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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La sangre de los elfos (8 page)

BOOK: La sangre de los elfos
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—Un simple túmulo. —La voz de Ciri se volvía cada vez más innatural, metálica, fría y maligna—. Un montón de tierra en la que crezcan las ortigas. La muerte tiene ojos azules y fríos y la altura del obelisco no tiene importancia, tampoco tienen importancia los textos que se graben en él. ¿Quién puede saber esto mejor que tú, Triss Merigold, decimocuarta del Monte?

La hechicera quedó petrificada. Vio cómo las manos de la muchacha apretaban las crines del caballo.

—Moriste en el Monte, Triss Merigold —dijo de nuevo la voz maligna y ajena—. ¿Para qué has venido aquí? Vuélvete, vuélvete inmediatamente, y a esta niña, Niña de la Antigua Sangre, llévatela consigo para dársela a aquél a quien pertenece. Hazlo, Decimocuarta. Porque si no lo haces morirás otra vez. Llegará el día en el que el Monte se acuerde de ti. Se acordarán de ti la sepultura común y el obelisco en el que está tu nombre tallado.

El castrado relinchó con fuerza, echó la cabeza para atrás. Ciri se agitó de pronto, se estremeció.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Triss, intentando controlar su voz.

Ciri tosió, se atusó el cabello con las dos manos, se tocó el rostro.

—Nn... nada —murmuró insegura—. Estoy cansada, es por eso... Me quedé dormida. Debiera correr...

El aura mágica había desaparecido. Triss sintió una violenta ola de frío que le agarrotaba todo el cuerpo. Intentaba convencerse a sí misma de que aquello había sido un efecto del hechizo de protección al ir desapareciendo, pero sabía que no era verdad. Miró hacia arriba, a los bloques de piedra de la fortaleza, las órbitas desencajadas, negras y vacías de las aspilleras arruinadas. Remitió el temblor.

Los cascos del caballo resonaron en las baldosas del patio. La hechicera saltó rápida de su montura, tendió la mano a Ciri. Utilizando el contacto de la mano, envió cautelosamente un impulso mágico. Quedó asombrada. Porque no sentía nada. Ninguna reacción, ninguna respuesta. Y ninguna resistencia. En la muchacha que apenas hacía un instante había movilizado un aura increíblemente potente no había ni huella de magia. Ahora era tan sólo una niña común y corriente, malvestida y con el cabello mal cortado.

Pero esta niña no había sido una niña común y corriente un instante antes.

No tenía tiempo para reflexionar sobre tan extraños acontecimientos. Escuchó el chirrido de unas puertas recubiertas de hierro que llegaba desde la oscura sima de un corredor que se abría al otro lado de un descascarillado portal. Se quitó de los hombros la capa de piel, se quitó la gorra de zorro y con un rápido movimiento de cabeza se echó hacia atrás los cabellos, su orgullo y su marca de reconocimiento, largos, resplandecientes de oro, con fuertes mechones del color de las castañas nuevas.

Ciri suspiró con admiración. Triss sonrió, contenta del efecto. Unos cabellos hermosos, largos y sueltos eran algo raro, un símbolo de posición, estatus, señal de una mujer libre, dueña de sí misma. Eran la señal de una mujer extraordinaria, porque las mozuelas "ordinarias" llevaban trenzas y las casadas "ordinarias" escondían sus cabellos bajo redecillas o cofias. Las solteras de alta estirpe, incluyendo las reinas, se rizaban y se hacían peinados. Las guerreras se lo cortaban muy corto. Sólo las druidas y las hechiceras —y las rameras— hacían alarde de sus cabellos naturales para remarcar su independencia y libertad.

Los brujos aparecieron como siempre, de forma imprevista, como siempre, sin hacer ruido, como siempre, sin saber de dónde. Estaban de pie delante de ella, altos, esbeltos, con las manos cruzadas sobre el pecho, con el peso del cuerpo apoyado en la pierna izquierda, en una posición, como ella sabía, desde la que podrían atacar en una fracción de segundo. Ciri se puso junto a ellos, en idéntica posición. Con sus ropas caricaturescas tenía un aspecto infinitamente cómico.

