La reina de las espadas (9 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: La reina de las espadas
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Y Córum vio que un barco les esperaba en la ribera del Lago de las Voces.

Se preguntó si llegarían sanos y salvos a la otra orilla.

Segundo capítulo

El río Blanco

Córum y Jhary remaban mientras Rhalina estaba tendida en la proa, llorando. Con cada tirón de los remos, el agua se enturbiaba y, en vez de salpicar, rompía contra la barca con un murmullo de voces. Notaron que no procedían de debajo del agua sino del agua en sí, como si cada gota contuviese un alma humana que expresase el dolor y el terror de su situación. Córum no podía dejar de preguntarse si todos los lagos existentes serían igual y este el único que podían oír. Intentó expulsar de su mente tal especulación.

—Quisiera que... -Sí... —Podría...

—Amor... amor... amor...

—Tristes y calmosos cantos, buscando almas tan dulces, tan...

—¡Basta! ¡Basta! —dijo Rhalina, pero las voces siguieron y Córum y Jhary continuaron remando, cada vez más fuerte; se leía dolor en sus labios.

—Quisiera... quisiera... quisiera...

—Enroscar como un gato jugando, el tiempo de condena de mi...

—Otra vez... otra vez... otra vez...

—¡Socorro!

—¡Soltadnos!

—¡Dadnos la paz! ¡Paz!

—Por favor... por favor... por favor... por favor...

—Salida sin recurso...

—Frío...

—Frío...

—Frío...

—¡No podemos ayudaros! —suspiró Córum—. ¡Nada podemos hacer!

Rhalina empezó a chillar.

Sólo Jhary-a-Conel permaneció con los labios cerrados, mirando a la nada, moviendo el cuerpo de atrás hacia adelante, siguiendo el ritmo de sus brazos.

—¡Oh, salvadnos!

—¡Salvadme!

—El niño... el niño...

—Malo, loco, triste, alegre, malo, triste, loco, alegre, loco, malo, alegre, triste...

—¡Silencio! ¡No podemos hacer nada!

—¡Córum, Córum! ¡Detenlos! ¿No conoces ningún hechizo que pueda hacer callar estas voces?

—Ninguno.

—¡Aaaaaah!

—Oorum canish, oorum canish, oorum canish, sashan foroom, alann, alann, alann, oorum canish, oorum canish...

—¡Ja, ja, ja, ja...!

—Nadie, nada, ninguna parte, inútil miseria, ¿qué pretende, a quien beneficiaría?

—Susurro suave, susurro bajo, susurro susurro...

—No, no, no, no, no, no...

Córum soltó una mano del remo y se golpeó la cabeza, como intentando apartar de sí las voces.

Rhalina se había desplomado en el fondo de la barca y Córum era incapaz de distinguir sus lloros y quejidos de los demás.

-¡Alto!

—Alto, alto, alto...

—Alto...

—Alto...

—Alto...

A Jhary le corrían las lágrimas por la cara, pero seguía remando, sin alterar ni un segundo el ritmo de su marcha. Sólo el gato parecía estar a sus anchas. Sentado entre Córum y su amo, se lavaba las patas. Para el gato, el agua del lago era como cualquier otro tipo de agua, algo de lo que debía mantenerse cuanto más lejos mejor. De vez en cuando, miraba preocupadamente por la borda, pero no hacía nada.

—Socorro, socorro, socorro...

Luego, una voz más profunda, amable, tranquila, agradable, cortó a las demás y dijo:

—¿Por qué no os unís a ellos? Os evitaría toda esta miseria. Lo único que debéis hacer es dejar de remar, abandonar el barco y penetrar en el agua, relajándoos, uniéndoos a los demás. ¿Por qué sois tan orgullosos?

—¡No! ¡No le hagáis caso! ¡Escuchadme a mí!

—¡Escuchadnos a nosotros!

—¡Escuchadme a mí!

—No le hagáis caso. Están realmente felices. Sólo que vuestra visita les molesta. Quisiera que os unieseis a ellos. Unios. Unios. Unios.

