—Pos yo pongo la tapita —se alabó a sí mismo Chapotes, surgiendo como de debajo de la tierra—. ¡Pescado ahumado!
—Pues mi padre...
—Esfúmate, maldito.
Se sentaron sobre un rollo de cuerdas a la sombra de uno de los carros que estaban en el centro de la barcaza, tiraron de la petaca uno tras otro y devoraron los ahumados. Olsen tuvo que dejarles por un momento porque estalló un alboroto. Un mercader enano de Mahakam exigía una categoría de arancel más baja intentando convencer a los aduaneros de que las pieles que llevaba no eran pieles de zorros plateados, sino de gatos extraordinariamente grandes. Asimismo la madre del entrometido y ubicuo Everett no quería dejarse controlar en absoluto, haciendo chillona referencia al rango del marido y los privilegios de la nobleza.
El barco se desplazaba lentamente por un estrecho paso entre dos islotes llenos de matorrales, que alcanzaban hasta la borda con rizos de nenúfares verdes y amarillos y de centinodias. Entre las plantas zumbaban amenazadoramente los tábanos y silboteaban las tortugas. Las garzas, sosteniéndose sobre un pie, miraban al agua con estoica serenidad sabiendo que no había por qué excitarse: el pez vendría por sí mismo antes o después.
—¿Y qué, don Geralt? —habló Chapotes mientras lamía una piel de pescado—. ¿Otra travesía tranquilita? ¿Sabéis lo que sos digo? Este monstruo no es tonto. Sabe que la tenéis puesta en él. Allá en nuestro pueblo había, fijarsus, un regato y en él vivía una nutria, la cuala se remetía en el corral y ahogaba los pollos. Y era tan pícara que no acudía nunca cuando padre estaba en casa o yo con los hermanos. Acudía sólo entonces cuando el agüelillo se quedaba solateras, nada más. Pues nuestro agüelillo, fijarsus, el seso tenía un poco flojo y a los pieces les había dado un paralís. La nutria, su puta madre, como si lo supiera. Pos cierta vez, nuestro padre...
—¡Diez por ciento ad valorem! —se desgañitaba desde el centro de la barcaza el enano mercader, agitando una piel de zorro—. ¡Esto es lo que ha de ser y más de un real no pago!
—¡Entonces os confisco todo! —vociferó Olsen con rabia—. ¡Y le daré parte a la guardia de Novigrado y entonces os iréis derecho al trullo junto con vuestros valores!
¡Boratek, cóbrale hasta el último céntimo! ¡Eh!, ¿habéis dejado algo para mí? ¿No habréis trasegado la aguardiente hasta el culo?
—Siéntate, Olsen. —Geralt le hizo sitio en las cuerdas—. Tienes un trabajo muy nervioso, por lo que veo.
—Ah, estoy ya hasta las narices —suspiró el aduanero, después de lo cual dio un trago de la petaca, se secó los bigotes—. Voy a mandar todo esto a la mierda, me vuelvo a Aedirn. Yo soy un vengerbricense de pro, me vine a Redania por la hermana y el cuñado, pero me vuelvo. Sabes, Geralt, tengo intenciones de incorporarme al ejército. Al parecer el rey Demawend ha proclamado un alistamiento para las fuerzas especiales. Medio año de entrenamiento en un campamento, y luego venga el sueldo, tres veces más que se gana aquí, incluso si contamos las mordidas. Tiene demasiada sal este pescado.
—Oí hablar de las dichas fuerzas especiales —afirmó Chapotes—. Los prepraran para los Ardillas, porque el ejército legural con los comandos élficos no se las apaña. Por lo que oí, por cima de todo alistan allá a los medioelfos. Pero este campamento, donde a los tales les enseñan a luchar, al paicer es el proprio infierno. De allá, salen metad y metad, unos a por la paga, otros al velatorio, con los pieces por delante.
—Así ha de ser —dijo el aduanero—. Unas fuerzas especiales, patrón, no son cualquier cosa. No son unos putos escuderos a los que basta mostrarles qué punta de la jabalina es la que pincha. ¡Las fuerzas especiales tienen que saberse luchar que no veas!