—Bienvenida a Kaer Morhen, Triss.

—Hola, Geralt.

Geralt había cambiado. Daba la impresión de que había envejecido. Triss sabía que era biológicamente imposible, los brujos envejecían, por supuesto, pero a un tiempo demasiado lento como para que un mortal común o una hechicera tan joven como ella pudiera percibir los cambios. Pero bastaba una sola mirada para comprender que la mutación podía detener el proceso físico de envejecimiento, pero el psicológico no. El rostro cruzado de arrugas de Geralt era la mejor prueba de ello. Triss apartó la vista de los ojos del brujo albino con un sentimiento de profunda tristeza. Los ojos de Geralt habían visto demasiado. Además, tampoco fue capaz de distinguir en sus ojos nada de aquello con lo que había contado.

—Bienvenida —repitió él—. Nos alegramos de que quisieras venir.

Junto a Geralt estaba de pie Eskel, tan parecido al Lobo como un hermano, si no fuera por el color de sus cabellos y una larga cicatriz que le deformaba la mejilla. Y el más joven de los brujos de Kaer Morhen, Lambert, como siempre con una fea mueca de burla en su rostro. No se veía a Vesemir.

—Bienvenida y entra, por favor —dijo Eskel—. Hace frío y sopla el viento como si alguien se hubiera ahorcado. Ciri, ¿y tú a dónde vas? La invitación no te concierne a ti. El sol aún está alto, aunque no se lo vea. Todavía es posible entrenar.

—Ea. —La hechicera se acarició los cabellos—. Se ha acabado, por lo que veo, la cortesía en la Residencia de los Brujos. Ciri fue la primera en darme la bienvenida, me guió hasta la fortaleza. Debiera acompañarme...

—Ella está estudiando aquí, Merigold. —Lambert arrugó el rostro en la parodia de una risa. Siempre la llamaba así. "Merigold", sin título, sin nombre. Triss odiaba esto—. Es una aprendiza, no un mayordomo. Recibir a los huéspedes, incluso a aquéllos tan agradables como tú, no entra dentro de sus obligaciones. Vamos, Ciri.

Triss se encogió ligeramente de hombros, haciendo como que no veía la turbación en los ojos de Geralt y Eskel. Se calló. No quería causarles mayor turbación. Y sobre todo tampoco quería que se dieran cuenta de lo mucho que le interesaba y fascinaba la muchacha.

—Llevaré tu caballo —se ofreció Geralt al tiempo que agarraba el ramal. Triss movió furtivamente la mano y sus dedos se entrelazaron. Sus ojos también.

—Iré contigo —dijo sin dudar—. Tengo en las enjalmas algunas cosillas que me serán necesarias.

—No hace tanto que me causaste unos cuantos pesares —murmuró él nada más entrar en las cuadras—. Vi tu imponente mausoleo con mis propios ojos. Un obelisco que recordaba tu muerte heroica en la batalla de Sodden. Sólo hace poco que me llegó la noticia de que había sido un error. No puedo comprender cómo nadie pudo confundirte, Triss.

—Es una larga historia —respondió—. Te la contaré si hay oportunidad. Y perdona los pesares causados.

—No hay nada que perdonar. En los últimos tiempos he tenido pocos motivos de alegría y la que me produjo el saber que vivías es difícil de comparar con cualquiera otra. A menos que sea la que siento en este momento, cuando te miro.

Triss sintió cómo algo en ella estallaba. Durante todo el camino, el miedo a encontrarse con el brujo de cabellos blancos había luchado en su interior contra la esperanza de este encuentro. Y luego la vista de este rostro cansado, desgastado, de esos ojos que todo lo veían, unos ojos enfermos, esas palabras frías y desquiciadas, artificialmente sosegadas pero que sin embargo exhalaban tanta emoción...

