Read La saga de Cugel Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La saga de Cugel (34 page)

BOOK: La saga de Cugel
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—¿Es necesario llegar hasta tales extremos?

Clissum alzó un agitante dedo.

—Para las más frescas flores y las más cimbreantes ninfas, la respuesta es: ¡enfáticamente sí!

Gaulph Rabi dijo severamente:

—En el Colegium creíamos que la contemplación de incluso unos pocos infinitos ya es suficiente estímulo, al menos para personas de gusto y cultura. —Se volvió para proseguir su conversación con Perruquil. Clissum roció malévolamente la espalda de la túnica de Gaulph Rabi con un penetrante saquito oloroso, que causó gran perplejidad en el austero eclesiarca al final de la velada.

Con las murientes brasas, el humor de la compañía se volvió de nuevo taciturno, y todos fueron reluctantes a su cama.

A bordo del
Avventura
, Varmous y Shilko ocupaban ahora las literas que habían sido de Ivanello y Ermaulde, mientras que Cugel seguía en su tienda en la proa.

La noche era tranquila. Cugel, pese a todo su cansancio, era incapaz de dormir. La medianoche fue señalada por el ahogado carillón del reloj del barco.

Cugel se adormeció. Transcurrió un periodo inconcreto de tiempo.

Un ligero sonido despertó a Cugel y lo puso alerta. Por un momento permaneció tendido, mirando a la oscuridad; luego, tanteando en busca de su espada, se arrastró hacia la abertura de la tienda.

La luz colgada del mástil arrojaba una pálida luminosidad sobre la cubierta. Cugel no vio nada desacostumbrado. No se oía ningún sonido. ¿Qué lo había despertado?

Durante tres minutos Cugel permaneció agazapado en la abertura, luego regresó lentamente a su colchón.

Pero siguió despierto… El más débil de los sonidos alcanzó su oído: un clic, un crujido, un roce… Cugel se arrastró de nuevo a la abertura de su tienda.

La lámpara del mástil arrojaba tantas sombras como charcos de luz. Una de las sombras se movió y se deslizó por cubierta. Parecía llevar un bulto.

Cugel aguardó, sintiendo un extraño cosquilleo en la nuca. La sombra llegó a la barandilla y, con un movimiento de lo más peculiar, arrojó su carga por encima de la borda. Cugel retrocedió a tientas al fondo de la tienda en busca de su espada, luego se arrastró a la cubierta de proa.

Oyó un roce. La sombra se había mezclado con las demás sombras y ya no era visible.

Cugel se agazapó en la oscuridad, y al cabo de un momento creyó oír un débil sonido, entre un chillido y un lamento, cortado con brusquedad.

El sonido no se repitió.

Tras un rato Cugel retrocedió al interior de la tienda y allí se mantuvo despierto y vigilante, aterido de frío… Con los ojos abiertos, durmió. Un rayo amarronado del sol naciente golpeó sus ojos abiertos, despertándolo por completo con un sobresalto.

Se puso en pie, gruñendo de dolor en todas las articulaciones. Se colocó la capa y el sombrero, se ató la espada al cinto y cojeó hacia la cubierta central.

Varmous se estaba levantando de su litera cuando Cugel asomó la cabeza por la puerta.

—¿Qué deseas? —gruñó Varmous—. ¿Ni siquiera se me permite ajustar mis ropas?

—Esta noche he visto cosas y he oído sonidos —dijo Cugel—. Me temo que descubriremos otra desaparición.

Varmous lanzó un gruñido y una maldición.

—¿Quién?

—Lo ignoro.

Varmous se puso las botas.

—¿Qué has visto y qué has oído?

—Vi una sombra. Arrojó un bulto a los matorrales. Oí un sonido cliqueteante, y luego el rascar a una puerta. Después oí un grito.

Varmous se puso la capa, luego el sombrero plano de ancha ala sobre sus dorados rizos. Cojeó hacia cubierta.