—¡No, no, no!

—¡No! —gritó Córum. Arrancó el remo de la agarradera y empezó a golpear las aguas del lago—. ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!

—¡Córum! —Jhary habló por vez primera. Se agarró a la borda mientras el barco cabeceaba de un lado para otro. Rhalina levantó la cabeza aterrorizada—. ¡Córum! Empeoras las cosas. ¡Nos destruirás si caemos al lago! —gritó Jhary.

—¡Alto! ¡Alto! ¡Alto!

Con una mano sobre su remo, Jhary estiró el brazo y tiró del manto de Córum.

—¡Córum! ¡Desiste!

Repentinamente, Córum se sentó, observando a Jhary como si fuera su enemigo. Luego, su expresión se enterneció y colocó el remo en su sitio; se puso a remar. La orilla se acercaba.

—Debemos llegar a la orilla —dijo Jhary—. Es la única manera de escapar de las voces. Debes aguantar un poco, un poco más...

—Sí —dijo Córum—. Sí... —volvió a remar, evitando mirar las torturadas facciones de Rhalina.

—Serpientes desintegradas durmiendo y viejos búhos y halcones hambrientos son los recuerdos que tengo de Charatatu...

—Unios a ellos y a esos fabulosos recuerdos que pueden compartir. Únele, Príncipe Córum, Lady Rhalina, Sir Jhary. Unios.

—¿Quién eres? —preguntó Córum—. ¿Fuiste tú quien les hizo esto?

—Soy la Voz del Lago de las Voces, nada más. Soy el verdadero espíritu del Lago. Ofrezco paz y unión con todos nuestros compañeros. No escuchéis a los infelices, que son minoría. Serán infelices estén donde estén. Siempre hay gente así.

—No, no, no...

Y Córum y Jhary remaron todavía con más fuerza hasta que el barco llegó a la orilla; el agua se agitó furiosamente y brotó un inmenso surtidor que empezó a gemir y rugir y chillar y gritar.

—¡NO! ¡NO SERÉ DERROTADO! ¡SOIS MÍOS! ¡NADIE ESCAPA DEL LAGO DE LAS VOCES!

El surtidor tomó forma y vieron un rostro feroz y atormentado, un rostro cargado de rabia. Se formaron manos que se alargaron para alcanzarles.

-¡SOIS MÍOS! ¡CANTARÉIS CON LOS DEMÁS! ¡FORMARÉIS PARTE DE MI CORO!

Los tres se dejaron caer por la borda y se lanzaron hacia la orilla apresuradamente, mientras que, a sus espaldas, la forma del surtidor aumentaba de volumen y la voz rugiente subía de tono.

-¡SOIS MÍOS! ¡ME PERTENECÉIS! ¡NO PERMITIRÉ QUE OS MARCHÉIS!

Pero mil voces, diminutas, murmuraban:

—Corred... deprisa... nunca volváis... corred... corred... corred...

-¡ALTO! ¡TRAIDORES!

Y se detuvieron las voces, y se hizo el silencio hasta que la criatura habló de nuevo.

-¡NO! ¡HABÉIS DISIPADO LAS VOCES, MIS VOCES! ¡MIS FAVORITOS! ¡DEBERÉ FORMAR NUEVAMENTE MI CORO! ¡HICISTEIS QUE LES DESTERRARA! ¡VOLVED! ¡VOLVED!

Y la criatura se hizo todavía más grande, mientras ellos corrían cada vez más deprisa, intentando evitar sus grandes manos acuosas.

Y, repentinamente, se puso a gritar, dando vueltas sobre sí misma, y se desplomó en el lago cuando no pudo aguantar su propio peso. Vieron cómo gesticulaba, furiosa, y luego vieron cómo se hundía, dejando el lago tan tranquilo como cuando lo vieron por primera vez.

Las voces había desaparecido. Se tranquilizaron las almas. Entre los tres habían conseguido terminar con el hechizo que ejercía el monstruo sobre sus cautivos, pues, sin querer, le habían hecho callar.