—¿Y tú tan riguroso soldado eres, Olsen? ¿No tienes miedo de los Ardillas? ¿Que te breen el culo a saetazos?
—¡Va! Yo también sé cómo tirar del arco. Ya luché contra Nilfgaard, qué son los elfos para mí.
—Dicen —se acaloró Chapotes— que si alguno les cae entremanos vivo, a los tales Scoia'tael... Entonces mejor que no les hubieran parido. Martirizan horriblemente.
—Eh, mejor que cierres el pico, patrón. Hablas como hembra. La guerra es la guerra. A veces le das por culo tú al enemigo, otras veces él a ti. A nuestros elfos prisioneros tampoco los acarician, no te preocupes.
—La táctica del terror. —Linus Pitt tiró por la borda la cabeza y las espinas de un pescado—. La violencia crea violencia. El odio crece en el corazón... y envenena la sangre de los hermanos...
—¿Lo qué? —Olsen frunció el ceño—. ¡Hablad claro!
—Han comenzado tiempos difíciles.
—Verdad de la buena. —Chapotes se le acercó—. Yo creo que habrá una gran guerra. Las cornejas vuelan por los cielos en bandadas, a lo visto huelen ya la carroña. Y la veedora Itlina había profetizado el fin del mundo. Vendrá primero la Luz Blanca y aluego caerá el Frío Blanco. O al revés, no me acuerdo cómo era. Y los paisanos dicen que ya hubo señales en el cielo...
—Tú mira a la ruta, patrón, en vez de al cielo, o esta carabela tuya se va a joder contra un banco de arena. Ja, a la altura de Oxenfurt que estamos. ¡Mirad, ya se ve la Barrica!
La niebla era ahora más clara, así que pudieron contemplar los arribes y los juncales de la orilla derecha del río y los fragmentos de un acueducto que se alzaban sobre ellos.
—Esto es, señores míos, una depuradora experimental de albañales —elogió el magister bachiller rechazando su turno—. Esto es un gran éxito de la ciencia, un gran logro de la Academia. Hemos arreglado un antiguo acueducto de los elfos, sus canales y depósitos, neutralizamos ya los vertidos de toda la universidad, la ciudad, y de las granjas y aldeas de los alrededores. Esto que llamáis Barrica es justamente el depósito. Un gigantesco éxito de la ciencia...
—Guardad la cabeza, guardad la cabeza —advirtió Olsen, escondiéndose bajo la borda—. Un año de mala fortuna, si eso estallara, la mierda llegaría hasta los Arribes de las Garzas.
La barcaza navegaba por entre islas, la rechoncha torre del depósito y el acueducto desaparecieron en la niebla. Todos suspiraron con alivio.
—¿No vas directo hacia el ramal de Oxenfurt, Chapotes? —preguntó Olsen.
—Primero atracaré en Grabowa Buchta. A por tratantes de pescado y mercaderes de la orilla temeria.
—Humm... —El aduanero se rascó la frente—. A la Buchta... Escucha, tú, Geralt, ¿no tendrás tú por casualidad alguna querella con los temerios?
—¿Por qué? ¿Acaso alguien preguntó por mí?
—Adivinaste. Como ves, me acuerdo de tu petición de estar atento a los que se interesen por ti. Así que, imagínate, que anduvo preguntando por ti la guardia temeria. Me lo contaron unos aduaneros de allá, con los que tengo trato. Algo apesta aquí, Geralt.
—¿El agua? —se sobresaltó Linus Pitt, mirando asustado al acueducto y el gigantesco éxito de la ciencia.
—¿El mocoso éste? —Chapotes señaló a Everett, aún dando vueltas por los alrededores.
—No es eso —se enfadó el aduanero—. Escucha, Geralt, los aduaneros temerios dijeron que la guardia hizo preguntas muy raras. Ellos saben que vas en las barcazas de Malatius y Grock. Preguntaron... si vas solo. Si no llevas contigo... ¡Diablos, no os riáis! Hablaban de no sé qué señorita no muy crecida, que al parecer habían visto en tu compañía.
Chapotes se rió a carcajadas. Linus Pitt lanzó al brujo una mirada llena de disgusto, aquélla con la que se debe mirar a un hombre de cabellos blancos por el que la ley se interesa a causa de cierta disposición hacia señoritas no muy crecidas.
