La reina de los condenados (7 page)

BOOK: La reina de los condenados
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La música rock de El Vampiro Lestat sonaba estrepitosamente en sus auriculares, de tal forma que no sentía nada excepto la vibración de la moto gigante entre sus piernas y la tremenda soledad que experimentaba desde que se había largado de Gun Barrel City, hacía ya cinco noches. Y desde entonces, había tenido también un sueño que la preocupaba, un sueño que no había dejado de presentarse noche tras noche antes de abrir los ojos.

En el sueño, había visto a unas gemelas pelirrojas, dos bonitas señoritas, y luego todo lo que les sucedía, tan horroroso. No, no le gustaba ni pizca, y se sentía tan sola que temía enloquecer.

La Banda del Colmillo no se había encontrado con ella al sur de Dallas, tal como habían quedado. Después de esperar dos noches en el cementerio, se había dado cuenta de que algo iba mal, realmente mal. La Banda nunca se habría marchado a California sin ella. Iban a ver el concierto de El Vampiro Lestat, en San Francisco, pero tenían tiempo de sobra. No, algo iba mal. Lo sabía.

Ya estando viva, Baby Jenks podía percibir cosas como aquéllas. Y ahora que estaba Muerta, notaba diez veces más lo que habría notado antes. Sabía que algo gordo le pasaba a la Banda del Colmillo. Killer y Davis nunca la habrían dejado tirada. Killer decía que la quería. ¿Por qué pollas lo habría hecho si no la quería? Habría muerto en Detroit, si no hubiera sido por Killer.

Se habría desangrado hasta palmarla; el doctor se lo había arreglado pero que muy bien: el niño había nacido, pero ya muerto, y ella también iba a morir; le había cortado algo de dentro, pero ella llevaba un tal colocón de heroína que le importaba un comino. Y luego ocurrió aquello tan divertido. ¡Flojo hasta el techo y desde allí miró su cuerpo, que se había quedado abajo! Pero aquello no era la droga. Tuvo la impresión de que le iban a suceder un montón de cosas nuevas.

Abajo, Killer había entrado en su habitación, y ella, desde arriba, desde donde flotaba, pudo ver que se trataba de un tío Muerto. Claro que, entonces, no sabía cómo se llamaban. Sólo sabía que no estaba vivo. Si no, habría tenido un aspecto más corriente. Vaqueros negros, pelo negro, ojos realmente negros y profundos. En la espalda de su chaqueta de cuero llevaba escrito «Banda del Colmillo». Se había sentado en la cama, junto a su cuerpo, y se había inclinado hacia él.

—¡Qué mona estás, chiquilla! —le había dicho. Exactamente lo mismo que le había dicho el macarra después de hacerle la trenza, ponerle pasadores de baratija en el pelo y mandarla a la calle a trabajar.

Y entonces, ¡zas!, estaba de nuevo en su cuerpo y bien, y algo más cálido y mucho mejor que caballo la llenaba; y había oído que él le decía: «¡No vas a palmarla, Baby Jenks, jamás de los jamases!» Ella tenía sus dientes en el cojonudo cuello de él, y, chico, ¡aquello era el cielo!

Pero… ¿lo de morir nunca? Ahora no estaba segura.

Antes de darse el piro de Dallas, dejando por perdida a la Banda del Colmillo, había visto la casa de reunión de la Swiss Avenue reducida a cenizas. Todos los cristales de las ventanas, reventados. Lo mismo había visto en Oklahoma City. ¿Qué leches les había ocurrido a los tíos Muertos de las casas? Y eran las de los chupadores de sangre de la gran ciudad, sí, los elegantes, los que se hacían llamar vampiros.

¡Cómo se meó cuando Killer y Davis le contaron que aquellos Muertos se paseaban con sus trajes de conjunto, escuchaban música clásica y se llamaban a sí mismo «vampiros»! Baby Jenks podía haberse reído hasta morirse. Davis también pensaba que era
tope diver,
pero Killer no paraba de decirles que tuvieran cuidado con ellos. Que se mantuvieran alejados de ellos.

