La sangre de los elfos (10 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La sangre de los elfos
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—No —sonrió Triss—. Pero tampoco lo he cosido con mi propia mano. No soy tan hábil.

—¿Y qué harás con mi ropa? ¿Un hechizo?

—No hay tal necesidad. Bastará con una aguja mágica, a la que daremos un poquito de vigor con un conjuro. Y si fuera necesario...

Triss pasó lentamente su mano por un agujero en la manga de la chaquetilla, murmuró un conjuro, activó al mismo tiempo su amuleto. No quedó ni rastro del agujero. Ciri gritó de alegría.

—¡Es un hechizo! ¡Voy a tener una chaqueta hechizada! ¡Ja!

—Hasta que te cosa una normal pero bien hecha. Bueno, ahora quítate todo esto, señorita mía, ponte otra cosa. ¿Ésta no será tu única ropa?

Ciri negó con la cabeza, abrió la tapadera del arcón, mostró un vestido muy desteñido y holgado, un caftán gris, una camisa de lino y una blusa de algodón que recordaba un costal de penitente.

—Esto es mío —dijo—. Vine con ello puesto. Pero ahora ya no lo llevo. Son cosas de mujeres.

—Entiendo. —Triss torció el gesto, burlona—. De mujeres o no, de momento tienes que vestírtelo. Venga, más deprisa, desnúdate. Deja que te ayude... ¡Rayos! ¿Qué es esto? ¿Ciri?

Los brazos de la muchacha estaban cubiertos de grandes cardenales en los que se entreveía la sangre. La mayor parte de ellos estaban ya amarillentos, algunos eran recientes.

—¿Qué es esto, diablos? —repitió furiosa la hechicera—. ¿Quién te ha pegado así?

—¿Esto? —Ciri miró a sus brazos como si le asombrara la cantidad de contusiones—. Ah, esto... esto es el molino. Fui demasiado lenta.

—¿Qué molino, maldita sea?

—El molino —repitió Ciri alzando hacia la hechicera sus grandes ojos—. Es una especie de... Bueno... En él se aprende a esquivar los ataques. Tiene unas patas como palos y da vueltas y agita las patas. Hay que saltar muy deprisa y esquivar. Hay que tener refrejos. Si no se tienen refrejos el molino te arrea con el palo. Al principio el molino me daba de golpes terríbilemente. Pero ahora...

—Quítate las medias y la camisa. ¡Oh, piadosos dioses! ¡Muchacha! Pero, ¿acaso puedes andar? ¿Y correr?

Ambas caderas y el muslo izquierdo tenían un color negro-granate a causa de las equimosis y tumefacciones. Ciri tembló y bufó, se revolvió ente las manos de la hechicera. Triss maldijo en el idioma de los enanos, palabras a todas luces muy feas.

—¿Esto también fue el molino? —preguntó, intentando mantener la calma.

—¿Esto? No. Oh, esto fue el molino —Ciri enseñó con indiferencia un imponente cardenal en una tibia, por debajo de la rodilla izquierda—. Y éste otro... Éste fue el péndulo. En el péndulo se ejercitan los pasos de espada. Geralt dice que ya soy buena con el péndulo. Dice que tengo ese, bueno... Sentido. Tengo sentido.

—Y si te falta sentido —Triss apretó los dientes—, entonces, por lo que imagino, el péndulo te golpea.

—Pues claro —afirmó la muchacha, mirándola con un asombro evidente—. Golpea, y cómo.

—¿Y aquí? ¿En el costado? ¿Qué fue esto? ¿Un martillo de herrero? Ciri silbó de dolor y enrojeció.

—Me caí del peine...

—... y el peine te golpeó —terminó Triss, a quien cada vez le resultaba más difícil mantener el control. Ciri resopló.

—¿Cómo va a poder golpear un peine si está clavado en la tierra? ¡No puede! Simplemente me caí. Ejercitaba una pirueta en salto y no me salió. Por eso tengo el cardenal. Porque me di con el poste.

—¿Y estuviste en la cama durante dos días? ¿Tuviste problemas para respirar?

¿Dolores?

