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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

La selección (11 page)

BOOK: La selección
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—¡Marlee! ¡Qué pelo más bonito!

—¿Verdad? Me han puesto extensiones. ¿Crees que a Maxon le gustará? —parecía que le preocupaba de verdad.

—¡Claro! ¿Qué chico puede resistirse a una rubia despampanante? —dije, con una sonrisa divertida.

—America, eres un encanto. Toda aquella gente del aeropuerto se quedó prendada de ti.

—Bueno, solo quise ser amable. Tú también hablaste con mucha gente.

—Sí, pero ni la mitad que tú.

Bajé la cabeza, algo avergonzada porque me felicitaran por algo que me parecía tan obvio. Cuando levanté la vista, me giré hacia las otras dos chicas que estaban sentadas a nuestro lado: Emmica Brass y Samantha Lowell. No nos habían presentado, pero yo sabía quiénes eran. Al principio no reaccioné. Me estaban mirando como si me pasara algo. Antes de que pudiera siquiera preguntarme por qué, Silvia, la mujer de antes, se nos acercó.

—Muy bien, chicas. ¿Estamos listas? —echó un vistazo al reloj y nos miró a todas, expectante—. Voy a enseñaros un poco el lugar y os llevaré a las habitaciones que se os han asignado.

Marlee dio una palmada y las cuatro nos pusimos en pie. Silvia nos dijo que el lugar en el que nos habían peinado y maquillado era la Sala de las Mujeres. Normalmente la usaban la reina, sus doncellas y las otras mujeres de la familia real.

—Acostumbraos a esta sala: pasaréis mucho tiempo en ella. De camino hacia aquí habéis pasado por el Gran Salón, que suele usarse para fiestas y banquetes. Si fuerais muchas más, allí es donde comeríais. Pero el comedor principal es lo suficientemente grande para vosotras. Vamos a verlo un momento.

Nos enseñaron dónde comía la familia real, en una mesa independiente. Nosotras nos sentaríamos a unas mesas largas a los lados, de modo que el conjunto tenía una forma de U. Ya teníamos nuestros asientos asignados, con elegantes etiquetas. Yo tendría al lado a Ashley y a Tiny Lee, a la que había visto en la Sala de las Mujeres antes; enfrente estaría Kriss Ambers.

Dejamos el comedor y bajamos una escaleras hasta la sala desde donde se emitía el Illéa Capital Report. Volvimos a subir y nuestra guía nos indicó un salón donde se pasaban la mayor parte del tiempo trabajando el rey y Maxon. Teníamos prohibida la entrada.

—Otro lugar al que no podéis acceder: la tercera planta. Allí es donde tiene sus aposentos la familia real, y no se tolerará ningún tipo de intrusión. Vuestras habitaciones están en la segunda planta. Ocuparéis una gran parte de las habitaciones de invitados, pero no hay que preocuparse: aún nos queda espacio para cualquier visita que se presente. Estas puertas de ahí dan al jardín trasero. Hola, Hector, Markson.

Los dos guardias apostados en la puerta asintieron con un gesto decidido. Tardé un momento en darme cuenta de que el gran arco que teníamos a la derecha era una puerta lateral del Gran Salón, lo que quería decir que la Sala de las Mujeres estaba a la vuelta de la esquina. Me sentí orgullosa de mí misma por haberlo descubierto. El palacio era como un opulento laberinto.

—No debéis salir al exterior bajo ninguna circunstancia —prosiguió Silvia—. Durante el día, habrá momentos en que podréis pasear por el jardín, pero no sin permiso. Es una simple norma de seguridad. Por mucha vigilancia que pongamos, los rebeldes ya han conseguido introducirse en el recinto anteriormente.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Doblamos una esquina y subimos las enormes escaleras que llevaban a la segunda planta. Bajo los pies sentía las alfombras mullidas, como si me hundiera un par de centímetros cada vez que daba un paso. La luz se colaba por unos altos ventanales, y olía a flores y a aire libre. De las paredes colgaban grandes pinturas de reyes del pasado, así como unos cuantos retratos de líderes estadounidenses y canadienses. Al menos, eso supuse que serían. No llevaban ninguna corona.

