La selección (24 page)

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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

BOOK: La selección
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—¿No irá por casualidad a llevar eso al príncipe?

—Sí, señorita —dijo ella, sonriendo.

—¿Podría llevarle esto de mi parte? —pregunté, entregándole mi nota plegada.

—¡Por supuesto, señorita!

La cogió y se fue, más sonriente aún que antes. Sin duda la abriría en cuanto no la viera, pero me sentía segura con aquel lenguaje en clave.

Aquellos pasillos eran fascinantes; cada uno de ellos tenía más elementos decorativos que toda mi casa. El papel de las paredes, los espejos dorados, los gigantescos jarrones con flores frescas, todo era precioso. Las alfombras eran lujosas y estaban inmaculadas, las ventanas estaban relucientes y los cuadros de las paredes eran encantadores.

Vi algunos cuadros de pintores que conocía —Van Gogh, Picasso—, pero otros no sabía quiénes eran. Había fotografías de edificios que había visto antes, incluida una de la legendaria Casa Blanca. Comparado con las fotos y con lo que yo había leído en mi viejo libro de historia, el palacio era infinitamente mayor y más lujoso, pero, aun así, me habría gustado que continuara en pie para verla.

Seguí por el pasillo y llegué hasta un retrato de la familia real. Parecía antiguo; en aquella imagen, Maxon era más bajo que su madre. Ahora, en cambio, era mucho más alto.

En el tiempo que llevaba en palacio, solo los había visto juntos en las cenas y durante la emisión del Illéa Capital Report. ¿Serían muy reservados? A lo mejor no les gustaba tener a tantas chicas en su casa, y lo aguantaban solo porque no les quedaba otro remedio. Yo no sabía qué pensar de aquella familia invisible.

—¿America?

Al oír mi nombre me giré. Maxon se me acercaba a paso ligero por el pasillo.

Me sentí como si lo viera por primera vez.

Se había quitado la casaca, y llevaba la camisa blanca arremangada. La corbata, que era azul la llevaba floja, y el cabello, siempre tan engominado, se le movía un poco con cada movimiento. A diferencia de la imagen de uniforme del día anterior, tenía un aspecto más joven, más real.

Me quedé inmóvil. Maxon se me acercó y me cogió de las muñecas.

—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

—Nada, estoy bien —respondí.

Maxon resopló. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.

—Gracias a Dios. Al recibir tu nota, he pensado que estarías enferma o que le habría pasado algo a tu familia.

—¡Oh! Oh, no, Maxon, lo siento. Ya sabía que era una tontería. Es solo que no sabía si estarías a la hora de la cena, y quería verte.

—Bueno, ¿para qué? —preguntó. Aún me miraba con el ceño fruncido, como si quisiera asegurarse de que no hubiera roto nada.

—Solo quería verte.

Maxon dejó de moverse. Me miró a los ojos, como maravillado.

—¿Solo querías verme? —respondió, agradablemente sorprendido.

—No te sorprendas tanto. Los amigos suelen pasar tiempo juntos —dije, y con el tono de mi voz se sobreentendía el «por supuesto».

—Ah, estás enfadada conmigo porque he estado ocupado toda la semana, ¿no? No pretendía descuidar nuestra amistad, America —ahora ya volvía a ser el Maxon correcto y diplomático.

—No, no estoy enfadada. Solo me estaba explicando. Pareces ocupado. Vuelve a tu trabajo, y ya te veré cuando estés libre —me di cuenta de que aún me tenía cogida por las muñecas.

—Bueno, ¿te importa si me quedo unos minutos? Arriba están celebrando una reunión sobre presupuestos, y detesto esas cosas —dijo. Y sin esperar respuesta me arrastró hacia un pequeño y mullido sofá hacia la mitad del pasillo, bajo una ventana, y yo solté una risita al sentarnos—. ¿Qué es tan divertido?

—Tú —respondí, sonriendo—. Es gracioso ver cómo te escaqueas del trabajo. ¿Qué tienen de malo esas reuniones?

—¡Oh, America! —repuso, mirándome de nuevo a la cara—. No paran de dar vueltas a las cosas. A papá se le da bien apaciguar a los asesores, pero es muy duro orientar a cada comisión en una dirección determinada. Mamá siempre le insiste para que dedique más recursos a educación (considera que cuanto más educado estés, menos probable será que te conviertas en un delincuente, y yo estoy de acuerdo), pero papá nunca consigue que se retire financiación de otras áreas que podrían pasar perfectamente con menos presupuesto. ¡Es frustrante! Y yo desde luego no mando, así que mi opinión suele pasarse por alto —Maxon apoyó los codos en las rodillas, y la cabeza en las manos. Parecía cansado.

Ahora comprendía un poco de su mundo, aunque, en el fondo, me resultaba igual de inimaginable que antes. ¿Cómo podían no hacerle caso al futuro soberano?

—Lo siento. Lo bueno es que en el futuro tendrás más influencia —dije, frotándole la espalda para intentar darle ánimos.

—Ya. Siempre me lo digo a mí mismo. Pero es frustrante saber que podríamos cambiar cosas solo con que nos escucharan —se lamentó.

