La siembra (40 page)

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Authors: Fran Ray

BOOK: La siembra
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Lorraine suspira.

—También del poder y el control. Pero ¿qué he de hacer ahora? ¿Ir a la policía?

—¡No! —exclama Camille; Ethan sacude la cabeza—. ¿Qué puede hacer la policía? —Y le lanza una mirada a Ethan en busca de confirmación.

«Exacto», piensa él, y asiente.

El móvil de Camille vibra en el escritorio. Ethan lo señala.

—Gracias —murmura ella, y contesta.

Ha ocurrido algo: lo delata su mirada helada y su «sí» monocorde. Por fin cuelga y dice:

—Eran los de la clínica. Mi padre no se encuentra bien. Al parecer, ha permanecido tendido en el baño toda la mañana. Debo ir a verlo. —Mete lo más importante en el bolso y, al ponerse de pie, mira a Ethan—. Prométeme que no emprenderás nada en mi ausencia.

—Me quedaré aquí —le asegura él.

—Puedo acompañarla —se ofrece Lorraine.

Camille asiente y Lorraine le tiende la mano a Ethan.

—Tenga cuidado —susurra.

Ethan guarda una parte de los granos de maíz en un sobre.

—¿Podría hacer que los analicen? —pide.

Cuando la pesada puerta de seguridad se cierra, Ethan permanece sentado con la vista clavada en el monitor, donde ahora flotan las esferas doradas del protector de pantalla. Lo ocurrido todavía le parece incomprensible: que Sylvie y Mathilde hayan muerto, que él mismo haya matado a un hombre. ¿Cómo puede ser que su existencia se haya convertido en una pesadilla? ¿Y cómo es que siempre logra escapar con vida de las emboscadas que le tienden? Hace muchísimo tiempo que ha dejado de creer en los ángeles de la guarda. Aunque en su hogar solían rezar antes de las comidas, aunque su madre se enorgulleciera de sus abuelos que habían fundado una misión al sur de Australia. Le legaron a su nieta, la madre de Ethan, la conciencia de que el mundo y todos los seres humanos son imperfectos, malvados, hipócritas e indignos, y que la vida sólo consiste en trabajo duro y renuncia. Aún hoy se pregunta cómo su padre pudo aguantar a esa mujer. Cuando le dio la espalda a la granja y a sus padres para ir a Sídney, su madre le pronosticó una vida pecaminosa. Para ella —que de mayor se volvió cada vez más triste y más severa—, el fracaso del matrimonio de su hijo con Ruth supuso la confirmación de su profecía.

Hace cinco años voló a Australia para asistir al entierro de su madre. La idea de reencontrarse con su padre, con el lugar de su infancia, con la granja siempre en lucha por sobrevivir, le quitó el sueño durante días y ya había considerado no acudir. Pero entonces comprendió que lo único que le impedía enfrentarse a su vida anterior era su cobardía, y cogió el avión.

Su padre había envejecido mucho, tenía la piel tan seca y agrietada como la tierra en que hacía pastar ovejas en vez de vacas. Dos fieles peones le ayudaban con las cercas y las reparaciones. Durante los últimos años, la madre de Ethan guardaba silencio, rezaba y leía la Biblia. Brenda, la vecina, le lanzó miradas críticas junto a la tumba. Ethan le caía mal desde que, a los dieciséis años, había roto con su hija. Se sentía abrumado por la culpa, debería haberse ocupado de sus padres, de Ruth, de su hijo Steven, sí, a lo mejor no debería haberse marchado. Pero se negó a aceptar la culpa. No podía hacerse cargo de todos aquellos que no sabían resolver su vida.

Al principio de su relación con Sylvie había jugado con la idea de ir en busca de Steven, pero los obstáculos burocráticos le parecieron insuperables, y además, ¿qué habría hecho Sylvie con el hijo de ocho años de otra mujer? Tal vez debería haberlo hablado con ella.

Siente un malestar en el estómago y recuerda que la última vez que probó bocado fue en el avión. En la
kitchenette
descubre un trozo seco de baguette y un bote de mermelada de fresa. Poca cosa, pero tranquilizará a su estómago. Y también recuerda que hace días que no fuma.

Vigilaban a Mathilde, pero no la policía. Alguien debió haber sabido que se reuniría con ella, y alguien quería hacerse con el contenido de la caja fuerte. También podrían haberlo atacado en las calles de Gibraltar. No: había que asesinarlo, como a todos los que sabían algo. Come el último trozo de pan con mermelada, deja el bote en la nevera y regresa al despacho. Un espacio vacío en el que todo está dispuesto para ser ocupado por las personas resulta deprimente, como si todos los objetos aguardaran a ser utilizados una vez más, a volver a estar rodeados de vida.

Desliza la cadena y el colgante entre los dedos y de pronto descubre en el ángulo una inscripción que antes había pasado por alto. Distingue signos diminutos, pero no logra descifrarlos. Los examina bajo la lámpara y entorna los ojos: 40005808kps. ¿Un número de referencia?