Killer y Davis, y Tim y Russ la habían acompañado hasta la casa de reunión de Swiss Avenue poco antes de que los dejara para irse a Gun Barrel City.

—Tienes que saber donde están las casas —había dicho Davis—. Luego, mantente alejada de ellas.

Le enseñaron las casas de reunión de cada gran ciudad que cruzaban. Pero fue en St. Louis cuando le mostraron la primera, donde le contaron toda la historia.

Desde que salieron de Detroit, se lo había pasado bomba con la Banda del Colmillo; se alimentaban de los hombres que atrapaban en chiringuitos de carretera. Tim y Russ eran buenos compañeros, pero Killer y Davis eran sus amigos de verdad y eran los jefes de la Banda del Colmillo.

De vez en cuando, se acercaban a una ciudad y buscaban alguna barraca, en algún descampado, a poder ser con un par de vagabundos dentro, o algo por el estilo, tíos que se parecían a su padre, con gorras de visera y manos tremendamente callosas a causa de su trabajo. Y se pegaban un atracón con aquel par de tíos. Siempre se podía vivir de aquella clase de tipos, le había dicho Killer, porque nadie daba un centavo por su vida. Atacaban de improviso y, ¡ñaka!, chupaban su sangre rápidamente, escurriéndosela hasta la última gota, hasta la última palpitación. No tenía gracia ensañarse con gente así, decía Killer. Uno siente pena por ellos. Uno hace lo que tiene que hacer y quema la barraca, o los saca fuera y los entierra en un hoyo bastante profundo. Y si no puede hacer ninguna de las dos cosas para ocultarlo, pone en práctica el viejo truco: un pequeño corte en el dedo y dejar correr un poco de sangre Muerta encima del mordisco y, ¡tate!, los agujeritos se han esfumado. Nunca nadie lo descubrirá; parece un ataque al corazón o algo por el estilo.

Baby Jenks lo había pasado en grande. Podía manejar una Harley de gran cilindrada, cargar un cadáver bajo un brazo, saltar por encima del capó de un auto…; era fantástico. Y no tenía aquel jodido sueño, el sueño que había empezado en Gun Barrel City, con las gemelas pelirrojas y el cuerpo de la mujer tendido en el altar. ¿Qué estaban haciendo?

¿Qué haría ella si no podía encontrar a la Banda del Colmillo? Faltaban dos noches para el concierto que daría El Vampiro Lestat en California. Y todos los tíos y tías Muertos de la creación estarían allí, o al menos eso era lo que ella se imaginaba, y lo que la Banda del Colmillo se había imaginado; y se suponía que iban a ir todos juntos. Así pues, ¿qué hostias hacía ella sin la Banda del Colmillo y dirigiéndose a un pueblo de mala muerte como St. Louis?

Lo único que quería era que todo fuera como había sido antes, joder. Oh, la sangre era buena, ñam, tan buena, incluso ahora que estaba sola y que había de calmar sus ansias como podía. Aquella noche lo había hecho parando en una gasolinera y cazando al viejo de servicio. Oh, sí, cuando le puso las manos en el cuello y, ¡ñac! salió la sangre, fue cosa fina, fue como hamburguesa con patatas fritas, o como batido de fresa, o cerveza o helado de chocolate. Fue tope guay, como cocaína o marihuana. ¡Fue mejor que follar! Lo fue todo.

Pero todo había sido mejor cuando la Banda del Colmillo estaba con ella. Ellos habían comprendido que estuviese harta de tíos viejos y cascados y dijese que quería probar algo joven y tierno. Ningún problema. Ea, lo que necesitaba era un jovencito huido de casa, dijo Killer. Sólo tienes que cerrar los ojos y formular un deseo. Y enseguida, ¡pías!, lo encontraron haciendo autostop en la carretera general, a ocho kilómetros de una ciudad del, Missouri norte; su nombre era Parker. Un chico realmente bonito, de pelo largo y desgreñado; y solamente tenía doce años, pero alto de veras para su edad, con unos pocos pelos en la barbilla e intentando pasar por uno de dieciséis años. Subió a su moto y se lo llevaron al bosque. Luego Baby Jenks se tendió con él, fue realmente cariñosa y, ¡churp!, aquello fue el final para Parker.

