La sangre de los elfos (30 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La sangre de los elfos
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—Cuidado, Demawend. —Vizimir enarcó las cejas—. No crees mártires porque esto es precisamente lo que quiere Emhyr. Captura a los agentes de Nilfgaard, pero a los sacerdotes no debes tocarlos, las consecuencias pueden ser imprevisibles. Aún guardan influencia y respeto entre el pueblo. Bastantes problemas tenemos con los Ardillas como para arriesgarnos a motines en las ciudades o guerras campesinas.

—¡Al diablo! —resopló Foltest—. Esto no lo haremos, a esto no nos arriesgaremos, aquello no debemos... ¿Para esto nos hemos reunido aquí, para hablar de lo que no podemos hacer? ¿Para esto nos has traído aquí, a Hagge, Demawend, para que lloremos y nos lamentemos de nuestra debilidad e impotencia? ¡Comencemos a actuar por fin! ¡Hay que hacer algo! ¡Hay que cortar de raíz lo que esta sucediendo!

—Es lo que vengo proponiendo desde el principio. —Vizimir se incorporó—. Propongo actuar.

—¿Cómo?

—¿Qué podemos hacer?

De nuevo cayó el silencio. El viento soplaba, los postigos golpeaban contra las paredes del castillo.

—¿Por qué —habló de pronto Meve— todos me miráis a mí?

—Admiramos tu belleza —masculló Henselt desde el fondo de su jarra.

—Eso también —asintió Vizimir—. Meve, todos sabemos que eres capaz de encontrar una salida a cada situación. Tienes intuición femenina, eres una mujer inteligente...

—Deja de adularme. —La reina Meve puso las manos sobre los brazos del sillón, se quedó mirando los oscurecidos tapices con escenas de caza. Unos sabuesos, representados en el salto, desgarraban con sus hocicos el costado de un unicornio blanco que intentaba huir. Jamás en mi vida he visto un unicornio vivo, pensó Meve. Jamás. Y creo que ya jamás lo veré.

—La situación que tenemos —dijo al cabo, apartando la vista del tapiz— me recuerda a las largas tardes de invierno en el castillo de Rivia. Entonces siempre había algo en el ambiente. Mi marido pensaba en cómo hacerse con otra cortesana. El mariscal andaba haciendo chanchullos para comenzar una guerra en la que se hiciera famoso. El hechicero se imaginaba que era el rey.

El servicio no tenía ganas de servir, el bufón era triste, siniestro y terriblemente aburrido, los perros aullaban de melancolía, y los gatos dormían, sin importarles un pimiento los ratones que corrían por encima de las mesas. Todos esperaban a algo. Todos me miraban de reojo. Y yo... Y yo entonces... Les enseñé. Les enseñé a todos de lo que era capaz, de tal modo que hasta las murallas temblaron y los osos de los alrededores se despertaron en sus cuevas. Y los pensamientos idiotas se les fueron de las cabezas al instante. De pronto supieron todos quién mandaba allí.

Nadie habló. El viento sopló aún más fuerte. Los guardias en las murallas se gritaban maquinalmente. El golpeteo de las gotas sobre los cristales de las ventanas de marcos de plomo se convirtió en un furioso staccato.

—Nilfgaard mira y espera —siguió Meve arrastrando las palabras y jugueteando con su collar—. Nilfgaard observa. Algo hay en el ambiente, en muchas cabezas nacen pensamientos idiotas. Y por eso les vamos a enseñar a todos de lo que somos capaces. Les vamos a enseñar quién de verdad es el rey aquí. ¡Haremos temblar las murallas del castillo sumido en el marasmo del invierno!

—Aplastaremos a los Ardillas —dijo rápido Henselt—. Comenzaremos una gran operación militar común. Les daremos a los inhumanos un baño de sangre. ¡Que el Pontar, el Gwenllech y el Buina lleven la sangre de los elfos desde sus fuentes hasta la desembocadura!

—Abatir con una expedición de castigo a los elfos libres de Dol Blathanna — añadió Demawend, arrugando la frente—. Enviar un cuerpo de intervención a Mahakam. Permitir por fin a Ervyll de Verden que se lance contra las dríadas. ¡Sí, un baño de sangre! ¡Y los que sobrevivan, a las reservas con ellos!

