La tierra de las cuevas pintadas (44 page)

BOOK: La tierra de las cuevas pintadas
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El tema central que dominaba el friso era un magnífico reno con la cabeza en alto y la cornamenta hacia atrás; incluía detalles minuciosamente trazados, como el ojo, la línea de la boca y el hocico. En el flanco se advertían nueve marcas, orificios en forma de vaso paralelos al trazo del lomo. Detrás, mirando en dirección opuesta, había otro animal parcial, probablemente un ciervo, o tal vez un caballo, con otra hilera de orificios grabados a lo largo del cuerpo. En el extremo derecho de la pintura aparecía un león, y entre los dos, una serie de animales, incluidos varios caballos y una cabra montesa. Bajo el mentón de la figura central, y empleando el mismo trazo que en el cuello del reno, se veía la cabeza de un caballo. En la parte inferior, bajo las figuras principales, había un grabado de otro caballo. En total, calculó Ayla mediante las palabras de contar, los animales dibujados íntegra o parcialmente ascendían a nueve.

—No necesitamos ir más lejos —anunció Shevola—. Si seguimos, el túnel queda cortado. Hay otro pasadizo muy estrecho a la izquierda, pero al superarlo sólo hay otra pequeña sala y nada más. Deberíamos volver.

—¿Alguna vez celebráis aquí ceremonias o rituales? —preguntó Ayla mientras se volvía y acariciaba al lobo que esperaba pacientemente.

—El ritual fue la creación de estas imágenes —respondió la joven acólita—. La persona que vino aquí, una vez o quizá más, hacía un viaje ritual. No lo sé, puede que fuera un Zelandoni, o un acólito camino de serlo, pero imagino que se trataba de alguien que sentía la necesidad de acercarse al mundo de los espíritus, a la Gran Madre Tierra. La finalidad de algunas cuevas sagradas es que la gente las visite y lleve a cabo rituales, pero en mi opinión esta fue fruto de un viaje personal. En mi mente, cuando vengo aquí, intento expresar a mi manera un reconocimiento a esa persona.

—Me parece que serás una excelente Zelandoni —observó Ayla—. Eres ya muy sabia. También yo he sentido la necesidad de expresar mi reconocimiento a este lugar y al autor de esta obra. Creo que seguiré tus consejos y reflexionaré sobre ella y sobre quién la hizo, y ofreceré un pensamiento personal a Doni, pero me gustaría hacer algo más, quizá también acercarme al mundo de los espíritus. ¿Has tocado alguna vez las paredes?

—No, pero tú puedes hacerlo si quieres.

—¿Me aguantas la antorcha? —pidió Ayla.

Shevola cogió la tea y sostuvo las dos en alto para proyectar más luz en la reducida cueva. Ayla alargó los brazos y apoyó las palmas abiertas en la pared, no sobre los grabados o pinturas, sino cerca. Con una mano, palpó la arcilla húmeda; con la otra, la piedra caliza rugosa. Cerró los ojos. Fue la superficie arcillosa la que primero le causó un cosquilleo; después tuvo la impresión de que emanaba una sensación de intensidad de la pared. No sabía si era real o si la imaginaba.

Por un instante, sus pensamientos se retrotrajeron a los tiempos en que vivía con el clan y su viaje a la Reunión del Clan. Se le había exigido a ella que preparase la bebida especial para los Mog-ures. Iza le había explicado el proceso. Tenía que masticar las raíces secas y duras, y escupir la pulpa en un cuenco especial lleno de agua, y después revolverla con el dedo. No debía tragarla, pero no pudo evitarlo, y sintió los efectos. Cuando Creb la probó, debió de pensar que estaba demasiado fuerte, y dio menos de beber a cada Mog-ur.