—Supongo que antes que nada debemos contar cabezas.

—Todo a su tiempo —dijo Cugel—. Primero miremos el bulto, que puede decirnos mucho o puede no decirnos nada.

—Como quieras. —Los dos hombres descendieron al suelo—. ¿Dónde está ese matorral?

—Allí, más allá del casco. Si no lo hubiera visto, jamás lo hubiéramos sabido.

Rodearon la nave, y Cugel se metió en las oscuras frondas del matorral. Casi inmediatamente descubrió el bulto, y lo llevó fuera. Ambos se quedaron contemplando unos instantes el objeto, que estaba envuelto en una suave tela azul. Cugel lo tocó con el pie.

—¿Lo reconoces?

—Sí. Es la capa favorita de Perruquil.

Contemplaron el bulto en silencio. Cugel dijo:

—Ahora podemos adivinar la identidad de la persona desaparecida.

—Ábrelo —gruñó Varmous.

—Puedes hacerlo tú, si quieres —dijo Cugel.

—¡Vamos, Cugel! —protestó Varmous—. ¡Sabes que me duelen las piernas cuando me agacho!

Cugel hizo una mueca. Se agachó y deshizo el nudo que mantenía cerrado el bulto. Los pliegues de la capa se abrieron, revelando dos montones de huesos humanos, cuidadosamente interpenetrados para ocupar un volumen mínimo.

—¡Sorprendente! —susurró Varmous—. ¡Aquí tenemos magia o una absoluta paradoja! ¿Cómo si no pueden un cráneo y una pelvis están unidos de esta forma tan intrincada?

Cugel era algo más crítico.

—La disposición no es en absoluto elegante. Observa: el cráneo de Ivanello está alojado en la pelvis de Ermaulde; lo mismo puede decirse del cráneo de Ermaulde y la pelvis de Ivanello. Sobre todo Ivanello se sentiría irritado ante este descuido.

—Ahora ya sabemos lo peor —murmuró Varmous—. Debemos tomar medidas.

De común acuerdo, ambos miraron hacia el casco del buque. Hubo un movimiento en la portilla que daba a la cabina de popa cuando la cortina fue echada a un lado, y por un instante un ojo luminoso les miró. Luego la cortina volvió a caer, y todo fue como antes.

Varmous y Cugel dieron de nuevo la vuelta al barco. Varmous dijo con voz grave:

—Tú, como capitán del
Avventura
, querrás conducir la acción decisiva. Yo, por supuesto, cooperaré en todo lo que sea necesario.

Cugel meditó.

—Primero debemos sacar a los pasajeros del barco. Luego debes traer un pelotón de hombres armados y conducirlos a la puerta, donde emitirás un ultimátum. Yo estaré satisfactoriamente cerca, y… —Varmous alzó una mano.

—Debido a mis piernas, no puedo lanzar ningún ultimátum.

—Bien, entonces, ¿qué sugieres?

Varmous pensó unos instantes, luego propuso un plan que requería, en esencia, que Cugel, utilizando toda la autoridad de su rango, avanzara hasta la puerta y, si era necesario, forzara la entrada…, un plan que Cugel rechazó por razones técnicas.

Finalmente los dos hombres formularon un plan que ambos consideraron realizable. Cugel fue a ordenar a los pasajeros del barco que bajaran al suelo. Como había esperado, Perruquil no estaba entre ellos.

Varmous reunió y dio instrucciones a sus hombres. Shilko, armado con una espada, montó guardia ante la puerta, mientras Cugel subía a la cubierta de popa. Un par de hábiles carpinteros subieron sobre planchas y clavaron tablones sobre las portillas, mientras otros hacían lo mismo ante la puerta, barrando así todas las salidas.

Una cadena humana trajo cubos de agua de la laguna, que fueron pasados a la cubierta de popa, desde donde el agua fue echada a la cabina a través de un respiradero.

