Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
—¡Ni hablar!
Parecía ser que Marlee se lo había pasado estupendamente. Me pregunté por qué no me lo había mencionado Maxon la noche anterior. Por su reacción, daba la impresión de que no la había visto siquiera. ¿Sería por timidez?
Miré por la sala y vi que más de la mitad de las chicas parecían tensas o de mal humor. Janelle, Emmica y Zoe escuchaban atentamente algo que les estaba contando Kriss. Esta sonreía y parecía animada, pero Janelle estaba nerviosa y preocupada, y Zoe se mordía las uñas. Emmica estaba hurgándose un granito justo por debajo de la oreja, con la cabeza en otra parte y con una expresión de cierto dolor en el rostro. A su lado, Celeste y Anna, muy diferentes entre sí, mantenían una charla intensa. Como era típico en ella, Celeste hablaba con petulancia. Marlee se dio cuenta de qué estaba mirando y me aclaró lo que sucedía.
—Las que están malhumoradas son las que no han salido aún con él. Me dijo que yo era su segunda cita del jueves. Parece que está intentando salir con todas.
—¿De verdad? ¿Tú crees?
—Sí. Bueno, míranos a nosotras. Estamos bien, y es porque ha quedado con ambas a solas. Sabemos que le hemos gustado lo suficiente como para quedar con nosotras y no darnos la patada después. Se va sabiendo con quién ha salido y con quién no. Algunas están preocupadas al ver que se toma tanto tiempo, y piensan que quizá sea por desinterés, y que, cuando por fin quede con ellas, las echará.
¿Por qué no me había contado a mí todo eso? ¿No éramos amigos? Un amigo hablaría de esas cosas. Había quedado al menos con una docena de chicas, y las había elegido basándose en su sonrisa. Habíamos pasado mucho tiempo juntos la noche anterior, y se había limitado a verme llorar. ¿Qué amigo es el que se guarda esos secretos y hace que tú se lo cuentes todo?
Tuesday, que había estado escuchando a Camille con gesto tenso, se levantó de su asiento y paseó la mirada por la sala. Dio con Marlee y conmigo, en la esquina, y se acercó a paso ligero.
—¿Qué habéis hecho vosotras en vuestras citas? —preguntó, sin más.
—¡Hola, Tuesday! —la saludó Marlee alegremente.
—¡Venga, va! —nos apremió, y se giró hacia mí—. Di, America, cuenta.
—Ya te lo conté.
—No. ¡La de anoche! —una doncella se acercó y nos ofreció té, que yo habría aceptado, pero Tuesday se la quitó de encima.
—¿Cómo…?
—Tiny os vio juntos y nos lo ha contado —dijo Marlee, intentando justificar los nervios de Tuesday—. Eres la única que ha estado con él a solas dos veces. Muchas de las chicas que aún no han quedado con él se han quejado. Creen que es injusto. Pero no es culpa tuya que le gustes.
—Pero es completamente injusto —protestó Tuesday—. Yo aún no le he visto fuera de las comidas, ni siquiera de paso. ¿Qué es lo que hiciste mientras estabas con él?
—Nosotros…, eh…, volvimos al jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y solo hablamos —dije, nerviosa, como si tuviera que defenderme.
Tuesday me miraba con tanto interés que aparté la mirada. Y al hacerlo vi que unas cuantas chicas nos escuchaban desde las mesas cercanas.
—¿Solo hablasteis? —preguntó, escéptica.
Me encogí de hombros.
—Pues sí.
Tuesday soltó un resoplido y se fue hasta la mesa de Kriss para pedirle, con bastante vehemencia, que esta volviera a contarle su historia. Yo, por mi parte, estaba estupefacta.
—¿Estás bien, America? —preguntó Marlee, haciendo que volviera a la realidad.
—Sí. ¿Por qué?
—Pareces contrariada —dijo ella, frunciendo el ceño, con preocupación.
—No. No estoy contrariada. Todo va bien.
De pronto, con un movimiento tan rápido que me lo habría perdido de no haber estado tan cerca, Anna Farmer —una Cuatro que se ganaba la vida trabajando la tierra— se puso en pie y le soltó una bofetada a Celeste.
Varias de las chicas exclamaron de la impresión, yo entre ellas. Las que se lo habían perdido se giraron y preguntaron qué había pasado, en particular Tiny, cuya voz aguda atravesó el silencio reinante.
—Oh, Anna, no —exclamó Emmica, con un suspiro.
Al momento Anna entendió las consecuencias de lo que había hecho. La enviarían a casa; no podíamos agredir físicamente a ninguna otra de las seleccionadas. A Emmica se le escaparon las lágrimas, mientras Anna se sentaba de nuevo, absorta. Ambas eran chicas de campo y habían conectado desde el principio. Pensé en cómo me sentiría si Marlee tuviera que irse de pronto.
No había tenido un trato personal con Anna, pero siempre me había sorprendido su carácter efervescente. Sabía que no era una persona que pudiera querer hacer daño a nadie. Se había pasado gran parte del ataque de los rebeldes de rodillas, rezando.