Tras suspirar profundamente, Córum se echó sobre la hierba:

—Se acabó —dijo—. Esas pobres almas ya han alcanzado la paz...

Cuando vio el pánico que se reflejaba en la cara del gato, sonrió, dándose cuenta de lo horrible que debía haber sido la última experiencia para el pequeño animal.

Después de un corto descanso, subieron la colina y vieron un desierto.

Era un desierto oscuro, dividido por un río. Pero el río, parecía no tener agua. Era blanco, como de leche, y se esparcía anchuroso a través del oscuro paisaje.

Córum suspiró.

—Parece interminable.

—Mira —dijo Rhalina señalando el horizonte—. Un jinete.

Por la cima de una colina, avanzando hacia ellos, se aproximaba un hombre y su montura. Iba hundido en la silla y no les había visto, sin embargo, Córum y sus compañeros desenvainaron las espadas.

El jinete cabalgaba a duras penas, como si llevase días sin descansar.

Vieron que el caballero iba dormido en la silla, con el peto de cuero gastado y remendado, con una espada colgando de una correa que llevaba atada a la muñeca derecha; sujetaba las riendas con la mano izquierda. Su trasnochado rostro no indicaba edad, tenía la nariz aguileña y la barba y cabello hacía tiempo que no habían sido cortados. Parecía un hombre pobre, aunque del pomo de la silla colgaba una corona que, por empolvada que estuviera, no dejaba de ser de oro y piedras preciosas.

—¿Será un ladrón? —preguntó Rhalina—. ¿Habrá robado esa corona y estará escapando con ella?

A unos dos metros de distancia, el caballo se detuvo, observándoles con cansina mirada. Se inclinó y empezó a pacer en la hierba.

El caballero se despertó y abrió los ojos. Después de frotárselos, echó una ojeada a su alrededor e, ignorándoles, se puso a conversar consigo mismo.

—Salud, señor —dijo Córum.

El hombre delgado torció los ojos y miró a Córum nuevamente. Tomó de la espalda una cantimplora y echó la cabeza hacia atrás para beber con verdadera ansia. Luego, volvió a colocarse la cantimplora.

—Salud —repitió Córum.

El caballero inclinó la cabeza.

—Sí —dijo.

—¿De dónde venís? —preguntó Jhary—. Estamos perdidos y nos gustaría que nos dijeseis, por ejemplo, qué hay después de esa oscura explanada...

El hombre suspiró y miró hacia la llanura, hacia el tortuoso río.

—Ése es el Valle de la Sangre —dijo—. El río se llama Río Blanco, y a veces Río de Leche; pero no es de leche...

—¿Por qué se llama Valle de la Sangre? —preguntó Rhalina.

El hombre se estiró y frunció el ceño.

—Porque es un valle y está cubierto de sangre, señora. Ese color oscuro es sangre seca, la sangre derramada hace un siglo en una bátala olvidada entre la Ley y el Caos.

—¿Qué hay más allá? —dijo Córum.

—Muchas cosas, pero ninguna agradable. Desde que el Caos conquistó este mundo, no queda en él nada agradable.

—¿No seréis partidario del Caos?

—¿Por qué habría de serlo? El Caos me desposeyó de todo. Me desterró. Me matarían si me cogiesen, pero no he dejado de moverme y todavía no me han encontrado. Quizá algún día...

Jhary, al igual que sus compañeros, se presentó:

—Buscamos un sitio llamado la Ciudad en la Pirámide —le dijo al hombre.

El caballero se echó a reír.

—También yo. Pero no creo que exista. Me parece que es el propio Caos quien fomenta la creencia de su existencia para dejar alguna esperanza a sus enemigos, cuando en realidad no quiere más que su perdición. Me llamo el Rey sin País. Una vez, mi nombre fue Noreg-Dan y goberné mis hermosas tierras, creo que justa y prudentemente. Pero, con la llegada del Caos, sus seguidores destruyeron tanto mi nación como a mis hombres; a mí me dejaron vivo para que buscara esa mítica ciudad...