—Azuzar a Crach an Craite contra las costas nilfgaardianas —continuó Vizimir—. Apoyarlo con la flota de Ethain de Cidaris, ¡que llenen de fuego desde el Yaruga hasta Ebbing! Una demostración de fuerza...

—Poco. —Foltest meneó la cabeza—. Todo eso es demasiado poco. Hay que... Sé lo que hay que hacer.

—¡Habla entonces!

—Cintra.

—¿Qué?

—Quitarles Cintra a los nilfgaardianos. Forzaremos el Yaruga, golpearemos primero. Ahora, cuando no se lo esperan. Los expulsaremos de vuelta a Marnadal.

—¿De qué forma? Acabamos de decir que el ejército no puede cruzar el Yaruga...

—El de Nilfgaard. Pero nosotros controlamos el río. Tenemos en el puño la desembocadura, los caminos de aprovisionamiento, tenemos el flanco cubierto por Skellige, Cidaris y las fortalezas de Verden. Para Nilfgaard el hacer cruzar el río a cuarenta o cincuenta mil soldados es un esfuerzo considerable. Nosotros podemos enviar a la orilla izquierda del río muchos más. No abras así la boca, Vizimir. ¿No querías algo que interrumpiera la espera? ¿Algo espectacular? ¿Algo que de nuevo haga de nosotros verdaderos reyes? Ese algo será Cintra. Cintra nos consolidará, porque Cintra es un símbolo. ¡Recordad Sodden! Si no hubiera sido por la masacre de la ciudad y la muerte heroica de Calanthe, no habría habido tal victoria. Las fuerzas estaban igualadas, nadie contaba con que los destrozaríamos así.

Pero nuestros ejércitos se les echaron a las gargantas como lobos, como perros rabiosos, para vengar a la Leona de Cintra. Y los hay a los que no les calmó la rabia la sangre derramada en el campo de Sodden. ¡Recordad a Crach an Craite, el Jabalí del Mar!

—Es cierto —afirmó Demawend—. Crach juró tomar sangrienta venganza de Nilfgaard. Por Eist Tuirseach, muerto en Marnadal. Y por Calanthe. Si atacáramos la orilla izquierda, Crach nos apoyaría con toda la fuerza de Skellige. ¡Por los dioses, el plan tiene posibilidades de éxito! ¡Apoyo a Foltest! ¡No esperaremos, atacaremos primero, liberaremos Cintra, expulsaremos a los hijos de puta al otro lado del paso de Amell!

—Tranquilo —ladró Henselt—. No os deis tanta prisa en vender la piel del oso, porque el oso todavía no está muero. Esto para empezar. Lo segundo, si atacamos primero nos colocamos en la posición de agresores. Quebraremos el armisticio que nosotros mismos sancionamos con nuestros sellos. No nos apoyarán Niedamir y su Liga, no nos apoyará Esterad Thyssen. No sé como se comportará Ethain de Cidaris. A una guerra de agresión se opondrán nuestros gremios, mercaderes, nobles... Y sobre todo los hechiceros. ¡No olvidéis a los hechiceros!

—Los hechiceros no apoyarán un ataque contra la orilla izquierda —afirmó Vizimir—. El armisticio fue obra de Vilgefortz de Roggeveen. Es sabido que en sus planes el armisticio tenía que ir dando nacimiento gradualmente a una paz duradera. Vilgefortz no apoyará una guerra. Y el Capítulo, podéis creerme, hará lo que quiera Vilgefortz. Después de Sodden él es el primero en el Capítulo, otros magos pueden decir lo que quieran pero el primer violín lo toca Vilgefortz.

—Vilgefortz, Vilgefortz —se indignó Foltest—. Demasiado se nos ha crecido el mago éste. Comienza a molestarme el tener que contar con los planes de Vilgefortz y el Capítulo, planes que además ni conozco ni entiendo. Pero también para esto hay solución, señores. ¿Y si fuera Nilfgaard quien agrediera? ¿Por ejemplo en Dol Angra?