—Vuestras cosas ya están en las habitaciones. Si la decoración no os parece apropiada, decídselo a vuestras doncellas. Cada una tenéis tres, y también os esperan en vuestras habitaciones. Os ayudarán a deshacer las maletas y a vestiros para la cena.

»Esta noche, antes de la cena, os reuniréis en la Sala de las Mujeres para asistir a la emisión especial del Illéa Capital Report. ¡La semana que viene seréis vosotras las que aparezcáis en el programa! Hoy podréis ver parte de las grabaciones realizadas cuando dejasteis vuestras casas y de vuestra llegada aquí. Promete ser algo muy especial. Tenéis que saber que el príncipe Maxon aún no ha visto nada de eso. Esta noche él verá lo mismo que toda Illéa. Será mañana cuando os presentaréis ante él oficialmente.

»Todas cenaréis en grupo, para que podáis ir conociéndoos, ¡y mañana empieza el juego!

Tragué saliva. Demasiadas normas, demasiada estructura, demasiada gente. Me habría gustado estar sola con un violín.

Fuimos recorriendo la segunda planta, dejando a cada una de las seleccionadas en su habitación por el camino. La mía estaba en un rincón, junto a un pequeño pasillo, con la de Bariel, la de Tiny y la de Jenna. Agradecí que no estuviera en pleno meollo, como la de Marlee. Quizás así pudiera disfrutar de cierta intimidad.

Cuando nuestra guía se fue, abrí la puerta y me encontré con los grititos ahogados de tres mujeres muy excitadas. Una estaba en un rincón, cosiendo, y las otras dos estaban limpiando una habitación ya impecable. Se acercaron corriendo y se presentaron como Lucy, Anne y Mary, pero inmediatamente se me olvidó quién era quién. Me costó un poco convencerlas de que se fueran. No quería ser maleducada, puesto que parecían deseosas de servirme, pero necesitaba estar un rato sola.

—Solo necesito echar una cabezadita. Estoy segura de que vosotras también habréis tenido un día muy largo, preparándolo todo. Lo mejor que podríais hacer es dejarme descansar, y descansar un poco vosotras. Os agradeceré que vengáis a despertarme cuando sea la hora de bajar.

Pese a mi oposición, se deshicieron en una sucesión de agradecimientos y reverencias interminables, y por fin me quedé sola. No sirvió de nada. Necesitaba echarme en la cama, pero tenía todo el cuerpo en tensión, lo que me impedía ponerme cómoda en un lugar que, estaba claro, no estaba hecho para mí.

Había un violín en el rincón, así como una guitarra y un piano espléndido, pero no me sentía con fuerzas de tocar. Mi mochila estaba perfectamente cerrada, esperando a los pies de la cama, pero aquello también me parecía demasiado trabajo. Sabía que me habrían dejado cosas especiales en el armario, en los cajones y en el baño, pero no me apetecía explorar.

Me quedé allí tumbada, inmóvil. Era consciente de que eran horas, pero me pareció que solo habían pasado unos momentos cuando mis doncellas llamaron suavemente a la puerta. Las hice entrar y, pese a lo extraño que me resultaba, dejé que me vistieran. Estaban tan encantadas de ser útiles que no podía pedirles que se fueran.

Me recogieron el cabello hacia atrás con toda delicadeza y me retocaron el maquillaje. El vestido —al igual que el resto de mi vestuario, obra suya— era de un verde intenso y llegaba hasta el suelo. Sin aquellos minúsculos tacones me lo habría pisado todo. Silvia llamó a mi puerta y a la de mis tres vecinas a las seis en punto, para que saliéramos, y nos condujo por el pasillo hasta el rellano de la escalera, donde esperamos a que llegaran todas. A continuación nos dirigimos a la Sala de las Mujeres. Marlee salió a mi encuentro y fuimos juntas.

