Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (77 page)

BOOK: La rosa de zafiro
7.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Entonces sabíais lo que iba a suceder en Zemoch —la acusó.

—Sabía que iba a ocurrir algo, de modo que me limité a cubrir todas las posibilidades. —Frunció la rosada boquita con aire pensativo—. Esto podría ser muy interesante —declaró—. Nunca había sido una mujer adulta... y menos una reina. Ojalá mi hermana estuviera aquí. Me gustaría hablar con ella de esta cuestión.

—¿Tu hermana?

—Sephrenia —respondió casi con expresión ausente—. Ella era la hija mayor de mis últimos padres. Es muy confortante tener una hermana mayor, ¿sabéis? Siempre ha sido muy sabia, y siempre me perdona cuando hago alguna tontería.

Un millar de detalles encajaron de pronto en la mente de Sparhawk, interrogantes para los que nunca le habían dado respuesta.

—¿Qué edad tiene Sephrenia? —preguntó.

—Sabéis que no voy a contestar a eso, Sparhawk —repuso, suspirando—. Además, no estoy segura. Los años no tienen el mismo significado para nosotros que para vosotros. Grosso modo, no obstante, Sephrenia debe de tener cientos de años, tal vez mil..., aunque para mí no exista diferencia.

—¿Dónde está ahora?

—Ella y Vanion se marcharon juntos. Sabíais lo que sentían uno por el otro, ¿verdad?

—Sí.

—Asombroso. Después de todo, parece que utilizáis los ojos para algo.

—¿Qué están haciendo?

—Están ocupándose de mis asuntos. Yo estoy demasiado ocupada para atender el negocio esta vez y alguien tiene que regentar el establecimiento. Sephrenia puede responder a las plegarias igual que yo y, en fin de cuentas, no tengo tantos adoradores.

—¿Es absolutamente necesario que adoptes ese tono tan vulgar? —le reprochó con voz quejumbrosa.

—Es que es una cuestión vulgar, padre. Vuestro dios elenio es quien se toma en serio a sí mismo. No lo he visto reír ni una sola vez. Mis fieles son mucho más sensatos. Como me aman, se muestran tolerantes con mis errores. —Se echó a reír de repente, subió a su regazo y lo besó—. Sois el mejor padre que he tenido nunca, Sparhawk. Puedo hablaros realmente de estas cuestiones sin que se os salten los ojos de las órbitas. —Apoyó la cabeza sobre su pecho—. ¿Qué ha estado ocurriendo, padre? Sé que las cosas no van bien, pero Mirtai siempre me lleva a hacer la siesta cuando la gente viene a presentaros informes, así que apenas me entero de nada.

—No ha sido ésta una buena época para el mundo, Aphrael —respondió gravemente—. El tiempo ha sido muy malo, y ha habido hambrunas y epidemias. Nada parece producir del modo como debiera. Si yo fuera mínimamente supersticioso, diría que el mundo entero está sujeto a un largo hechizo de espantosa mala suerte.

—Es culpa de mi familia, Sparhawk —reconoció la diosa—. Comenzamos a sentir una gran compasión por nosotros mismos después de lo que le sucedió a Azash y por ello no hemos estado atentos a nuestras obligaciones. Creo que quizá sea hora de que todos crezcamos. Hablaré con los demás y os comunicaré lo que hayamos decidido.

—Te lo agradecería. —Sparhawk no podía acabar de creer que estaba sosteniendo realmente aquella conversación.

—Aún tenemos un problema —declaró Aphrael.

—¿Sólo uno?

—Basta de bromas. Hablo en serio. ¿Qué vamos a decirle a madre?

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Sparhawk, con los ojos súbitamente muy abiertos—. No había pensado en ello.