Se le echó al cuello, de inmediato, sin pensárselo. Le agarró la mano, la colocó violentamente sobre su cuello, por debajo de los cabellos. Un hormigueo le recorrió la espalda, le produjo tanto placer que por poco no gritó. Para frenar y ahogar el grito buscó los labios de él con los suyos propios, los oprimió contra ellos. Tembló, se apretó con fuerza a Geralt, construyó y acrecentó la excitación dentro de sí, olvidándose de sí misma cada vez más.

Geralt no se olvidó.

—Triss... Por favor...

—Oh, Geralt... Tanto...

—Triss. —La apartó con delicadeza—. No estamos solos... Alguien viene.

Ella miró a la puerta. Tan sólo un instante después pudo percibir las sombras de los brujos que se acercaban, escuchó sus pasos incluso más tarde todavía. En fin, su oído, al cual, hablando claramente, ella consideraba muy agudo, no podía competir con el de un brujo.

—¡Triss, niña!

—¡Vesemir!

Sí, Vesemir era de verdad anciano. Quién sabe si no era más viejo que Kaer Morhen. Pero anduvo hacia ella con un rápido, enérgico y elástico paso, su abrazo fue fuerte y sus manos poderosas.

—Me alegro de verte de nuevo, abuelo.

—Bésame. No, no en la mano, pequeña encantadora. En la mano me besarás cuando descanse en el féretro. Lo que seguramente sucederá a no tardar. Oh, Triss, está bien que hayas venido... ¿Quién me curará sino tú?

—¿Curarte, a ti? ¿De qué? ¡Como no sea de costumbres de rapaz! ¡Quita la mano de mi culo, abuelo, o te quemaré esa barba canosa!

—Perdona. Constantemente olvido que ya has crecido y que no puedo ponerte en mis rodillas y darte de azotes. En cuanto a mi salud... Oh, Triss, un viejo es un pellejo. Los huesos me duelen tanto, que me dan ganas de gritar. ¿Ayudarás a un ancianillo, niña?

—Le ayudaré. —La hechicera se liberó del abrazo de oso, miró al brujo que acompañaba a Vesemir. Éste era joven, parecía de la edad de Lambert. Llevaba una corta barba negra que no escondía sin embargo las señales dejadas por una fuerte viruela. Esto resultaba algo poco común pues los brujos eran por lo general muy resistentes a las enfermedades contagiosas.

—Triss Merigold, Coën —los presentó Geralt—. Coën pasa con nosotros el primer invierno.

Es natural del norte, de Poviss.

El joven brujo se inclinó. Tenía el iris de los ojos extraordinariamente claro, verdiamarillo, y el cristalino cortado por hilitos rojizos apuntaban a un desarrollo difícil y problemático de la mutación de los ojos.

—Vamos, niña —dijo Vesemir, tomándola del brazo—. Un establo no es lugar para dar la bienvenida a los huéspedes. Pero no podía quedarme esperando.

En el patio, en un recodo de un muro a cubierto del viento, Ciri se ejercitaba bajo la dirección de Lambert. Balanceándose hábilmente sobre una viga colgada de cadenas, atacaba con una espada una bolsa de cuero, atada con correones de tal forma que imitaba el cuerpo de un ser humano. Triss se detuvo.

—¡Mal! —gritaba Lambert—. ¡Te acercas demasiado! ¡Y no tasques a ciegas! ¡Ya te he dicho, con la punta de la espada en la carótida! ¿Dónde tienen los humanoides la carótida?

¿En el moño? ¿Qué te pasa? ¡Concéntrate, princesa!

Ja, pensó Triss. Así que es verdad y no una leyenda. Es ella. Lo que me imaginaba.

Decidió atacar sin dudar y sin permitir subterfugios a los brujos.