Fue absolutamente delicioso, jugoso era la palabra exacta. Pero cuando se pensaba bien en ello, no sabía realmente si era mejor que los tíos viejos y hechos polvo. Y con éstos había más emoción. Buena sangre añeja, que la llamaba Davis.

Davis era un tío Muerto negro, y un tío negro Muerto guapo la hostia, tal como lo veía Baby Jenks. Su piel tenía un reflejo dorado, que a los Muertos blancos les daba un aspecto como si estuviesen todo el tiempo bajo una luz fluorescente. Davis también tenía unas pestañas majísimas, increíblemente largas y espesas, y se adornaba con todo el oro que podía afanar. Robaba los anillos de oro, los relojes, las cadenas y otras cosas de sus víctimas.

Davis adoraba bailar. A todos les gustaba, pero Davis sabía bailar más que todos. Iban a los cementerios a bailar, en general alrededor de las tres de la madrugada, después de haberse alimentado, de haber enterrado a los muertos y todo el rollo. Colocaban el radio-casete encima de una tumba y ponían el volumen a toda hostia, y la voz de Lestat era un trueno. La canción
El Grandioso Sabbat
era tope para bailar. Y oh, tío, qué bien se sentía uno, contoneándose, dando vueltas, saltando en el aire o simplemente mirando cómo se movía Davis, cómo se movían Killer y Russ, girando y rotando hasta que caían al suelo. ¡Aquello era la auténtica danza de los Muertos!

Si a los mamones de sangre de la gran ciudad no les iba aquel rollo, entonces es que eran gilipollas.

¡Dios, cuánto deseaba ahora poder contar a Davis aquel sueño que había venido teniendo desde Gun Barrel City! Contarle cómo lo había tenido por primera vez en la caravana de su madre, mientras la esperaba sentada. Era tan claro para ser un sueño, las dos mujeres pelirrojas y el cuerpo tendido con la piel negra y como calcinada… ¿Y qué cono había en las bandejas del sueño? Sí, en una había un corazón y en la otra un cerebro. Cristo. Y todo de gente arrodillada alrededor del cuerpo y de las bandejas. Era acojonante. Y desde entonces lo había visto una y otra vez. Vaya, ¡si tenía el sueño cada maldita vez que cerraba los ojos y justo antes de cada maldita vez que salía de donde se había escondido durante las horas diurnas!

Killer y Davis lo comprenderían. Sabrían si significaba algo. Querían enseñarle todo a ella.

Cuando la Banda del Colmillo llegó a St. Louis la primera vez, de camino hacia el sur, salieron del bulevar y se metieron en una de esas grandes calles oscuras con terrenos con verjas de hierro que allí llaman «propiedad privada». Aquello era Central West End, dijeron. A Baby Jenks le gustaron aquellos enormes árboles. Y es que no había árboles tan grandes en el sur de Texas. No había mucho de nada en el sur de Texas. Y allí los árboles eran tan grandes que las ramas formaban un techo por encima de sus cabezas. Y las calles estaban impregnadas del susurro de las hojas, y las casas eran enormes, con tejados puntiagudos y las luces enterradas muy adentro de ellas. La casa de reunión era de ladrillos y tenía lo que Killer llamó arcos de estilo árabe.

—No os acerquéis más —dijo Davis. Killer sólo se rió. Killer no tenía miedo de los Muertos de la gran ciudad. A Killer lo habían hecho hacía sesenta años; era viejo. Lo sabía todo.

—Tratarán de hacerte daño, Baby Jenks —dijo, llevando su Harley a pie un poco más calle arriba. Él rostro de Killer era delgado y alargado; en la oreja llevaba un pendiente de oro, y sus ojos eran pequeños, como pensativos—. ¿Veis?, ésta es una vieja asamblea; desde principios de siglo que está en St. Louis.

