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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La sangre de los elfos (28 page)

BOOK: La sangre de los elfos
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—Basta, basta. —Dijkstra agitó desmañadamente la mano—. Sin tópicos, por favor, los tópicos me aburren. Son tan simples.

—Yo también lo creo —jadeó el trovador—. Pero el brujo es un simplón buenazo y sincero, anda que no hay diferencia con nosotros, personas de mundo. Él simplemente odia a los espías y no quiere hablar contigo por nada del mundo y que quisiera ayudar a los servicios secretos no hay ni que pensarlo. Y no tienes nada para pillarlo a él.

—Te equivocas —dijo el espía—. Lo tengo. Y no sólo una cosa. Pero de momento me basta con ese altercado en la barcaza en Grabowa Buchta. ¿Sabes quiénes eran los que subieron a cubierta? No eran gente de Rience.

—No es nada nuevo para mí —dijo con soltura el poeta—. Estoy seguro de que eran algunos canallas como no faltan en la guardia temeria. Rience fue haciendo preguntas sobre el brujo, seguramente prometió una sumita bien hermosa por la información. Estaba claro que el brujo le era muy necesario. Algunos pícaros intentaron pescar a Geralt, esconderlo en cualquier madriguera, y luego vendérselo a Rience, dictando las condiciones y regateando lo que se pudiera. Porque por la información no hubieran ganado mucho o incluso nada.

—Felicidades por la perspicacia. Está claro, al brujo, no a ti, porque tú solo nunca hubieras caído en ello. Pero el asunto es más complicado de lo que te aparenta. Resulta que mis confráteres, la gente del servicio secreto del rey Foltest, también, por lo que parece, se interesan por el señor Rience. Ellos fueron quienes inventaron el plan de los pícaros, como les has llamado tú. Ellos fueron los que subieron a la barcaza, ellos querían capturar al brujo. Puede que como cebo para Rience, puede que con otro objetivo. El brujo se cargó en Grabowa Buchta a unos agentes temerios, Jaskier. Su jefe está muy, muy enfadado. ¿Dices que Geralt se ha ido? Espero que no a Temeria. Puede que no vuelva de allí.

—¿Y con eso le tienes pillado?

—Y cómo. Precisamente. Puedo apaciguar el asunto con los temerios. Pero no gratis. ¿A dónde se ha ido el brujo, Jaskier?

—A Novigrado —mintió el trovador sin dudarlo—. Se fue a buscar allí a Rience.

—Un error, un error —sonrió el espía, fingiendo que no había advertido la mentira—. Ves, una pena que no venciera su repulsión y no contactara conmigo. Le hubiera ahorrado muchas fatigas. Rience no está en Novigrado. A cambio hay allí agentes temerios por todos lados. Seguramente esperan allí al brujo. Ya han caído en la cuenta de lo que yo sé desde hace tiempo. A saber, que el brujo Geralt de Rivia, interrogado como es debido, puede responder a muchas preguntas. Preguntas que comienzan a hacerse los servicios secretos de todos los Cuatro Reinos. El trato es sencillo: el brujo acude aquí, a la Cátedra y me responde a estas preguntas. Y lo dejarán en paz. Acallaré a los temerios y le proporcionaré seguridad.

—¿De qué preguntas se trata? Puede que yo pudiera responder a ellas.

—No me hagas reír, Jaskier.

—Y sin embargo —habló de pronto Filippa Eilhart—, ¿pudiera ser? ¿Puede que nos ahorres tiempo? No olvides, Dijkstra, que nuestro poeta está metido en este asunto hasta las orejas y que lo tenemos aquí, y al brujo todavía no. ¿Dónde está la niña con la que vieron a Geralt en Kaedwen? ¿La niña de los cabellos grises y los ojos verdes?

¿Aquélla por la que Rience te preguntó entonces, en Temeria, cuando te capturó y te torturó. ¿Qué, Jaskier? ¿Qué sabes de esa muchacha? ¿Dónde la ha escondido el brujo? ¿A dónde fue Yennefer después de recibir la carta de Geralt? ¿Dónde se esconde Triss Merigold y qué motivos tiene para esconderse?

