negocio, buscaba financiar su campaña contra Gregario XII. Hus denunció públicamente en la universidad "las indulgencias dudosas y falaces de un papa moderno", desatando en Praga el primer alzamiento contra los legados papales cuyos cofres fueron cubiertos de excrementos en tanto los estudiantes checos quemaban las bulas de indulgencias. Y esto ciento cinco años antes de que Lutero se rebelara contra la misma estafa y clavara en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg sus noventa y cinco incendiarias tesis. Juan XXIII excomulgó a Hus y puso en interdicto a Praga.

El cardenal Baldassare Cossa había sido una de las figuras decisivas del Concilio de Pisa que el 5 de junio de 1409 (para poner fin al Cisma de Aviñón que venía desde 1378 y se habría de prolongar hasta 1417 y durante el cual la Puta tuvo primero dos papas rivales y luego tres, cada uno con su Sacro Colegio de Cardenales y su propia burocracia) depuso al papa Gregario XII y al antipapa Benedicto XIII y nombró en lugar de ambos al griego Petros Philargos, que tomó el nombre de Alejandro V. Al día siguiente Gregorio XII convocó su propio concilio en Cividale, cerca a Aquilea, y excomulgó a sus dos rivales. En su breve pontificado Alejandro V promulgó una bula que condenaba las doctrinas de Wyclif y excomulgó a Jan Hus, quien así acumuló tres excomuniones que lo honran: la del arzobispo de Praga, la de Alejandro V y la de Juan XXIII. El 3 de mayo de 1410 Alejandro V murió en Bolonia de forma misteriosa, se dice que envenenado justamente por el cardenal Cossa, quien lo sucedió entonces por elección del mismo Concilio de Pisa y tomó el nombre ya mencionado de Juan XXIII. En 1413 Juan XXIII convocó un Concilio en Roma que volvió a condenar las doctrinas de Wyclif y Hus. En mayo de 1415 el pirómano Concilio de Constanza a su vez depuso a Juan XXIII, emprendió negociaciones con Gregorio XII para que abdicara y declaró hereje a Benedicto XIII privándolo de todo derecho al papado. El 18 de octubre de 1417 murió Gregorio XII, de más de noventa años, y tres semanas después el Concilio de Constanza eligió papa a Martín V poniéndole fin al Cisma de Aviñón.

Como era de esperarse, tras la rebelión de Hus contra los recolectores de indulgencias el rey Wenceslao le retiró su apoyo y Juan XXIII lo excomulgó y emitió un interdicto sobre Praga por protegerlo. Hus se vio obligado a huir de Praga y a refugiarse en los castillos de sus amigos en el sur de Bohemia. En 1414, engañado por el emperador del Sacro Romano Imperio Segismundo de Luxemburgo, cayó en la trampa de aceptar el llamado del Concilio de Constanza a presentarse a defender sus opiniones: no bien llegó a la ciudad lo detuvieron, lo encarcelaron y durante meses lo juzgaron como partidario de las herejías de Wyclif. El concilio condenó treinta de sus tesis y el 6 de julio de 1415 lo quemaron vivo en la hoguera después de que le rasgaran la ropa y de que le pusieran una corona de papel con tres demonios pintados en ella y la leyenda "Le encomendamos tu alma al Diablo". ¡Y a que no adivinan qué dijo Hus en medio de las llamas! Dijo: "Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu". Eso es lo que se llama no escarmentar. Por decir lo mismo murió Cristo. El que esté en peligro de muerte no se encomiende al Señor, que no sirve; pruebe mejor con Satanás que es más leal con sus amigos. El principal discípulo de Hus, Girolamo de Praga, que había ido a Constanza a defenderlo, acabó corriendo su misma suerte: lo detuvieron y encarcelaron, lo juzgaron durante más de un año y finalmente lo quemaron vivo por hereje relapso el 26 de mayo de 1416. Tres años después estalló la sublevación de los husitas en Bohemia.

La frase más célebre de Hus, que habría de ser la divisa de todos los movimientos libertarios checos que vinieron luego, era "La verdad triunfa". ¿Pero cuál verdad, si cada quien tiene la suya? Tras la ejecución de Hus sus seguidores, que en su honor se llamaron "husitas", mataron a varios funcionarios pontificios lanzándolos por una ventana. Es lo que se conoce como "la primera defenestración de Praga" (la segunda, que desencadenó la Guerra de los Treinta Años, fue en 1618). En 1420 el papa Martín V convocó una cruzada contra los husitas del tipo de la cruzada antialbigense y en los siguientes catorce años papistas de toda Europa se volcaron sobre Bohemia a combatir a los herejes. Cinco derrotas les propinaron los husitas a los ejércitos papales hasta que finalmente la taimada Puta, que siempre gana con sus arterías, consiguió vencerlos dividiéndolos y enfrentándolos unos a otros. Bohemia terminó devastada, tal como antes lo había sido bajo Inocencio III la Occitania. Dos meses antes de quemar a Hus, el Concilio de Constanza condenó como heréticas las doctrinas de Wyclif y ordenó que su cadáver fuera exhumado y quemado. Sólo hasta 1428 se ejecutó esta disposición, con la circunstancia de que las cenizas fueron dispersadas en un río. Hay que estar poseído por el odio más vesánico para vengarse en los cadáveres. Así es la Puta, pero aquí sigue, impune cuanto reverenciada.