Dentro de la cabina había un furioso silencio. Luego, a medida que el agua seguía cayendo por el respiradero, empezó a oírse un suave silbido y un cliqueteo, y luego un furioso susurro:

—¡Declaro una infección! ¡Dejad de echar agua!

Shilko, antes de montar guardia, había acudido a la cocina para calentarse la sangre con unos cuantos sorbos de vino. Adoptando posturas y agitando su espada delante de la puerta, exclamó:

—¡Vieja bruja, tu momento ha llegado! ¡Vas a ahogarte como una rata dentro de un saco!

Durante un tiempo los sonidos de dentro cesaron, y no pudo oírse nada excepto el chapotear del agua contra el agua. Luego, de nuevo: un silbido y un cliqueteo, en un tono ominosamente agudo, y una serie de raspantes imprecaciones.

Shilko, envalentonado tanto por el vino como por las planchas que cruzaban la puerta, exclamó:

—¡Pestilente bruja! ¡Ahógate sin hacer tanto ruido, o yo, Shilko, te cortaré tus dos lenguas! —Hizo un floreo con su espada y dio un par de cabriolas, mientras arriba se activaban los cubos.

Desde dentro de la cabina algo hizo presión contra la puerta, pero las planchas resistieron. Un nuevo golpe llegó desde dentro; las planchas gimieron y brotó un poco de agua por las rendijas. Luego un tercer impacto, y las planchas saltaron hechas añicos. Una avalancha de hedionda agua se precipitó por la cubierta; detrás venia Nissifer. Completamente desnuda, sin sombrero ni velo, se irguió, revelándose como una corpulenta criatura de carácter híbrido, mitad sime y mitad bazil, con una cresta de negro pelaje entre los ojos. De un tórax negro orín nacía un abdomen segmentado de avispa; de su espalda colgaban las negras láminas quitinosas de unos élitros.

Cuatro brazos negros y delgados terminaban en largas y finas manos humanas; delgadas patas de quitina negra rematadas en unos peculiares pies sostenían el tórax, con el abdomen colgando entre ellas.

La criatura avanzó un paso. Shilko emitió un estrangulado alarido y, trastabillando hacia atrás, cayó sobre cubierta. La criatura saltó hacia delante para apoyarse sobre los brazos del hombre y luego, agachándose, hundió su aguijón en el pecho del desgraciado. Shilko emitió un agudo chillido, rodó sobre si mismo, se agitó en frenéticos sobresaltos, cayó al suelo, corrió ciegamente hacia la laguna y chapoteó aquí y allá en el agua, y al fin quedó inmóvil. Casi inmediatamente el cadáver empezó a hincharse.

A bordo del
Avventura
, la criatura llamada Nissifer se volvió y fue a entrar de nuevo en la cabina, como si se sintiera satisfecha de haber vencido a sus enemigos. Cugel, en la cubierta de proa, dio un tajo descendente con su espada y la hoja, dejando tras de sí un millar de motas resplandecientes, cortó a través del ojo izquierdo de Nissifer y se hundió en su tórax. Nissifer silbó de dolor y sorpresa, y retrocedió para mejor identificar a su asaltante. Croo:

—¡Ah, Cugel! Me has herido; morirás por el hedor.

Con un gran agitar de élitros, Nissifer saltó hacia la cubierta de popa. Presa del pánico, Cugel retrocedió buscando la protección de la bitácora. Nissifer avanzó, con el segmentado abdomen oscilando hacia delante y hacia atrás entre sus delgadas piernas negras, revelando el largo aguijón amarillo.

Cugel tomó uno de los cubos vacíos y lo lanzó contra el rostro de Nissifer; luego, mientras Nissifer apartaba el cubo de un manotazo, saltó hacia adelante y, con un gran tajo, cortó el vinculo, separando el abdomen del tórax.

El abdomen cayó al suelo, se estremeció y saltó, y terminó rodando por las escaleras hasta la cubierta central.