Dijkstra no se movió, pero por su rápida mirada a la hechicera Jaskier se dio cuenta de que el espía estaba sorprendido. Las preguntas que había hecho Filippa habían sido hechas demasiado pronto. Y a la persona inadecuada. Las preguntas daban la sensación de ser precipitadas y a la ligera. El problema yacía en que de Filippa Eilhart se podía decir todo, excepto acusarla de precipitación y ligereza.

—Lo siento —dijo Jaskier lentamente— pero no tengo respuesta para ninguna de estas preguntas. Os ayudaría si pudiera. Pero no puedo.

Filippa le miró directamente a los ojos.

—Jaskier —pronunció—. Si sabes dónde está la muchacha, dínoslo. Te prometo que tanto a mí como a Dijkstra sólo nos interesa su seguridad. Una seguridad que está amenazada.

—No lo dudo —mintió el poeta— que precisamente eso sea lo que os interese. Pero de verdad no sé de qué habláis. En mi vida he visto a la niña que tanto os interesa. Y Geralt...

—Geralt —le interrumpió Dijkstra— no se permitió confidencias contigo, no te sopló ni una palabrita, aunque no dudo que le asaltaste a preguntas. Curioso, Jaskier, ¿por qué, qué piensas? ¿Acaso ese simplón y buenazo al que le repugnan los espías se dio cuenta de quién eres de verdad? Déjale en paz, Filippa, es una pérdida de tiempo. No sabe una mierda, no te dejes engañar por sus gestos de listillo ni sus sonrisas equívocas. Sólo puede ayudarnos de un modo. Cuando el brujo salga de su escondrijo, contactará con él, con ningún otro. Lo considera, imagínate, su amigo.

Jaskier alzó lentamente la cabeza.

—Cierto —afirmó—. Me considera tal cosa. E imagínate, Dijkstra, que no sin motivo. Asúmelo por fin y extrae tus conclusiones. ¿Las tienes? Pues ahora ya puedes probar con el chantaje.

—Vaya, vaya —sonrió el espía—. Qué sensible eres en ese punto. Pero sin enfados, poeta. Bromeaba. ¿Chantaje entre mis mesnadas, camaradas? Ni siquiera hay que hablar de ello. Y a tu brujo, créeme, no le deseo mal ni pienso perjudicarle. Quién sabe, puede que hasta me ponga de acuerdo con él, para beneficio de ambas partes. Pero para llegar a ello tengo que verlo. Cuando se deje ver, tráemelo. Lo necesito mucho, Jaskier. Mucho. ¿Comprendes lo mucho que lo necesito?

El trovador bufó.

—Comprendo lo mucho que lo necesitas.

—Quisiera creer que es verdad. Bueno, y ahora vete ya. Ori, acompaña al señor trovador a la salida.

—Adiós. —Jaskier se levantó—. Te deseo éxito en la vida personal y profesional. Mis respetos, Filippa. ¡Ajá, Dijkstra! Los agentes que me persiguen. Quítalos.

—Por supuesto —mintió el espía—. Los quitaré. ¿Acaso no me crees?

—¿Cómo no? —mintió el poeta—. Te creo.

 

Jaskier se entretuvo en el terreno de la Academia hasta la noche. Todo el tiempo estuvo mirando a su alrededor con atención, pero no advirtió que le estuvieran siguiendo los soplones. Y esto precisamente era lo que más le inquietaba.

En la Cátedra de Trova asistió a una clase sobre poesía clásica. Luego durmió dulcemente en un seminario de poesía contemporánea. Le despertaron unos bachilleres conocidos suyos, con los que se fue a la Cátedra de Filosofía, para tomar parte en una larga y tormentosa disputa sobre el tema "Ser y procedencia de la vida". Antes de que anocheciera, la mitad de los disputadores estaba ya borracha y el resto se preparaba para pasar a los manos, gritándose los unos a los otros y organizando una batahola difícil de describir. Todo esto le vino al poeta que ni pintado.