—¿Eso quiere decir que no creéis en la existencia de la Ciudad en la Pirámide?

—Hasta ahora no la he encontrado.

—¿Podría estar al otro lado del Valle de la Sangre? —preguntó Córum.

—Puede, pero no estoy tan loco como para atravesarlo, pues no es imposible que no termine nunca; y, además, vosotros, yendo a pie, tendréis menos posibilidades que yo. No es que me falte valor —dijo el rey Noreg-Dan—, pero me queda algo de sentido común. Si hubiera leña podría construirse un barco y atravesar el desierto por el río, pero no la hay...

—Pero sí que hay un barco —dijo Jhary-a-Conel.

—¿Sería sensato volver al Lago de las Voces? —indagó Rhalina.

—¡El Lago de las Voces! —El rey Noreg-Dan sacudió la enmarañada cabeza—. No vayáis allí, las voces os arrastrarán.

Córum explicó lo ocurrido y el Rey sin País le escuchó atentamente. Luego, con un gesto cargado de admiración, sonrió. Desmontó y se acercó a Córum:

—Señor, sois una extraña criatura, con esa mano y ese parche en el ojo y esa rara armadura, pero sois un héroe y os felicito; os felicito a todos vosotros. —Luego, se dirigió a los demás—: Yo diría que bien vale un paseo recobrar el barco de Freenshak. Podríamos usar mi caballo para subirlo hasta aquí.

—¿Freenshak? —dijo Jhary.

—Es uno de los nombres del monstruo que visteis. Un trasgo de las aguas particularmente poderoso que vino cuando Xiombarg tomó dominio de este reino. ¿Intentaremos rescatar el barco?

—Sí —sonrió Córum—. Lo intentaremos.

Algo nerviosos, volvieron a la orilla del lago, pero, a todas luces, Freenshak seguía vencido; sin ningún problema lograron atar el barco al caballo y consiguieron subirlo por la colina. Córum encontró un cajón con una vela y vio que, repartido en trozos a lo largo de uno de los costados, había un pequeño mástil.

Mientras preparaban el barco, le dijo al rey Noreg-Dan:

—¿Y vuestro caballo? No habrá sitio...

Noreg-Dan suspiró profundamente:

—Será una pena, pero tendré que abandonarlo. Creo que estará más a salvo solo que conmigo y, además, supongo que merece un descanso, ya que me ha servido fielmente desde que me forzaron a abandonar mis tierras.

Noreg-Dan le quitó el atalaje y lo colocó en el barco. Luego vino el duro trabajo de arrastrar la embarcación por aquella tierra ocre (más desagradable que nunca, pues ya sabían lo que era) hasta llegar a la orilla más cercana del Río Blanco. El caballo observaba la operación desde lo alto de la colina; luego, se alejó. Noreg-Dan inclinó la cabeza y cruzó los brazos.

Todavía no se había movido el sol en el cielo y seguían sin tener idea del tiempo transcurrido.

El líquido del río era más denso que el agua y Noreg-Dan les aconsejó que no lo tocaran.

—Puede que tenga algún efecto corrosivo sobre la piel —dijo.

—Pero, ¿qué es? —preguntó Rhalina mientras salían e izaban la vela—. Si pudre la piel, ¿no pudrirá el barco?

—Sí —dijo el Rey sin País—. Más adelante. Ojalá hayamos cruzado el desierto cuando eso ocurra.

Se volvió para mirar dónde había quedado el caballo, pero el animal ya había desaparecido.

—Algunos dicen que así como la tierra es sangre seca de los mortales, el río es la sangre de los dioses que fue derramada en la batalla y que no se secará nunca.

Rhalina señaló a lo alto de la colina.

—Pero eso no puede ser. Viene de un sitio e irá a algún sitio.

—Aparentemente...

—¿Aparentemente?

—Esta tierra está dominada por el Caos —recordó.

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