Read La tierra de las cuevas pintadas Online
Authors: Jean M. Auel
Cuando reanudaron la marcha, Ayla hizo gala de su virtuosismo en la imitación de reclamos de aves, y no tardó en detectar un cambio en el eco. Se detuvo a examinar las paredes, primero la derecha, luego la izquierda, y vio un friso con tres rinocerontes. Los animales aparecían sólo perfilados en negro, pero las figuras transmitían una sensación de volumen y su contorno era de tal precisión que producía un efecto notablemente realista. Lo mismo ocurría con los animales que estaban grabados. Algunos de los que había visto, en especial los mamuts, eran sólo un trazo del perfil de la cabeza y la característica forma del lomo, con dos líneas curvas añadidas a modo de colmillos; otros, en cambio, presentaban un considerable acabado, con ojos y la insinuación de un pelaje lanudo. Pero incluso sin colmillos y otros detalles, los perfiles bastaban para crear la sensación del animal completo.
Al ver los dibujos se preguntó si sus trinos y el canto de la Zelandoni se habían alterado realmente en ciertas partes de la cueva, y si algún antepasado había oído o percibido allí esas mismas tonalidades en los sonidos y por eso las había marcado con mamuts y rinocerontes y otros animales. Era fascinante imaginar que la propia cueva indicase a la gente dónde debía dejar su huella. ¿O era la Madre quien revelaba a Sus hijos por mediación de la cueva dónde debían mirar y dónde dejar sus marcas? Se preguntó si los sonidos que emitían los llevaban realmente a los lugares más cercanos al Inframundo de la Madre. Esa impresión daba, pero Ayla, en un rincón de su mente, albergaba ciertas dudas y se limitó a preguntárselo a sí misma.
Cuando emprendieron la marcha otra vez, Ayla siguió con sus cantos de ave. Un poco más adelante, aunque no estaba del todo segura, se sintió obligada a detenerse. Al principio no vio nada, pero tras unos cuantos pasos miró hacia la izquierda en la amplia cueva. Allí vio un mamut grabado especialmente digno de mención. Debía de tener todo su pelaje greñudo de invierno. Se apreciaba el pelo de la frente, en torno a los ojos y por toda la cara, y en la trompa.
—Parece un viejo sabio —comentó Ayla.
—Lo llaman «El Viejo» —explicó la Zelandoni—, o a veces «El Sabio».
—Me hace pensar en un anciano que puede atribuir a su hogar muchos hijos, y los hijos de estos, y quizá también los hijos de estos últimos —dijo Jondalar.
La Zelandoni empezó a cantar otra vez y se dirigió hacia la pared opuesta, donde había más mamuts, muchos, pintados en negro.
—¿Podéis usar las palabras de contar y decirme cuántos mamuts veis? —preguntó tanto a Jondalar como a Ayla.
Los dos se aproximaron a la pared de la cueva, sosteniendo en alto los candiles para ver mejor y, como si fuera un juego, enumeraron las palabras de contar correspondientes a los que veían.
—Algunos miran a la izquierda; otros a la derecha —observó Jondalar—. Y vuelve a haber otros dos en medio, uno frente al otro.
—Parece que aquellos dos jefes que hemos visto antes han vuelto a reunirse acompañados de parte de su manada —dedujo Ayla—. Yo cuento once.
—Yo también —confirmó Jondalar.
—Ésa es la cantidad que suele ver la gente —dijo la Zelandoni—. Por este camino hay más animales, pero están muy lejos, y no creo que sea necesario visitarlos esta vez. Volvamos atrás y tomemos por aquel otro pasadizo. Os sorprenderá.
Regresaron al lugar donde los dos túneles divergían, y la Zelandoni los guio por el otro. Tarareó o cantó con voz suave mientras avanzaban. Dejaron atrás más animales, en su mayoría mamuts, pero también un bisonte, y quizá un león, pensó Ayla, y advirtió más marcas de dedos, algunas con formas características, otras aparentemente al azar. De repente la Primera alzó el volumen y el timbre de la voz, y aminoró el paso. Al cabo de un momento empezó a entonar la ya conocida letra del Canto a la Madre.
En el caos del tiempo, en la oscuridad tenebrosa
,
el torbellino dio a luz a la Madre gloriosa
.
Despertó ya consciente del gran valor de la vida
,
el oscuro vacío era para la Gran Madre una herida
.
La Madre sola se sentía. A nadie tenía
.
Al otro creó del polvo que al nacer traía consigo
,
un hermano, compañero, pálido y resplandeciente amigo
.