Se escurrió sin ser visto a la buhardilla, salió por el tragaluz, bajó por el canalón al tejado de la biblioteca, y saltó, no rompiéndose un pie por poco, al tejado de la sala de disección. Desde allí se deslizó hasta el huerto junto a la muralla. Entre los espesos matojos de grosella encontró un agujero que había hecho él mismo cuando era estudiante. Al otro lado del agujero estaba ya la villa de Oxenfurt.

Se sumió en la masa, luego se perdió por callejones laterales, haciendo regates como liebre perseguida por un sabueso. Cuando llegó a cierto cobertizo, esperó, escondido en las tinieblas, más de media hora. No habiendo observado nada sospechoso, subió por una escala al techo de bálago y saltó al tejado de la casa del famoso maestro cervecero Wolfgang Amadeus Barbachivo. Se agarró como pudo a las tejas llenas de musgo hasta que alcanzó por fin el ventanuco de la mansarda correcta. En el cuartucho detrás de la ventana ardía una lámpara de aceite. De pie e inseguro sobre el canalón, Jaskier llamó con los nudillos en el marco de plomo. La ventana no estaba cerrada, cedió ante los ligeros golpes.

—¡Geralt! ¡Eh, Geralt!

—¿Jaskier? Espera... No entres, por favor...

—¿Cómo que no entre? ¿Qué quiere decir que no entre? —El poeta empujó la ventana—. ¿No estás solo o qué? ¿No estarás follando justo ahora?

Sin esperar respuesta y sin esperarla, se encaramó en el antepecho, aplastando las manzanas y cebollas que estaban puestas en él.

—Geralt... —resopló y al instante se quedó callado. Y luego blasfemó a media voz, al ver la túnica de médico de color verde claro que yacía en el suelo. Abrió la boca con asombro y blasfemó de nuevo. Podría haberse esperado cualquier cosa. Pero no esto.

—Shani... —agitó la cabeza—. Que me...

—Sin comentarios, por favor. —El brujo se sentó sobre la cama. Shani se cubrió, tirando de la sábana hasta la nariz respingona.

—Venga, entra. —Geralt echó mano a sus pantalones—. Si te cuelas por la ventana, ha de ser un asunto importante. Porque si no es un asunto importante ahora mismo te tiro por ella.

Jaskier bajó del antepecho y aplastó el resto de las cebollas. Tomó asiento, acercándose un escabel con el pie. El brujo tomó del suelo la ropa de Shani y la suya propia. Tenía gesto de estar turbado. Se vistió en silencio. La médica, escondiéndose detrás de su espalda, forcejeaba con la camisa. El poeta la observaba con descaro, buscando en su mente comparaciones y rimas para el dorado color de su piel a la luz de la lámpara y para la forma de sus pequeños pechos.

—¿De qué se trata, Jaskier? —El brujo se ató las hebillas de las botas—. Habla.

—Haz el equipaje —respondió con sequedad—. Tienes que irte pronto.

—¿Cómo de pronto?

—Extraordinariamente pronto.

—Shani... —Geralt carraspeó—. Shani me habló de los chotas que te seguían.

¿Los has perdido, por lo que entiendo?

—No entiendes nada.

—¿Rience?

—Peor.

—En este caso, de verdad que no entiendo... Espera. ¿Los redanos? ¿Tretogor?

¿Dijkstra?

—Lo has adivinado.

—Pero ésa no es razón...

—Ésta es razón —le interrumpió Jaskier—. Para ellos ya no se trata de Rience. Se trata de la muchacha, y de Yennefer. Dijkstra quiere saber dónde están. Te obligará a que se lo digas. ¿Lo entiendes ahora?

—Ahora sí. Entonces a volar. ¿Habrá que hacerlo por la ventana?

—Inexcusablemente. ¿Shani? ¿Serás capaz? La médica se ató la túnica.

—Ésta no es la primera ventana en mi vida.

—Estaba seguro de ello. —El poeta la miró con atención, contando con que vería la rima del orgullo y la metáfora del rubor. Se equivocaba. Alegría en los ojos pardos y una sonrisa descarada fue todo lo que vio.

En el antepecho aterrizó sin ruido una enorme lechuza gris. Shani lanzó un pequeño grito. Geralt echó mano a la espada.