Cuarenta y cinco tesis de Wyclif y treinta de Hus fueron condenadas por el Concilio de Constanza. He aquí unas cuantas de las de Wyclif (o que le atribuía el concilio), que no se pueden pasar por alto porque en ellas está lo esencial de la Reforma que venía en camino: "En el Evangelio no se dice que Cristo instituyera la misa. Va contra la Sagrada Escritura que los religiosos tengan bienes. Los frailes tienen que procurarse el sustento por medio del trabajo y no por la mendicidad. Todos los de las órdenes mendicantes son herejes y hay que excomulgar a los que les den limosna. Son simoníacos los que se comprometen a rezar por los que les dan dinero. Enriquecer al clero va contra Cristo. Constantino se equivocó al enriquecer a la Iglesia y al papa Silvestre. El papa y todos sus clérigos son herejes por el hecho de poseer bienes, y asimismo lo son quienes se lo consienten y alcahuetean. El emperador y los señores feudales fueron seducidos por el Diablo para que le dieran a la Iglesia bienes temporales. La Iglesia de Roma es la sinagoga de Satanás y el papa no es ningún Vicario de Cristo ni de los Apóstoles. La elección del papa por los cardenales fue invento del Diablo. Para la salvación no es necesario creer que la Iglesia romana es superior a las otras. Es fatuo pensar que las indulgencias del papa y de los obispos sirven para algo". Y esta joya: "Todas las religiones sin distinción son inventos del Diablo". Dios bendiga a Wyclif por su lucidez y al Concilio de Constanza por la concisión con que nos ha expuesto sus tesis. Lo que le debo reprochar en cambio a ese Concilio es su cobardía ante los tiranos y su condena del tiranicidio: "El 6 de julio de 1415 el sagrado Concilio declaró y definió que la siguiente proposición 'Cualquier tirano puede y debe ser muerto lícita y meritoriamente por cualquier vasallo o súbdito suyo' es errónea ante la fe y las costumbres y la reprueba y condena como herética". ¡Claro, qué se podía esperar de unos clérigos arrodillados sino que alcahuetearan a los detentadores del poder, de quienes vivían y mamaban! Todo cubano que crea en Dios y en su santa Iglesia tiene el derecho consagrado por la ley natural, así le pese al alcahueta Wojtyla y demás lacayos del Altísimo, de matar a Castro.

Por los años en que Hus empezaba a predicar las doctrinas de Wyclif en Bohemia nacía en Roma Lorenzo Valla, el desenmascarador del fraude de la donación de Constantino y el primer demoledor del dogma de que las Sagradas Escrituras son la palabra de Dios. Lo de la donación de Constantino está en su Declamatio, de 1440, el tratado en que hace ver que el latín del autor anónimo de la donación no podía ser de los tiempos de Constantino sino posterior en varios siglos. Por esos años Valla trabajaba como secretario real e historiador de la corte de Alfonso V de Aragón, rey de Nápoles, quien enfrentado entonces al papa Eugenio IV encontraba muy conveniente minar las bases de las pretensiones pontificias al dominio de la península itálica. En cuanto al dogma de la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, en su obra filológica In Novum Testamentum ex diversorum utriusque linguae codicum collatione adnotationes (Anotaciones al Nuevo Testamento a partir de la comparación de varios códices en ambas lenguas) Valla hacía ver las muchas diferencias presentes en tres manuscritos latinos y tres griegos que él comparaba, más las varias equivocaciones en la traducción del griego al latín de algunos pasajes del Nuevo Testamento esenciales para la fe, dando al traste con la patraña de que Dios es el inspirador de las Sagradas Escrituras. Pero hay más. Valla puso en duda que los apóstoles fueran los autores del Credo y la autenticidad de la carta de Cristo al rey Abgarus que cita Eusebio en su Historia eclesiástica. Valla despreciaba la metafísica, la escolástica, la jerga de los filósofos, la Vulgata de San Jerónimo, a Santo Tomás y a Aristóteles, criticaba los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, le enmendaba la plana al historiador Tito Livio y sostenía que Quintiliano era mejor prosista que Cicerón. ¡Y quién se atrevía a discutirle por lo menos esto último al autor de las Elegantiae linguae latina, la primera gramática de latín escrita desde la antigüedad! Valla era único. Y no puedo, en honor a la verdad, dejar de mencionar en este punto a un latinista nacido poco después de que muriera Valla, el cardenal Pietro Bembo, que se negaba a leer las epístolas de Pablo por miedo de que le dañaran su latín. ¡Ni que fuera Caruso cuidando la voz! Y si las leía en su lengua original, ¿qué? ¿No temía el exquisito Bembo que le corrompieran su griego? En busca siempre de equivalentes clásicos para las fealdades estilísticas de los evangelios, al Espíritu Santo lo llamaba Bembo "el hálito del céfiro celeste". Yo lo llamo la paloma cagona...

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