¿En Aedirn y Lyria? Podríamos de algún modo organizar esto... Escenificarlo... Alguna pequeña provocación... ¿Un incidente fronterizo que fuera culpa suya? ¿Digamos, por ejemplo, un ataque a un fortín de la frontera? Por supuesto, estaremos dispuestos, reaccionaremos con decisión y con fuerza, aceptados por todos, incluso por Vilgefortz y el resto del Capítulo de los Hechiceros. Y entonces, cuando Emhyr var Emreis desvíe la mirada de Sodden y Tras Ríos, los cintrianos se acordarán de su país. Exiliados y refugiados, que se organizan en Brugge bajo el mando de Vissegerd. Son cerca de ocho mil hombres armados. ¿Si puede haber mejor punta de lanza? Ellos viven con la esperanza de recuperar el país del que tuvieron que huir. Rabian por entrar en combate. Están listos a atacar la orilla izquierda. Sólo esperan una señal.

—Una señal —afirmó Meve— y la promesa de que se les apoyará. Porque de ocho mil hombres Emhyr es capaz de dar cuenta sólo con la fuerza de las guarniciones fronterizas, no tendría siquiera que enviar refuerzos. Vissegerd bien lo sabe, no se moverá hasta que no obtenga la seguridad de que detrás de él en la orilla izquierda desembarcará tu ejército, Foltest, apoyado por los destacamentos redanos. Pero sobre todo Vissegerd espera a la Leoncilla de Cintra. Al parecer, la nieta de Calanthe se salvó de la carnicería. Parece ser que alguien la vio entre los que escapaban pero luego la niña desapareció misteriosamente. Los exiliados la buscan con obstinación... Porque necesitan para el trono recobrado de Cintra a alguien de sangre real. De la sangre de Calanthe.

—Tonterías —dijo Foltest—. Han pasado más de dos años. Si la cría no ha aparecido hasta ahora quiere decir que está muerta. Podemos olvidar esta leyenda.

No existe ya Calanthe, no existe ninguna Leoncilla, no hay sangre real a la que le pertenezca el trono. Cintra... no será nunca más lo que fue mientras vivía la Leona. Por supuesto, esto no hay que decírselo a los exiliados de Vissegerd.

—¿Mandarás entonces a los partisanos de Cintria a la muerte? —Meve entrecerró los ojos—. ¿A primera línea? ¿Sin decirles que Cintra sólo resucitará como país vasallo, bajo tu autoridad? ¿Nos propones a todos que ataquemos a Cintra... para ti? Te has hecho con Sodden y Brugge, te afilas las uñas para Verden... Y olfateas ahora Cintra, ¿verdad?

—Reconócelo, Foltest —ladró Henselt—. ¿Tiene razón Meve? Entonces, ¿por qué nos metes en esta historia?

—Tranquilizaos. —El señor de Temeria arrugó su noble mirada, se indignó—. No me convirtáis en un conquistador que sueña con imperios. ¿De qué se trata? ¿De Sodden y Brugge? Ekkehard de Sodden era hermano natural de mi madre. ¿Os extraña que después de su muerte los Estados Libres me trajeran la corona a mí, su pariente? ¡La sangre no es agua! ¡Y Venzlav de Brugge me rindió homenaje de vasallo, pero sin ser obligado! ¡Lo hizo para proteger el país! ¡Porque en los días claros ve el brillo de las lanzas nilfgaardianas en la orilla izquierda del Yaruga!

—Nosotros precisamente hablamos de esa orilla izquierda —refunfuñó la reina de Lyria—. De la orilla a la que tenemos que atacar. Y la orilla izquierda es Cintra. Destruida, abrasada, arruinada, diezmada, ocupada... pero todavía Cintra. Los cintrianos no te traerán a ti la corona, Foltest, ni te rendirán homenaje. Cintra no accederá a ser un país vasallo. ¡La sangre no es agua!

—Cintra, si yo... si nosotros la liberamos, debe convertirse en nuestro protectorado común —dijo Demawend de Aedirn—. Cintra es la desembocadura del Yaruga, un punto estratégico demasiado importante para que podamos permitirnos perder el control sobre él.