Juntos crecieron, aprendieron qué era amor y consideración
,
y cuando Ella estuvo a punto, decidieron confirmar su unión
.
Él la rondó expectante. Su pálido y luminoso amante
.
La voz plena y vibrante parecía llenar todo el espacio y la profundidad de la gran cueva. Ayla se conmovió de tal modo que no sólo experimentó escalofríos, sino que se le formó un nudo en la garganta y se le saltaron las lágrimas.
El oscuro vacío y la tierra yerma y vasta
aguardaron el nacimiento con ánimo entusiasta
.
La vida desgarró su piel, bebió la sangre de sus venas
,
respiró por sus huesos y redujo sus rocas a blancas arenas
.
La Madre alumbraba. Otro alentaba
.
Al romper aguas, estas llenaron mares y ríos
,
anegándolo todo, creando así árboles y plantíos
.
De cada preciosa gota, hojas y tallos brotaron
,
verdes y exuberantes plantas la Tierra renovaron
.
Sus aguas fluían. Nueva vegetación crecía
.
En violento parto, vomitando fuego a borbotones
,
dio a luz una nueva vida entre dolorosas contracciones
.
Su sangre seca se tornó en limo ocre, y llegó el radiante hijo
.
El supremo esfuerzo valió la pena, ya todo era gran regocijo
.
El niño resplandecía. La Madre no cabía en sí de alegría
.
Se alzaron montañas, de cuyas crestas brotaban llamas
,
y Ella a su hijo alimentaba con sus colosales mamas
.
Chispas saltaban al chupar el niño, tal era su anhelo
,
y la tibia leche de la Madre trazó un camino en el cielo
.
Una vida se iniciaba. A su hijo amamantaba
.
El niño reía y jugaba, y así se desarrollaban su cuerpo y su mente.
Para gozo de la Madre, las tinieblas disipaban con su luz refulgente.
Su mente y su fuerza crecían, recibiendo de Ella cariño
,
pero pronto aquel hijo maduró, pronto dejó de ser niño
.
Atrás quedaba la edad de la inocencia. Quería independencia
.
La profunda cueva parecía devolver el canto a La Que Era la Primera, y las formas redondeadas y los cortantes ángulos de la piedra provocaban ligeros retrasos y tonos modificados, de manera que el sonido que llegaba de vuelta a sus oídos constituía una fuga de armonía extrañamente hermosa.
Mientras la robusta voz llenaba el espacio de sonido, Ayla se sentía de algún modo reconfortada por ella. No distinguía todas las palabras, todos los sonidos, y algunos versos la hicieron pensar más profundamente en su significado, pero tenía la sensación de que si se perdía, oiría esa voz casi desde cualquier sitio. Observó a Jonayla, que también parecía escuchar con atención. Jondalar y Lobo estaban igual de arrobados que ella por el sonido.
Dándolo todo, su magnífico amigo luchó con bravura
,
el combate era enconado, la contienda penosa y dura
.
Al cerrar su gran ojo, abandonó por un instante la cautela
,
y la oscuridad robó la luz de su cielo con una triquiñuela
.
Su pálido amigo desfallecía. Su luz se extinguía
.
En la oscuridad absoluta, la Madre despertó con un grito
.
El tenebroso vacío se había propagado por el espacio infinito
.
Ella se sumó a la pugna, organizó con rapidez la defensa
,
y a su amigo liberó de aquella sombra tétrica y densa
.
Pero a su hijo perdió de vista. La noche borró toda pista
.
Pero las inhóspitas tinieblas ansiaban su vivo y radiante calor
.
La Madre firme se mantuvo en su defensa y resistió con vigor
.
El torbellino tiró con violencia, negándose a soltar a su presa
,
y Ella luchó de tú a tú contra la oscuridad arremolinada y aviesa
.
De las tinieblas se protegió. Pero su hijo otra vez se alejó
.
Cuando la Madre combatía al torbellino y al caos hacía huir
,
la luz de su hijo con intensidad veía nuevamente refulgir
.
Cuando Ella flaqueaba, el inhóspito vacío volvía a la carga
,
y la oscuridad retornaba al final de una jornada ardua y larga
.
De su hijo sentía el calor. Mas aún no había vencedor
.
En el corazón de la Madre anidaba una inmensa pena
,
su hijo y Ella por siempre separados, esa era la condena
.
Suspiraba por el niño que en otro tiempo fuera su centro
,
y una vez más recurrió a la fuerza vital que llevaba dentro
.
No podía darse por vencida. Su hijo era su vida
.