Me costaba un poco oír su voz cuando la dirigía hacia la alfombra.

—Bueno, no te desanimes. Tu madre va por el buen camino, pero la educación por sí sola no arreglará nada.

Maxon levantó la cabeza.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, casi como acusándome. Y tenía razón. Me acababa de exponer una idea que había estado madurando, y yo se la había echado por tierra. Intenté dar marcha atrás.

—Bueno, en comparación con los elegantes tutores que tiene alguien como tú, el sistema educativo para los Seises y los Sietes es terrible. Creo que darles mejores profesores o mejores instalaciones les haría un bien enorme. Pero ¿y los Ochos? ¿No es esa casta la responsable de la mayoría de los delitos? Ellos no reciben ninguna educación. Creo que si tuvieran la sensación de que se les da algo, lo que fuera, quizá sería un estímulo para ellos.

»Además… —hice una pausa. No sabía si un chico que lo había tenido todo en la vida podría entender aquello—. ¿Alguna vez has pasado hambre, Maxon? No quiero decir que tengas ganas de que llegue la cena. Quiero decir «morirte de hambre». Si no tuvierais nada de comida, ni para tu madre ni para tu padre, y supieras que si le quitaras algo a alguien que dispone de más comida al día de la que tú tendrías en toda tu vida podrías comer… En fin, ¿qué harías entonces? Si tu familia dependiera de ti, ¿qué no harías por tus seres queridos?

Se quedó en silencio un momento. Ya había habido una ocasión —cuando habíamos hablado sobre mis doncellas, durante el ataque— en el que habíamos constatado la enorme distancia que nos separaba. Aquel tema era mucho más polémico, y estaba claro que él quería evitarlo.

—America, no estoy diciendo que algunos no tengan una vida difícil, pero robar es…

—Cierra los ojos, Maxon.

—¿Qué?

—Cierra los ojos.

Él frunció el ceño, pero obedeció. Esperé a que a que se le relajara el rostro antes de empezar:

—En algún lugar, en este palacio, hay una mujer que se convertirá en tu esposa.

Vi que le temblaba la boca, esbozando una sonrisa esperanzada.

—A lo mejor aún no sabes qué cara tiene, pero piensa en las chicas que están en esa sala. Imagínate la que más te quiere de todas. Imagina a tu «querida».

Tenía las manos apoyadas en el asiento, junto a las mías, y sus dedos rozaron los míos por un segundo. Aparté la mano.

—Lo siento —murmuró, mirándome.

—¡Los ojos cerrados!

Tragó saliva y recuperó la postura.

—Esa chica… Imagina que depende de ti. Necesita que la cuides y que le hagas sentir que la
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ni siquiera tuvo lugar. Que la habrías encontrado aunque te hubieras hallado en medio del país y hubieras tenido que irla buscando puerta por puerta. Que desde el principio era la persona destinada para ti.

La sonrisa esperanzada empezó a transformarse en una expresión seria.

—Necesita que la cuides y la protejas. Y si llegara un momento en que no hubiera absolutamente nada que comer, y ni siquiera pudieras dormir por la noche oyendo el ruido de sus tripas…

—¡Para! —Maxon se puso en pie. Cruzó el pasillo y se quedó allí, de pie, de cara a la pared.

Me sentí algo incómoda. No me había imaginado que aquello pudiera contrariarle tanto.

—Lo siento —susurré.

Él asintió, pero siguió mirando a la pared. Al cabo de un momento se giró. Sus ojos buscaron los míos, tristes e inquisitivos.

—¿De verdad es así? —preguntó.

—¿El qué?

—Ahí afuera… ¿Ocurre? ¿La gente pasa tanta hambre?

—Maxon, yo…

—Dime la verdad —su boca trazaba una línea recta y firme.

—Sí. Ocurre. Conozco a familias en las que los mayores dejan de comer para que puedan hacerlo sus hijos o sus hermanos pequeños. Sé de un chico al que azotaron en la plaza del pueblo por robar comida. A veces, cuando estás desesperado, cometes locuras.

—¿Un chico? ¿De qué edad?

—De nueve años —me estremecí. Aún recordaba las cicatrices sobre la pequeña espalda de Jemmy.

Maxon estiró su propia espalda, como si sintiera el dolor.

—¿Tú…? —se aclaró la garganta—. ¿Alguna vez has estado así?

—¿Si he pasado hambre?

Bajé la cabeza, evitando responder. En realidad no quería hablarle de aquello.

—¿Hasta qué punto?

—Maxon, eso solo te hará sentir peor.

—Probablemente —repuso, con gravedad—. Pero hasta ahora no me había dado cuenta de todo lo que no sé de mi propio país. Por favor.

Suspiré.

—Lo hemos pasado bastante mal. La mayoría de las veces, cuando tenemos que escoger, nos quedamos con la comida y prescindimos de la electricidad. Recuerdo en especial una vez, era casi en Navidad. Hacía mucho frío, así que teníamos que ponernos un montón de ropa y quedarnos en casa. May no entendía por qué no había regalos. Como norma general, en mi casa nunca sobra nada. Siempre hay alguien que quiere más.