—Debe ser un país libre —protestó Vizimir—. Libre, independiente y fuerte. ¡Un país que sea la puerta de hierro, el baluarte del norte, y no un cinturón de tierra quemada sobre el que la caballería nilfgaardiana pueda tomar impulso!

—¿Acaso es posible construir una Cintra así? ¿Sin Calanthe?

—No te excites, Foltest. —Meve abrió los labios—. Ya te he dicho, los cintrianos jamás aceptarán un protectorado ni sangre ajena en el trono. Si intentas imponerte a ti como su señor, la situación dará la vuelta. Vissegerd de nuevo organizará destacamentos para luchar, pero esta vez bajo la protección de Emhyr. Y cierto día esos destacamentos se lanzarán sobre nosotros como la vanguardia del asalto de Nilfgaard. Como punta de lanza, como te has expresado antes tan gráficamente.

—Foltest lo sabe —bufó Vizimir—. Por eso busca tan obstinadamente a la Leoncilla, la nieta de Calanthe. ¿No lo entendéis? La sangre no es agua, la corona por el matrimonio. Basta que encuentre a la muchacha y la obligue a casarse con él...

—¿Te has vuelto loco? —estalló el rey de Temeria—. ¡La Leoncilla está muerta! No he hecho buscar a la muchacha, pero incluso si... En mi cabeza ni siquiera cabría el pensamiento de obligarla a nada...

—No tendrías que obligarla —le interrumpió Meve luciendo una sonrisa llena de gracia—. Todavía eres un hombretón muy guapo, primo. Y por las venas de la Leoncilla corre la sangre de Calanthe. Una sangre muy caliente. Conocí a Cali cuando era joven. Si veía a un muchacho, se le iban los pies de tal forma que, si se le hubieran acercado unas ramas secas, hubieran echado a arder con vivas llamas. Su hija, Pavetta, la madre de la Leoncilla: más de lo mismo. Así que seguro que la muchacha también es palo de tal astilla. Un pequeño esfuerzo, Foltest, y la muchacha no se resistiría mucho. Con ello cuentas, reconócelo.

—Seguro que cuenta con ello —se rió Demawend a grandes carcajadas—. ¡Pero vaya un plan ingenioso que se nos había preparado el reyecito! Atacamos la orilla izquierda, pero antes de que nos demos cuenta, nuestro Foltest encuentra y conquista el corazón de la doncella, tendrá una mujercita bien moza a la que sentará en el trono de Cintra y sus gentes llorarán de alegría y se tirarán peos en los calzoncillos de felicidad. Tendrán por fin a su reina, sangre de la sangre y huesos de los huesos de Calanthe. Tendrán una reina... sólo que junto con un rey. El rey Foltest.

—¡Pero cuidado que decís gilipolleces! —gritó Foltest, enrojeciendo y palideciendo sucesivamente—. ¿Es que os han dado un palo en la crisma? ¡En lo que decís no hay ni pizca de sentido!

—En ello hay mucho sentido —dijo seco Vizimir—. Porque yo sé que alguien busca desesperadamente a esa niña. ¿Quién, Foltest?

—¡Está claro! ¡Vissegerd y los cintrianos!

—No, no son ellos. O al menos no sólo. Alguien más. Alguien cuyo camino lo riegan cadáveres. Alguien que no retrocede ante el chantaje, el soborno ni la tortura... Ya que hablamos de ellos, ¿acaso un señor llamado Rience está al servicio de alguno de vosotros? Ja, por vuestros gestos veo que o no es así o no lo reconocéis, lo que es igual. Repito: a la nieta de Calanthe la buscan y la buscan en forma que da que pensar. ¿Quién la busca, repito?

—¡Por Belcebú! —Foltest golpeó con el puño en la mesa—. ¡No soy yo! ¡Ni entra en mi cabeza casarme con ninguna cría por no sé qué trono! Pues si yo...

—Pues si tú desde hace cuatro años vives en secreto con la baronesa La Valette —sonrió de nuevo Meve—. Os amáis como dos palomos, estáis esperando a que el viejo barón estire la pata por fin. ¿Por qué miras así? Todos lo sabemos. ¿Para qué piensas que pagamos a los espías? Pero por el trono de Cintra, primo, más de un rey estaría dispuesto a sacrificar su felicidad personal...

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