—Por eso también —Olsen tosió— los aduaneros temerios se imaginaron que se trataba de una venganza privada. Un ajuste de cuentas personal en el que alguien ha metido a la guardia. Quizás... Bueno, la familia de la señorita o su prometido. Así que los aduaneros preguntaron con cautela por quién estaba detrás de todo ello. Y lo averiguaron. He aquí que se trata de un noble, al parecer locuaz como un canciller, no falto de medios y nada avaro, que se hace llamar... Rience, o algo así. En la mejilla izquierda tiene una mancha roja, como una quemadura. ¿Conoces al sujeto?
Geralt se levantó.
—Chapotes —dijo—. Desembarco en Grabowa Buchta.
—¿Cómo dices? ¿Y qué pasa con el monstruo?
—Ése es vuestro problema.
—En lo tocante a problemas —Olsen les interrumpió—, mira a la derecha, Geralt. Hablando del lobo.
Desde detrás de las islas, de entre la niebla que se estaba levantando rápidamente, apareció una barca, en cuyo mástil se agitaba perezosamente una banderola negra con lirios de plata. La tripulación la componían algunas personas con los gorros picudos de la guardia temeria.
Geralt se lanzó rápido a por su petate, sacó ambas cartas, la de Ciri y la de Yennefer. Las rompió rápidamente en pequeños pedazos y los echó al río. El aduanero le observó en silencio.
—¿En qué andas metido, si puede saberse?
—No se puede. Chapotes, cuida de mi caballo.
—Tú quieres... —Olsen arrugó las cejas—. Pretendes...
—Es asunto mío, lo que pretendo. No te mezcles o habrá un incidente diplomático. Navegan bajo bandera temeria.
—Que le den por culo a su bandera. —El aduanero movió el cuchillo a un lugar en el cinturón más accesible, limpió con la manga un escapulario grabado con el escudo de un águila en campo de gules—. Si yo estoy en el barco y realizo el control, esto es Redania. No permitiré...
—Olsen —le interrumpió el brujo, agarrándolo de la mano—. No te entrometas, por favor. El de la cara quemada no está en la barca. Y yo tengo que saber quién es y qué quiere. Tengo que verle.
—¿Les dejarás que te lleven en un cepo? ¡No seas idiota! Si se trata de un ajuste de cuentas personal, de una venganza por encargo privado, entonces ahí detrás de la isla, en los Remolinos, te echarán por la borda con un ancla al cuello.
¡Veras a alguien, sí, a los cangrejos del fondo!
—Se trata de la guardia temeria, no de unos bandoleros.
—¿Sí? ¡Pues solamente mírales las jetas! Yo, al fin y al cabo, ahora voy a saber quienes son de verdad. Ya verás.
La barca, acercándose muy rápidamente, alcanzó la borda de la barcaza. Uno de los guardias echó una cuerda, otro enganchó un bichero a la baranda.
—¡Yo soy el patrón! —Chapotes les cortó el camino a los tres personajes que habían saltado a cubierta—. ¡Éste es un barco de la Compañía de Malatius y Grock! Qué es lo que...
Uno de los personajes, achaparrado y calvo, le empujó sin ceremonias con un brazo que era tan grande como el tronco de un roble.
—¡Un tal Gerald, llamado Gerald de Rivia! —tronó, midiendo al patrón con la mirada—. ¿Ahí alguien así en el barco?
—No hay.
—Soy yo. —El brujo atravesó los fardos y paquetes, se acercó—. Yo soy Geralt, llamado Geralt. ¿De qué se trata?
—En nombre de la ley, estáis arrestado. —El calvo pasó la mirada por la multitud de los viajeros—. ¿Dónde está la muchacha?
—Estoy solo.
—¡Mientes!
—Un momento, un momento. —Olsen surgió desde detrás del brujo, le puso la mano en el hombro—. Tranquilo, sin gritos. Habéis llegado tarde, temerios. Él ya está arrestado y también en nombre de la ley. Yo lo cacé. Por contrabando. Siguiendo mis órdenes me lo llevo al cuerpo de guardia de Oxenfurt.