—Deberemos decidirlo ahora mismo, y no me gusta tomar resoluciones precipitadas. Le costaría mucho dar crédito a todo esto, ¿verdad? En especial cuando ello supondría tener que aceptar el hecho de que es estéril y que yo estoy aquí como consecuencia de mi propia decisión en lugar de sus apetitos personales y su fertilidad. ¿Se le partirá el corazón si le explico quién soy en realidad? Sparhawk reflexionó sobre ello. Conocía a su esposa mejor de lo que podía conocerla cualquier otra persona en el mundo. Recordó, estremecido, aquella momentánea expresión de angustia que había asomado a sus ojos cuando él había sugerido que su ofrecimiento del anillo había sido una equivocación.

—No —decidió al fin—, no podemos decírselo.

—Ya me lo parecía, pero quería estar segura.

—¿Por qué la incluíste a ella en ese sueño, el de la isla? ¿Y por qué soñó lo que había ocurrido en el templo? Era casi como si hubiera estado allí.

—Ella estuvo allí, padre. Había de estar necesariamente. No me hallaba en posición de irme por ahí y dejarla a ella aquí. Dejadme bajar, por favor. Apartó los brazos con que la rodeaba y la pequeña se dirigió a la ventana.

—Venid aquí, Sparhawk —lo llamó al cabo de un momento.

—¿Qué sucede? —le preguntó, reuniéndose con ella junto a la ventana.

—Madre ha vuelto. Está abajo en el patio con Mirtai y Talen.

—Sí —acordó, mirando tras el cristal.

—Un día seré reina, ¿verdad?

—A menos que decidas arrojarlo todo por la borda e irte a guardar cabras a otro sitio, sí.

—Necesitaré un paladín entonces, ¿no es cierto? —comentó, haciendo caso omiso del sarcasmo.

—Supongo que sí. Yo podría ocuparme de ello si quieres.

—¿Cuando tengáis ochenta años? En estos momentos tenéis un aspecto bastante imponente, pero sospecho que os volveréis un poco decrépito al envejecer.

—No seas cruel.

—Perdonad. Y también necesitaré un príncipe consorte, ¿no es así?

—Es lo habitual. ¿Pero por qué me hablas de eso ahora?

—Quiero que me deis vuestra opinión, padre, y vuestro consentimiento.

—¿No es un poco prematuro? Sólo tienes cuatro años.

—Nunca es demasiado pronto para empezar a pensar en esas cosas. —Señaló al patio—. Me parece que ese de allá abajo me convendrá, ¿no creéis? —Hablaba casi con el mismo desparpajo con el que elegiría una nueva cinta para el pelo.

—¿Talen?

—¿Por qué no? Me gusta. Va a convertirse en un caballero: sir Talen, aunque os parezca mentira. Es divertido y, en el fondo, mucho mejor chico de lo que aparenta. Además, puedo ganarle a las damas, ya que no podemos pasarnos todo el tiempo en la cama como hacéis vos y madre.

—¡Danae!

—¿Qué? —Levantó la mirada hacia él—. ¿Por qué os habéis puesto colorado, padre?

—Da igual. Tú vigila lo que dices, jovencita, o le diré a madre lo que en verdad eres.

—Estupendo —replicó sin inmutarse—, y entonces yo le contaré lo de Lillias. ¿Cómo os sentaría?

Se miraron a la cara y luego se echaron a reír.

Una semana más tarde, Sparhawk se encontraba sentado frente a un escritorio en la habitación que utilizaba como oficina, fijando una furibunda mirada a la última propuesta de Lenda, una absurda idea que casi doblaría la nómina del gobierno. Garabateó una sarcástica nota al pie de página: «¿Por qué no ponemos a todos los habitantes del reino de empleados del gobierno, Lenda? Así podríamos morirnos de hambre todos juntos».

Se abrió la puerta y su hija entró arrastrando por una pierna un animalillo de felpa de aspecto lamentable.

—Estoy ocupado, Danae —advirtió secamente. La niña cerró con firmeza la puerta.

—Sois un gruñón, Sparhawk —lo acusó tajantemente.

El caballero se apresuró a mirar en derredor, se encaminó a la puerta de la estancia contigua y cerró con cuidado la puerta.

—Lo siento, Aphrael —se disculpó—. La verdad es que no estoy de muy buen humor.