El sonido de treinta y cinco pares de zapatos de tacón por las escaleras de mármol era como la música de una elegante estampida. Se oyeron algunos murmullos, pero la mayoría de nosotras mantuvimos silencio. Al pasar junto al comedor observé que las puertas estaban cerradas. ¿Estaría dentro la familia real? Quizás estarían tomando su última comida los tres solos.

Me parecía extraño que fuéramos sus invitadas pero que aún no hubiéramos visto a ninguno de ellos.

La Sala de las Mujeres había cambiado desde nuestra visita. Los espejos y los colgadores habían desaparecido, y había mesas y sillas repartidas por la estancia, así como algunos sofás de aspecto muy cómodo. Marlee me miró e indicó con la cabeza uno de los sofás, y nos sentamos juntas.

Cuando estuvimos todas instaladas, encendieron la pantalla de televisión y vimos el Report. Incluía las mismas noticias de siempre —actualizaciones sobre el presupuesto de los diferentes proyectos, el progreso de las guerras, otro ataque rebelde en el este— y luego, la última media hora, aparecieron las grabaciones que nos habían hecho durante el día, comentadas por Gavril.

—Aquí, la señorita Celeste Newsome se despide de sus numerosos admiradores en Clermont. Esta encantadora jovencita necesitó más de una hora para separarse de sus fans.

Celeste sonrió complacida cuando se vio en la pantalla. Estaba sentada junto a Bariel Pratt, que llevaba el cabello liso como una tabla y hasta la cintura, y de un rubio tan pálido que parecía blanco. No había otro modo de decirlo: tenía unos pechos enormes. Se le salían del vestido sin tirantes, desafiando a cualquiera a que apartara la vista.

Bariel era guapa, pero de una belleza típica. Tenía un estilo similar al de Celeste. Sin saber muy bien por qué, al verlas juntas no pude evitar pensar aquello de «
Los enemigos, mejor cuanto más cerca
». Supuse que ambas se habían identificado mutuamente como las rivales más duras.

—Las otras seleccionadas del Medio-Este también han disfrutado de un gran seguimiento. La actitud tranquila y elegante de Ashley Brouillette la distingue inmediatamente como una dama. Mientras se abre paso entre la multitud, muestra una expresión humilde y un bello rostro que recuerdan a la propia reina.

»Y Marlee Tames, de Kent, que se ha mostrado de lo más participativa en su despedida de hoy, llegando incluso a cantar el himno nacional con la banda —en la pantalla aparecieron imágenes de Marlee sonriendo y abrazando a la gente de su provincia—. Enseguida se ha convertido en la favorita de muchas de las personas que hemos entrevistado hoy mismo.

Marlee me tendió la mano y apretó la mía. Estaba decidido: era mi favorita.

—Con la señorita Tames también viajaba America Singer, una de las tres Cincos que han superado la
Selección
.

Dieron una imagen de mí mejor de la que me esperaba. Lo único que recordaba era mi tristeza al escrutar a la multitud. Pero las escenas que habían elegido, mirando al público, daban una imagen de madurez y proximidad. La imagen del abrazo con mi padre fue conmovedora, preciosa.

Aun así, aquello no fue nada comparado con las imágenes en las que aparecía en el aeropuerto.

—Pero ya sabemos que las castas no significan nada en la
Selección
, y parece que Lady America es una participante que habrá que tener en cuenta. En el aeropuerto de Angeles, Lady Singer se convirtió en la protagonista, y se detuvo a tomarse fotos, a firmar autógrafos y a hablar con todo el mundo. A la señorita America Singer no le importa nada ensuciarse las manos, cualidad que muchos consideran necesaria para ser nuestra futura princesa.