Después de consumir la bebida especial de las mujeres y de bailar con ellas, Ayla regresó y vio que aún quedaba un poco de líquido lechoso en el fondo del cuenco. Iza le había dicho que no debía desperdiciarse jamás, y Ayla no sabía bien qué hacer, así que al final se lo bebió. Luego, sin saber lo que hacía, siguió las luces de los candiles y las teas hasta una cueva sinuosa donde se reunían los Mog-ures. Los demás no sabían que ella estaba allí, pero el Mog-ur, Creb, sí se dio cuenta. Ayla nunca llegó a entender los pensamientos y visiones que esa noche desfilaron por su cabeza, pero en adelante volvieron a asaltarla de vez en cuando. Eso mismo sentía en ese momento, no con tanta intensidad, pero la sensación era parecida. Con un estremecimiento de aprensión, apartó las manos de la pared de la cueva.

Las dos jóvenes desanduvieron el camino en silencio, deteniéndose un momento a mirar de nuevo el primer reno y el signo que lo acompañaba. Ayla advirtió unos trazos curvos en los que no se había fijado antes. Dejaron atrás la precaria pendiente pedregosa, que causó a Ayla un escalofrío, y luego los pasadizos estrechos hasta el tramo más difícil. Esta vez Lobo las precedió. Cuando llegaron al punto donde era necesario avanzar de rodillas, apoyando una sola mano en el suelo para sostener la luz con la otra, notó que su antorcha ardía poco, y deseó que le durase hasta la salida.

Una vez superado ese trecho, Ayla vio luz procedente de la boca de la cueva. Sentía los pechos hinchados. No se había dado cuenta de que había pasado tanto tiempo, pero sabía que Jonayla necesitaba comer ya, o a no mucho tardar. Se acercaron apresuradamente a las piedras donde habían dejado los morrales, y las dos cogieron sus odres. Tenían sed. Ayla buscó en el fondo del morral un pequeño cuenco que siempre llevaba para Lobo. Echó en él un poco de agua para el animal y después tomó un trago del odre ella misma. Cuando acabaron, y había guardado el cuenco de Lobo, se echaron los morrales a la espalda y salieron de la cueva para volver al lugar llamado Campamento de Verano de Tres Rocas, la Heredad Oeste de la Vigésimo novena Caverna de los zelandonii.

Capítulo 16

—Allí está Roca del Reflejo —señaló Jondalar—. ¿Tienes pensado detenerte en la Heredad Sur de la Vigésimo novena Caverna, Zelandoni?

La pequeña procesión formada por personas, caballos y Lobo se detuvo junto al Río y alzó la vista hacia el impresionante precipicio de piedra caliza dividido en cinco niveles, y en algunos sitios en seis. Como la mayoría de las paredes rocosas de la región, unas vetas verticales de manganeso negras daban un aspecto característico a la pared. Advirtieron el movimiento de personas que los observaban pero al parecer no querían ser vistas. Ayla recordó que varios miembros de esa caverna, incluido el jefe, recelaban mucho de los caballos y Lobo, y tenía la sincera esperanza de no verse obligada a parar allí.

—Estoy segura de que allí hay unas cuantas personas que no han acudido a la Reunión de Verano —respondió la mujer—, pero los visitamos el año pasado y en cambio no tuvimos ocasión de ir a la Quinta Caverna. Me parece que es mejor seguir adelante.

Prosiguieron cauce arriba, tomando el mismo sendero que el año anterior, en dirección al lugar donde el río se ensanchaba y disminuía su profundidad, lo que permitía vadear más fácilmente. Si se hubiesen propuesto seguir el Río, y si lo hubiesen organizado antes de salir, podrían haber viajado en balsa, lo que habría requerido impulsar la voluminosa embarcación aguas arriba mediante pértigas. O habrían podido caminar por el sendero bordeando el Río, lo que los habría obligado a viajar hacia el norte y luego hacia el este, ya que el cauce se curvaba en un amplio meandro; luego descendía otra vez al sur y al este y trazaba otro recodo que al final se orientaba de nuevo hacia el norte. En total, una caminata de más de quince kilómetros. Después de las grandes curvas en «S», el sendero a la orilla del Río ascendía aguas arriba, rumbo noreste, con un zigzagueo más suave.