—Ya me había fijado. Todo el mundo en palacio ha reparado en ello. —Levantó el muñeco—. ¿Querríais darle una patada a Rolló? A él no le importaría, y os descargaría mucho. Exhaló una carcajada, sintiéndose un poco ridículo.

—Es Rollo, ¿verdad? Tu madre solía arrastrarlo exactamente como tú... antes de que perdiera el relleno.

—Lo hizo volver a llenar y me lo dio —dijo Aphrael—. Supongo que debo llevarlo por todas partes, aunque no acierto a comprender para qué. En realidad preferiría tener un cabritillo.

—Se trata de algo importante, ¿no es así?

—Sí. Sostuve una larga charla con los otros.

Se espantó al considerar las implicaciones contenidas en aquella simple afirmación.

—¿Qué dijeron?

—No se mostraron nada agradables, padre. Todos me hicieron responsable a mí de lo sucedido en Zemoch. Ni siquiera quisieron escucharme cuando intenté explicarles que fue por culpa vuestra.

—¿Por mi culpa? Gracias.

—No van a colaborar en nada —continuó—, de manera que me temo que todo dependerá de vos y de mí.

—¿Nosotros vamos a arreglar el mundo? ¿Solos?

—No es tan difícil, padre. He realizado algunos preparativos. Nuestros amigos comenzarán a llegar muy pronto. Comportaos como si os sorprendiera verlos y después no dejéis que se vayan.

—¿Van a ayudarnos?

—Van a ayudarme a mí, padre. Necesitaré que estén a mi alrededor cuando haga esto. Será preciso que reciba una gran cantidad de amor para que dé resultado. Hola, madre —saludó sin siquiera volverse hacia la puerta.

—Danae —reprendió Ehlana a su hija—, sabes que no debes molestar a tu padre cuando está trabajando.

—Rollo quería verlo, madre —mintió sin esfuerzo Danae—. Ya le he dicho que no teníamos que molestar a padre cuando está ocupado, pero ya sabéis cómo es Rollo. —Lo decía con tanta seriedad que casi resultaba creíble. Entonces alzó el zarrapastroso animalillo y agitó el dedo frente a su cara—. Malo, malo —lo regañó.

Ehlana rió y corrió hacia su hija.

—¿No es adorable? —preguntó alegremente a Sparhawk, arrodillándose para abrazar a la niña.

—Oh, sí. —Sonrió—. No cabe duda. Es incluso más hábil que vos en estas cuestiones. —Puso expresión de pesar—. Creo que mi destino es permanecer atrapado entre los dedos de un par de muchachitas que se valen de toda suerte de artimañas.

La princesa Danae y su madre pegaron las mejillas y le dedicaron una casi idéntica mirada de artificiosa inocencia.

Sus amigos comenzaron a llegar al día siguiente, y cada uno de ellos tenía un motivo perfectamente lógico para hallarse en Cimmura. En su mayoría, dichos motivos estaban relacionados con la exposición de malas noticias. Ulath había venido de Emsat para informar que los años de abuso del alcohol habían acabado por causar estragos en el hígado del rey Wargun.

«Tiene la tez del color de un albaricoque», les aseguró el fornido thalesiano. Tynian les comunicó que el anciano rey Obler parecía haberse instalado definitivamente en la fase de chochez, y Bevier anunció que los informes procedentes de Rendor señalaban que era muy probable que se produjera un nuevo levantamiento eshandista. En marcado contraste con todo ello, Stragen explicó que sus negocios habían mejorado sensiblemente, lo cual tampoco podía interpretarse como un buen síntoma.

Pese a todas las malas noticias, aprovecharon lo que parecía ser una mera coincidencia para pasar varios días juntos.

Era estupendo volver a tenerlos a su alrededor, decidió Sparhawk una mañana al levantarse sigilosamente para no despertar a su mujer, pero aquello de trasnochar con ellos y luego haber de levantarse temprano para atender a sus otros quehaceres lo estaba dejando falto de sueño.

—Cerrad la puerta, padre —dijo en voz baja Danae cuando salió del dormitorio.