—¿La famosa Niña de la Sorpresa? —dijo, señalando a Ciri—. Por lo que veo os habéis liado a cumplir enérgicamente los mandatos de la suerte y la predestinación. Aunque creo, muchachos, que se os han embrollado los cuentos. En los cuentos que a mí me contaban, las pastorcillas y las huerfanitas se convertían en princesas. Y aquí, por lo que veo, se está haciendo una bruja a partir de una princesa. ¿No os parece que es un plan un poquito atrevido?

Vesemir miró a Geralt. El brujo de cabello blanco guardaba silencio, su rostro estaba inmóvil, ni con un temblor de los párpados reaccionó a la muda petición de apoyo.

—No es lo que piensas —tosió el anciano—. Geralt la trajo acá el otoño pasado. Ella no tiene a nadie excepto... Triss, cómo no creer en el destino, cuando...

—¿Qué tiene que ver el destino con dar espadazos?

—Le enseñamos el arte de la espada —habló Geralt en voz baja mientras se volvía hacia ella y la miraba directamente a los ojos—. Porque, ¿qué le íbamos a enseñar si no? No sabemos hacer otra cosa. Destino o no, Kaer Morhen es ahora su casa. Al menos durante un tiempo. El entrenamiento y la esgrima la divierten, la mantienen sana y en buena forma. Le permiten olvidar la tragedia que ha vivido. Ésta es ahora su casa. Ella no tiene otra.

—Muchos cintrianos —la hechicera sostuvo la mirada— huyeron después de la derrota a Verden, a Brugge, a Temeria, a las islas de Skellige. Entre ellos hay nobles, barones, caballeros. Amigos, parientes... así como formales... siervos de esta muchacha.

—Los amigos y parientes no la buscaron después de la guerra. No la hallaron.

—¿Porque no les estaba destinada? —Le dedicó una sonrisa, no demasiado sincera, pero muy hermosa. La más hermosa que tenía. No quería que le hablara en aquel tono.

El brujo encogió los hombros. Triss, que lo conocía un poco, cambió inmediatamente de táctica, renunció a argumentar.

Miró de nuevo a Ciri. La muchacha daba pasos con agilidad mientras intentaba mantener el equilibrio, realizó una rápida media vuelta, dio un tajo ligero y saltó hacia atrás inmediatamente. El maniquí se balanceó en su cuerda a causa del golpe.

—¡Bueno, por fin! —gritó Lambert—. ¡Por fin lo has entendido! Retrocede y otra vez. ¡Quiero asegurarme de que no ha sido una casualidad!

—Esa espada —Triss se volvió hacia los brujos— parece muy afilada. La viga parece resbaladiza e inestable. Y el profesor parece un idiota que deprime a la muchacha con sus gritos. ¿No tenéis miedo de que suceda un accidente? ¿O contáis con que el destino protegerá a la niña de ello?

—Ciri se ejercitó cerca de medio año sin espada —dijo Coën—. Sabe moverse. Y nosotros tenemos cuidado porque...

—Porque ésta es su casa —terminó Geralt en voz baja, pero firme. Muy firme. Con un tono que acababa la discusión.

—Pues eso, justamente eso —respiró profundamente Vesemir—. Triss, debes de estar cansada. ¿Hambrienta?

—No lo negaré —suspiró, resignándose a no perseguir con su mirada los ojos de Geralt—. Hablando con sinceridad, estoy que me caigo. La última noche del viaje la pasé en un chozo de pastor casi deshecho, envuelta en paja y alisaduras. Sellé la ruina con hechizos, si no, creo que hubiera estirado la pata. Sueño con unas sábanas limpias.

—Cenarás con nosotros. Ahora. Y luego dormirás como es debido y descansarás. Hemos preparado para ti la mejor habitación, la de la torre. Y hemos puesto allí la mejor cama que había en Kaer Morhen.

—Gracias. —Triss sonrió levemente. En la torre, pensó. Bien, Vesemir. Hoy puede ser en la torre, si tanto te importa guardar las apariencias. Puedo dormir en la torre, en la mejor cama de todas las camas de Kaer Morhen. Aunque preferiría con Geralt en la peor.

—Vamos, Triss.

—Vamos.

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