Está cansado, pero cada vez que cierra los ojos una voz interior lo sobresalta con un grito. Ante él, las esferas doradas siguen flotando en la pantalla. The Three Poles. ¿Qué está esperando para buscarlo en internet?

¡Es increíble que sea tan sencillo...! Teclea
www.thethreepoles.com
y en la pantalla aparece un templo sobre fondo azul oscuro. Por encima del friso aparece el emblema del ángulo y del círculo. «Atlántida, el continente desaparecido. La cultura desaparecida que dominaba una gran sabiduría... Una imagen idónea para una Logia elitista...» Por debajo figura el mismo texto que en las hojas que hay en la mesa.

Más abajo, prosigue.

Los miembros son muy selectos, economistas, industriales, científicos y otras personalidades de la vida pública.

Se diferencia entre los miembros activos, asociados, honoríficos e institucionales. La cifra de los miembros activos se limita a cien.

No suelen presentarse solicitudes para ser aceptado como miembro. El modelo es el mismo que el de las academias científicas.

A la izquierda aparece una hilera de vínculos y Ethan clica «Actividades».

Desde que fue fundada en 1973 por Frank J. Milward, The Three Poles participa en la financiación y el apoyo de los proyectos de vacunación de WHO, y en proyectos para combatir el hambre.

Siguen fechas y lugares. Ethan vuelve a clicar: aparecen proyectos educativos, anuncios de simposios sobre agricultura eficaz y conservación de la energía, sugerencias de libros.

En el menú al final de la página, bajo el título «Miembros», hay dos casillas en las que hay que introducir el nombre del usuario y la contraseña. Ethan reflexiona un instante y luego introduce el código que descubrió en el colgante: 4005808kps. Es una tontería, porque incluso si fuera correcto le falta la contraseña.

Vuelve a fijar la vista en el monitor hasta que aparecen las esferas doradas del protector de pantalla.

Al final escribe Vincent. Vincent 4005808kps. Sería demasiado sencillo. Vincentaudry. Vincent-audry. Audry. Lo intenta escribiendo la fecha del cumpleaños de Vincent, que recuerda porque lo celebraron cuatro veces en París y después él y Sylvie siempre se peleaban.

Mathilde 4005808kps. Tampoco. Sigue tecleando automáticamente. Sylvie. No. Sylvieharris. Tampoco, claro que no. Sylvieaudry. No. ¿Por qué habría de ser eso?

Roza el friso con la flecha, los capiteles dóricos, las columnas, recorre el suelo parecido a un tablero de ajedrez, un mosaico formado por azulejos blancos y negros. Las alianzas existen con el fin de ponerles límites a los demás. Ethan recuerda sus anteriores investigaciones. Los miembros se consideran unos elegidos y parte de una elite. Y como elite, es posible despreciar a los demás, manipularlos y engañarlos. Los rituales y la discreción unen a los miembros, sobre todo si aquéllos son de carácter humillante, sigue recordando, y así cualquier disidente se convierte en el traidor de todos... y en el enemigo común.

Quizás, al final Vincent también fue un traidor, cuando le legó la llave de la caja fuerte a su hija... y también el dinero.

Desliza el cursor sin rumbo, con la esperanza de encontrar un lugar para seguir clicando. Pero no lo encuentra y, decepcionado, se inclina hacia atrás.

Masones: creados a partir de las hermandades medievales de los canteros, recuerda. Por eso numerosos símbolos proceden de ese gremio: ángulos, círculos, martillo, plomada... Se detiene abruptamente. «Pondré la justicia como cordel y la rectitud como plomada.» La carta de despedida de Sylvie. Isaías, capítulo 28, versículo 17.

«¡Maldita sea, Sylvie, me dejaste este indicio! Firmado "S" y no Sylvie, para que lo descifre, ¿verdad? ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? ¡Sylvie! ¡Maldición!»

Como un loco, busca otros significados masones de la plomada en internet. Es el símbolo del Segundo Capataz. ¿Quizá Vincent era el Segundo Capataz?

Vuelve a la página de inicio, introduce el código del colgante en la casilla del usuario y después teclea «plomada» en la de la contraseña. No es correcto. Así que no era tan sencillo... Lo intenta poniendo «cordel». No. Teclea Isaías2817.

Apenas un segundo después desaparece el texto entre las columnas y sobre ellas aparecen nuevos conceptos.

Control of Resources
pone en la de la izquierda,
Control of Information
en el friso, y en la columna de la derecha,
Control of Food.
Y debajo:

Hermanos y hermanas:

La próxima reunión del templo tendrá lugar el 6 de abril a las 22 horas en el Crown Plaza, Ginebra, habitación 417, a continuación del simposio «Economía agrícola eficaz a través de la ingeniería genética».

Temas:

Medidas para alcanzar nuestros objetivos masones.

Así que el simposio se celebra mañana. Tiene que conseguir un vuelo a Ginebra.