La niña estaba acurrucada en un amplio sillón cerca del fuego, vestida con camisón, y sus pies desnudos tenían unas reveladoras manchas de hierba en la planta.

Sparhawk asintió, cerró la puerta y se acercó a la chimenea.

—Ya están todos aquí —constató Danae—, de modo que ya podemos pasar a la acción.

—¿Qué vamos a hacer exactamente?—le preguntó.

—Vos vais a proponer una salida al campo.

—Necesito un motivo para ello, Danae. El tiempo no es el indicado para excursiones.

—Cualquier motivo bastará, padre. Inventad algo y sugeridlo. Todos opinarán que es una magnífica idea, os lo garantizo. Llevadlos hacia Demos. Sephrenia, Vanion y yo nos reuniremos con vosotros cerca de las afueras de la ciudad.

—¿Te importaría aclararme un poco más todo esto? Tú ya estás aquí.

—También estaré allí, Sparhawk.

—¿Vas a estar en dos sitios al mismo tiempo?

—No es tan difícil, Sparhawk. Lo hacemos continuamente.

—Puede que sí, pero ésa no es la manera más conveniente de mantener en secreto tu identidad.

—Nadie sospechará nada. Adoptaré la apariencia de Flauta ante ellos.

—No existe gran diferencia entre tú y Flauta.

—Tal vez no para vos, pero los demás me ven algo distinta. —Se levantó de la silla—. Ocupaos de ello, Sparhawk —le encomendó con un alegre manoteo. Después se encaminó a la puerta, arrastrando negligentemente a Rollo.

—Me rindo —murmuró Sparhawk.

—Os he oído, padre —dijo sin siquiera volverse.

Cuando todos se reunieron para desayunar, fue Kalten quien proporcionó a Sparhawk la ocasión que acechaba.

—Me gustaría que hubiera alguna manera de que pudiéramos salir de Cimmura y pasar unos cuantos días fuera —declaró el rubio pandion. Miró a Ehlana—. No es mi intención ofenderos, Majestad, pero el palacio no es el lugar más indicado para una reunión de amigos. Cada vez que conseguimos un clima favorable, llega algún cortesano reclamando la inmediata atención de Sparhawk.

—Tienes razón en eso —acordó Ulath—. Una buena reunión se parece mucho a una buena refriega de taberna. No resulta muy divertido si la interrumpen cada vez que adquiere brío.

De improviso, Sparhawk recordó algo.

—¿Hablabais en serio el otro día, cariño? —preguntó a su esposa.

—Siempre hablo en serio, Sparhawk. ¿A qué día os referís?

—Aquel en que me planteabais la posibilidad de concederme un ducado.

—Llevo cuatro años intentándolo. No sé por qué sigo molestándome. Siempre sacáis alguna excusa para declinarlo.

—No debería hacerlo, supongo..., al menos no hasta haber tenido ocasión de echarle un vistazo.

—¿Qué os proponéis, Sparhawk? —inquirió la reina.

—Necesitamos un sitio donde podamos celebrar ininterrumpidamente la alegría de tener a nuestros amigos con nosotros, Ehlana.

—Y pelearnos —agregó Ulath.

—De todas formas —prosiguió Sparhawk, sonriendo al caballero thalesiano—, debería ir a darle una ojeada a ese ducado. Se encuentra cerca de Demos, si mal no recuerdo. Y tampoco estaría mal que fuéramos a observar en qué condiciones se halla la casa solariega.

—¿Todos? —preguntó Ehlana.

—Nunca vienen mal unos consejos cuando alguien trata de tomar una decisión. Creo que todos deberíamos echar un vistazo a ese ducado. ¿Qué pensáis los demás?

BOOK: La rosa de zafiro
7.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Losers Live Longer by Russell Atwood
Death from a Top Hat by Clayton Rawson
The Tempest by James Lilliefors
Worth Taking The Risk by Bennie, Kate
Backseat Saints by Joshilyn Jackson
Indulgent by Cathryn Fox