Casi todas se giraron a mirarme. Lo vi en sus ojos, la misma mirada que me habían echado Emmica y Samantha. De pronto aquellas miradas cobraron sentido. No importaban mis intenciones. Ellas no sabían que yo no quería aquello. A sus ojos, era una amenaza. Y estaba claro que deseaban librarse de mí.

Capítulo 10

Me pasé la cena con la cabeza gacha. En la Sala de las Mujeres había podido mostrarme valiente porque tenía a Marlee al lado, y a ella le caía bien. Pero allí, rodeada de personas cuyo odio podía sentir casi físicamente, me acobardé. Solo levanté la vista del plato una vez; entonces me encontré con Kriss Ambers, que le daba vueltas al tenedor con gesto amenazador. Y Ashley, siempre tan elegante, no dejó de hacer morritos, sin dirigirme la palabra. De lo único que tenía ganas era de huir a mi habitación.

No entendía por qué era todo tan importante. Vale, parecía ser que le gustaba a la gente. ¿Y qué? Allí dentro aquello no tenía ninguna importancia; sus gestos de cariño no valían para nada.

Después de todo, no sabía si sentirme honrada o molesta.

Centré mis energías en la comida. La última vez que había comido filete había sido unas Navidades, años atrás. Sabía que mamá se había esmerado todo lo posible, pero no tenía nada que ver con aquel, tan jugoso, tan tierno, tan sabroso. Me daban ganas de preguntarle a alguien si no era el mejor filete que había probado nunca. Si Marlee hubiera estado allí cerca, lo habría hecho. La busqué con la mirada. Estaba charlando tranquilamente con las chicas que tenía alrededor.

¿Cómo lo conseguía? ¿Acaso no había salido en la misma grabación que decía que era una de las favoritas? ¿Cómo lo hacía para que la gente le hablara?

El postre fue un surtido de frutas con helado de vainilla. Era como si estuviera descubriendo el placer de comer. Si aquello era comida, ¿qué era lo que me había estado metiendo en la boca hasta entonces? Pensé en May y en lo golosa que era. Aquello le habría encantado. Estaba segura de que ella habría triunfado.

No podíamos abandonar la mesa hasta que todas hubieran acabado, y luego teníamos órdenes estrictas de irnos directamente a la cama.

—Al fin y al cabo, por la mañana conoceréis al príncipe Maxon, y todas querréis dar vuestra mejor imagen —recordó Silvia—. De hecho, es el futuro marido de una de vosotras.

Unas cuantas chicas suspiraron ante la idea.

El repiqueteo de los zapatos al subir las escaleras esta vez fue menos sonoro. No veía el momento de quitarme los míos. Y aquel vestido. Tenía una muda mía de verdad en la mochila y no sabía si ponérmela, aunque solo fuera por sentirme yo misma por un momento.

Tras subir las escaleras, mientras las chicas se dirigían a sus habitaciones, Marlee me cogió del brazo.

—¿Estás bien?

—Sí. Es solo que algunas de las chicas me miraban mal durante la cena —dije, intentando no parecer una llorica.

—Solo están un poco nerviosas porque le has gustado mucho a la gente —respondió, quitándole hierro al asunto.

—Pero tú también le has gustado a la gente. He visto los carteles. ¿Por qué no te hacen lo mismo a ti?

—No has pasado mucho tiempo con grupos de chicas, ¿verdad? —me preguntó, con una sonrisa pícara, como si yo supiera lo que estaba pasando.

—No. Sobre todo con mis hermanas —confesé.

—¿Te educaron en casa?

—Sí.

—Bueno, yo estudié con un grupito de otras Cuatros en casa, todas chicas, y cada una tiene su método para influir en las demás. Fíjate: todo consiste en conocer a la persona, en pensar qué es lo que le molestará más. Muchas de las chicas me hacen cumplidos ambiguos, o pequeñas observaciones, cosas así. Sé que me ven como una persona superficial y extrovertida pero que, en realidad, es tímida, y creen que pueden ir mellando mi autoestima con palabras.

BOOK: La selección
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