Nissifer ignoró la mutilación y siguió adelante, chorreando un espeso líquido amarillo por la herida. Se inclinó hacia la bitácora y adelantó sus largos brazos negros. Cugel se apartó rápidamente, dando tajos con la espada. Nissifer chirrió y siguió avanzando, y barrió la espada de manos de Cugel de un tremendo golpe.

Con un ensordecedor cliqueteo de sus élitros, aferró a Cugel y lo apretó contra sí.

—Ahora, Cugel, aprenderás el significado de fetidez. Cugel inclinó la cabeza y arrojó la «Estallido Pectoral» contra el tórax de Nissifer.

Cuando Varmous, con la espada en la mano, subió al castillo de popa, encontró a Cugel reclinado con piernas temblorosas contra la barandilla.

Miró a su alrededor por toda la cubierta.

—¿Dónde esta Nissifer?

—Nissifer ya no está —respondió Cugel con voz débil.

Cuatro días más tarde la caravana descendió de las colinas a las orillas del lago Zaol. Al otro lado de las resplandecientes aguas ocho torres blancas, medio ocultas por una bruma rosada, señalaban el emplazamiento de Kaspara Vitatus, conocida a veces como «La ciudad de los monumentos».

La caravana rodeó el lago y se acercó a la ciudad por la Avenida de las Dinastías. Tras pasar bajo un centenar o más de los famosos monumentos, la caravana llegó al centro de la ciudad. Varmous se dirigió a su lugar de hospedaje habitual, la posada de Kanbaw, y los agotados pasajeros se dispusieron a descansar.

Mientras ordenaba la cabina ocupada por Nissifer, Cugel había descubierto un saquito de cuero conteniendo más de cien terces, que tomó como su posesión personal. Varmous, sin embargo, insistió en ayudar a Cugel a explorar los efectos de Ivanello, Ermaulde y Perruquil. Descubrieron otros trescientos terces, que repartieron a partes iguales. Varmous se quedó con el guardarropa de Ivanello, mientras le permitía a Cugel conservar el pendiente que era un ópalo lechoso y que había ansiado desde un principio.

Cugel ofreció también a Varmous la posesión del
Avventura
por quinientos terces.

—¡El precio es un auténtico regalo! ¿Dónde encontrarás un barco tan resistente como éste, completamente equipado y en excelentes condiciones, por este precio?

Varmous se limitó a reír.

—Si me ofrecieras un bocio de buen tamaño por sólo diez terces, ¿lo compraría yo, fuera o no barato?

—Esta proposición es distinta —señaló Cugel.

—¡Bah! Su magia está esfumándose. Cada día el barco cuelga más pesadamente sobre el suelo. En medio de las tierras áridas, ¿qué utilidad tiene un barco que ni flota en el aire ni navega en la arena? Por pura estupidez, te ofrezco trescientos, no más.

—¡Absurdo! —se burló Cugel, y así quedaron las cosas.

Varmous fue a comprobar la reparación de sus carros, y descubrió a un par de pescadores del lago inspeccionando con interés el
Avventura
. Tras el consabido regateo, Varmous consiguió obtener una oferta en firme por el barco, por un precio de seiscientos veinticinco terces.

Cugel, mientras tanto, bebía cerveza en la posada de Kanbaw. Mientras permanecía sentado allí meditando, entró en la sala común una pandilla de siete hombres de duros rasgos y roncas voces. Cugel miró dos veces al líder, luego una tercera vez, y finalmente reconoció al capitán Wiskich, el antiguo propietario del
Avventura
. El capitán Wiskich había seguido a todas luces el rastro del buque, en una acalorada persecución por recuperar su propiedad.

Cugel salió discretamente de la sala común y fue en busca de Varmous, el cual a su vez estaba buscando a Cugel. Se encontraron frente a la posada. Varmous deseaba beber una cerveza en la sala común, pero Cugel lo condujo al otro lado de la avenida, a un banco desde el cual podían observar el sol ponerse en el lago Zaol.

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