En esa parte Ayla siempre lloraba. Sabía lo que era perder un hijo y se identificaba con la Gran Madre. Como Doni, también ella tenía un hijo que aún vivía, pero de quien estaría separada para siempre. Estrechó a Jonayla contra sí. Daba gracias por su nueva hija, pero siempre echaría de menos al primero.
Partió en dos las rocas con un atronador rugido
,
y en sus profundidades, en el lugar más escondido
,
nuevamente se abrió la honda y gran cicatriz
,
y los Hijos de la Tierra surgieron de su matriz
.
La Madre sufría, pero más hijos nacían
.
Todos los hijos eran distintos, unos terrestres y otros voladores
,
unos grandes y otros pequeños, unos reptantes y otros nadadores
.
Pero cada forma era perfecta, cada espíritu acabado
,
cada uno era un modelo digno de ser copiado
.
La Madre era afanosa. La Tierra cada vez más populosa
.
Todos, aves, peces y animales, eran su descendencia
,
y esta vez la Madre nunca habría de padecer su ausencia
.
Cada especie viviría cerca de su lugar originario
,
y compartiría con los demás aquel vasto escenario
.
Con la Madre permanecerían; de Ella no se alejarían
.
Tanto Ayla como Jondalar echaron una ojeada alrededor en la gran cueva y cruzaron una mirada. Ese era sin duda un lugar sagrado. Nunca habían estado en una cueva tan grande, y de pronto los dos comprendieron mejor el significado de ese relato de origen sagrado. Quizá hubiera otros, pero ese tenía que ser uno de los sitios por los que Doni había dado a luz. Tuvieron la sensación de hallarse en la matriz de la Tierra.
Aunque todos eran sus hijos y la colmaban de satisfacción
,
consumían la fuerza vital que hacía latir su corazón
.
Pero aún le quedaba suficiente para una génesis postrera
,
un hijo que supiera y recordara quién la Suma Hacedora era
.
Un hijo que la respetaría y a protegerla aprendería
.
La Primera Mujer nació ya totalmente desarrollada y viva
,
y recibió los dones que necesitaba, esa era su prerrogativa
.
La Vida era el Primer don, y como la Madre naciente
,
al despertar del gran valor de la vida era ya consciente
.
La Primera en salir de la horma, las demás tendrían su forma
.
Vino luego el don de la Percepción, del aprendizaje
,
el deseo de saber, el don del Discernimiento, un amplio bagaje
.
La Primera Mujer llevaba el conocimiento en su interior
,
que la ayudaría a vivir y transmitiría a su sucesor
.
Sabría la Primera Mujer cómo aprender, cómo crecer
.
Con la fuerza vital casi extinta, la Madre se consumía
,
transmitir el espíritu de la Vida, sólo eso pretendía
.
A sus hijos confirió la facultad de crear una nueva vida
,
y también la Mujer con esa posibilidad fue bendecida
.
Pero la Mujer sola se sentía; a nadie tenía
.
La Madre recordó la experiencia de su propia soledad
,
el amor de su amigo y su caricia llena de inseguridad
.
Con la última chispa que le quedaba, el parto empezó
,
para compartir la vida con la Mujer, al Primer Hombre creó
.
De nuevo alumbraba; otro más alentaba
.
La Zelandoni y Ayla miraron a Jondalar y sonrieron, y sus pensamientos fueron análogos. Ambas pensaron que era un ejemplo perfecto: él podría haber sido el Primer Hombre, y las dos dieron gracias a Doni por crear al hombre para compartir la vida con la mujer. Por sus expresiones, Jondalar casi pudo adivinarles el pensamiento, y se sintió un poco abochornado, sin saber por qué.
A la Mujer y el Hombre había deseado engendrar
,
y el mundo entero les obsequió a modo de hogar
,
tanto el mar como la tierra, toda su Creación
.
Explotar los recursos con prudencia era su obligación
.
De su hogar debían hacer uso, sin caer en el abuso
.
A los Hijos de la Tierra la Madre concedió
los dones precisos para sobrevivir, y luego decidió
otorgarles la alegría de compartir y el don del placer
,
por el cual se honra a la Madre con el goce de yacer
.
Los dones aprendidos estarán cuando a la Madre honrarán
.
La Madre quedó satisfecha de la pareja que había creado
.
Les enseñó a amarse y respetarse en el hogar formado
,
y a desear y buscar siempre su mutua compañía
,
sin olvidar que el don del placer de la Madre provenía
.
Antes de su último estertor, sus hijos conocían ya el amor
.