Había pequeños poblados cerca del extremo norte del primer meandro, pero la Zelandoni se proponía visitar un asentamiento de tamaño considerable en el punto más meridional del segundo meandro, la Quinta Caverna de los zelandonii, conocida a veces como Valle Viejo. Era más fácil llegar a Valle Viejo yendo campo a través en lugar de seguir el sendero del Río y bordear las amplias curvas. Partiendo de Roca del Reflejo, en la orilla izquierda del Río, la Quinta Caverna estaba a poco menos de cinco kilómetros al este y un poco más al norte, aunque el sendero, que atravesaba aquel terreno montañoso por el lugar más transitable, no era tan directo.

Cuando llegaron al vado del Río, volvieron a detenerse. Jondalar desmontó de Corredor y examinó el lugar.

—Tú decides, Zelandoni. ¿Prefieres apearte y vadear a pie, o quedarte en la angarilla?

—No lo sé. Creo que vosotros tendréis una idea más clara —respondió la donier.

—¿Tú qué opinas, Ayla? —preguntó Jondalar.

Ayla encabezaba el grupo a lomos de la yegua, con Jonayla bien sujeta frente a ella mediante la manta de acarreo. Se volvió para mirar a los otros.

—El Río no parece muy hondo, pero es posible que la profundidad aumente más allá y puede que acabes sentada en el agua —respondió Ayla.

—Si me apeo y cruzo a pie, me mojaré con toda seguridad. Quizá prefiera correr el riesgo de comprobar si encima de este asiento permanezco seca —dijo la Primera.

Ayla echó una mirada al cielo.

—Ha sido una suerte que hayamos llegado aquí con el Río tan poco crecido. Podría llover, o… no sé —murmuró—. Tengo la sensación de que se avecina algo.

Jondalar volvió a montar y la Zelandoni se quedó en la angarilla. Al atravesar el cauce, el agua llegaba a los caballos a la altura del vientre y los dos jinetes se mojaron los pies descalzos y las pantorrillas. Lobo, que tuvo que nadar un corto trecho, acabó empapado, pero se sacudió el agua al llegar a la orilla opuesta. Las angarillas de madera flotaron un poco, y el nivel del agua era bajo. Salvo por algún que otro salpicón, la Zelandoni permaneció prácticamente seca.

Cruzado el Río, siguieron por un camino bien marcado que se alejaba del cauce y atravesaba la ladera de una sierra, hasta una cima redondeada donde confluía otro sendero; a partir de ese punto descendía por el lado opuesto, paralelo al atajo habitual. La distancia hasta la Quinta Caverna de los zelandonii era de unos siete kilómetros. Mientras viajaban, la Primera les proporcionó cierta información sobre la Quinta Caverna y su historia. Si bien Jondalar lo sabía ya casi todo, también escuchó atentamente; Ayla conocía ya algunas cosas, pero aprendió otras muchas que le eran nuevas.

—Por la palabra de contar en su nombre, sabréis que la Quinta Caverna es el tercer grupo de zelandonii más antiguo que existe —empezó a explicar la donier, empleando su tono más didáctico, que llegaba muy lejos pese a no levantar demasiado la voz—. Sólo la Segunda y Tercera cavernas son anteriores. Si bien las Historias y Leyendas de los Ancianos hablan de la Primera Caverna, nadie sabe qué fue de la Cuarta. Casi todos dan por supuesto que una enfermedad diezmó a sus habitantes hasta que la caverna dejó de ser viable, o que debido a una discrepancia entre varios miembros del grupo, unos cuantos se marcharon y otros se unieron a otra caverna. Esas cosas no son raras, como atestiguan las palabras de contar en los nombres de las diversas cavernas. En casi todas las cavernas hay historias de miembros que se han integrado o de otros grupos que se han unido, pero ninguna habla de la Cuarta Caverna. Algunos sospechan que una tragedia atroz se abatió sobre esta, causando la muerte de todos.

La Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra siguió aleccionándolos mientras avanzaban, pensando que Ayla en particular necesitaba ampliar al máximo sus conocimientos sobre su pueblo de adopción, en especial porque algún día debería enseñar a los jóvenes de la Novena Caverna. Ayla no pudo evitar escucharla fascinada, atenta sólo de manera periférica al camino, guiando a Whinney inconscientemente con la presión de una rodilla o un cambio de posición mientras a sus espaldas hablaba la Zelandoni, y que pese a hallarse en dirección opuesta a ella, conseguía que su voz llenara el aire circundante.

El hogar de la Quinta Caverna era un valle pequeño y acogedor entre precipicios de piedra caliza al pie de un elevado promontorio. Por el valle discurría un arroyo de aguas cristalinas, que nacía en un manantial impetuoso y desembocaba en el Río a unos centenares de metros. Los elevados precipicios que se alzaban a ambos lados del arroyo proporcionaban nueve refugios en la roca de distintos tamaños, algunos a considerable altura, pero no todos habitados. El valle estaba poblado desde tiempos inmemoriales, razón por la que se conocía como Valle Viejo. Las Historias y Leyendas de los Ancianos afirmaban que muchas cavernas tenían lazos con la Quinta.

Cada caverna del territorio zelandonii era en esencia independiente y podía cubrir sus necesidades básicas. Los miembros podían cazar y pescar, recolectar comida y reunir materiales para confeccionar todo aquello que necesitaban, no únicamente para sobrevivir, sino para vivir bien. Era la sociedad más avanzada no sólo de su región, sino quizá del mundo entero en esa época. Las cavernas cooperaban entre sí porque les convenía. A veces organizaban expediciones de cacería en equipo, sobre todo para los animales de mayor tamaño, como el mamut, el megaceros y el ciervo gigante, o para los animales peligrosos, como el león cavernario, y compartían los peligros y los resultados. En ocasiones recolectaban alimentos en grandes grupos y conseguían así reunir una cosecha abundante durante el breve período de maduración, antes de que los frutos se estropearan en la propia planta.

Negociaban emparejamientos con el grupo más numeroso porque necesitaban recurrir a una reserva de población mayor que la de su propia caverna, y trocaban bienes no por necesidad, sino porque les gustaba lo que otros confeccionaban. Sus productos se parecían lo suficiente para ser comprensibles, pero ofrecían interés y diversidad, y cuando las cosas iban mal, venía bien tener amigos o parientes a quienes poder acudir en busca de ayuda. La vida en una región periglaciar, una zona que bordeaba glaciares, con inviernos en extremo fríos, podía deparar adversidades.

Cada caverna tendía a especializarse de distintas formas, en parte como resultado del lugar donde habitaba, y en parte porque algunas personas desarrollaban métodos para hacer ciertas cosas especialmente bien y transmitían el conocimiento a sus familiares y amigos. Por ejemplo, se consideraba a los miembros de la Tercera Caverna los mejores cazadores, básicamente porque vivían a bastante altura en una pared rocosa junto a la confluencia de dos ríos, con extensas praderas a la vista en las llanuras de aluvión, y los pastos atraían a muchos animales en sus migraciones, así que, por lo general, eran ellos los primeros en avistarlos. Como pasaban por ser los mejores, perfeccionaban sin cesar sus técnicas de caza y vigilancia. Si la manada era grande, avisaban mediante señales a las cavernas cercanas para organizar una cacería en grupo. Pero si eran sólo unos cuantos animales, sus cazadores solían ir solos, aunque a menudo compartían el botín con las cavernas vecinas, sobre todo durante las reuniones o festejos.

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