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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

La selección (10 page)

BOOK: La selección
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La niña quería un autógrafo. A su lado, alguien pedía una fotografía, y más allá alguien deseaba darme la mano, y así fue todo el camino; también tuve que girarme un par de veces para hablar con la gente al otro lado de la alfombra.

Fui la última en salir, y las otras chicas tuvieron que esperarme al menos veinte minutos. Sinceramente, es probable que me hubiera entretenido aún más si no fuera porque estaba a punto de llegar el siguiente avión con chicas seleccionadas, y me pareció de mala educación quitarles protagonismo.

Al subir al coche vi la cara de hastío de Celeste, pero no me importó. Aún estaba impresionada de ver lo rápido que me había adaptado a algo que tanto me asustaba solo un momento antes. Había superado las despedidas, había conocido a las primeras chicas, había tomado mi primer vuelo y me había relacionado con las fans. Y todo sin hacer nada que me dejara en mal lugar.

Pensé en las cámaras que me seguían por la terminal y me imaginé a mi familia viendo por televisión mi llegada. Esperaba que estuvieran orgullosos de mí.

Capítulo 9

Pese a que en el aeropuerto ya habíamos tenido una recepción sonada, las calles que llevaban a palacio estaban flanqueadas de masas de gente que nos hacían llegar sus buenos deseos. La lástima era que no nos dejaban bajar las ventanillas para responderles. El guardia del asiento delantero nos dijo que pensáramos que éramos una extensión de la familia real. Muchos nos adoraban, pero había gente ahí afuera a quien no le importaría atacarnos para hacerle daño al príncipe. O a la propia monarquía.

En el coche, un modelo especial que tenía dos asientos enfrentados en la parte trasera y ventanillas oscuras, me encontré junto a Celeste, y teníamos a Ashley y Marlee enfrente. Marlee estaba pletórica, mirando a través de la ventanilla, y el motivo era evidente. Su nombre figuraba en muchos de los carteles. Era imposible contar la cantidad de admiradores que tenía.

El nombre de Ashley también se veía aquí y allá, casi tanto como el de Celeste, y mucho más que el mío. Ashley, siempre elegante, se tomó muy bien no ser la favorita. Celeste —era obvio— estaba molesta.

—¿Qué crees que habrá hecho? —me susurró al oído, mientras Marlee y Ashley hablaban entre sí de su casa.

—¿Qué quieres decir? —susurré.

—Para ser tan popular. ¿Crees que habrá sobornado a alguien? —dijo, mirando fríamente a Marlee, como si estuviera sopesando a su rival.

—Es una Cuatro —respondí, escéptica—. No tendría los medios necesarios para sobornar a nadie.

Celeste chasqueó la lengua.

—Por favor. Una chica tiene más de un modo de pagar por lo que desea —dijo, y se puso a mirar de nuevo por el cristal.

Tardé un momento en entender lo que sugería, y no me gustó nada. No porque fuera evidente que a alguien tan inocente como Marlee nunca se le ocurriría irse a la cama con alguien —o siquiera infringir la ley— para conseguir ventaja, sino porque cada vez tenía más claro que la vida en palacio podía llegar a ser una lucha despiadada.

Desde mi posición no pude ver muy bien la llegada al palacio, pero sí vi los muros. Estaban cubiertos de yeso amarillo pálido y eran muy muy altos. Había guardias apostados en lo alto, a ambos lados de la gran puerta que se abrió al acercarnos. Tras cruzarla, nos encontramos en un largo camino de grava que rodeaba una fuente y que llevaba a la puerta principal, donde nos esperaba un grupo de funcionarios.

Con apenas un «hola», dos mujeres me cogieron de los brazos y me hicieron entrar.

—Lamentamos mucho apremiarla, señorita, pero su grupo llega tarde —dijo una.

—Vaya, me temo que es culpa mía. Me puse a hablar un poco en el aeropuerto.

—¿A hablar con la multitud? —preguntó la otra, sorprendida.

Intercambiaron una mirada que no entendí y a continuación procedieron a anunciar las estancias por las que íbamos pasando.

El comedor estaba a la derecha, me dijeron; el Gran Salón, a la izquierda. A través de las puertas de vidrio pude entrever unos enormes jardines. Me habría gustado parar, pero, antes incluso de poder procesar dónde nos encontrábamos, me empujaron a una enorme sala llena de gente muy ajetreada.

La multitud nos hizo espacio y vi una fila de espejos con gente que trabajaba en el peinado de las chicas y les pintaba las uñas. Había unos colgadores llenos de ropa, y se oían gritos como «¡Ya he encontrado el tinte!» o «¡Eso la hace gorda!».

—¡Ahí están! —exclamó una mujer acercándosenos. Estaba claro que era la que mandaba—. Soy Silvia. Hemos hablado por teléfono —dijo, como presentación, e inmediatamente pasó al trabajo—. Lo primero es lo primero: necesitamos fotos del «antes». Venid aquí —ordenó, indicándonos una silla en una esquina, con un fondo artificial detrás—. No hagáis caso de las cámaras, chicas. Vamos a hacer un programa especial sobre vuestra transformación, ya que todas las chicas de Illéa querrán parecerse a vosotras cuando hayamos acabado.