14

Camille cierra la puerta, enciende la luz y se detiene. Se ha subido el cuello del abrigo, tiene hambre y está muerta de frío. Se encuentra fatal; le surge la duda de haber hecho lo correcto. Ethan despierta sobresaltado tras haberse dormido en el sillón de Christian. Fuera está oscuro como boca de lobo.

—Véronique Regnard murió esta mañana en la cárcel —anuncia ella con voz monocorde. Leyó el SMS de Christian cuando todavía estaba en el despacho de Lejeune—. Colapso circulatorio.

Sacude la cabeza, arroja el bolso sobre el escritorio y se desabrocha el abrigo empapado.

—¿Qué hora es? —pregunta él, y se incorpora.

—Las seis y media. ¿Sabes?, mordió el tubo, pero... ¿cómo es posible que uno muera así, sin más? —piensa en voz alta.

—Alguien la envenenó o le administró una sobredosis de alguna droga o...

Ella se deja caer en su silla y se cubre el rostro con las manos.

—Debería de haber hecho algo. Me había encomendado que averiguara algo, algo que ella no podía averiguar. —Se le aparece aquel rostro estrecho de ave y no deja de recordar la conversación con Véronique: «Océane Rousseau... no se fíe de ella, Camille. Quiere que se produzca un nuevo Toba.»

—¿Cómo se encuentra tu padre? —oye que le pregunta Ethan.

—¿Mi padre? —Ella lo mira sorprendida. Su padre forma parte de otra realidad. Suspira, se encoge de hombros y saca un paquete de Kleenex del bolso—. No le ocurrió nada grave, supongo que más bien se debió al shock —añade, y se suena la nariz.

Ethan parece ausente.

—¿Qué te pasa?

—Mañana vuelo a Ginebra —dice tras vacilar un momento.

—¿A Ginebra?

—Isaías, capítulo 28, versículo 17. En su carta de despedida, Sylvie me dejó la contraseña de los miembros de The Three Poles. Mañana se reúnen en Ginebra.

«¿Ha estado en Ginebra?» Ginebra, que hasta ahora sólo era la ciudad junto al lago homónimo, la de los innumerables despachos de organizaciones de ayuda, bancos, comisiones, filiales y también de la ONU. «Créame, Camille, usted puede mover el mundo.»

De pronto nota que aún lleva puesto el abrigo empapado, que por eso pesa más. Se lo quita y lo cuelga de una silla, lentamente, como si así pudiera recuperar la calma.

—¿Y tú te propones irrumpir en esa reunión?

—¿Se te ocurre algo mejor?

Ella saca la tarjeta del cajón superior del escritorio y se la tiende.

—«Edenvalley. Simposio: Economía agrícola eficaz a través de la ingeniería genética, Crown Plaza, Ginebra. Me encantaría volver a verla. Saludos, Océane Rousseau» —lee Ethan en voz alta y le lanza una mirada inquisidora.

Camille le arrebata la tarjeta de la mano.

—Deberíamos ir juntos.

«No sabe que ya he aceptado la invitación. No se debe mezclar lo privado con lo profesional, pero no logro evitarlo. Aunque en realidad... sólo trabajo bien cuando mezclo ambas cosas», se dice ella. Volverá a ver a Océane y escribirá sus reportajes. Una periodista debe tener en cuenta a ambos bandos...

—¿Por qué Océane Rousseau te ha enviado una invitación personal? —pregunta él.

«A mí también me gustaría saberlo.»

—Le hice una entrevista y además quiere darle lustre a la imagen de Edenvalley —responde.

—Supongo que lo necesita. —Ethan señala la pantalla de su ordenador—. Te has abonado a ese boletín informativo.

Ella se inclina y lee.

El contenedor también contiene grandes cantidades del peligroso maíz transgénico de Edenvalley.

Como acaba de salir a la luz, hace dos semanas en Hamburgo, la organización ecologista Greenpeace tomó muestras de un contenedor cargado de semillas de la empresa Edenvalley. Los contenedores ya se encuentran a bordo de un carguero con destino a Ciudad del Cabo.

Entretanto, un laboratorio independiente ha confirmado que el maíz transgénico contiene una albúmina desconocida. Aunque un estudio de las semillas de la empresa agroquímica Edenvalley utilizadas como forraje demostró anomalías en la sangre de los animales de laboratorio, hace poco tiempo la autoridad de la UE responsable de evaluar riesgos, la European Food Safety Authority (EFSA), clasificó el maíz DR como inocuo. Greenpeace no pudo informar sobre el lugar donde se encuentra el cargamento. Al parecer, hace tiempo que los contenedores están en alta mar. El mismo maíz DR fue descubierto en agosto del año pasado en campos de Portugal y destruido por un grupo ecologista portugués.

De pronto Camille siente un malestar en el estómago. ¿Ha consumido ese maíz? Recuerda que lo que pidió en el De Crillon fue pollo con gachas de maíz, y ¿quién sabe qué alimentos también contienen dicho maíz? ¿Y la carne de vacuno? La semana pasada comió un filete... Camille traga saliva, siente náuseas.

—Hace tiempo que consumimos ese maíz, Ethan.

La mirada de él se pierde en el vacío.

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