—¿Lo qué? —El calvo frunció el ceño—. ¿Y la muchacha?
—No hay aquí y nunca hubo muchacha alguna.
Los guardias se miraron en un silencio indeciso. Olsen adoptó una amplia sonrisa, se retorció los negros bigotes.
—¿Sabéis lo que vamos a hacer? —jadeó—. Venid con nosotros a Oxenfurt, temerios. Tanto nosotros como vosotros somos gente sencilla, ¿qué tenemos que saber de leyes? Y el comandante del cuerpo de guardia de Oxenfurt es un hombre listo y versado, él decidirá. Al fin y al cabo conocéis a nuestro comandante, ¿no? Porque él al vuestro, de las Buchtas, lo conoce estupendamente. Le expondréis vuestro asunto. Le mostraréis la orden y el sello... Porque por supuesto tendréis la orden con el sello como es de rigor, ¿eh?
El calvo guardaba silencio, mirando siniestramente al aduanero.
—¡No tengo tiempo ni ganas de ir a Oxenfurt! —vociferó de pronto—. ¡Me llevo el pájaro a nuestra orilla y eso es todo! ¡Stran, Vitek! ¡Aprisa, dádmele un repaso a la barcaza! ¡Encontrarme a la moza, en un tris!
—Un momento, despacito. —Olsen no se dejó inmutar por los gritos, acentuó las palabras despacio y con claridad—. Estáis en la parte redana del delta, temerios. ¿No tenéis nada que declarar? ¿O algún contrabando? Ahora lo vamos a comprobar. Buscaremos. Y si encontramos algo, no tendréis más remedio que cansaros un poco y venir hasta Oxenfurt. Y nosotros, si queremos, siempre encontramos algo.
¡Muchachos! ¡A mí!
—¡Mi padre —cacareó de pronto Everett apareciendo delante del calvo no se sabe de dónde— es caballero! ¡Tiene un cuchillo más grande!
El calvo lo agarró como un relámpago por el cuello de castor, lo arrancó de la cubierta, se le cayó la gorrilla con la pluma. Agarrándolo con el brazo por la cintura le puso al muchacho el puñal en la garganta.
—¡Retiraos! —gritó—. ¡Retiraos o le rajo el cuello al mocoso!
—¡Evereeeett! —chilló la noble señora.
—Curiosos métodos —habló despacio el brujo— utiliza la guardia temeria. Cierto, tan curiosos que no se quiere creer que se trate en verdad de la guardia.
—¡Cierra el pico! —aulló el calvo, agitando a Everett que gruñía como un lechón—. ¡Stran, Vitek, cogedlo! ¡En cadenas y a la barca! ¡Y vosotros, retiraos! ¿Dónde está la muchacha, pregunto? ¡Dádmela, por que si no, degüello al mierdas éste!
—Degüéllalo —refunfuñó Olsen, al tiempo que daba una señal a sus hombres y echaba mano al puñal—. ¿Que es mío o qué? Y cuando lo hayas degollado, entonces charlaremos.
—¡No te metas! —Geralt tiró la espada sobre la cubierta, detuvo con un gesto a los aduaneros y a los marineros de Chapotes—. Soy vuestro, señor falso guardia. Soltad al niño.
—¡A la barca! —El calvo, sin soltar a Everett, retrocedió hasta la borda, agarró la cuerda—. ¡Vitek, átalo! ¡Y todos vosotros hacia atrás! ¡Si alguno se mueve, el mozuelo la palma!
—¿Te has vuelto loco, Geralt? —ladró Olsen.
—¡No te metas!
—¡Evereeeett!
De pronto, la barca temeria se balanceó, se alejó de la barcaza. El agua explotó con un sonoro chapoteo, salieron disparadas dos largas garras, verdes, arrugadas, preñadas de púas como estacas. Las garras aferraron al guardia que tenía el bichero y en un parpadeo lo arrastraron bajo el agua. El calvo aulló salvajemente, soltó a Everett, se sujetó a las cuerdas que colgaba de la borda de la barca. Everett cayó al agua, que ya había tenido tiempo de volverse roja. Todos, tanto los de la barca como los de la barcaza, comenzaron a gritar como energúmenos.