Sin duda había caído en una provocación, pero no había nadie lo suficientemente cerca como para oír la conversación y testificar en su favor. Sería su palabra contra la de Celeste. Además, por otra parte, todas las presentes podían constatar que la había golpeado. Quizás hasta apremiaran a Maxon para que enviara a Anna a casa, como ejemplo para las demás.
Anna, con lágrimas en los ojos, tuvo que oír a Celeste, que le susurró algo al oído y se apresuró a salir de la sala.
A la hora de la cena, Anna ya no estaba.
—¿Quién fue el presidente de Estados Unidos durante la Tercera Guerra Mundial? —preguntó Silvia.
Esa no me la sabía, y aparté la mirada, esperando que no me señalara. Afortunadamente, Amy levantó la mano y respondió.
—El presidente Wallis.
Estábamos de nuevo en el Gran Salón, empezando la semana con una clase de historia. Bueno, era más bien un examen. Esa era una de las materias en las que siempre daba la impresión de que los conocimientos que tenía la gente eran muy variados, en cuanto a la cantidad de datos y a la veracidad de la información. Mamá siempre nos había enseñado historia, ella misma, de viva voz. Teníamos libros y fichas para aprender lengua y matemáticas, pero en lo referente a la historia que componía nuestro pasado había muy poco de lo que pudiera estar segura al cien por cien.
—Correcto. El presidente Wallis era presidente antes de la invasión china y siguió dirigiendo Estados Unidos durante toda la guerra —confirmó Silvia.
Me repetí el nombre: «Wallis, Wallis, Wallis». Quería memorizarlo para contárselo a May y a Gerad cuando volviera a casa, pero estábamos aprendiendo tanto que era difícil recordarlo todo.
—¿Cuál fue el motivo de la invasión? ¿Celeste?
Celeste sonrió.
—El dinero. Estados Unidos les debía un montón de dinero que no podía pagar.
—Excelente, Celeste —respondió Silvia, con una sonrisa de aprobación. ¿Cómo hacía Celeste para engatusar a todo el mundo? Era irritante—. Cuando Estados Unidos se vio incapaz de pagar la enorme deuda, los chinos lanzaron la invasión. Por desgracia para ellos, así no recuperaron el dinero, ya que Estados Unidos estaba en la bancarrota. Eso sí, consiguieron mano de obra americana. Y cuando invadieron Estados Unidos, ¿qué nombre pusieron los chinos al país?
Levanté la mano, pero no fui la única.
—¿Jenna?
—Estados Americanos de China.
—Sí. Los Estados Americanos de China conservaron la misma imagen, pero no era más que una fachada. Los chinos tiraban de los hilos, haciendo valer su influencia en los grandes actos políticos y condicionando la aprobación de leyes en su favor.
Silvia pasó por entre los pupitres a paso lento. Me sentía como un ratón a la vista del halcón que va trazando círculos cada vez más cerca.
Eché un vistazo por la sala. Unas cuantas chicas parecían confundidas. Yo pensaba que aquello, en particular, lo sabía todo el mundo.
—¿Alguien más tiene algo que añadir? —preguntó Silvia.
—La invasión china hizo que varios países, en particular en Europa, se alinearan y establecieran alianzas —reaccionó Bariel.
—Sí —respondió Silvia—. No obstante, los Estados Americanos de China no tenían tantos amigos en aquella época. Habían tardado cinco años en reagruparse, y aquello ya había sido suficiente trabajo; no habían tenido ocasión de establecer alianzas —explicó; puso cara de agotamiento para expresar la dureza de aquel proceso—. Los E. A. C. pensaban devolver el golpe a China, pero entonces se encontraron con que tenían que afrontar otra invasión. ¿Qué país intentó ocupar los E. A. C. entonces?
Esta vez se levantaron muchas manos.
—Rusia —respondió alguien, sin esperar a que le dieran la palabra.
Silvia se giró en busca de la infractora, pero no pudo localizar la fuente.
—Correcto —dijo, algo molesta—. Rusia intentó expandirse en ambas direcciones y fracasó miserablemente, pero su falta de éxito dio a los E. A. C. la ocasión de contraatacar. ¿Cómo?
Kriss levantó la mano y respondió:
—Toda Norteamérica se unió para combatir contra Rusia, ya que parecía evidente que tenía los ojos puestos más allá de los E. A. C. Y combatir contra Rusia resultaba más fácil, ya que China también los estaba atacando por intentar invadir su territorio.
Silvia sonrió, orgullosa.
—Bien. ¿Y quién encabezó el ataque contra Rusia?
Todas las voces se unieron en una respuesta:
—¡Gregory Illéa!
Algunas de las chicas incluso aplaudieron.
Silvia asintió.
—Y aquello llevó a la fundación del país. Los aliados que componían los E. A. C. hicieron un frente común, y la reputación de Estados Unidos estaba tan dañada que nadie quería volver a adoptar ese nombre. Así que se formó una nueva nación bajo el liderazgo de Gregory Illéa, y adoptó su nombre. Él salvó este país.
Emmica levantó la mano. Silvia le dio la palabra.