—Para nada. Coën me dio un masaje y enseguida me subió de nuevo al peine. Hay que hacerlo así, ¿sabes? Si no, le coges miedo.

—¿Qué?

—Lo coges miedo —repitió con orgullo Ciri y se retiró de la frente su flequillo ceniciento—. ¿No lo sabes? Incluso si te pasa algo hay que empezar de nuevo con el aparato, porque si no tendrás miedo y si tienes miedo, no te servirá ni un pimiento el ejercicio. No se debe renunciar. Lo dijo Geralt.

—Tengo que recordar esta máxima —rezongó la hechicera—. Así como el que proceda de Geralt. No es una mala receta para la vida, sólo que no estoy segura de que tenga resultado en todas las circunstancias. Pero es fácil realizarla a costa de otros. ¿Así que no se debe renunciar? ¿Aunque te golpearan y apalearan en mil formas tú tienes que levantarte y seguir ejercitando?

—Por supuesto. Un brujo no le teme a nada.

—¿De verdad? ¿Y tú, Ciri? ¿No le temes a nada? Respóndeme con sinceridad. La muchacha volvió la cabeza, apretó los labios.

—¿Y no se lo contarás a nadie?

—No se lo diré.

—Lo que más miedo me da son dos péndulos. Dos a la vez. Y el molino, pero sólo cuando lo ponen a toda velocidad. Y además hay una balanza muy larga, sobre ella todavía tengo que estar con ese... asegu... asenguramiento. Lambert dice que soy una patosa y una torpona, pero eso no es verdad. Geralt me dijo que tengo una gravedad un poquito distinta, porque soy una niña. Simplemente tengo que ejercitar más, a menos que... Querría preguntarte algo. ¿Puedo?

—Puedes.

—Si sabes de magia y de conjuros... Si sabes hacer encantamientos... ¿Podrías hacer de tal modo que me convirtiera en niño?

—No —respondió Triss con un tono helado—. No podría.

—Humm —se entristeció a todas luces la pequeña bruja—. ¿Podrías por lo menos...?

—Por lo menos, ¿qué?

—¿Podrías hacer algo para que no tuviera...? —Ciri se cubrió de rubor—. Te lo diré al oído.

—Di. —Triss se agachó—. Te escucho.

Ciri, enrojeciendo aún más, acercó su rostro a los cabellos castaños de la hechicera.

Triss se enderezó violentamente, sus ojos echaban chispas.

—¿Hoy? ¿Ahora?

—Ajá.

—¡Puta y maldita mierda! —gritó la hechicera y dio una patada a la mesita de tal modo que del ímpetu fue a estrellarse contra la puerta y derribó la piel de rata—. ¡Pestes, viruelas y lepras! ¡Yo los mato a estos malditos idiotas!

—Tranquilízate, Merigold —dijo Lambert—. Te excitas sin motivo alguno y no es saludable.

—¡No me des lecciones! ¡Y deja de dirigirte a mí como "Merigold"! Y lo mejor será que te calles del todo. No estoy hablando contigo. Vesemir, Geralt, ¿acaso alguno de vosotros ha visto lo monstruosamente torturada que está esta muchacha?

¡No tiene en el cuerpo ni un sólo pedazo sano!

—Niña —dijo con aire serio Vesemir—. No te dejes llevar por las emociones. Tú te educaste de otra manera, has visto otro tipo de educación de los niños. Ciri procede del sur, allá se educa de otro modo a las muchachas y los mozuelos, sin diferencia alguna, como entre los elfos. Con cinco años la montaron en un poni, con ocho cabalgaba ya en las monterías. Le enseñaron a usar el arco, la lanza y la espada. Un cardenal no es nada nuevo para Ciri...

—No me cuentes estupideces. —Triss se enderezó—. No os hagáis los tontos. Esto no es un poni, ni un paseo a caballo, ni un cortejo de trineos. ¡Esto es Kaer Morhen! En estos vuestros molinos y péndulos, en vuestro Matadero, se han roto huesos y destrozado costillas decenas de muchachos, diestros y duros vagabundos, parecidos a vosotros, recogidos por los caminos y sacados de las cloacas, bribones y pícaros de manos fibrosas y con no poca experiencia en sus cortas vidas. ¿Qué oportunidad tiene Ciri? Incluso educada en el sur, incluso a la elfo, incluso bajo mano de tal sargentona como la Leona Calanthe, esta pequeña era y siempre ha sido princesa. Piel delicada, complexión menuda, huesos ligeros... ¡Es una niña! ¿Qué queréis hacer de ella? ¿Una bruja?