—Pero ¿por qué querrían hacernos algún daño? —preguntó Baby Jenks. Sentía una verdadera curiosidad por aquella casa. ¿Qué hacían los Muertos que vivían en casas? ¿Qué clase de muebles tenían? ¿Quién pagaba las facturas, por el amor de Dios?

A través de las cortinas le pareció que podía distinguir una araña de luces en una de las piezas que daban adelante. Una araña grandiosa, fantástica. ¡Hostia! ¡Aquello era vivir!

—Oh, lo tienen todo —dijo Davis leyendo su mente—. Y, no creas, los vecinos piensan que son gente normal. Fíjate en el coche del jardín, ¿sabes qué es? Es un Bugatti, nena. Y el que está junto a él, un Mercedes-Benz.

¿Qué pollas había de malo en un Cadillac rosa? Era el coche de sus sueños, un gran descapotable que chupaba gasolina a cubos, un descapotable que se ponía a los doscientos por hora en una recta. Pero eso fue lo que la metió en problemas, lo que la llevó a Detroit: un gilipollas con un Cadillac descapotable. Pero ser Muerta no quiere decir tener que conducir una Harley y dormir en la cuneta cada día, ¿no?

—Somos libres, querida —dijo Davis, leyendo sus pensamientos—. ¿No te das cuenta? Hay mucha basura en la vida de la gran ciudad. Díselo, Killer. No conseguirás que yo me meta en una casa de éstas, ni que duerma en una caja bajo suelo.

Estalló en carcajadas. Killer estalló en carcajadas. Ella también estalló en carcajadas. ¿Pero cómo cono era la vida allí dentro? ¿Ponían el último programa concurso y miraban las películas de vampiros? Davis se meaba de risa.

—La cosa es, Baby Jenks —dijo Killer—, que nosotros somos proscritos para ellos. Ellos quieren mandar en todo. Como si pensaran que no tenemos derecho a ser Muertos. Como cuando dicen que para hacer un nuevo vampiro, como los llaman, tiene que haber una gran ceremonia.

—¿Como qué? ¿Como una boda o algo por el estilo?

Más carcajadas de ambos.

—No exactamente —dijo Killer—, ¡más bien como un funeral!

Estaban haciendo demasiado ruido. Los tíos Muertos de la casa iban a oírlos. Pero Baby Jenks no se asustaba si Killer no se asustaba. ¿Dónde habrían ido a cazar Russ y Tim?

—Pero la cuestión es, Baby Jenks —dijo Killer—, que tienen todas esas leyes y que (y te lo digo en serio) están difundiendo por todas partes que van a cargarse al vampiro Lestat la noche de su concierto. Sin embargo, todos leen su libro como si fuera la Biblia. Se sirven del lenguaje que él utiliza, como Don Oscuro, Rito Oscuro… Te digo que es lo más estúpido que he visto en mi vida, querer quemarlo en la hoguera y usar su libro como si fuera Emily Post o Miss Manners…

—Nunca conseguirán cargarse a Lestat —replicó Davis sonriendo—. No hay manera, tío. Nadie puede matar al vampiro Lestat, es totalmente imposible. Ya lo han intentado y han fracasado. Y es que es un tipo completamente y absolutamente inmortal.

—Hostias, pues van al mismo lugar que nosotros —dijo Killer—, pero nosotros vamos para alistarnos con el tío, si nos quiere.

Baby Jenks no pescaba nada de nada. No sabía quién era ni Emily Post ni Miss Manners. ¿Y no se suponía que todos eran inmortales? Y, ¿por qué el vampiro Lestat se asociaría con la Banda del Colmillo? Pero vaya, ¿no era una estrella de rock, por Cristo Dios? Probablemente tenía su propia limusina. ¡Y era un tío guapo en cantidad, Muerto o vivo! ¡Un pelo rubio matador y una sonrisa que te entraban ganas de tumbarte al suelo y dejar que te mordisqueara el jodido cuello!

Había intentado leer el libro
Lestat, el Vampiro
(la historia completa de los tíos Muertos desde los tiempos más antiguos y todo el rollo), pero había demasiadas palabras largas y ¡clone! se dormía.

BOOK: La reina de los condenados
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