Efectivamente, había un montón de gente con cámaras paseándose por la sala, haciendo primeros planos de los zapatos de las chicas y entrevistándolas. Cuando acabaron con las fotos, Silvia empezó a lanzar órdenes.

—Llevaos a Lady Celeste a la estación cuatro, a Lady Ashley a la cinco…, y parece que en la diez ya han acabado: llevad allí a Lady Marlee, y a Lady America a la seis.

—Bueno, esto es lo que tenemos —dijo un hombre bajito y moreno, muy expeditivo, haciéndome sentar en una silla con un seis en el dorso—. Tenemos que hablar de tu imagen.

—¿Mi imagen?

¿Así que no se trataba de mí, tal cual? ¿No era eso lo que me había llevado hasta allí?

—¿Qué aspecto queremos darte? Con esa mata pelirroja, podemos hacerte toda una seductora, pero, si quieres un aire más tranquilo, también podemos dártelo —afirmó, con total naturalidad.

—No voy a cambiar radicalmente para satisfacer a un tipo al que ni siquiera conozco —dije. «
Y que ni siquiera me gusta
», añadí solo para mí.

—Vaya por Dios. La niña tiene personalidad —me regañó, como si fuera una cría.

—¿No la tenemos todos?

El hombre me sonrió.

—Bueno, está bien. No te cambiaremos la imagen; solo la potenciaremos. Necesito pulirte un poco, pero quizás esa aversión que tienes hacia todo lo postizo sea tu mayor activo. No pierdas eso, cariño —me dio una palmadita en la espalda y se alejó, dando instrucciones a un grupo de mujeres que me rodearon en un momento.

No me había dado cuenta de que cuando decía «pulir» lo decía de un modo literal. Me encontré con que aquellas mujeres me frotaban el cuerpo porque, al parecer, no debían de confiar en que supiera lavarme sola. Luego cubrieron cada pedacito de piel que quedaba a la vista con lociones y aceites que me dejaron un olor a vainilla, que, según la chica que me las aplicaba, era uno de los olores favoritos de Maxon.

Cuando acabaron de dejarme tersa y suave, pasaron a fijar su atención en las uñas. Me las cortaron, me las limaron y las pequeñas durezas de la piel quedaron suavizadas milagrosamente. Les dije que prefería que no me pintaran las uñas, pero se quedaron tan decepcionadas que tuve que consentir en que me hicieran las de los pies. La que se encargó escogió un agradable tono neutro, así que tampoco fue tan grave.

El equipo de manicuras se fue y llegó otra chica. Yo me quedé allí, sentada en mi silla, esperando la siguiente ronda de embellecimiento. Una cámara pasó a mi lado e hizo un primer plano de mis manos.

—No te muevas —ordenó una mujer, que se fijó en mi mano—. ¿No te han puesto nada en las manos?

—No.

Suspiró, tomó el plano que buscaba y pasó de largo.

Yo también lancé un profundo suspiro. De refilón vi un movimiento repetitivo a mi derecha. Me giré y me topé con una chica con la mirada perdida y que agitaba la pierna arriba y abajo bajo una gran capa de peluquero.

—¿Estás bien?

Mi voz la despertó de su trance. Suspiró.

—Quieren teñirme de rubio. Dicen que quedará mejor con mi tono de piel. Estoy algo inquieta, supongo.

Esbozó una sonrisa nerviosa, y yo se la devolví.

—Eres Sosie, ¿verdad?

—Sí —dijo, sonriendo más abiertamente—. Y tú, America, ¿no? —asentí—. He oído que has llegado con esa tal Celeste. ¡Es terrible!

Puse la mirada en el cielo. Desde que habíamos llegado, cada pocos minutos todos los presentes en la sala podían oír a Celeste gritándole a alguna sirvienta que le trajera algo o que se apartara de su vista.

—No te lo puedes ni imaginar —murmuré, y ambas soltamos unas risitas nerviosas—. Oye, en mi opinión, tienes un cabello precioso —y lo era, ni demasiado oscuro ni demasiado claro, y con mucho cuerpo.

—Gracias.

—Si no quieres teñírtelo, no deberías hacerlo.

Sosie sonrió, pero noté que no estaba completamente segura de si se lo decía como amiga o para dejarla en desventaja. Antes de que pudiera responder, un montón de gente nos rodeó y se puso a trabajar, hablando entre ellos tan alto que no pudimos acabar nuestra conversación.

Me lavaron el cabello con champú, acondicionador, hidratante y suavizante. Yo lo llevaba largo e igualado —solía cortármelo mi madre, y no sabía hacer más—, pero, cuando acabaron conmigo, lo tenía bastante más corto y escalado. Me gustó; hacía que se crearan interesantes reflejos con la luz. A algunas chicas les hicieron una cosa que llamaban «mechas»; a otras, como Sosie, les cambiaron el color del pelo completamente. Pero mis peluqueros y yo estábamos de acuerdo en que no había que tocar el color del mío.