—No hagas el tonto, Filippa —dijo Jaskier.

La lechuza se esfumó, en su lugar apareció Filippa Eilhart, torpemente encogida. La hechicera saltó de inmediato a la habitación, al tiempo que se colocaba la ropa y los cabellos.

—Buenas tardes —dijo con voz fría—. Haz las presentaciones, Jaskier.

—Geralt de Rivia. Shani de Medicina. Y esta lechuza, que tan hábilmente me ha seguido volando, no es para nada una lechuza. Es Filippa Eilhart del Consejo de los Hechiceros, actualmente al servicio del rey Vizimir, adorno de la corte de Tretogor. Una lástima que aquí tengamos sólo una silla.

—Basta y sobra. —La hechicera se aposentó en el escabel que había dejado libre el trovador, pasó por los presentes una mirada lánguida, deteniéndose algo más en Shani. La médica, para asombro de Jaskier, se ruborizó de pronto.

—En principio, lo que me trae aquí concierne exclusivamente a Geralt de Rivia — comenzó Filippa tras un corto instante—. Soy consciente, sin embargo de que invitar a salir de aquí a cualquiera sería una falta de tacto, por lo que...

—Puedo irme —dijo Shani insegura.

—No puedes —murmuró Geralt—. Nadie puede mientras la situación no esté clara.

¿O no, señora Eilhart?

—Para ti, Filippa —sonrió la hechicera—. Olvidemos las convenciones. Y nadie tiene que salir de aquí, no me molesta la compañía de nadie. Como mucho me sorprende, pero, en fin, la vida es una ininterrumpida cadena de sorpresas... como suele decir una de mis conocidas... Como suele decir una conocida común, Geralt.

¿Estudias medicina, Shani? ¿En qué año?

—El tercero —resopló la muchacha.

—Ah. —Filippa Eilhart no la miraba a ella, sino al brujo—. Diecisiete años, qué edad más hermosa. Yennefer daría mucho por tener de nuevo esa edad. ¿Qué piensas, Geralt? Al fin y al cabo ya se lo preguntaré yo cuando haya ocasión.

El brujo sonrió siniestro.

—No dudo que preguntarás. No dudo que enriquecerás la pregunta con comentarios. No dudo que esto te divertirá terriblemente. Y ahora ve derecha al grano, por favor.

—Bien dicho —afirmó la hechicera con un ademán de la cabeza, poniéndose seria—. Es tiempo de empezar. Y tiempo es lo que tú no tienes demasiado. Jaskier seguramente ya habrá alcanzado a contarte que a Dijkstra le han entrado unas ganas repentinas de encontrarse contigo y mantener una conversación, cuyo objetivo es fijar el lugar donde se encuentra cierta niña. Dijkstra, en este asunto, tiene órdenes del rey Vizimir, por lo que juzgo que le interesa mucho el que le señales cuál es el dicho lugar.

—Claro. Gracias por la advertencia. Solamente una cosa me asombra un poco. Dices que Dijkstra recibió órdenes del rey. ¿Y tú no has recibido ninguna? Sin embargo te sientas en un lugar prominente en el consejo de Vizimir.

—Ciertamente. —La hechicera no se dejó afectar por la burla—. Me siento. Y trato con seriedad mis obligaciones, que radican en proteger al rey de cometer errores. A veces, como en este caso concreto, no me es posible decirle al rey directamente que está cometiendo un error y aconsejarle contra una decisión a la ligera. Simplemente tengo que impedirle que cometa un error. ¿Me comprendes?

El brujo confirmó con un movimiento de la cabeza. Jaskier se preguntó si de verdad la entendía. Sabía bien que Filippa mentía más que hablaba.

—Veo pues —dijo lentamente Geralt, mostrando que entendía perfectamente— que el Consejo de los Hechiceros también se interesa por mi protegida. Los hechiceros quieren averiguar dónde está mi protegida. Y quieren cogerla antes de que lo haga Vizimir u otro cualquiera. ¿Por qué, Filippa? ¿Qué es lo que tiene mi protegida que despierta tanto interés?

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