—Esta muchacha —habló Geralt con voz baja y serena—, esta delicada y menuda princesita, sobrevivió a la matanza de Cintra. Dejada a su suerte logró atravesar las cohortes de Nilfgaard. Fue capaz de evitar a los desertores que pululaban por las aldeas, que robaban y mataban a todo lo que se moviera. Sobrevivió dos semanas en los bosques de los Tras Ríos, completamente sola. Vagabundeó durante un mes con un grupo de refugiados bregando con tantas dificultades como todos ellos y como todos ellos pasó hambre. Casi medio año trabajó en el campo y con los aperos, acogida por una familia de campesinos. Créeme, Triss, la vida le ha dado experiencia, la ha adiestrado y endurecido no menos que a esos granujas parecidos a nosotros y traídos a Kaer Morhen desde los caminos. Ciri no es más débil que esos bastardos indeseados y parecidos a nosotros, entregados a los brujos en las tabernas como si fueran gatitos, en cestas de mimbre. ¿Y su sexo? ¿Qué importancia tiene?

—¿Aún lo preguntas? ¿Aún te atreves a preguntar? —gritó la hechicera—. ¿Que qué importancia tiene? ¡Pues tiene, que la muchacha, que no se parece a vosotros, está justamente con sus días! ¡Y lo pasa extraordinariamente mal! ¡Y vosotros queréis que eche las tripas en el Matadero y en no sé qué malditos molinos!

Aunque enfurecida, Triss sintió una gozosa satisfacción a la vista de los gestos de estupefacción de los brujos jóvenes y de la repentina caída de la mandíbula inferior de Vesemir.

—Ni siquiera lo sabíais —agitó la cabeza en una recriminación más serena, más preocupada y dulce—. Tutores de mala muerte. A ella le da vergüenza hablaros de ello porque le enseñaron que de estas cosas no se les habla a los hombres. Y se avergüenza de su debilidad, de su dolor, de que es menos diestra. ¿Acaso alguno de vosotros ha pensado en ello? ¿Os habéis interesado por ello? ¿Habéis intentado averiguar qué es lo que le pasaba? ¿O puede que ella sangrara por primera vez aquí, en Kaer Morhen? ¿Y ha llorado por las noches, sin encontrar en nadie compasión, consuelo, siquiera comprensión? ¿Acaso a alguno de vosotros se le ha ocurrido pensar en esto?

—Déjalo, Triss —gimió Geralt en voz baja—. Basta ya. Has alcanzado lo que querías alcanzar. Y puede que más de lo que querías.

—Así se nos lleve el diablo —maldijo Coën—. Como buenos tontos nos hemos portado, no hay nada que decir. Eh, Vesemir, que tú...

—Calla —ladró el viejo brujo—. No digas nada.

Eskel se comportó de una forma como mínimo inesperada, se levantó, se acercó a la hechicera, inclinándose hasta muy abajo, le tomó la mano y la besó con respeto. Ella retiró rápidamente la mano. No para demostrar enfado o irritación, sino para interrumpir la agradable vibración que la atravesaba de parte a parte, producida por el contacto con el brujo. Eskel producía una fuerte emanación. Más fuerte que Geralt.

—Triss —dijo con turbación, mientras se tocaba la terrible cicatriz de la mejilla—. Ayúdanos. Te lo pedimos. Ayúdanos, Triss.

La hechicera le miró a los ojos, apretó la boca.

—¿A qué? ¿A qué tengo que ayudaros, Eskel?

Eskel se tocó de nuevo la cicatriz, miró a Geralt. El brujo de cabello blanco bajó la cabeza, cubrió sus ojos con la mano. Vesemir carraspeó sonoramente.