Vi que se ponía pálido. No quería verlo contrariado. Necesitaba darle la vuelta a aquello, hablar de algo positivo.

—Sé que los cheques que hemos recibido durante las últimas semanas han sido de gran ayuda, y mi familia sabe administrarse muy bien el dinero. Estoy segura de que lo habrán guardado bien para que dure mucho tiempo. Has hecho muchísimo por nosotros, Maxon —intenté sonreírle de nuevo, pero su expresión no cambió.

—Cielo santo. Cuando me dijiste que lo que más te interesaba de estar aquí era la comida, no estabas de broma, ¿verdad? —preguntó él, meneando la cabeza.

—La verdad, Maxon, últimamente nos hemos defendido bastante bien. Yo… —pero no pude acabar la frase.

Maxon se me acercó y me besó en la frente.

—Te veré en la cena.

Se marchó, arreglándose la corbata mientras caminaba.

Capítulo 18

Maxon me había dicho que nos veríamos a la hora de la cena, pero no estaba allí. La reina entró sola, y nosotras la esperamos tras nuestras sillas. Hicimos una leve reverencia en el momento en que tomó asiento y luego nos sentamos.

Miré por toda la mesa en busca de alguna silla vacía, suponiendo que Maxon tendría alguna cita, pero no faltaba ninguna chica.

Me había pasado la tarde dándole vueltas a lo que le había dicho. Estaba claro por qué no tenía amigos. Evidentemente se me daban fatal.

Entonces entraron Maxon y el rey. Él ya se había puesto la americana, pero seguía despeinado. Comentaban algo mientras andaban. Nos apresuramos a ponernos en pie. Parecían tener una conversación animada. Maxon gesticulaba para expresarse mejor, y el rey asentía, registrando las palabras de su hijo, pero aparentemente algo incómodo. Cuando llegaron a la cabecera de la mesa, el rey Clarkson le dio a su hijo una firme palmada en la espalda, con el gesto adusto.

Cuando el rey se giró hacia nosotras, de pronto su rostro se llenó de entusiasmo.

—Oh, por Dios, señoritas, siéntense, por favor —le dio un beso a la reina en la cabeza y él también se sentó.

Pero Maxon se quedó en pie.

—Señoritas, tengo un anuncio que hacerles —todas las miradas se fijaron en él. ¿Qué podía tener que comunicarnos?—. Sé que a todas se les prometió una compensación económica por su participación en la
Selección
—dijo, con un tono autoritario que en realidad solo le había oído usar una vez, la noche que me había llevado al jardín. Estaba mucho más atractivo cuando hacía uso de su autoridad con un objetivo—. No obstante, ha habido modificaciones en los presupuestos. Las que sean Dos o Tres de nacimiento no recibirán financiación. Las Cuatros y las Cincos seguirán recibiendo su compensación, pero será ligeramente inferior a la cantidad asignada hasta ahora.

Observé que algunas de las chicas estaban boquiabiertas de la sorpresa. El dinero era parte del trato. Celeste, por ejemplo, estaba furiosa. Supuse que, cuando tienes mucho dinero, te acostumbras a acumularlo. Y la idea de que alguien como yo siguiera cobrando algo probablemente no le había sentado muy bien.

—Pido disculpas por las molestias que pueda suponer; lo explicaré todo mañana por la noche, en el Capital Report. Pero es algo innegociable. Si alguna tiene algún problema con esta nueva situación y ya no desea participar, puede marcharse después de la cena.

Se sentó y se puso a hablar de nuevo con el rey, que parecía más interesado en la comida que en las palabras de Maxon. Lamentaba que mi familia fuera a recibir menos dinero, pero seguirían cobrando algo. Intenté concentrarme en la cena, pero sobre todo me preguntaba qué significaba aquello, y no era la única. Los murmullos se extendieron por la sala.

—¿De qué creéis que se trata? —preguntó Tiny en voz baja.

—A lo mejor es una prueba —propuso Kriss—. Apuesto a que habrá alguna que está aquí únicamente por el dinero.

Mientras la escuchaba, vi que Fiona le daba un codazo a Olivia y me señalaba con un gesto de la cabeza. Me giré para que no supiera que me había dado cuenta.

Las chicas fueron planteando sus teorías, y yo me quedé mirando a Maxon. Intenté captar su atención para poder tirarme de la oreja, pero él no miró en mi dirección.

Mary y yo estábamos solas en mi habitación. Aquella noche me enfrentaría a Gavril (y al resto de la nación) en el Illéa Capital Report. Por no mencionar que las otras chicas estarían ahí todo el rato, observándose unas a otras y criticando en silencio. Decir que estaba nerviosa sería quedarse muy corta. Hacía gestos con las manos mientras Mary me hacía una lista de preguntas posibles, cosas que consideraba que querría saber el público en general.

¿Me gustaba el palacio? ¿Qué era lo más romántico que había hecho Maxon por mí? ¿Echaba de menos a mi familia? ¿Había besado ya a Maxon?

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