—En cierto modo, somos un poco como él. Quiero decir, que tenemos ocasión de servir a nuestro país. Él era un simple ciudadano que donó su dinero y sus conocimientos. Y lo cambió todo —dijo, efusiva.
—Ese es un bonito planteamiento —concedió Silvia—. Y, al igual que él, una de vosotras alcanzará la realeza. En el caso de Gregory Illéa, se convirtió en rey por matrimonio con una familia real, y en el vuestro, será por matrimonio con esta —Silvia se había dejado llevar por la emoción, de modo que, cuando Tuesday levantó la mano, tardó un momento en darse cuenta.
—Humm… ¿Por qué no nos dan todo esto en un libro, para que podamos estudiarlo? —dijo, dejando entrever un leve rastro de irritación.
Silvia sacudió la cabeza.
—Queridas niñas, la historia no es algo que debáis estudiar. Es algo que simplemente deberíais saber.
—Y que, evidentemente, no sabemos —me susurró Marlee, girándose hacia mí. Se sonrió ante su propia broma y luego volvió a prestar atención a Silvia.
Me quedé pensando en aquello, en que todas sabíamos cosas diferentes, o que teníamos que hacer cábalas sobre la verdad. ¿Por qué no nos daban libros de historia?
Recordé una vez, años atrás, cuando entré en la habitación de mis padres, porque mamá me había dicho que podía elegir lo que quería leer para mi clase de lengua. Mientras contemplaba mis opciones, descubrí un libro grueso y raído en un rincón y lo cogí. Trataba sobre la historia de Estados Unidos. Papá entró unos minutos más tarde, vio lo que estaba leyendo y me dijo que le parecía bien, siempre que no se lo contara a nadie.
Cuando él me pedía que mantuviera un secreto, yo lo hacía sin preguntar, y me encantó curiosear por todas aquellas páginas. Bueno, las que aún estaban legibles. Muchas estaban arrancadas, y parecía como si hubieran quemado el lomo del libro, pero fue allí donde vi una imagen de la antigua Casa Blanca y me enteré de cómo solían ser las vacaciones.
Nunca pensé en cuestionar la verdad oficial sobres las cosas hasta que me las encontré de frente. ¿Por qué permitía el rey que no paráramos de elucubrar?
Las luces se apagaron de nuevo, dejando a la vista a Maxon y a Natalie, que lucían una gran sonrisa.
—Natalie, baja un poquito la barbilla, por favor. Así —el fotógrafo tomó otra instantánea, con lo que llenó la sala de luz—. Creo que ya basta. ¿Quién va ahora?
Apareció Celeste por un lado, con un grupo de doncellas revoloteando a su alrededor, y el fotógrafo volvió al ataque. Natalie, que aún estaba junto a Maxon, dijo algo y echó el pie atrás en un gesto pícaro. Él respondió en voz baja, y ella se alejó conteniendo una risita.
El día anterior, tras la clase de historia, ya nos habían dicho que aquella sesión fotográfica no era más que para entretener al público, pero no podía evitar pensar que tendría cierta importancia. Alguien había escrito un editorial en una revista sobre el aspecto que debía tener una princesa. No había leído el artículo personalmente, pero Emmica y algunas otras sí. Según decía, hablaba de que Maxon necesitaba a una chica que tuviera un aspecto regio y que diera bien con él cuando los fotografiaran juntos, alguien que quedara bien en un sello.
Y ahí estábamos nosotras, en fila, ataviadas con vestidos idénticos, de color crema, con mangas cortas sobre los hombros y cintura baja, con una gran banda roja sobre el hombro, tomándonos fotos con Maxon. Las fotos se imprimirían en la misma revista, y el personal de la publicación haría su elección. Todo aquello me resultaba incómodo. Era justo lo que me había molestado más desde el principio, que Maxon no buscara más que una cara bonita. Ahora que lo conocía estaba segura de que no era el caso, pero me daba rabia que hubiera gente que pensara que él era así.
Suspiré. Algunas de las chicas caminaban arriba y abajo, picoteando algún tentempié y charlando, pero la mayoría de nosotras esperábamos de pie por el perímetro del estudio montado en el Gran Salón. Una enorme cortina dorada —que me recordaba las telas que usaba papá para proteger el suelo cuando pintaba— colgaba de una pared y se extendía por el suelo. En un lado había un pequeño sofá; en el otro, una columna. Y en el centro se veía el escudo de Illéa, que le daba a todo el tinglado un aire patriótico. Nosotras íbamos mirando cómo pasaban las seleccionadas para que las fotografiaran, y entre las que esperaban se oían susurros de lo que les gustaba o lo que no, o de sus planes personales.
Celeste se acercó a Maxon con un brillo en los ojos, y él le sonrió. En el momento en que llegó a su altura, situó sus labios junto al oído de él y le susurró algo. No sé qué sería, pero Maxon echó la cabeza atrás, soltó una carcajada y asintió, aceptando así su pequeño secreto. Resultaba raro verlos así. ¿Cómo podía ser que alguien que se llevaba tan bien conmigo se llevara bien también con alguien como ella?