En aquel momento chirriaron las puertas, Ciri entró a la sala. El carraspeo de Vesemir se transformó en algo como una especie de ronco y sonoro suspiro. Lambert abrió la boca. Triss ahogó una risa.

Ciri, con el pelo cortado y peinado, anduvo hacia ellos a pequeños pasos, llevando cautelosamente un vestido azul oscuro, arreglado y ajustado, pero aún con huellas de haber sido llevado en las alforjas. En el cuello de la muchacha brillaba otro regalo de la hechicera: un viborezno negro de piel lacada con ojos de rubí y montada en un imperdible de oro.

Ciri se detuvo ante Vesemir. Sin saber muy bien qué hacer con las manos, metió los pulgares en el cinturón.

—Hoy no puedo entrenar —recitó lenta y claramente, en un silencio absoluto—, o sea estoy... estoy...

Miró a la hechicera. Triss murmuró algo, con una mueca de pilluelo satisfecho de su travesura, movió los labios, musitando la frase convenida.

—¡Indispuesta! —terminó Ciri orgullosa y sonoramente, alzando la nariz casi hasta el techo.

Vesemir carraspeó de nuevo. Pero Eskel, el querido Eskel, no perdió la cabeza, una vez mas se comportó como había que hacerlo.

—Por supuesto —dijo con desenvoltura, mientras sonreía—. Es comprensible, está claro que postergamos los ejercicios hasta el momento en que termine la indisposición. Las lecciones teóricas las acortaremos y, si te sintieras mal, también éstas las pospondremos. Si necesitas medicamentos o...

—De esto me ocuparé yo —interrumpió Triss, también con naturalidad.

—Ajá... —Sólo ahora Ciri se ruborizó ligeramente, miró al viejo brujo—. Tío Vesemir, he pedido a Triss... Es decir, a la señorita Merigold, que... O sea... Bueno, que se quedara con nosotros. Más tiempo. Mucho tiempo. Pero ella respondió que, o sea, tú tenías que otorgar tu consentimiento. ¡Tío Vesemir! ¡Otórgalo!

—Consiento... —gargajeó Vesemir—. Por supuesto que consiento...

—Nos alegramos mucho. —Geralt por fin retiró la mano de la frente—. Nos gusta muchísimo, Triss.

La hechicera agitó levemente la cabeza en su dirección y movió las pestañas inocentemente, retorciendo entre sus dedos un rizo castaño. Geralt adoptó una expresión como de piedra.

—Muy bien hiciste y con mucha cortesía actuaste, Ciri —dijo—, al proponer a la señorita Merigold una estancia más larga en Kaer Morhen. Estoy orgulloso de ti.

Ciri enrojeció, su rostro se pobló con una amplia sonrisa. La hechicera le dio la siguiente señal convenida.

—Y ahora —dijo la muchacha, levantando la nariz aún más—, os dejaré solos porque seguramente querréis hablar con Triss de asuntos importantes. Señorita Merigold, tío Vesemir, señores... Me despido. De momento.

Hizo una reverencia de agradecimiento, después de lo cual salió de la sala, pisando lenta y graciosamente los escalones.

—Joder —cortó el silencio Lambert—. Y pensar que no creía que fuera de verdad una princesa.

—¿Lo habéis pillado, mentecatos? —Vesemir miró a su alrededor—. Si por la mañana se pone el vestido... Ni un puñetero ejercicio... ¿Entendido?

Eskel y Coën obsequiaron al vejete con una mirada por completo ausente de todo respeto. Lambert rebufó abiertamente. Geralt miró a la hechicera y la hechicera sonrió.

—Gracias —dijo—. Gracias, Triss.

—¿Condiciones? —se intranquilizó Eskel—. Triss, pues si ya hemos dicho que vamos a suavizar el entrenamiento de Ciri. ¿Qué más condiciones quieres ponernos?

—Bueno, puede que condiciones no sea una buena definición. Llamémoslo mejor consejos. Os daré tres consejos y vosotros haréis uso de ellos. Si, por supuesto, os interesa que me quede y os ayude en la educación de la pequeña.

—Escuchamos —dijo Geralt—. Habla, Triss.

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