Una chica muy guapa me maquilló. Le dije que no se pasara, y se mostró muy amable. Muchas otras de las chicas parecían mayores o más jóvenes, o simplemente más guapas, tras el maquillaje. Yo seguía siendo yo. Por supuesto, Celeste también seguía siendo ella misma, ya que insistió en que le dieran una buena capa de pintura.

Había pasado la mayor parte del proceso vestida con una bata, y cuando acabaron de arreglarme me llevaron hacia donde estaban los colgadores con ropa. Mi nombre estaba sobre una barra en la que habría vestidos para toda la semana. Supuse que las aspirantes a princesa no llevaban pantalones.

El vestido que acabó tocándome era de color crema. Me dejaba los hombros al descubierto, se ajustaba perfectamente en la cintura y acababa justo a la altura de las rodillas. La chica que me ayudó a ponérmelo lo llamó «vestido de día». Me dijo que todos mis vestidos de noche ya estaban en mi habitación, y que ya llevarían el resto. Luego me puso un broche plateado en la parte alta del vestido. Llevaba mi nombre en letras brillantes. Por fin me colocó unos zapatos con «tacones chupete», como los llamó ella, y me envió de nuevo al rincón para que pudieran hacerme la fotografía del «después». De allí me mandaron a la primera de una serie de cuatro pequeñas estaciones que había junto a la pared. En cada una había una silla frente a un falso fondo; enfrente, una cámara sobre su trípode.

Tomé asiento, como me indicaron, y esperé. Una mujer con una carpeta en la mano se sentó a mi lado y me dijo que esperara un momento a que encontrara mis papeles.

—¿Para qué es esto? —pregunté.

—Para el especial sobre vuestra transformación. Hoy emitiremos vuestra llegada; el miércoles, la transformación; y el viernes haréis vuestro primer Report. La gente ha visto vuestras fotos y ya saben un poco de lo que dijisteis en vuestras solicitudes —afirmó, mientras localizaba los papeles y los ponía en lo alto del montón. Luego cruzó los dedos y prosiguió—. Pero queremos que tomen partido por vosotras, y eso no ocurrirá a menos que puedan conoceros. Así que te haremos una pequeña entrevista, y tú da tu mejor cara en los Reports, y no seas tímida cuando nos veas rondando por el palacio. No estamos aquí todos los días, pero estaremos por ahí.

—De acuerdo —dije, dócilmente. En realidad no tenía ningunas ganas de hablar con equipos de televisión. Me parecía una pérdida de intimidad tremenda.

—Así que te llamas America Singer, ¿verdad? —preguntó, a los pocos segundos de que se encendiera una luz roja en lo alto de la cámara.

—Sí —respondí, intentando mantener los nervios a raya.

—A decir verdad, no me parece que te hayan cambiado mucho. ¿Nos puedes contar qué es lo que te han hecho en la sesión de transformación de hoy?

Me lo pensé un momento.

—Me han escalado el pelo. Eso me gusta —me pasé los dedos por entre la melena pelirroja, sintiendo la suavidad de mi cabello tras los cuidados recibidos—. Y me han cubierto de una crema con olor a vainilla. Huelo como si fuera un postre —dije, olisqueándome el brazo.

Ella se rió.

—Eso es fantástico. Y ese vestido te queda realmente bien.

—Gracias —respondí, echando un vistazo a mi vestido nuevo—. No suelo ponerme muchos vestidos, así que voy a tardar un poco en acostumbrarme.

—Es cierto —apuntó mi entrevistadora—. Solo sois tres Cincos en la
Selección
. ¿Cómo describirías la experiencia hasta el momento?

Intenté pensar algo que describiera la sensación que me producía todo lo vivido durante el día. Desde mi decepción en la plaza a la sensación de volar o a la reconfortante compañía de Marlee.

—Sorprendente —dije.

—Imagino que habrá más sorpresas de camino —intervino ella.

—Espero que al menos sean más tranquilas que las de hoy —dije, suspirando.

—¿Qué te parece la competición hasta ahora?

Tragué saliva.

—Las chicas son muy agradables —con una clara excepción.

—Mm-hmm —soltó ella, interpretando mi respuesta—. ¿Y qué te parece cómo te han transformado? ¿Te preocupa el aspecto de alguna otra chica?

Me planteé la respuesta. Decir que no sonaría a altanería; decir que sí sonaría a inseguridad.

—Creo que el equipo ha hecho un gran trabajo sacando lo mejor de cada chica.

Ella sonrió.

—Muy bien, creo que eso es todo.

—¿Es todo?

—Tenemos que meteros a las treinta y cinco en hora y media, así que tengo de sobra.

—Vale —no había ido tan mal.

—Gracias por tu tiempo. Puedes esperar en ese sofá de ahí, y ya vendrán a buscarte.

Fui a sentarme en el gran sofá circular de la esquina. Allí estaban dos chicas que aún no conocía, charlando tranquilamente. Eché un vistazo a la sala y vi que alguien anunciaba la llegada del último grupo. Se volvió a montar un gran revuelo. Estaba tan absorta en todo aquello que casi no me di cuenta de que Marlee se sentaba a mi lado.

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